Atenas en Halloween
TRIBUNA: La crisis del euro - Impacto en el sector financiero JUAN IGNACIO CRESPO
JUAN IGNACIO CRESPO 02/11/2011
Algo raro tiene la UE que, cuando pasa por las dificultades más agudas, alguno de sus países miembros convoca un referéndum que las agudiza más aún. Y, también, que a muchos de los países que a ella se incorporan, a veces tras larga espera, le entran unas ganas incontenibles de abandonarla. Esto último le pasó a Reino Unido que, tras superar 12 años de espera y dos vetos del general De Gaulle, estaba cuestionándose en referéndum su permanencia apenas dos años y medio más tarde. También François Mitterrand en 1992 hizo su propio triple salto mortal, convocando un referéndum para aprobar el Tratado de Maastritch en plena crisis del Sistema Monetario Europeo (antecesor del euro) provocada por la negativa, también en referéndum, de los daneses a ratificarlo. Mitterrand consiguió un apoyo tan ajustado que fue conocido como "le petit oui" o pequeño sí. Entretanto los mercados habían pasado un verano totalmente inestable que acabó con la salida de la libra esterlina y la lira italiana del SME y a punto estuvo de acabar con él.
¿Ganará Papandreu este referéndum? O casi mejor: en realidad ¿quiere ganarlo? Sus reticencias al acuerdo de la semana pasada no hicieron sospechar de sus intenciones: forman parte de esos comportamientos algo forzados que solo se sabe interpretar retrospectivamente. Aunque, si se piensa en lo que salió del acuerdo, quizás haya una gran jugada política detrás de todo ello. Y mucho, mucho agotamiento.
¿Por qué? Aunque el acuerdo parecía muy generoso con Grecia (una quita del 50% de su deuda) y aunque los bancos acreedores llegaran a firmarlo "voluntariamente" en un porcentaje significativo como para no declarar la mora o default de Grecia, dejaba a esta en una situación de práctica quiebra a plazo fijo: en el año 2020 tendría aún una deuda sobre PIB del 120% o, lo que es lo mismo, el porcentaje de endeudamiento que ahora tiene la baqueteada Italia. Visto desde hoy, y aunque los cálculos hechos a nueve años vista es muy probable que resulten erróneos, la perspectiva para Grecia sigue siendo muy deprimente. De ahí la tentación de, por una parte, amarrar bien todos los extremos del apoyo político interno y, por otra, de intentar reducir la carga financiera en una negociación cada vez menos amable con los socios europeos y la banca acreedora.
También está detrás la tentación de salirse del euro, siempre presente. Al fin y al cabo no son pocos los que jalean a Grecia y la animan a seguir ese camino. ¿Acaso no decidió Islandia dejar de pagar a sus bancos? Y ahí están. Quienes así opinan se olvidan de que se dejó de pagar a ahorradores europeos que depositaron su dinero en bancos islandeses. Y se olvidan de que Islandia pasó en el proceso de tener una tasa de paro del 0,8% a tenerla del 9,26% y ahora en 6,6% (Grecia ha pasado en estos tres últimos años del 6,5% al 16,5%). Lo que prueba que no hay atajos y que lo que se expulsa por la puerta se termina colando por la ventana. Pero la salida del euro complicaría mucho más la situación: multiplicaría por un factor aún desconocido la deuda denominada en la nueva moneda y provocaría un pánico bancario previo para retirar los depósitos de los bancos antes de que los saldos en una moneda fuerte se conviertan a otra moneda devaluada.
Grecia no puede pagar de ninguna de las maneras. Mejor que el BCE monetice una gran parte de su deuda, antes de que sea tarde. El gesto de Papandreu, entre la desesperación, el capricho y el cálculo político, recuerda cuando Perseo se cubría la cabeza con un yelmo de niebla para perseguir a los monstruos. Y los monstruos han salido ya todos a pasear. La misma noche de Halloween.
