Royale, el bosque y las ramas
lunes 29 de agosto de 2011
Eduardo Ibarra Aguirre (FORUMENLINEA)
Nadie puede sustraerse a la condena de la matanza del casino Royale, mas los adjetivos por grandilocuentes que sean obstruyen las posibilidades de realizar lecturas que permitan el acercamiento a las raíces de una escalada de violencia criminal que no muestra tener fin a la vista, aunque los autores intelectuales y materiales de la guerra, que ahora denominan lucha previendo consecuencias judiciales posteriores al 1 de diciembre de 2012, aseguren y hasta juren lo contrario.
Que el grupo gobernante privilegie las adjetivaciones, como lo mostró Alejandro Poiré en un desbordado papel de propagandista, pareciera obedecer a las políticas defensivas de una impugnada estrategia militar y policiaca –como lo muestra la reciente encuesta de la Universidad Nacional-- y que no logra ocultar su manufactura estadunidense, pero también sellada por necesidades políticas coyunturales de un presidente que, en la víspera de comenzar el último año de su administración, no logra superar la ilegitimidad de origen, raíz de buena parte de los crecientes problemas de gobernabilidad.
Si los ditirámbicos anuncios de Felipe Calderón en las pantallas del duopolio de la televisión se correspondieran con la consternación que lo llevó a decretar tres días de duelo nacional, duelo que es permanente para millones de ciudadanos –muertos, heridos, huérfanos, desplazados y expoliados por las bandas criminales--, los reeditaría para omitir esa sonrisa desafortunada con la que anuncia los logros de su gobierno, que buena parte de la ciudadanía no los percibe porque no los vive.
El pasado lunes, horas después de la balacera afuera del estadio del Santos, en Torreón, Coahuila, Calderón pronunció esta frase: “… algo muy bonito, pero también muy curioso (sic), que ese fenómeno de que 35 millones de mexicanos vayan a clases en paz, diariamente, uno de cada tres mexicanos esté en un aula, es realmente una expresión de fortaleza del país”; y al día siguiente los padres de familia de Veracruz y Boca del Río corren a las escuelas a retirar a sus hijos, víctimas del miedo por las advertencias que circularon en las redes sociales.
Importa subrayar lo anterior, porque aparece como un reto al discurso presidencial, es la confirmación de que se entró en la lógica de la confrontación entre Los Pinos y los corporativos criminales, donde éstos someten a los juicios oficiales a la prueba del ácido.
Y al día siguiente la bestialidad irrumpe en casino Royale, en una ciudad nombrada “Las Vegas de México”, gracias a los permisos brindados discrecionalmente en el “sexenio del cambio” –el de Vicente Fox y Martha Sahagún--, a los amigos, camaradas de partido y socios, y donde el lavado de dinero es práctica ordinaria. Pero juran que están en “lucha contra el narcotráfico”.
Está muy bien que el titular del Ejecutivo emplace a la Casa Blanca y al Congreso estadunidenses por su responsabilidad directa, original, en el baño de sangre que padece México. Pero es una lástima que lo haga cuando la estrategia guerrerista fracasó –aunque gracias a ella se encumbró en el poder– y el tiempo se le acaba.
“Más vale un año de rey que toda la vida de buey”, reza una de las máximas del crimen organizado, que emplea a más de 600 mil mexicanos dispuestos a todo por antiético, inmoral y anticristiano que sea.
Pero no fue el crimen organizado el que educó a las bestias decididas al triunfo al costo de lo que sea. Succionaron valores, enseñanzas y principios en la escuela pública y privada, en las alienantes televisoras del duopolio, en el ejemplo de los gobernantes enriquecidos cada sexenio, en las iglesias que privilegian los servicios al poder, en el capitalismo de compadres que rinde culto al individualismo a ultranza…
Fuente
Eduardo Ibarra Aguirre (FORUMENLINEA)
Nadie puede sustraerse a la condena de la matanza del casino Royale, mas los adjetivos por grandilocuentes que sean obstruyen las posibilidades de realizar lecturas que permitan el acercamiento a las raíces de una escalada de violencia criminal que no muestra tener fin a la vista, aunque los autores intelectuales y materiales de la guerra, que ahora denominan lucha previendo consecuencias judiciales posteriores al 1 de diciembre de 2012, aseguren y hasta juren lo contrario.
Que el grupo gobernante privilegie las adjetivaciones, como lo mostró Alejandro Poiré en un desbordado papel de propagandista, pareciera obedecer a las políticas defensivas de una impugnada estrategia militar y policiaca –como lo muestra la reciente encuesta de la Universidad Nacional-- y que no logra ocultar su manufactura estadunidense, pero también sellada por necesidades políticas coyunturales de un presidente que, en la víspera de comenzar el último año de su administración, no logra superar la ilegitimidad de origen, raíz de buena parte de los crecientes problemas de gobernabilidad.
Si los ditirámbicos anuncios de Felipe Calderón en las pantallas del duopolio de la televisión se correspondieran con la consternación que lo llevó a decretar tres días de duelo nacional, duelo que es permanente para millones de ciudadanos –muertos, heridos, huérfanos, desplazados y expoliados por las bandas criminales--, los reeditaría para omitir esa sonrisa desafortunada con la que anuncia los logros de su gobierno, que buena parte de la ciudadanía no los percibe porque no los vive.
El pasado lunes, horas después de la balacera afuera del estadio del Santos, en Torreón, Coahuila, Calderón pronunció esta frase: “… algo muy bonito, pero también muy curioso (sic), que ese fenómeno de que 35 millones de mexicanos vayan a clases en paz, diariamente, uno de cada tres mexicanos esté en un aula, es realmente una expresión de fortaleza del país”; y al día siguiente los padres de familia de Veracruz y Boca del Río corren a las escuelas a retirar a sus hijos, víctimas del miedo por las advertencias que circularon en las redes sociales.
Importa subrayar lo anterior, porque aparece como un reto al discurso presidencial, es la confirmación de que se entró en la lógica de la confrontación entre Los Pinos y los corporativos criminales, donde éstos someten a los juicios oficiales a la prueba del ácido.
Y al día siguiente la bestialidad irrumpe en casino Royale, en una ciudad nombrada “Las Vegas de México”, gracias a los permisos brindados discrecionalmente en el “sexenio del cambio” –el de Vicente Fox y Martha Sahagún--, a los amigos, camaradas de partido y socios, y donde el lavado de dinero es práctica ordinaria. Pero juran que están en “lucha contra el narcotráfico”.
Está muy bien que el titular del Ejecutivo emplace a la Casa Blanca y al Congreso estadunidenses por su responsabilidad directa, original, en el baño de sangre que padece México. Pero es una lástima que lo haga cuando la estrategia guerrerista fracasó –aunque gracias a ella se encumbró en el poder– y el tiempo se le acaba.
“Más vale un año de rey que toda la vida de buey”, reza una de las máximas del crimen organizado, que emplea a más de 600 mil mexicanos dispuestos a todo por antiético, inmoral y anticristiano que sea.
Pero no fue el crimen organizado el que educó a las bestias decididas al triunfo al costo de lo que sea. Succionaron valores, enseñanzas y principios en la escuela pública y privada, en las alienantes televisoras del duopolio, en el ejemplo de los gobernantes enriquecidos cada sexenio, en las iglesias que privilegian los servicios al poder, en el capitalismo de compadres que rinde culto al individualismo a ultranza…
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