El necesario mea culpa de Evo Morales
Pero en vez de acatar la decisión popular, el indígena de ascendencia aymara acudió al Tribunal Constitucional y este, en un fallo a modo pronunciado en 2017, determinó que impedir su reelección indefinida era violar sus derechos humanos y políticos.
La ultraderecha tradicional –heredera de militares golpistas como Hugo Banzer y del empresariado más conservador y anti-indigenista— aprovechó el momento para erigirse como defensora de causas que en el pasado despreció, como la democracia, el equilibrio de poderes y la lucha contra el caudillismo.
El hecho de que Morales hoy asuma como un “error” su intento de buscar un nuevo mandato (lo hizo el viernes pasado en una entrevista con el diario alemán Zeit) puede ser el inicio de la recomposición de su partido el Movimiento Al Socialismo (MAS), que a pesar de sus propios desaciertos y de la campaña negra de la ultraderecha sigue siendo la primera fuerza política de Bolivia.
En Colombia, el expresidente ultraderechista y hoy senador Álvaro Uribe sigue sin reconocer los nocivos efectos colaterales que tuvo su guerra sin cuartel contra las FARC en términos de derechos humanos y de vulneración de la legalidad.
En Venezuela, el conservador Nicolás Maduro –quien de izquierdista solo tiene la retórica—continúa negando, a pesar del cúmulo de evidencias, que su régimen sea autocrático, corrupto y patéticamente ineficiente.
El mismo Evo Morales, al reconocer en la entrevista con Zeit el “error” de insistir en su cuarta postulación presidencial, justificó su decisión de insistir en un nuevo mandato con una afirmación temeraria: que lo que hizo fue “asumir la propuesta del pueblo”.
En realidad, el 51.3 por ciento de los votantes bolivianos le dijeron “No” a una nueva reelección. Ese fue el resultado oficial del referendo de 2016.
Pero al margen de que todos los políticos que dicen interpretar los anhelos del pueblo suelen equivocarse, Evo Morales hizo su mea culpa y eso era necesario para aspirar a recuperar la confianza de miles de bolivianos que se apartaron de su proyecto político cuando afloró su naturaleza caudillista.
Pero en los comicios de octubre pasado, cuando ya tenía el antecedente del referendo en el que los bolivianos le negaron la posibilidad de una nueva postulación, los resultados oficiales indicaron que obtuvo el 47.08 por ciento de los votos. La oposición alegó fraude y la Organización de Estados Americanos (OEA) pidió nuevas elecciones.
El resto, ya se sabe: Evo Morales se vio orillado a renunciar, se asiló en México y luego viajó a Argentina, donde ahora se encuentra en calidad de refugiado.
El abanderado de la organización política de Evo Morales será al exministro de Economía Luis Arce, autor y ejecutor del exitoso modelo social productivo que hizo crecer la economía boliviana a un ritmo del 5 por ciento anual en los últimos 14 años y redujo la pobreza en 31 puntos porcentuales.
El MAS será un adversario muy fuerte para la ultraderecha, cuyos dirigentes –empezando por la “presidenta interina” Jeanine Áñez— ya hablan de la necesidad de unirse para impedir “la dispersión del voto”.
El pecado de Evo fue pensar que Bolivia sólo podría funcionar con él como presidente. Eso lo alejó de segmentos importantes de población que le negaron su apoyo en los comicios de octubre pasado.
Morales podrá demostrar en esta nueva campaña electoral que su partido está más allá de un proyecto caudillista y que tiene dirigentes capaces de enmendar errores.
No será fácil, porque los adversarios del proyecto social del MAS han aprovechado esta etapa para reconstruir sus redes de poder.
En tan solo dos meses, la autoproclamada “presidenta interina” de Bolivia, Jeanine Áñez, y sus aliados políticos, han desarrollado una operación para colocar en posiciones claves del aparato estatal a prominentes miembros de la ultraderecha cuya misión es garantizar el triunfo de esa corriente ideológica en las elecciones presidenciales de mayo próximo.
Es previsible que MAS deba contender contra toda la derecha unida. Pero incluso en estas circunstancias nadie en Bolivia puede afirmar –a pesar de la persecución política y judicial contra Morales y sus excolaboradores— que el proyecto del líder indígena fue derrotado. Ni de lejos.
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