Obsolescencia programada, deliberado acto de diseñar productos que fallen pronto, incrementar el desperdicio y destruir y envenenar el medio ambiente
miércoles 2 de noviembre de 2011
Adán Salgado Andrade (especial para ARGENPRESS.info)
Hace poco, presencié un estupendo documental español llamado “Comprar, tirar, comprar”, producido en el 2010. Comienza el documento fílmico con un hombre que llega a su casa, prende su computadora, y se dispone a imprimir su trabajo, pero a la tercera copia, aparece en la pantalla un mensaje avisando que la impresora presenta un problema en sus partes internas, no puede seguir funcionando, y se debe de recurrir al servicio técnico para su reparación. Eso es algo con que muchos de nosotros nos enfrentamos frecuentemente. En el documental, el hombre acude a varios centros de ventas y servicio y en todos le sugieren que le sale más barato comprar una nueva impresora, a que reparar la vieja.
Y eso es por lo que también se opta aquí, en México, a pesar de contar con un menor ingreso por habitante que en España o en cualquier otro país de los llamados “ricos” (que ahora, con la brutal hecatombe económica que enfrentamos, esa acepción queda muy en duda, con países, como los mismos EU, de plano quebrados). Esto responde simplemente a la actual tendencia que en todo el mundo ha impuesto el capitalismo salvaje de emplear técnicas que nos lleven a consumir, si no compulsivamente, sí a hacerlo porque se deba de reponer un producto que inesperadamente falla, como es el caso de la impresora.
Y partiendo de la historia del hombre al que le falló su impresora y la alternativa que él prefiere, en lugar de cambiarla (que es finalmente buscar en la red un programa que la desbloquee), es que el documental refiere un infame recurso tecnológico, ya hace años implementado por el capitalismo, que es el de la llamada obsolescencia programada.
Sí, la obsolescencia programada es sencillamente el empleo de la tecnología para deliberadamente diseñar tanto los materiales de los que están hechos los productos que se fabrican, así como a éstos mismos, para que en un tiempo breve (a veces incluso semanas), fallen y dependiendo del precio que hayamos pagado por ellos, que se deban reparar, cambiando algunas piezas o, lo más extremo (muchas veces la única solución), reemplazarlos completamente por otro nuevo.
Esa situación, diseñar los productos para que a propósito fallen, se dio como “solución”, en vista de que durante los albores del siglo veinte, muchas cosas se fabricaban para que duraran digamos que para siempre. En el documental, por ejemplo, se muestra un foco que está en una estación de bomberos en EU y que lleva más de cien años prendido y aún no tiene para cuándo se funda. Esa situación fue la causante, según las corporaciones de la época, de la igualmente brutal crisis de 1929, que sencillamente fue una de tantas crisis que la absurda sobreproducción capitalista constantemente crea. Esta tendencia, la de producir más de lo que la sociedad en conjunto puede consumir, si no va acompañada de mecanismos que realmente logren que dicha sociedad se vuelque al consumo, es, en efecto, la base de las constantes crisis económicas, como precisamente imaginaron los industriales de la época.
Por tanto, crear una estrategia que aliente el consumo frecuente que, digamos, equilibre de alguna manera a la anárquica sobreproducción, es siempre bienvenida.
Justamente hacia 1932, cuando aún no se recuperaba la economía mundial del crack bursátil de 1929, Bernard London, un mercenario del capitalismo, escribió un trabajo titulado “Terminar con la depresión mediante la obsolescencia programada”, una especie de libelo en el cual argüía que mientras la economía estaba quebrada, los almacenes y fábricas estaban llenos de mercancías, y que sólo se requería de la “voluntad” del gobierno para que comenzaran a venderse y a usarse y que así se reactivaría la economía y se “terminaría” con la crisis. Planteaba London que cuando en los viejos tiempos, principios del siglo veinte, los estadounidenses no esperaban a que las cosas dejaran de funcionar para deshacerse de ellas, durante la depresión las usaban hasta que realmente dejaran de funcionar, por lo que proponía, muy dictatorialmente que el “gobierno habría de asignar un periodo de tiempo a zapatos, máquinas y casas, a todos los productos manufacturados, mineros y agrícolas, desde la primera vez que se hicieran, y se venderían y usarían sólo dentro de dicho plazo de existencia, que el consumidor conocería de antemano. Después de que el periodo de vida expirara, todas esas cosas estarían legalmente muertas y serían recolectadas forzosamente por la estricta agencia que el gobierno hubiera asignado para tal tarea y destruidas si existiera desempleo generalizado. Nuevos productos estarían saliendo masivamente de las fábricas hacia los mercados para llenar el espacio de los obsoletos y los motores de la industria seguirían funcionando, el empleo regularizado y asegurado para todas las masas trabajadoras”. Como se ve, esta draconiana especie de “mundo feliz” para el capitalismo era, sin duda, una irresponsable declaración, pero a pesar de ello, la industria, es decir, las corporaciones, se la tomaron tan en serio, que a partir de entonces, con mucho más ahínco, se dedicaron los departamentos de diseño de las distintas empresas y firmas manufactureras a implementar una forma de que, en efecto, la ley London se aplicara en la práctica, desde luego que quitando el enfoque dictatorial y apelando, simplemente, al desgaste inducido de los materiales empleados y las piezas de las que constaban los distintos productos vendidos.
