El desfile de la indignación
20 de noviembre de 2014
Destacado
Miles marchan al Zócalo por normalistas desaparecidos. Foto: Alejandro Saldívar |
MÉXICO, D.F. (apro).- Miles de sindicalistas de la UNAM, de
la educación, telefonistas, electricistas, obreros y campesinos
acompañaron a los padres de los normalistas de Ayotzinapa desaparecidos,
como parte de la caravana “Daniel Solís Gallardo” en lo que llamaron
“el desfile de la indignación”.
Después de iniciar en Guerrero y recorrer Chiapas, Oaxaca, Puebla, Tlaxcala y Morelos durante una semana, los integrantes de la caravana partieron de la explanada del Monumento a la Revolución minutos después de las cinco de la tarde rumbo al Zócalo capitalino.
Los padres de los normalistas iban resguardados por un cerco humano de estudiantes de Chiapas, pero todos al unísono corearon la misma exigencia: La presentación con vida de los 43 jóvenes. “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”, repetían una y otra vez.
Con sus grandes mantas se hicieron presentes integrantes de diversas agrupaciones: STUNAM, SITUAM, Bloque de Organizaciones Democráticas del IPN, CETEG de Tlapa, Guerrero, Fuerzas Democráticas Progresistas, Coordinación Plan de Ayala, trabajadores del INBA y el INAH, Consejo de los Pueblos Damnificados de Guerrero, y el Frente Político de Candidaturas Independientes, entre otros. Aparte de miles de ciudadanos, estudiantes, maestros y amas de casa.
Además de la aparición con vida de los normalistas, las demandas se extendieron a la exigencia de más apoyo al campo, el cumplimiento de promesas de vivienda, mejor educación y el esclarecimiento de los casos de otros desaparecidos en todo el país.
En el contingente se notaron agrupaciones que iban protegidas por cordones metálicos o “cadenas” de brazo en brazo para evitar la presencia de infiltrados.
Sin embargo, en la avenida Juárez se armó un alboroto. La gente empezó a gritar “¡Sáquenlo, es un infiltrado!”, “¡que se vaya, que se vaya!”, “¡fuera, fuera!”.
Era un joven que dijo llamarse Julio César Martínez y ser policía. Algunos integrantes de la marcha lo jalaron. Él sacó su credencial y se la arrebataron. Le jalonearon la mochila, le exigían que mostrara su contenido. “Trae armas”, acusó alguien. Luego mostró que traía su uniforme, en efecto, de policía.
El hombre fue orillado a la banqueta y con voz nerviosa y a veces tartamuda, repitió que iba a apoyar a la marcha, “por los estudiantes muertos… yo vengo a apoyar y me sacan, no se vale, me robaron mi credencial”, se quejó.
Después de este incidente, la caravana avanzó sin contratiempos. La gente, mucha vestida de negro, avanzó a paso lento. Un grupo de danzantes aztecas se incorporó y con copal ahumó a los participantes, cantó para animar el espíritu y no dejar caer la esperanza de encontrar con vida a los normalistas.
Esta caravana fue la primera en llegar a la plancha del Zócalo. “Ahora, ahora, se hace indispensable, presentación con vida y castigo a los culpables” y “¡Fuera Peña, fuera Peña!”, retumbó entre la Catedral, el Antiguo Ayuntamiento y el Palacio Nacional.
Las otras dos caravanas –las que salieron de Tlatelolco y del Ángel de la Independencia— tardaron una hora y media en llegar. Pero la gente, los miles de mexicanos indignados, aguantaron pacientes, de pie y con frío, la llegada de los padres de los otros normalistas desaparecidos.
Mientras eso ocurría, al menos tres mujeres tomaron el micrófono para denunciar que sus hijos, aunque no son normalistas, también están desaparecidos y la autoridad, acusaron, no hace nada por buscarlos o da “carpetazo” a las investigaciones.
“Prefiero que me den en la madre que estar hincada viendo telenovelas”, gritó una de ellas mientras mostraba la foto ampliada de su desaparecido.
Cuando se juntaron los tres contingentes, uno de los normalistas sobrevivientes al ataque del 26 de septiembre informó que terminada la marcha por distintos estados, los familiares de los normalistas y la gente que los siguió regresarían a sus lugares de origen. “Vamos a pensar bien la situación” y plantear las siguientes estrategias de este “gran movimiento nacional” para frenar el horror en el que está sumido el país, dijo.
