“Entre La Familia y sus desmadres, y Calderón y la PF, ¡nos tienen jodidos!”

En atzingán, Michoacán, durante una manifestación para exigir la salida de fuerzas federales de la zona, algunas personas mostraron mensajes en apoyo a líderes del cártel de La FamiliaFoto Ap


Arturo Cano
Enviado
Periódico La Jornada
Lunes 13 de diciembre de 2010, p. 10
Morelia, 12 de diciembre. “Señor Presidente, ya no construya hospitales, construya panteones”, levanta la muchacha el cartel, mientras detrás de ellas varios jóvenes gritan, más en actitud de desmadre que de mitin político, cosas como: “¡Respeto a los derechos humanos!” “¡No a la violencia, queremos paz!”

Los ciudadanos que avanzan por la calle principal del centro histórico de Morelia provienen de varios municipios. La mayoría vienen de Ciudad Hidalgo y de Tarímbaro, y se proclama independiente de la “delincuencia organizada” y del gobierno, pero todas sus pancartas y los letreros pintados en los vidrios de las combis que los trajeron aquí sólo están dirigidos contra Felipe Calderón y la Policía Federal (PF).

Una o dos preguntas dan pie para que los marchistas suelten una retahíla de quejas contra las fuerzas federales: los abusos, los cateos de viviendas, las golpizas a los jóvenes y los asaltos descarados desfilan a gritos en la apacible tarde moreliana.

La mayor parte de los marchistas son jóvenes con atuendos, diría el estereotipo, de cholos, pero también hay muchas mujeres maduras e incluso ancianas. Llegan en un montón de camionetas de transporte público y en un par de vehículos particulares, armados de cartulinas y de algunas mantas pintadas con aerosol y pródigas en faltas de ortografía. Para decirlo en los términos que ha puesto en uso el sexenio en curso, son la “base social del narco”. Ellos, por supuesto, lo niegan. “Entre La Familia y sus desmadres, y Calderón y su policía federal, nos tienen jodidos, no podemos trabajar”, dice Javier González, quien se presenta como vendedor de “recuerditos para bodas y 15 años”.

Los marchistas de Morelia están al tanto de que unas horas antes hubo otra manifestación “por la paz” en Apatzingán. Allá, el alcalde perredista, Genaro Guízar, quien había convocado a la protesta, se hizo humo cuando se enteró de que algunos participantes sacaron mantas de apoyo al grupo delictivo y rindieron un homenaje al capo que recién se sumó a la lista de los “eliminados” por el gobierno: “Nazario (Moreno), siempre vivirás en nuestro corazón”.

Juana Marín, recolectora de fierro viejo, mira fijo a los ojos cuando responde: “Nosotros no tenemos a nadie en nuestro corazón. ¡Lo que tenemos es hambre!”

El día de las balaceras, de la quema de vehículos, se queja Juana, no sólo no pudo salir a trabajar, sino que debió encerrarse. “Puras tortillas duras les di a mis hijos.”

A diferencia de las marchas “políticas”, que avanzan siempre con lentitud, la “de la paz” se come cuadras a paso veloz. Los paseantes del domingo miran a los gritones con cierto azoro y luego siguen en lo suyo, colmando las zapaterías y los pequeños restaurantes, o apurando el paso para llegar, con disfraz de Juan Diego los hombres y trajes típicos las mujeres, al templo donde se celebra a la Virgen de Guadalupe.

Sólo unos pocos intentan confrontarlos. Una señora mayor les exige que pidan la salida “de los delincuentes” y no sólo de la policía. La mandan a volar y ella se va sin réplica. “Puro pinche piojoso”, dice en voz baja un señor clasemediero, que se gana un zape de su mujer.

Los marchistas llegan hasta las proximidades del templo de Nuestra Señora de Guadalupe, hablan con la prensa escrita, dan algunas entrevistas para televisoras locales y ya, porque no traen pliego petitorio ni otro fin que no sean las fotos de protesta. Un reportero les sugiere que lleven su sentir al gobernador del estado.