Sin embargo, eso se ha logrado desde entonces de distintas maneras, no sólo haciendo que a propósito fallen las cosas, sino induciendo otro tipo de factores, como los psicológicos, muy efectivos, por cierto, pues mediante estrategias mercadotécnicas, que involucran el estatus, así como la categoría y, sobre todo, “estar a la moda”, a la gente se le induce que debe de cambiar constantemente sus cosas, como autos, aparatos electrónicos (celulares, computadoras, dvd’s, etc.), ropa… lo que sea, pues el no hacerlo, implica el riesgo de quedar como una especie de inadaptado social, de renegado del consumo, con lo que la sociedad estigmatizará a ese sujeto, dándole la penosa categoría de paria, de perdedor, incapaz de cumplir con los estándares impuestos.
Puede resultar absurdo, pero ha resultado el factor psicológico tan efectivo para cumplir con la ley de la obsolescencia programada, que la gente olvida o pasa por alto la función primaria que tiene un producto al ser adquirido. Por ejemplo, uno de los directores de la empresa automotriz General Motors, Alfred P. Sloan, declaró ya en 1941, acerca de los autos que la empresa fabricaba que “Hoy en día, la apariencia de un automóvil es uno de los aspectos más importantes al ser vendidos, quizá el más importante, pues todo mundo da por sentado que ese auto funcionará”. Y, en efecto, basta ver que desde entonces, los autos se venden por su apariencia, por su diseño, que guste, resulte atractivo, agresivo, deportivo, rudo, femenino… según sea el gusto del consumidor. Por esa razón, las firmas automotrices cuentan con varios modelos, los cuales apelan al gusto de los compradores para ser ofrecidos, y lo de menos son sus especificaciones técnicas, que digamos que sí importan, pero una vez que logran “enamorar” al potencial comprador. Entonces, ya luego se le informa, como algo adicional al diseño, por ejemplo, el “potente motor con que cuenta, sus seguros frenos, su equipo deportivo, su economía en el combustible…”, lo que sea, que ya se presenta, como dije, adicional al enamorador diseño.
Eso sucede también, por ejemplo, con otros productos, tales como los teléfonos celulares, los que, es lo de menos, se da por sentado, sirven para hablar, eso ya no es lo importante entre los consumidores, sino que estén equipados con cámara, juegos, Internet o modem para conectarse al facebook… se usan muchos ya incluso como pequeñas computadoras más que, propiamente, como teléfonos para llamar.
Y así, se podrían citar tantos ejemplos en donde, gracias a la manipulación psicológica mencionada antes, se logra que los productos no sólo pasen de moda, sino que vayan evolucionando sus características.
Y no deja de acompañarse, por supuesto, lo psicológico, con la limitada durabilidad de los productos, que muchos de plano llegan al nivel de ser simples baratijas que, cínicamente, se reconoce que se descompondrán muy pronto debido a eso, que son productos sumamente baratos que servirán para un muy limitado empleo (por ejemplo, los productos chinos, la mayoría son emblemáticos de dicha característica, tanto por los materiales empleados, así como por las partes que los forman. ¡Quien no ha experimentado enojo al usar un desarmador que se despunta al tratar de girar un tornillo medianamente apretado o una llave española que se rompe al primer intento de aflojar una tuerca! Hace poco adquirí una motobicicleta, ensamblada con un motor chino que, en menos de un año de uso esporádico, ¡ya comenzó a fallar!).
Varios supuestos “defectos de fabricación”, que han implicado graves peligros en autos, por ejemplo, se deben a que en el deliberado acto de hacerlos fallar en determinado tiempo, a los fabricantes se les ha, digamos, “pasado la mano”. Hace poco ciertos vehículos de Toyota tuvieron que ser llamados masivamente debido a que tenían un grave defecto en los sistemas de frenado, que ya había provocado incluso varios accidentes. En un foro sobre los famosos autos Jeep, un quejoso escribió: “Tengo un Jeep Wrangler Sahara 2008 y es un auto que me ha decepcionado bastante, pues con sólo tres años de uso, tiene un grave problema de $500 dólares, pues el módulo de control integral falló, el auto simplemente se rehusó a arrancar. Ha estado en la agencia durante una semana. Aparentemente esa pieza fue pobremente diseñada y necesita cambiarse toda la caja de fusibles por una nueva, con diferente y mejor diseño. He hablado con personal de Chrysler, el fabricante del auto, señalándoles que deben de hacer un llamado urgente a todos los propietarios del modelo, pero me han respondido que no hay demasiados dueños que se quejen de dicho problema, como para que se deba de hacer un llamado de emergencia. Sin embargo, mi parte para cambiar está en lista de espera y mi orden es ¡la número 220! Y para empeorar las cosas, me han dicho que ¡puede ser que pasen semanas o meses antes de que la pieza llegue! ¡Así que convoco a todos los propietarios de esos malos vehículos a que si tienen problemas similares, que se comuniquen con Chrysler e insistan en que se debe de hacer un llamado urgente a todos los dueños de ese modelo pero ya!”.
