México: Fábrica de esclavos

martes 7 de junio de 2011

Lydia Cacho (CIMAC)

El ser humano que pertenece a otro es por naturaleza un esclavo. El que siendo humano pertenece a otro es un artículo de propiedad, un instrumento.

El esclavo es un instrumento viviente, así como un instrumento es un esclavo inanimado. Hay por naturaleza diferentes clases de jefes y subordinados. Los libres mandan a los esclavos, los hombres a las mujeres y los adultos a los niños.

El arte de la guerra incluye la cacería contra las bestias salvajes y contra los que habiendo nacido para ser mandados, no se someten; y esta guerra es naturalmente justa.

Si usted cree que esta frase la dijo algún zeta o el ministro de la Suprema Corte Sergio Salvador Aguirre Anguiano, quien consistentemente insiste en desacreditar los derechos de la infancia y de las mujeres, se equivoca.

Los párrafos anteriores fueron escritos por Aristóteles, el filósofo griego, uno de los más brillantes pensadores de su época. Y en gran medida estos preceptos siguen vigentes, son válidos para millones de personas.

Una prueba de ello la encontramos en el estudio que llevó a cabo el Observatorio de Violencia Social en Puerto Vallarta, Acapulco y Cancún, para entender cómo las sociedades de esos tres polos turísticos perciben y viven el tema de la explotación infantil y el turismo sexual.

La gran mayoría de entrevistados en Acapulco no solamente culpabilizó a las víctimas sino además aseguró que no hay nada que hacer al respecto, y es allí donde más familias se dedican con normalidad a la trata de menores. Mientras que en los otros dos centros turísticos una buena parte opinó que este fenómeno delictivo debe ser erradicado.

Pero ¿cómo conviven esas dos formas de pensamiento en nuestra sociedad? La pregunta es importante porque en esta crisis nacional una buena parte de las y los mexicanos siente que entre la delincuencia y el Estado le han arrebatado el poder de usar sus herramientas para protegerse y proteger a sus seres queridos.

En contraste, otra parte de la sociedad ha decidido sacar tajada de esta parálisis social, porque considera que el principio de la guerra justa que produce esclavos para el más fuerte no solamente les puede beneficiar, sino además les da más poder que nunca (vea el detrimento del perfil de los políticos).

Esos aliados de la violencia y la esclavitud, conscientes o no de sus alianzas, todos los días abonan a descalificar las causas que evidencian la desigualdad.

Ciudadanos de todo tipo alimentan la confusión. Reclaman que hablar del incendio de la guardería ABC es una necedad, al igual que lo es insistir en procesar a los asesinos de las mujeres de Chihuahua, a los pederastas, a Mario Marín o a los responsables de las muertes de Pasta de Cochos, sólo porque ya algunos ministros de la Corte, con el aval presidencial, o con presiones del PRI, decidieron proteger a los responsables de la muerte y sufrimiento de quienes para muchos pertenecen al eslabón más débil de la cadena del poder: niñas, niños, mujeres y trabajadores pobres.

Justamente para que cada vez sea mayor el número de personas, de todas las edades, que rebata con hechos y argumentos el absurdo principio de la guerra justa que elimina a los más débiles, o en el mejor de los casos les esclaviza, es importante seguir evidenciando la impunidad, marchando por todo el país; es vital expresar cómo y porqué nos duele la muerte y la violencia, el sexismo y la discriminación, la homofobia y el racismo.

Porque todos esos odios sociales se basan en un solo principio: el de la subordinación de los más débiles ante los más fuertes. Mientras una parte de la sociedad avale la estrategia de mantener al país como fábrica de esclavos del poder, será muy difícil lograr cambios de fondo en México.

La única manera de fortalecernos, a pesar de que nos descalifiquen, persigan o amenacen, es rechazando esa visión aristotélica, a pesar de aquellos que desde la política, los medios o cualquier otro poder, fáctico o criminal nos demuestren que sigue vigente.

Así, aunque la evidencia muestre que la injusticia y la impunidad son la regla, creando excepciones podemos desmontar el principio de la esclavitud, intelectual, jurídica, de género o social. Poco a poco, a sumar, como dice el maestro Eduardo Galeano, arrejuntando el alma cada vez. Por eso ni perdón ni olvido, sino justicia, hoy y siempre.

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