Intervención militar y Wikileaks

Víctor Flores Olea
Cuando la secretaria de Estado Hillary Clinton, hace unos meses, sostuvo que México vive una narcoinsurgencia, levantó voces de indignación. Lo que no se reflexionó es que la opinión de Hillary no era la de un académico o publicista, sino, ni más ni menos, la de la jefa de la política exterior de Estados Unidos. Es decir, que no se trataba de un simple dicho sobre la “guerra contra el crimen organizado”, sino de la definición de la misma de una alta funcionaria del gobierno de Estados Unidos, que necesariamente conlleva la “operacionalización” del concepto, materializado ya seguramente en algún diseño que debe obrar en un archivo del Pentágono.

La propia señora Clinton agregó días después que México “se está pareciendo más a como se veía Colombia hace 20 años”, es decir, precisamente en el tiempo en que se “armó” el Plan Colombia, que derivó en una virtual ocupación de ese país por las fuerzas militares estadunidenses (o en un control efectivo de esas fuerzas), lo que ha conducido a la plena subordinación de Colombia a Estados Unidos, sirviendo además de “base militar” preventiva frente a los que pudiera ocurrir en el sur continental que vive, sin duda, un proceso de democratización a veces radical, capaz de “perjudicar” los intereses materiales y estratégicos de Estados Unidos en el continente y en el mundo.

El problema grave es que las pocas filtraciones sobre México que ya aparecieron en Wikileaks confirman una noción general sobre el país que comparte una mayoría del cuerpo diplomático estadunidense y que, en términos generales, pareciera “explicar” y hasta “justificar” el ánimo intervencionista del imperio. Si tales son algunos de los “informes” que envían a sus “superiores” los funcionarios diplomáticos o de inteligencia sobre México (por ejemplo, sobre las contradicciones entre el Ejército y la Armada, o entre éstos y la Secretaría de Seguridad, o la incompetencia o casi nulidad de los servicios de inteligencia en México, o la ausencia de control gubernamental sobre amplios espacios del territorio), no debiera sorprendernos el informe del ejército de Estados Unidos (2008) diciendo que “el Estado mexicano podría ser incapaz de mantener la estabilidad en los próximos años”, colocándolo como un Estado fallido con características similares a Afganistán. En el mismo documento, el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos “recuerda” que “un México inestable podría representar un problema de seguridad de enormes proporciones” para ese país.

En su último número, la revista Contralínea (noviembre, 2010), que todos deberían leer, sugiere que es proyecto “sordo” del mismo gobierno de Felipe Calderón conducir la situación del país a un extremo en que se permitiría el ingreso de tropas estadunidenses en territorio mexicano, con los menores costos sociales, con base en los siguientes argumentos: en el interior se buscaría que la propia sociedad mexicana demandara más “seguridad” sin importar el origen de la “ayuda”; y, en el exterior, que la comunidad internacional considere la intervención como “humanitaria” ante bandas criminales que han superado al Estado mexicano. Tal “estrategia” es ya comentada por altos mandos del Ejército y la Armada mexicanos que naturalmente piden el más alto grado de confidencialidad.
En realidad señalan que parte de la violencia que se ha desatado en las últimas semanas podría ser “inducida”. Y acusan al gobierno de Felipe Calderón de preparar el “escenario” para una intervención estadunidense abierta. Tales militares estarían frustrados por la política del presidente actual, ampliamente obsequiosa ante los duros del Pentágono, y advierten que se construye el “escenario” para el ingreso de tropas estadunidenses en territorio nacional. Insisten en que al menos parte del caos y de la violencia en ciudades mexicanas en las últimas semanas y meses es inducida desde el exterior con la anuencia del gobierno federal. Especialistas en seguridad nacional coinciden en que se generan las condiciones que llegarían a justificar una “cooperación más estrecha” en el plano militar entre ambos países.

Tal sería, como en el ajedrez, una de las variantes que tendría en la mira el gobierno de Calderón en estos dos últimos años, cuya carambola parecería incidir en los siguientes hechos, relacionados con los cambios políticos en México en 2012: la posible prolongación del PAN en el poder, puesto que este partido sería ya la encarnación de esta novísima política exterior mexicana entreguista; la apuesta al rechazo estadunidense de un eventual triunfo electoral de Enrique Peña Nieto, ya que el PRI contaría con pocas simpatías en ese gobierno; hacer mucho más difícil, si no imposible, el ascenso al poder de Andrés Manuel López Obrador o de cualquier otro candidato del izquierdismo que nos acercara a los procesos liberadores que ya ocurren en el cono sur. Y, en la primaria sicología del actual mandatario, “salvar” por esta vía un sexenio que ha sido particularmente desastroso.

En cuando a las revelaciones del hoy archifamoso Wikileaks, permítanme opinar que no resultan tan diferentes de los informes que elaboran los agentes diplomáticos de todo el mundo: tal es uno de los aspectos centrales de su función. Claro está, su calidad depende por entero de la solvencia intelectual de quien formula tales escritos, lo cual es un territorio sin límites definidos. Yo mismo, en mi experiencia diplomática, tuve la oportunidad de leer agudos y penetrantes trabajos, bien pensados, y otros que sólo merecían ser botados al cesto de la basura.

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