Como este testimonio hay miles, no sólo de autos, sino de productos tales como laptops. Existe varios foros en donde los dueños de laptops fabricadas por Apple que han resultado defectuosas, suben sus quejas acerca de las constantes fallas que esas computadoras tienen, desde calentarse demasiado y dejar de funcionar súbitamente, hasta pantallas que se apagan, circuitos que se funden, discos duros que fallan. En efecto, las prácticas de esa empresa, de fabricar casi la totalidad de sus productos fuera de EU, sobre todo en China, además de usar componentes mal diseñados o de material muy pobre, son parte de los problemas (sólo hay que ver por dentro una laptop o computadora de dicha marca, como he hecho algunas veces, y se ven partes, como cables, pegadas con simple tela adhesiva). Pero aquí también la empresa del ya fallecido Steve Jobs, es un buen ejemplo de cómo sus artículos son dignos representantes de la obsolescencia programada, ya que combinan, como dije, cuestionables diseños y pobres materiales con el manejo mercadotécnico, pues cada dos años, digamos, se lanza un upgrade, una versión “mejorada” del iPod, del iPhone, del iPad… y así, con tal de que los fans de dicha marca desechen la vieja versión, acudan en tropel a las tiendas y compren el artículo mejorado con tal de no quedarse atrás y estar up to date, es decir, a la vanguardia tecnológica (sin embargo, no siempre ha sucedido, pues hace unos días que fue presentado el nuevo iPhone, el iPhone 4, no resultó tan innovador entre los fans, pues además de costoso, tiene problemas técnicos, como la baja vida de la batería, no sirve para captar señales wifi, caros accesorios… incluso que el modelo anterior era mucho mejor en muchos aspectos. Algunos usuarios que han probado el nuevo celular, de plano declararon “no pierdan su tiempo y ni malgasten su dinero en adquirirlo”. También, es muy conocida la práctica de Apple de cerrar sus productos a adelantos tecnológicos y de software, con tal de evitar que sus gadgets digamos que se democraticen y hasta puedan abaratarse, como, por ejemplo, usar software libre, accesorios genéricos y así. Incluso, alguna vez la empresa pensó en no ofrecer baterías de reemplazo, con tal de que los consumidores de sus productos tuvieran que comprar uno nuevo forzosamente).
Una consecuencia de la obsolescencia programada, quizá la peor, es que tanto consumo compulsivo genera brutales cantidades de desechos cada año, sobre todo de productos electrónicos, lo que se ha dado en llamar “basura electrónica” (e-waste). Los países ricos, son los que más contribuyen a las montañas de cuanto producto obsoleto se va desechando. En enormes pilas se acumulan, muchos de ellos aún funcionando, y son irresponsablemente exportados a países pobres, de África o de Asia, por ejemplo, que son más vistos como tiraderos que, irónicamente, compran toda esa peligrosa basura (aunque algunos países suelen hacer donaciones, con tal de que se vea qué tan filantrópicos son, pero en realidad se deshacen de su chatarra electrónica). El argumento de los países exportadores es que son productos que pueden reciclarse, pero sólo una fracción de todos esos desechos, realmente funcionan, un 30%, cuando mucho. En el documental que comento antes, hay escenas de barcos con muchísimos contenedores que cargan exclusivamente tales desechos, y a la hora de descargarlos, se forman cerros y cerros de computadoras, laptops, celulares, impresoras, monitores…
Las empresas exportadoras, muy mañosamente, ponen los productos que aún funcionan al principio de los cargamentos, para que las compañías que los importan vean que todavía pueden usarse, pero luego ya viene realmente la chatarra. Así, los compradores adquieren todo por bulto, digamos, a precio de ganga, seleccionan lo mejor, que a su vez lo revenden, y que es de donde sacan su inversión y su ganancia, y ya lo peor lo venden más barato y así, eso va pasando de comprador a comprador, hasta que ya lo que realmente no puede repararse o que es inútil, la mayor parte, se tira.
En el sitio de la organización pbs.org/frontlineworld, se exhibe el video:
http://www.pbs.org/frontlineworld/stories/ghana804/video/video_index.html
que muestra las infames, brutales consecuencias que el desecho de la basura tecnológica está provocando en países muy pobres, como en este caso, Ghana, nación africana a donde llegan cada año miles de toneladas de tales desperdicios (de por sí que África, un pobre continente con vastos recursos, siempre se ha usado como el basurero mundial, a donde llegan todo tipo de desechos, de cosas que ya no sirven o ya no son permitidas en sus países de origen, como maquinaria, vehículos, ropa, medicina y alimentos caducos… y más desechos). Lo que ya no puede “reciclarse” se tira en lugares baldíos en donde niños y adolescentes acuden para recoger, apilar y quemar esa chatarra, cuyo contenido plástico genera densas y negras columnas de negro, venenosísimo humo, que van a dar a la ya muy contaminada atmósfera y, claro, a los pulmones de esos jovencitos, quienes ya apagadas las peligrosas fogatas, recogen los restos de alambres y de metales con magnetos, que van acumulando en cubetas, para luego venderlos y ganarse un miserable ingreso. Un chico que se acomide a acompañar a los reporteros, les enfatiza a que sientan cómo ya todo el tiradero huele permanentemente a plástico quemado y a otros incinerados desperdicios, siendo difícil respirar (lo peor es que ese tóxico humo y otros peligrosos desperdicios generados por la combustión, no se quedan sólo en Ghana, sería ingenuo pensar eso, sino que se esparcen por todo el planeta, siendo su efecto persistente y bioacumulativo en el ecosistema mundial, o sea, no se degradan y terminan integrándose a la cadena alimenticia).