Javier González, quien hace de vocero y es evidentemente el jefe del contingente, está a punto de soltar la carcajada: “¿Y para qué? ¿Qué puede hacer él frente al gobierno federal?”

La “normalidad” 4 años después

En medio de rumores, la vida va retomando su curso en la capital michoacana. En los mercados y las loncherías, la gente dice que “los malosos” respetan a la Virgen de Guadalupe y que, por lo tanto, nada ocurrirá este fin de semana. Pero a partir del lunes…
De un recorrido por algunas colonias populares de Morelia se deduce que las micheladas están de moda, que las pacas de ropa usada proveniente de EU causan furor y que la gente ha vuelto al trajín cotidiano “porque no queda de otra, hay que llevar el chivo”, como dice Jesús Rubalcava detrás de su puesto de cacahuates.

Los morelianos o los visitantes que sí tienen otra opción prefieren, a pesar de todo, ser precavidos. El popular cantante Joan Sebastian cancela su presentación. El senador perredista Silvano Aureoles hace lo propio y avisa que no realizará su “tradicional reunión de amigos” que esta vez, suspirante a la gubernatura, tendría lugar nada menos que en la plaza de toros.

Un tercio de los aspirantes a un plaza de apoyo educativo (se inscribieron 23 mil para 400 plazas) no llega al examen. En todos los restaurantes y bares los meseros juran que sólo hay la mitad de la clientela habitual. En la Plaza de las Américas, el principal centro comercial moreliano, se quejan de lo mismo aunque se ve mucho movimiento, incluyendo, por la tarde, un convoy de la Policía Federal, encabezado por un enorme blindado y una tanqueta, seguidos por 15 camionetas con seis efectivos, embozados y armados hasta los dientes. Nadie parece asombrarse de ése que ya es, cuatro años después de la muy publicitada Operación Conjunta Michoacán, el paisaje cotidiano de la tierra del Presidente de la República.

No se asombran los fieles, aunque aquí juran que “no vino ni la mitad de los que cada año vienen a cantar las Mañanitas a la Virgen”.

“De todos modos nos vamos a morir”, dice José Manzo, un anciano que sufre para ir acomodando las cobijas que sirven para evitar que su amigo, el guerrerense Dimas, se destruya las rodillas camino al santuario.

Con miedo y todo también sale el vendedor de verduras José Hernández, quien carga una corona con la leyenda “Programa de lucha contra la carestía”, un convencido de que “(los delincuentes) se van a calmar por respeto a la Virgen”. Eso dice el vendedor, para después soltar sus consignas: “¡Viva la Emperatriz de América! ¡Viva México católico!”

“Daños colaterales”

Contra lo que sucede en otros sitios donde hay sucesos noticiosos impactantes, en todos los puestos de periódicos del centro hay montones de diarios sin vender, incluidos los de mayor circulación en el estado.

Una caravana de patrullas, ambulancias y hasta carros de bomberos se acerca al centro con las luces encendidas. Para muy cerca del sitio donde hace dos años un grupo de sicarios echó una granada en pleno festejo del 15 de septiembre. En los portales, donde los parroquianos han vuelto de a poco, y donde la noche de sábado es de bares y música estridente, nadie se inmuta al ver el convoy de patrullas, ambulancias y hasta carros de bomberos. Es la acción del gobierno estatal excluido por el gobierno calderonista, por el corunda power, de las acciones de sangre y fuego de los días recientes. Y nadie se inmuta, vale decir, porque el vistoso despliegue forma parte de la campaña Si bebes, no manejes. Casi al final del convoy, una grúa carga un vehículo chocado, de ésos que usa la policía de tránsito para “concientizar” a los automovilistas.

Vistos los “daños colaterales” –entre ellos las muertes de una adolescente de 17 años, hija de un ex alcalde perredista, y un bebé de ocho meses–, quizá haría falta otra campaña que alerte: “Si ves pasar una caravana de la PF o de La Familia, ni se te ocurra manejar”.

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