Destrucción de lo social
Rafael Mendoza Castillo
Domingo 18 de Abril de 2010
La derecha en el poder, la oligarquía y sus aliados, las cúpulas partidarias, han venido trazando políticas que responden a sus propios intereses y coincidentes con los acuerdos del consenso de Washington, es decir, el amo imperial. Esas políticas privatizan lo público y producen desprotección y desigualdad en millones de mexicanos.
Cuando el poder de dominación y sus representantes hablan de modernizar al país se refieren al cumplimiento de las tendencias neoliberales como la simplificación y achicamiento del Estado, desmantelamiento de lo público, freno al salario, desregulación de todo aquello que impida la acumulación acelerada del capital, así como la nueva ley laboral propuesta por la derecha panista y la privatización de la seguridad social (IMSS, ISSSTE, jubilaciones, educación pública, etcétera).
Algo más grave que viene planteando la modernización neoliberal es la tendencia a la destrucción de las instituciones y de los espacios de intermediación entre los actores sociales y el Estado: sindicatos, organizaciones gremiales, partidos, universidades, medios de comunicación autónomos, movimientos sociales, identidades restringidas, etcétera.
Como bien dice Sergio Zermeño: “Nuestra globalización se ha caracterizado ante todo por una destrucción sistemática de los más destacados actores de la sociedad civil, ya se trate del empresariado de la etapa sustitutiva de importaciones, de las capas medias de asalariados públicos, del proletariado de los sectores intermedios, especialmente, de la burguesía mediana y pequeña y las estructuras sociales del medio campesino”.
Lo anterior, y la inclusión de los tratados internacionales como el TLC, son muestra clara de que estamos ante una política globalizadora que está disolviendo y fragmentando a lo social. Así vemos cómo la derecha panista golpea a las identidades colectivas, es decir, a los sindicatos independientes como el SME, Atenco, movimientos sociales como la APPO. Por otro lado, la derecha panista se alía, donde le conviene, con sindicatos corporativos y charros como el SNTE, para acelerar las políticas neoliberales en lo social y lo educativo (ACE).
De ese modo la democracia política que tanto se defiende no es más que democracia oligopólica para frenar la decisión de la voluntad popular y controlarla mediante la técnica de las elecciones. Esos procesos de planificación y administración tienen como objetivo mantener la sincronía de las estructuras y funciones del orden capitalista e incrementar la desigualdad social brutal entre pobres y ricos, poderosos y súbditos, gobernantes y gobernados, mestizos y el México profundo.
Las políticas globalizadoras no sólo desmantelan lo social, sino que también establecen una lucha en el campo de los conceptos y de los lenguajes con la finalidad de someter la rebeldía del pensamiento disruptivo, de erradicar todos aquellos conceptos que se instalan en el pensamiento crítico y sustituirlos por aquellos que responden mejor al orden de la conformidad, de la función y el sistema constituido. Por eso para los poderosos es mejor hablar de un Estado homogéneo que nos hace iguales ante la ley, pero en la realidad la desigualdad es brutal. Qué distinto es proponer un Estado plural que reconozca la diversidad cultural y ajeno a la uniformidad y al pensamiento único.
La política neoliberal le apuesta a la creación de un sujeto privado (competencias) uniformado, consumidor y alejado de las identidades colectivas, de las causas públicas, de la preocupación por los otros y de la participación colectiva. Si desaparece lo segundo entonces nos enfrentamos a la destrucción de un sujeto erguido capaz de desafiar al orden constituido. Los dos momentos son muestra clara de que lo social está sufriendo una metamorfosis muy peligrosa, tal que en pocos años tiende a la desaparición, por la vía de la fragmentación. Es importante pensar tal fenómeno a fin de buscar principios articuladores que eviten la desaparición de lo social. Lo que sí está claro es que la globalización destruye los lazos que cohesionaban al tejido social (costumbre, ley, institución, valores, etcétera).
Qué podemos colocar como principio para que construyamos identidades colectivas que vayan más allá de las identidades restringidas, como movimientos urbanos, derechos humanos, sindicatos, juventud, mujeres, partidos, etcétera. Algunos proponen como principio articulador un contrapoder que se constituya como una postura moral y un programa de reivindicaciones comunes a cada una de las identidades. Teniendo como idea central el combate y desaparición del actual orden capitalista neoliberal. Otros consideran que debemos recuperar la idea de hegemonía propuesta por Gramsci, entendida ésta como una reforma moral e intelectual que va más allá de la centralidad de la clase obrera, el partido, como una síntesis más elevada capaz de fundir todos los elementos clasistas como voluntad colectiva nacional-popular.
Ante la fragmentación, la desarticulación y la diversidad de sujetos históricos, es urgente que nos demos cuenta desde dónde estamos pensando la realidad de México, de Latinoamérica y del mundo. Revisitar conceptos (occidente, indio, blanco, raza, explotación, obrero, estado, legitimación, etcétera). Crear nuevos conceptos y resignificar otros, para enfrentar realidades nuevas y viejas. Porque puede suceder que estemos ante realidades nuevas con conceptos viejos. Pensar siempre que la realidad social se mueve más rápido que las representaciones y percepciones que tenemos en la cabeza, los libros o las teorías. Otro mundo es posible.