Un reportero local, Mike Anane, ha estado haciendo reportajes sobre el problema que eso ha generado, pues con tristeza señala que esos tiraderos, cercanos a la laguna Korle – uno de los cuerpos de agua más contaminados del planeta –¬, eran antes sitios prístinos, con tierras fértiles y ríos limpios, en los que él, de niño, solía jugar pelota con sus amigos. Pero ahora se han transformado en infectos basureros, corrientes de aguas negras, contaminada atmósfera… los locales le llaman al sitio Sodoma y Gomorra, en clara alusión al apocalíptico fin del mundo.
“Es triste e irresponsable lo que países como EU, Inglaterra o Alemania, están haciendo aquí”, comenta, mientras muestra que uno de los monitores desechados pertenecía a una escuela elemental de Filadelfia. Ha estado tratando de reunir cuanta evidencia pueda, para tratar de demostrar el grave problema causado tanto a la salud de la población, así como al medio ambiente de su país – y de otros –, con tal de que se tomen medidas verdaderamente enérgicas para detener dicha situación.
China, muestra también ese excelente testimonio fílmico, es otro muy demandado sitio para exportar basura electrónica. Al puerto de Hong Kong, llegan a diario decenas de barcos con cientos de toneladas de esa basura, “importados legalmente”. Cerca de allí está la ciudad sureña de Guiyu, en donde al recorrerla, durante kilómetros y kilómetros, lo único que se ve es basura y más basura electrónica. El activista Jim Puckett es a quien se le acredita haber descubierto esta ruta del e-waste, que sigue floreciendo, debido a que es un excelente negocio, sobre todo porque pueden obtenerse materias primas para la industria electrónica china de forma mucho más barata. Claro, barata porque se gasta menos dinero, pero muy cara porque se daña irreversiblemente al medio ambiente y a la salud de los pobres chinos que se dedican a “reciclar” tan contaminantes, venenosos residuos. Declara Puckett en una parte del documental que “la primera vez que vine aquí, en 2001, esto estaba mal. ¡Ha ido de peor a verdaderamente horrible!
Realmente lo que está sucediendo aquí es más bien apocalíptico”.
Claro, si por apocalíptico, Puckett se refiere a que, en efecto, estamos preparando nuestro pronto exterminio, así es. Si ven el documental, se darán cuenta cómo las calles de Guiyu, las banquetas, las casas… todo está lleno de esa basura, y gente que está desarmando las viejas computadoras, las consolas de videojuegos, quebrando los monitores… para sacar los componentes electrónicos, como las tarjetas madres, los procesadores, los circuitos. Y luego, en una muestra del poco respeto que tienen los dueños de los locales en donde eso se recicla a la salud de sus necesitados trabajadores, se ve a pobres jóvenes mujeres “cocinando” todos esos componentes para que se funda todo el metal – oro y cobre, principalmente –, que contienen, teniendo que respirar el nocivo humo blanco que despide la fundición. Lo peor es que se hace en sitios cerrados, empeorando el daño a la salud de por sí provocado.
Un peligro adicional, se señala en el documental, que más tiene que ver con problemas de seguridad, que ambientales y de salud, es que mucha de la basura electrónica contiene discos duros, la mayoría de los cuales se desechan así, sin haberse borrado su información, y para los llamados cybercriminales eso es oro molido, ya que pueden enterarse de jugosos secretos de la gente o incluso de compañías, de sus estados financieros, de los códigos de sus tarjetas de crédito o débito, de su intimidad. De hecho, Ghana está clasificado como uno de los países en donde más ha florecido el cybercrimen. Pues cómo no, se puede concluir, con tantos millones de computadoras desechadas, sin el menor cuidado, cómo no habría de darse ese digamos “daño colateral”. Hay una escena en que se muestran archivos muy delicados de millonarias compras de armamento del gobierno a la empresa armamentista Northrop Grumman, que podrían haber provocado “serios problemas” al caer en “malas manos”. En ese mismo disco duro, había secretos de la N
ASA e incluso del Departamento de Seguridad Doméstica. Pues vaya que si son descuidados los estadounidenses, pero, dirán, pues algo hay que sacrificar, con tal de deshacernos de tanta chatarra que generamos, ¿no?
Y se muestran también los intentos digamos que responsables que se hacen en países como India, que también recibe desperdicios electrónicos, y está generando los suyos propios (debido a una incipiente clase media que se ha occidentalizado y ya está siendo dada también a tirar sus chatarra, al más puro estilo estadounidense).
Hay una planta que recicla el e-waste, esa sí, de manera responsable y tecnológica, y con el oro que obtiene, por ejemplo, hace relojes y joyería, a los que se etiqueta de ecológicos por estar hechos con materiales reciclados. Pero como se señala, ese es un muy limitado intento, porque cuesta mucho y es más barato hacerlo de forma irresponsable y dañina al medio ambiente y a la salud.
En efecto, la última escena muestra a un joven hindú, de 19 años de edad, que se ve mucho mayor, y que trabaja en un lugar precariamente construido, de piso de tierra y tabiques mal pegados y sin aplanar. Se le ve echando en barriles con ácido tabletas electrónicas para que se deshaga el plástico y obtener los pocos gramos de oro o cobre que contienen. Se le pregunta si no le hace daño estar respirando tanto tóxico humo. Y responde “sí, yo sé que estoy terminando aquí con mi vida, pero no tengo otra cosa qué hacer para ganarme un salario, y no deseo que mis hijos terminen con su propia vida, y por eso estoy aquí, matándome día a día”.
