Evo Morales y la defensa patriótica de Bolivia
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Autor:
Martin Esparza
Preocupante
en todos los sentidos que la amenaza antidemocrática de los golpes
militares que asolaron el continente americano hace décadas y se pensaba
superada, siga viva; la obligada renuncia al cargo del presidente de
Bolivia, Evo Morales Ayma, por parte de jefes militares de aquel país,
así lo demuestra, como también la intervención del gobierno
estadunidense, en este caso aliado con líderes de la iglesia evangélica,
para quitar de en medio a un mandatario de origen indígena que demostró
las capacidades de un pueblo para defender sus recursos naturales y
generar riqueza a favor de las mayorías.
Cuando en 2005 el hoy depuesto
mandatario ganó las elecciones, su país se encontraba estancado y en
franca bancarrota económica. Desde que asumió el cargo, el presidente
indígena emprendió una serie de nacionalizaciones de empresas
estratégicas para aprovechar los recursos hidrocarburíferos del país,
como el gas natural.
Desde un principio, esto molestó a la
oligarquía local y a las trasnacionales que pretendían, entre otros
muchos negocios, el despojo y control del agua por todo el territorio
boliviano. Sin estudios universitarios ni doctorados en instituciones
del extranjero, Evo Morales logró que la pobreza extrema en su país se
redujera a más de la mitad en la última década, de 38 a 17 por ciento
entre 2006 y 2017.
Para el gobierno estadunidense, la
ultraderecha y los organismos financieros internacionales, sin duda que
Morales Ayma era un mal ejemplo a seguir no sólo en nuestro continente
sino en todo el mundo. Tras su derrocamiento no es casual que amplios
sectores sociales salgan a las calles a defender al mandatario que les
permitió acceder a un empleo y vida dignos, sobre todo a la población
indígena.
Otro de los logros que los neoliberales y
ultraderechistas no pueden regatearle, es que las cifras de desempleo
bajaron de 8.1 a 4.2 por ciento durante su gobierno. Esta política de
apoyo al empleo ha permitido que el 62 por ciento de la población tenga
ingresos muy por encima de países con supuesto mayor potencial
económico, México incluido.
A su llegada al cargo, el salario mínimo
para los bolivianos era de apenas 440 bolivianos, hoy en día es de 2
mil 60 bolivianos, y la esperanza de vida de su población se incrementó
de 64 a 71 años.
Otro ejemplo de que Evo Morales demostró
que en los hechos sí es posible armonizar un desarrollo económico con
una más justa distribución de la riqueza, se encuentra en los informes
de perspectivas económicas del Fondo Monetario Internacional (FMI),
donde se establece que Bolivia resultó la economía con el mayor
crecimiento económico en los últimos años, con una proyección de 3.9 por
ciento. De 2006 a 2017, el ingreso anual per cápita pasó de 1 mil 120
dólares a 3 mil 130.
El mandatario indígena aplicó recursos
sustanciales a rubros como la salud y la educación públicas; entre 2007 y
2014 se construyeron más de 34 hospitales de segundo nivel y 1 mil 61
clínicas de salud, así como 1 mil 26 nuevos planteles educativos.
Por ello, la guerra mediática promovida
por los grupos de la oligarquía boliviana e internacional se abstienen
de comentar que mientras en 2005 Bolivia era el segundo país con mayor
nivel de deuda externa con el 52 por ciento del PIB, en 2018 se
convirtió en el séptimo país menos endeudado de Latinoamérica, con 24
por ciento de deuda.
En Bolivia se repite la historia que
iniciara a principios del siglo pasado con los militares que carecen de
ideología nacionalista y compromiso hacia sus pueblos, como ocurrió en
México con el golpe de estado en contra de Francisco I. Madero,
derrocado y asesinado por el traidor Victoriano Huerta y cuya autoría
intelectual fue producto del entonces embajador estadounidense en
México, Henry Lane Wilson.
En Chile, Augusto Pinochet se encargó de
derrocar al gobierno de Salvador Allende, quien murió en la defensa
heroica del Palacio de la Moneda; años después, Isabel Perón fue
destituida por la fuerza de las armas, por el general Rafael Videla, en
Argentina. Ambos militares cometieron incalificables genocidios bajo el
silencio cómplice de los Estados Unidos y la OEA, alentando el
fortalecimiento y enriquecimiento de empresas trasnacionales a costa de
la sangre y marginación de sus pueblos.
Ahora, otro militar, William Kaliman
aparece como el peón de la desestabilización del gobierno de Bolivia,
orquestada desde Washington para permitir que con métodos
anticonstitucionales y sin un quorum parlamentario, Jeanine Áñez se
autoproclame como presidenta interina, no importando reprimir a un
pueblo que rechaza tal imposición.
Los primeros actos de provocación que
han polarizado a Bolivia encierran un claro desprecio a los indígenas y a
su presidente que en repetidas ocasiones ganó con amplio margen en las
urnas; ponderar la Biblia para quemar whipalas, que representan el
origen indígena y la pluralidad étnica de ese país, ha terminado por
exhibir a las fuerzas castrenses y policiales ajenas a la lealtad a su
pueblo.
Lamentable que mientras la OEA se haya
prestado a denunciar un supuesto fraude en las pasadas elecciones de
Bolivia, apuntalando con ello los preparativos del golpe de estado
contra Evo Morales, sus dirigentes nada han dicho sobre la ayuda de
grupos y líderes evangélicos en los actos de desestablización.
De hecho, el candidato opositor, el
empresario gasero Luis Fernando Camacho, forma parte de la organización
ultra conservadora denominada Los Caballeros de Oriente, y que
apareció en el escándalo de los Panamá Papers como lavador de recursos
provenientes del narcotráfico. No es casual por ello que antes de jurar
el cargo ante una Constitución, Jeanine Áñez lo hizo ante una biblia
evangelista, tratando de vender una imagen como salvadora de su país,
cuando su sobrino de apellidos Áñez Dorado purga una condena en Brasil
por narcotráfico.
Más allá de las falsas oraciones de los
golpistas bolivianos, se esconden los intereses de Estados Unidos y las
multinacionales para apropiarse de valiosos recursos naturales como el
litio; no es casual la presencia, hace dos meses, de Ivanka Trump, hija
del presidente estadunidense en la región de Jujuy, Argentina, ubicada
en la frontera con Bolivia. Se estima que casi el 70 por ciento de las
reservas globales de litio se ubican en suelo boliviano y precisamente
en esa área.
El litio es un elemento valioso para la
elaboración de las baterías de los autos eléctricos y los teléfonos
inteligentes y el gobierno del depuesto presidente firmó con el gobierno
de China un convenio por 1 mil millones de dólares para explotarlo, lo
que sin duda aceleró la estrategia para derrocarlo. El verdadero origen
no es, ni nunca ha sido, el supuesto fraude electoral.
Lo que sucede en Bolivia nos deja en
claro que la única forma para defender la autonomía y democracia de los
pueblos es precisamente a través de un pueblo organizado y de la mano
con sus indígenas, campesinos, sindicatos y la sociedad civil en su
conjunto. Por esta razón, en México debe impulsarse una amplia campaña
informativa para que la población tome conciencia de la importancia de
alcanzar la integración de un gran movimiento popular en América Latina
para anular los golpes de estado que bajo ninguna circunstancia deben ya
permitirse.
Martín Esparza FloresFuente
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