Juan Ignacio Crespo es analista financiero.
Fuente
JUAN IGNACIO CRESPO 02/11/2011
Algo raro tiene la UE que, cuando pasa por las dificultades más agudas, alguno de sus países miembros convoca un referéndum que las agudiza más aún. Y, también, que a muchos de los países que a ella se incorporan, a veces tras larga espera, le entran unas ganas incontenibles de abandonarla. Esto último le pasó a Reino Unido que, tras superar 12 años de espera y dos vetos del general De Gaulle, estaba cuestionándose en referéndum su permanencia apenas dos años y medio más tarde. También François Mitterrand en 1992 hizo su propio triple salto mortal, convocando un referéndum para aprobar el Tratado de Maastritch en plena crisis del Sistema Monetario Europeo (antecesor del euro) provocada por la negativa, también en referéndum, de los daneses a ratificarlo. Mitterrand consiguió un apoyo tan ajustado que fue conocido como "le petit oui" o pequeño sí. Entretanto los mercados habían pasado un verano totalmente inestable que acabó con la salida de la libra esterlina y la lira italiana del SME y a punto estuvo de acabar con él.
¿Ganará Papandreu este referéndum? O casi mejor: en realidad ¿quiere ganarlo? Sus reticencias al acuerdo de la semana pasada no hicieron sospechar de sus intenciones: forman parte de esos comportamientos algo forzados que solo se sabe interpretar retrospectivamente. Aunque, si se piensa en lo que salió del acuerdo, quizás haya una gran jugada política detrás de todo ello. Y mucho, mucho agotamiento.
¿Por qué? Aunque el acuerdo parecía muy generoso con Grecia (una quita del 50% de su deuda) y aunque los bancos acreedores llegaran a firmarlo "voluntariamente" en un porcentaje significativo como para no declarar la mora o default de Grecia, dejaba a esta en una situación de práctica quiebra a plazo fijo: en el año 2020 tendría aún una deuda sobre PIB del 120% o, lo que es lo mismo, el porcentaje de endeudamiento que ahora tiene la baqueteada Italia. Visto desde hoy, y aunque los cálculos hechos a nueve años vista es muy probable que resulten erróneos, la perspectiva para Grecia sigue siendo muy deprimente. De ahí la tentación de, por una parte, amarrar bien todos los extremos del apoyo político interno y, por otra, de intentar reducir la carga financiera en una negociación cada vez menos amable con los socios europeos y la banca acreedora.
También está detrás la tentación de salirse del euro, siempre presente. Al fin y al cabo no son pocos los que jalean a Grecia y la animan a seguir ese camino. ¿Acaso no decidió Islandia dejar de pagar a sus bancos? Y ahí están. Quienes así opinan se olvidan de que se dejó de pagar a ahorradores europeos que depositaron su dinero en bancos islandeses. Y se olvidan de que Islandia pasó en el proceso de tener una tasa de paro del 0,8% a tenerla del 9,26% y ahora en 6,6% (Grecia ha pasado en estos tres últimos años del 6,5% al 16,5%). Lo que prueba que no hay atajos y que lo que se expulsa por la puerta se termina colando por la ventana. Pero la salida del euro complicaría mucho más la situación: multiplicaría por un factor aún desconocido la deuda denominada en la nueva moneda y provocaría un pánico bancario previo para retirar los depósitos de los bancos antes de que los saldos en una moneda fuerte se conviertan a otra moneda devaluada.
Grecia no puede pagar de ninguna de las maneras. Mejor que el BCE monetice una gran parte de su deuda, antes de que sea tarde. El gesto de Papandreu, entre la desesperación, el capricho y el cálculo político, recuerda cuando Perseo se cubría la cabeza con un yelmo de niebla para perseguir a los monstruos. Y los monstruos han salido ya todos a pasear. La misma noche de Halloween.
Juan Ignacio Crespo es analista financiero.
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