El normalista destacó que esta vez, por el aniversario de la Revolución Mexicana, no hubo deportistas uniformados aplaudiendo al presidente, “sino miles de personas que hicimos el desfile de la indignación”.
Fuente
Después de iniciar en Guerrero y recorrer Chiapas, Oaxaca, Puebla, Tlaxcala y Morelos durante una semana, los integrantes de la caravana partieron de la explanada del Monumento a la Revolución minutos después de las cinco de la tarde rumbo al Zócalo capitalino.
Los padres de los normalistas iban resguardados por un cerco humano de estudiantes de Chiapas, pero todos al unísono corearon la misma exigencia: La presentación con vida de los 43 jóvenes. “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”, repetían una y otra vez.
Con sus grandes mantas se hicieron presentes integrantes de diversas agrupaciones: STUNAM, SITUAM, Bloque de Organizaciones Democráticas del IPN, CETEG de Tlapa, Guerrero, Fuerzas Democráticas Progresistas, Coordinación Plan de Ayala, trabajadores del INBA y el INAH, Consejo de los Pueblos Damnificados de Guerrero, y el Frente Político de Candidaturas Independientes, entre otros. Aparte de miles de ciudadanos, estudiantes, maestros y amas de casa.
Además de la aparición con vida de los normalistas, las demandas se extendieron a la exigencia de más apoyo al campo, el cumplimiento de promesas de vivienda, mejor educación y el esclarecimiento de los casos de otros desaparecidos en todo el país.
En el contingente se notaron agrupaciones que iban protegidas por cordones metálicos o “cadenas” de brazo en brazo para evitar la presencia de infiltrados.
Sin embargo, en la avenida Juárez se armó un alboroto. La gente empezó a gritar “¡Sáquenlo, es un infiltrado!”, “¡que se vaya, que se vaya!”, “¡fuera, fuera!”.
Era un joven que dijo llamarse Julio César Martínez y ser policía. Algunos integrantes de la marcha lo jalaron. Él sacó su credencial y se la arrebataron. Le jalonearon la mochila, le exigían que mostrara su contenido. “Trae armas”, acusó alguien. Luego mostró que traía su uniforme, en efecto, de policía.
El hombre fue orillado a la banqueta y con voz nerviosa y a veces tartamuda, repitió que iba a apoyar a la marcha, “por los estudiantes muertos… yo vengo a apoyar y me sacan, no se vale, me robaron mi credencial”, se quejó.
Después de este incidente, la caravana avanzó sin contratiempos. La gente, mucha vestida de negro, avanzó a paso lento. Un grupo de danzantes aztecas se incorporó y con copal ahumó a los participantes, cantó para animar el espíritu y no dejar caer la esperanza de encontrar con vida a los normalistas.
Esta caravana fue la primera en llegar a la plancha del Zócalo. “Ahora, ahora, se hace indispensable, presentación con vida y castigo a los culpables” y “¡Fuera Peña, fuera Peña!”, retumbó entre la Catedral, el Antiguo Ayuntamiento y el Palacio Nacional.
Las otras dos caravanas –las que salieron de Tlatelolco y del Ángel de la Independencia— tardaron una hora y media en llegar. Pero la gente, los miles de mexicanos indignados, aguantaron pacientes, de pie y con frío, la llegada de los padres de los otros normalistas desaparecidos.
Mientras eso ocurría, al menos tres mujeres tomaron el micrófono para denunciar que sus hijos, aunque no son normalistas, también están desaparecidos y la autoridad, acusaron, no hace nada por buscarlos o da “carpetazo” a las investigaciones.
“Prefiero que me den en la madre que estar hincada viendo telenovelas”, gritó una de ellas mientras mostraba la foto ampliada de su desaparecido.
Cuando se juntaron los tres contingentes, uno de los normalistas sobrevivientes al ataque del 26 de septiembre informó que terminada la marcha por distintos estados, los familiares de los normalistas y la gente que los siguió regresarían a sus lugares de origen. “Vamos a pensar bien la situación” y plantear las siguientes estrategias de este “gran movimiento nacional” para frenar el horror en el que está sumido el país, dijo.
El normalista destacó que esta vez, por el aniversario de la Revolución Mexicana, no hubo deportistas uniformados aplaudiendo al presidente, “sino miles de personas que hicimos el desfile de la indignación”.
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