Sí, matándose día a día, como el capitalismo salvaje está matando al planeta y la humanidad entera a diario.
Fuente
Adán Salgado Andrade (especial para ARGENPRESS.info)
Hace poco, presencié un estupendo documental español llamado “Comprar, tirar, comprar”, producido en el 2010. Comienza el documento fílmico con un hombre que llega a su casa, prende su computadora, y se dispone a imprimir su trabajo, pero a la tercera copia, aparece en la pantalla un mensaje avisando que la impresora presenta un problema en sus partes internas, no puede seguir funcionando, y se debe de recurrir al servicio técnico para su reparación. Eso es algo con que muchos de nosotros nos enfrentamos frecuentemente. En el documental, el hombre acude a varios centros de ventas y servicio y en todos le sugieren que le sale más barato comprar una nueva impresora, a que reparar la vieja.
Y eso es por lo que también se opta aquí, en México, a pesar de contar con un menor ingreso por habitante que en España o en cualquier otro país de los llamados “ricos” (que ahora, con la brutal hecatombe económica que enfrentamos, esa acepción queda muy en duda, con países, como los mismos EU, de plano quebrados). Esto responde simplemente a la actual tendencia que en todo el mundo ha impuesto el capitalismo salvaje de emplear técnicas que nos lleven a consumir, si no compulsivamente, sí a hacerlo porque se deba de reponer un producto que inesperadamente falla, como es el caso de la impresora.
Y partiendo de la historia del hombre al que le falló su impresora y la alternativa que él prefiere, en lugar de cambiarla (que es finalmente buscar en la red un programa que la desbloquee), es que el documental refiere un infame recurso tecnológico, ya hace años implementado por el capitalismo, que es el de la llamada obsolescencia programada.
Sí, la obsolescencia programada es sencillamente el empleo de la tecnología para deliberadamente diseñar tanto los materiales de los que están hechos los productos que se fabrican, así como a éstos mismos, para que en un tiempo breve (a veces incluso semanas), fallen y dependiendo del precio que hayamos pagado por ellos, que se deban reparar, cambiando algunas piezas o, lo más extremo (muchas veces la única solución), reemplazarlos completamente por otro nuevo.
Esa situación, diseñar los productos para que a propósito fallen, se dio como “solución”, en vista de que durante los albores del siglo veinte, muchas cosas se fabricaban para que duraran digamos que para siempre. En el documental, por ejemplo, se muestra un foco que está en una estación de bomberos en EU y que lleva más de cien años prendido y aún no tiene para cuándo se funda. Esa situación fue la causante, según las corporaciones de la época, de la igualmente brutal crisis de 1929, que sencillamente fue una de tantas crisis que la absurda sobreproducción capitalista constantemente crea. Esta tendencia, la de producir más de lo que la sociedad en conjunto puede consumir, si no va acompañada de mecanismos que realmente logren que dicha sociedad se vuelque al consumo, es, en efecto, la base de las constantes crisis económicas, como precisamente imaginaron los industriales de la época.
Por tanto, crear una estrategia que aliente el consumo frecuente que, digamos, equilibre de alguna manera a la anárquica sobreproducción, es siempre bienvenida.
Justamente hacia 1932, cuando aún no se recuperaba la economía mundial del crack bursátil de 1929, Bernard London, un mercenario del capitalismo, escribió un trabajo titulado “Terminar con la depresión mediante la obsolescencia programada”, una especie de libelo en el cual argüía que mientras la economía estaba quebrada, los almacenes y fábricas estaban llenos de mercancías, y que sólo se requería de la “voluntad” del gobierno para que comenzaran a venderse y a usarse y que así se reactivaría la economía y se “terminaría” con la crisis. Planteaba London que cuando en los viejos tiempos, principios del siglo veinte, los estadounidenses no esperaban a que las cosas dejaran de funcionar para deshacerse de ellas, durante la depresión las usaban hasta que realmente dejaran de funcionar, por lo que proponía, muy dictatorialmente que el “gobierno habría de asignar un periodo de tiempo a zapatos, máquinas y casas, a todos los productos manufacturados, mineros y agrícolas, desde la primera vez que se hicieran, y se venderían y usarían sólo dentro de dicho plazo de existencia, que el consumidor conocería de antemano. Después de que el periodo de vida expirara, todas esas cosas estarían legalmente muertas y serían recolectadas forzosamente por la estricta agencia que el gobierno hubiera asignado para tal tarea y destruidas si existiera desempleo generalizado. Nuevos productos estarían saliendo masivamente de las fábricas hacia los mercados para llenar el espacio de los obsoletos y los motores de la industria seguirían funcionando, el empleo regularizado y asegurado para todas las masas trabajadoras”. Como se ve, esta draconiana especie de “mundo feliz” para el capitalismo era, sin duda, una irresponsable declaración, pero a pesar de ello, la industria, es decir, las corporaciones, se la tomaron tan en serio, que a partir de entonces, con mucho más ahínco, se dedicaron los departamentos de diseño de las distintas empresas y firmas manufactureras a implementar una forma de que, en efecto, la ley London se aplicara en la práctica, desde luego que quitando el enfoque dictatorial y apelando, simplemente, al desgaste inducido de los materiales empleados y las piezas de las que constaban los distintos productos vendidos.