Fuente
Domingo 18 de Abril de 2010
La derecha en el poder, la oligarquía y sus aliados, las cúpulas partidarias, han venido trazando políticas que responden a sus propios intereses y coincidentes con los acuerdos del consenso de Washington, es decir, el amo imperial. Esas políticas privatizan lo público y producen desprotección y desigualdad en millones de mexicanos.
Cuando el poder de dominación y sus representantes hablan de modernizar al país se refieren al cumplimiento de las tendencias neoliberales como la simplificación y achicamiento del Estado, desmantelamiento de lo público, freno al salario, desregulación de todo aquello que impida la acumulación acelerada del capital, así como la nueva ley laboral propuesta por la derecha panista y la privatización de la seguridad social (IMSS, ISSSTE, jubilaciones, educación pública, etcétera).
Algo más grave que viene planteando la modernización neoliberal es la tendencia a la destrucción de las instituciones y de los espacios de intermediación entre los actores sociales y el Estado: sindicatos, organizaciones gremiales, partidos, universidades, medios de comunicación autónomos, movimientos sociales, identidades restringidas, etcétera.
Como bien dice Sergio Zermeño: “Nuestra globalización se ha caracterizado ante todo por una destrucción sistemática de los más destacados actores de la sociedad civil, ya se trate del empresariado de la etapa sustitutiva de importaciones, de las capas medias de asalariados públicos, del proletariado de los sectores intermedios, especialmente, de la burguesía mediana y pequeña y las estructuras sociales del medio campesino”.
Lo anterior, y la inclusión de los tratados internacionales como el TLC, son muestra clara de que estamos ante una política globalizadora que está disolviendo y fragmentando a lo social. Así vemos cómo la derecha panista golpea a las identidades colectivas, es decir, a los sindicatos independientes como el SME, Atenco, movimientos sociales como la APPO. Por otro lado, la derecha panista se alía, donde le conviene, con sindicatos corporativos y charros como el SNTE, para acelerar las políticas neoliberales en lo social y lo educativo (ACE).
De ese modo la democracia política que tanto se defiende no es más que democracia oligopólica para frenar la decisión de la voluntad popular y controlarla mediante la técnica de las elecciones. Esos procesos de planificación y administración tienen como objetivo mantener la sincronía de las estructuras y funciones del orden capitalista e incrementar la desigualdad social brutal entre pobres y ricos, poderosos y súbditos, gobernantes y gobernados, mestizos y el México profundo.
Las políticas globalizadoras no sólo desmantelan lo social, sino que también establecen una lucha en el campo de los conceptos y de los lenguajes con la finalidad de someter la rebeldía del pensamiento disruptivo, de erradicar todos aquellos conceptos que se instalan en el pensamiento crítico y sustituirlos por aquellos que responden mejor al orden de la conformidad, de la función y el sistema constituido. Por eso para los poderosos es mejor hablar de un Estado homogéneo que nos hace iguales ante la ley, pero en la realidad la desigualdad es brutal. Qué distinto es proponer un Estado plural que reconozca la diversidad cultural y ajeno a la uniformidad y al pensamiento único.
La política neoliberal le apuesta a la creación de un sujeto privado (competencias) uniformado, consumidor y alejado de las identidades colectivas, de las causas públicas, de la preocupación por los otros y de la participación colectiva. Si desaparece lo segundo entonces nos enfrentamos a la destrucción de un sujeto erguido capaz de desafiar al orden constituido. Los dos momentos son muestra clara de que lo social está sufriendo una metamorfosis muy peligrosa, tal que en pocos años tiende a la desaparición, por la vía de la fragmentación. Es importante pensar tal fenómeno a fin de buscar principios articuladores que eviten la desaparición de lo social. Lo que sí está claro es que la globalización destruye los lazos que cohesionaban al tejido social (costumbre, ley, institución, valores, etcétera).
Qué podemos colocar como principio para que construyamos identidades colectivas que vayan más allá de las identidades restringidas, como movimientos urbanos, derechos humanos, sindicatos, juventud, mujeres, partidos, etcétera. Algunos proponen como principio articulador un contrapoder que se constituya como una postura moral y un programa de reivindicaciones comunes a cada una de las identidades. Teniendo como idea central el combate y desaparición del actual orden capitalista neoliberal. Otros consideran que debemos recuperar la idea de hegemonía propuesta por Gramsci, entendida ésta como una reforma moral e intelectual que va más allá de la centralidad de la clase obrera, el partido, como una síntesis más elevada capaz de fundir todos los elementos clasistas como voluntad colectiva nacional-popular.
Ante la fragmentación, la desarticulación y la diversidad de sujetos históricos, es urgente que nos demos cuenta desde dónde estamos pensando la realidad de México, de Latinoamérica y del mundo. Revisitar conceptos (occidente, indio, blanco, raza, explotación, obrero, estado, legitimación, etcétera). Crear nuevos conceptos y resignificar otros, para enfrentar realidades nuevas y viejas. Porque puede suceder que estemos ante realidades nuevas con conceptos viejos. Pensar siempre que la realidad social se mueve más rápido que las representaciones y percepciones que tenemos en la cabeza, los libros o las teorías. Otro mundo es posible.
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