Sin embargo, eso se ha logrado desde entonces de distintas maneras, no sólo haciendo que a propósito fallen las cosas, sino induciendo otro tipo de factores, como los psicológicos, muy efectivos, por cierto, pues mediante estrategias mercadotécnicas, que involucran el estatus, así como la categoría y, sobre todo, “estar a la moda”, a la gente se le induce que debe de cambiar constantemente sus cosas, como autos, aparatos electrónicos (celulares, computadoras, dvd’s, etc.), ropa… lo que sea, pues el no hacerlo, implica el riesgo de quedar como una especie de inadaptado social, de renegado del consumo, con lo que la sociedad estigmatizará a ese sujeto, dándole la penosa categoría de paria, de perdedor, incapaz de cumplir con los estándares impuestos.
Puede resultar absurdo, pero ha resultado el factor psicológico tan efectivo para cumplir con la ley de la obsolescencia programada, que la gente olvida o pasa por alto la función primaria que tiene un producto al ser adquirido. Por ejemplo, uno de los directores de la empresa automotriz General Motors, Alfred P. Sloan, declaró ya en 1941, acerca de los autos que la empresa fabricaba que “Hoy en día, la apariencia de un automóvil es uno de los aspectos más importantes al ser vendidos, quizá el más importante, pues todo mundo da por sentado que ese auto funcionará”. Y, en efecto, basta ver que desde entonces, los autos se venden por su apariencia, por su diseño, que guste, resulte atractivo, agresivo, deportivo, rudo, femenino… según sea el gusto del consumidor. Por esa razón, las firmas automotrices cuentan con varios modelos, los cuales apelan al gusto de los compradores para ser ofrecidos, y lo de menos son sus especificaciones técnicas, que digamos que sí importan, pero una vez que logran “enamorar” al potencial comprador. Entonces, ya luego se le informa, como algo adicional al diseño, por ejemplo, el “potente motor con que cuenta, sus seguros frenos, su equipo deportivo, su economía en el combustible…”, lo que sea, que ya se presenta, como dije, adicional al enamorador diseño.
Eso sucede también, por ejemplo, con otros productos, tales como los teléfonos celulares, los que, es lo de menos, se da por sentado, sirven para hablar, eso ya no es lo importante entre los consumidores, sino que estén equipados con cámara, juegos, Internet o modem para conectarse al facebook… se usan muchos ya incluso como pequeñas computadoras más que, propiamente, como teléfonos para llamar.
Y así, se podrían citar tantos ejemplos en donde, gracias a la manipulación psicológica mencionada antes, se logra que los productos no sólo pasen de moda, sino que vayan evolucionando sus características.
Y no deja de acompañarse, por supuesto, lo psicológico, con la limitada durabilidad de los productos, que muchos de plano llegan al nivel de ser simples baratijas que, cínicamente, se reconoce que se descompondrán muy pronto debido a eso, que son productos sumamente baratos que servirán para un muy limitado empleo (por ejemplo, los productos chinos, la mayoría son emblemáticos de dicha característica, tanto por los materiales empleados, así como por las partes que los forman. ¡Quien no ha experimentado enojo al usar un desarmador que se despunta al tratar de girar un tornillo medianamente apretado o una llave española que se rompe al primer intento de aflojar una tuerca! Hace poco adquirí una motobicicleta, ensamblada con un motor chino que, en menos de un año de uso esporádico, ¡ya comenzó a fallar!).
Varios supuestos “defectos de fabricación”, que han implicado graves peligros en autos, por ejemplo, se deben a que en el deliberado acto de hacerlos fallar en determinado tiempo, a los fabricantes se les ha, digamos, “pasado la mano”. Hace poco ciertos vehículos de Toyota tuvieron que ser llamados masivamente debido a que tenían un grave defecto en los sistemas de frenado, que ya había provocado incluso varios accidentes. En un foro sobre los famosos autos Jeep, un quejoso escribió: “Tengo un Jeep Wrangler Sahara 2008 y es un auto que me ha decepcionado bastante, pues con sólo tres años de uso, tiene un grave problema de $500 dólares, pues el módulo de control integral falló, el auto simplemente se rehusó a arrancar. Ha estado en la agencia durante una semana. Aparentemente esa pieza fue pobremente diseñada y necesita cambiarse toda la caja de fusibles por una nueva, con diferente y mejor diseño. He hablado con personal de Chrysler, el fabricante del auto, señalándoles que deben de hacer un llamado urgente a todos los propietarios del modelo, pero me han respondido que no hay demasiados dueños que se quejen de dicho problema, como para que se deba de hacer un llamado de emergencia. Sin embargo, mi parte para cambiar está en lista de espera y mi orden es ¡la número 220! Y para empeorar las cosas, me han dicho que ¡puede ser que pasen semanas o meses antes de que la pieza llegue! ¡Así que convoco a todos los propietarios de esos malos vehículos a que si tienen problemas similares, que se comuniquen con Chrysler e insistan en que se debe de hacer un llamado urgente a todos los dueños de ese modelo pero ya!”.
Como este testimonio hay miles, no sólo de autos, sino de productos tales como laptops. Existe varios foros en donde los dueños de laptops fabricadas por Apple que han resultado defectuosas, suben sus quejas acerca de las constantes fallas que esas computadoras tienen, desde calentarse demasiado y dejar de funcionar súbitamente, hasta pantallas que se apagan, circuitos que se funden, discos duros que fallan. En efecto, las prácticas de esa empresa, de fabricar casi la totalidad de sus productos fuera de EU, sobre todo en China, además de usar componentes mal diseñados o de material muy pobre, son parte de los problemas (sólo hay que ver por dentro una laptop o computadora de dicha marca, como he hecho algunas veces, y se ven partes, como cables, pegadas con simple tela adhesiva). Pero aquí también la empresa del ya fallecido Steve Jobs, es un buen ejemplo de cómo sus artículos son dignos representantes de la obsolescencia programada, ya que combinan, como dije, cuestionables diseños y pobres materiales con el manejo mercadotécnico, pues cada dos años, digamos, se lanza un upgrade, una versión “mejorada” del iPod, del iPhone, del iPad… y así, con tal de que los fans de dicha marca desechen la vieja versión, acudan en tropel a las tiendas y compren el artículo mejorado con tal de no quedarse atrás y estar up to date, es decir, a la vanguardia tecnológica (sin embargo, no siempre ha sucedido, pues hace unos días que fue presentado el nuevo iPhone, el iPhone 4, no resultó tan innovador entre los fans, pues además de costoso, tiene problemas técnicos, como la baja vida de la batería, no sirve para captar señales wifi, caros accesorios… incluso que el modelo anterior era mucho mejor en muchos aspectos. Algunos usuarios que han probado el nuevo celular, de plano declararon “no pierdan su tiempo y ni malgasten su dinero en adquirirlo”. También, es muy conocida la práctica de Apple de cerrar sus productos a adelantos tecnológicos y de software, con tal de evitar que sus gadgets digamos que se democraticen y hasta puedan abaratarse, como, por ejemplo, usar software libre, accesorios genéricos y así. Incluso, alguna vez la empresa pensó en no ofrecer baterías de reemplazo, con tal de que los consumidores de sus productos tuvieran que comprar uno nuevo forzosamente).
Una consecuencia de la obsolescencia programada, quizá la peor, es que tanto consumo compulsivo genera brutales cantidades de desechos cada año, sobre todo de productos electrónicos, lo que se ha dado en llamar “basura electrónica” (e-waste). Los países ricos, son los que más contribuyen a las montañas de cuanto producto obsoleto se va desechando. En enormes pilas se acumulan, muchos de ellos aún funcionando, y son irresponsablemente exportados a países pobres, de África o de Asia, por ejemplo, que son más vistos como tiraderos que, irónicamente, compran toda esa peligrosa basura (aunque algunos países suelen hacer donaciones, con tal de que se vea qué tan filantrópicos son, pero en realidad se deshacen de su chatarra electrónica). El argumento de los países exportadores es que son productos que pueden reciclarse, pero sólo una fracción de todos esos desechos, realmente funcionan, un 30%, cuando mucho. En el documental que comento antes, hay escenas de barcos con muchísimos contenedores que cargan exclusivamente tales desechos, y a la hora de descargarlos, se forman cerros y cerros de computadoras, laptops, celulares, impresoras, monitores…
Las empresas exportadoras, muy mañosamente, ponen los productos que aún funcionan al principio de los cargamentos, para que las compañías que los importan vean que todavía pueden usarse, pero luego ya viene realmente la chatarra. Así, los compradores adquieren todo por bulto, digamos, a precio de ganga, seleccionan lo mejor, que a su vez lo revenden, y que es de donde sacan su inversión y su ganancia, y ya lo peor lo venden más barato y así, eso va pasando de comprador a comprador, hasta que ya lo que realmente no puede repararse o que es inútil, la mayor parte, se tira.
En el sitio de la organización pbs.org/frontlineworld, se exhibe el video:
http://www.pbs.org/frontlineworld/stories/ghana804/video/video_index.html
que muestra las infames, brutales consecuencias que el desecho de la basura tecnológica está provocando en países muy pobres, como en este caso, Ghana, nación africana a donde llegan cada año miles de toneladas de tales desperdicios (de por sí que África, un pobre continente con vastos recursos, siempre se ha usado como el basurero mundial, a donde llegan todo tipo de desechos, de cosas que ya no sirven o ya no son permitidas en sus países de origen, como maquinaria, vehículos, ropa, medicina y alimentos caducos… y más desechos). Lo que ya no puede “reciclarse” se tira en lugares baldíos en donde niños y adolescentes acuden para recoger, apilar y quemar esa chatarra, cuyo contenido plástico genera densas y negras columnas de negro, venenosísimo humo, que van a dar a la ya muy contaminada atmósfera y, claro, a los pulmones de esos jovencitos, quienes ya apagadas las peligrosas fogatas, recogen los restos de alambres y de metales con magnetos, que van acumulando en cubetas, para luego venderlos y ganarse un miserable ingreso. Un chico que se acomide a acompañar a los reporteros, les enfatiza a que sientan cómo ya todo el tiradero huele permanentemente a plástico quemado y a otros incinerados desperdicios, siendo difícil respirar (lo peor es que ese tóxico humo y otros peligrosos desperdicios generados por la combustión, no se quedan sólo en Ghana, sería ingenuo pensar eso, sino que se esparcen por todo el planeta, siendo su efecto persistente y bioacumulativo en el ecosistema mundial, o sea, no se degradan y terminan integrándose a la cadena alimenticia).
Un reportero local, Mike Anane, ha estado haciendo reportajes sobre el problema que eso ha generado, pues con tristeza señala que esos tiraderos, cercanos a la laguna Korle – uno de los cuerpos de agua más contaminados del planeta –¬, eran antes sitios prístinos, con tierras fértiles y ríos limpios, en los que él, de niño, solía jugar pelota con sus amigos. Pero ahora se han transformado en infectos basureros, corrientes de aguas negras, contaminada atmósfera… los locales le llaman al sitio Sodoma y Gomorra, en clara alusión al apocalíptico fin del mundo.
“Es triste e irresponsable lo que países como EU, Inglaterra o Alemania, están haciendo aquí”, comenta, mientras muestra que uno de los monitores desechados pertenecía a una escuela elemental de Filadelfia. Ha estado tratando de reunir cuanta evidencia pueda, para tratar de demostrar el grave problema causado tanto a la salud de la población, así como al medio ambiente de su país – y de otros –, con tal de que se tomen medidas verdaderamente enérgicas para detener dicha situación.
China, muestra también ese excelente testimonio fílmico, es otro muy demandado sitio para exportar basura electrónica. Al puerto de Hong Kong, llegan a diario decenas de barcos con cientos de toneladas de esa basura, “importados legalmente”. Cerca de allí está la ciudad sureña de Guiyu, en donde al recorrerla, durante kilómetros y kilómetros, lo único que se ve es basura y más basura electrónica. El activista Jim Puckett es a quien se le acredita haber descubierto esta ruta del e-waste, que sigue floreciendo, debido a que es un excelente negocio, sobre todo porque pueden obtenerse materias primas para la industria electrónica china de forma mucho más barata. Claro, barata porque se gasta menos dinero, pero muy cara porque se daña irreversiblemente al medio ambiente y a la salud de los pobres chinos que se dedican a “reciclar” tan contaminantes, venenosos residuos. Declara Puckett en una parte del documental que “la primera vez que vine aquí, en 2001, esto estaba mal. ¡Ha ido de peor a verdaderamente horrible!
Realmente lo que está sucediendo aquí es más bien apocalíptico”.
Claro, si por apocalíptico, Puckett se refiere a que, en efecto, estamos preparando nuestro pronto exterminio, así es. Si ven el documental, se darán cuenta cómo las calles de Guiyu, las banquetas, las casas… todo está lleno de esa basura, y gente que está desarmando las viejas computadoras, las consolas de videojuegos, quebrando los monitores… para sacar los componentes electrónicos, como las tarjetas madres, los procesadores, los circuitos. Y luego, en una muestra del poco respeto que tienen los dueños de los locales en donde eso se recicla a la salud de sus necesitados trabajadores, se ve a pobres jóvenes mujeres “cocinando” todos esos componentes para que se funda todo el metal – oro y cobre, principalmente –, que contienen, teniendo que respirar el nocivo humo blanco que despide la fundición. Lo peor es que se hace en sitios cerrados, empeorando el daño a la salud de por sí provocado.
Un peligro adicional, se señala en el documental, que más tiene que ver con problemas de seguridad, que ambientales y de salud, es que mucha de la basura electrónica contiene discos duros, la mayoría de los cuales se desechan así, sin haberse borrado su información, y para los llamados cybercriminales eso es oro molido, ya que pueden enterarse de jugosos secretos de la gente o incluso de compañías, de sus estados financieros, de los códigos de sus tarjetas de crédito o débito, de su intimidad. De hecho, Ghana está clasificado como uno de los países en donde más ha florecido el cybercrimen. Pues cómo no, se puede concluir, con tantos millones de computadoras desechadas, sin el menor cuidado, cómo no habría de darse ese digamos “daño colateral”. Hay una escena en que se muestran archivos muy delicados de millonarias compras de armamento del gobierno a la empresa armamentista Northrop Grumman, que podrían haber provocado “serios problemas” al caer en “malas manos”. En ese mismo disco duro, había secretos de la N
ASA e incluso del Departamento de Seguridad Doméstica. Pues vaya que si son descuidados los estadounidenses, pero, dirán, pues algo hay que sacrificar, con tal de deshacernos de tanta chatarra que generamos, ¿no?
Y se muestran también los intentos digamos que responsables que se hacen en países como India, que también recibe desperdicios electrónicos, y está generando los suyos propios (debido a una incipiente clase media que se ha occidentalizado y ya está siendo dada también a tirar sus chatarra, al más puro estilo estadounidense).
Hay una planta que recicla el e-waste, esa sí, de manera responsable y tecnológica, y con el oro que obtiene, por ejemplo, hace relojes y joyería, a los que se etiqueta de ecológicos por estar hechos con materiales reciclados. Pero como se señala, ese es un muy limitado intento, porque cuesta mucho y es más barato hacerlo de forma irresponsable y dañina al medio ambiente y a la salud.
En efecto, la última escena muestra a un joven hindú, de 19 años de edad, que se ve mucho mayor, y que trabaja en un lugar precariamente construido, de piso de tierra y tabiques mal pegados y sin aplanar. Se le ve echando en barriles con ácido tabletas electrónicas para que se deshaga el plástico y obtener los pocos gramos de oro o cobre que contienen. Se le pregunta si no le hace daño estar respirando tanto tóxico humo. Y responde “sí, yo sé que estoy terminando aquí con mi vida, pero no tengo otra cosa qué hacer para ganarme un salario, y no deseo que mis hijos terminen con su propia vida, y por eso estoy aquí, matándome día a día”.
Sí, matándose día a día, como el capitalismo salvaje está matando al planeta y la humanidad entera a diario.
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