Morena, las dolencias de México y su curación

Morena, las dolencias de México y su  curación
Dígalo si no la terrible violencia que tiene sumido al país en una permanente crisis de inseguridad y zozobra

Revista EMET


Es cierto que a México “le duele todo”, como afirmó el rector de la UNAM, José Narro Robles. No podía ser de otra manera después de tantos años de caminar en sentido contrario al rumbo que le conviene a la nación. Con todo, lo más doloroso es que no haya visos de que las cosas comiencen a cambiar, que no haya margen para una esperanza razonable, para un cambio de rumbo que acabe con tanta dolencia que tiene a la sociedad al borde de una catástrofe apocalíptica.
            Dígalo si no la terrible violencia que tiene sumido al país en una permanente crisis de inseguridad y zozobra. Tal realidad no se podrá modificar con un cambio de “gobierno” como el que se avecina, sino mediante una profunda reforma del Estado, la cual no se podría llevar a cabo sin antes rescatar a las instituciones de las garras de la oligarquía. Este es el tema de fondo, que no está a discusión en el temario de Enrique Peña Nieto, en cuanto que su principal responsabilidad es asegurar que las instituciones sirvan a los intereses de las familias beneficiadas por el modelo neoliberal.
            En este orden de ideas, tiene razón el rector Narro al apuntar que hay dos opciones para concretar la transformación que reclama el país: “Lo que se tiene que discutir es si lo hacemos en orden y con la inteligencia como elemento sustancial, o si vamos a permitir que prevalezcan la fuerza y la improvisación”. La izquierda consecuente se inclina por la primera ruta, pues la segunda es únicamente favorable a quienes les interesa medrar usando la fuerza del Estado, sin más plan que sacar el mayor provecho del desorden.
            Por eso, para la oligarquía es fundamental contar con una “izquierda” a la cual poder utilizar como le venga en gana, a fin de obstaculizar la organización de las clases más desfavorecidas, sin la que no se podrán concretar los avances políticos y sociales indispensables para dejar atrás las causas de tanta dolencia en el cuerpo social del país. Tres décadas de un modelo económico antidemocrático, no parecen haber sido suficientes para la oligarquía, motivo por el que favoreció el “triunfo” del PRI en los pasados comicios de julio. De ahí que pueda afirmarse que las dolencias que ya padecemos se agravarán en la medida que las corrientes progresistas actúen sin una coordinación efectiva.
            El riesgo es muy real, teniendo en cuenta la proclividad de la “izquierda” acomodaticia en no ver más allá de sus narices y mostrarse “moderna”. Si el grupo en el poder logra dividir a la izquierda, tal como es previsible que suceda una vez que la dirigencia del PRD se alinee al lado de Peña Nieto, las cosas habrán de tomar un rumbo más complejo, que obligaría a las fracciones verdaderamente progresistas a deslindarse de los oportunistas. No quedaría otra alternativa, para evitar una catástrofe en las filas de la izquierda consecuente.
            Por suerte existe una solución: afiliarse al Movimiento Regeneración Nacional (Morena), ya sea que siga como organización social o se decida conformarlo como partido político. Es la única posibilidad de que se cierre la vía de la violencia, una vez que se cancelara toda posibilidad de cambios por el camino de las instituciones, aunque estén organizadas para servir a los fines de la oligarquía. Podrá modificarse su estructura en la medida que la fuerza de la sociedad mayoritaria vaya creciendo, sin tener que recurrir a la violencia.
            Hay que tomarle la palabra a Peña Nieto y hacerlo que cumpla lo que afirma. Como dijo ayer en una reunión con la cúpula de la sociedad: “El ejercicio de una presidencia democrática obliga a quien la ejerza a que busque en todo momento el diálogo constructivo, el respeto a los otros, la disposición a celebrar acuerdos y consensos. Esta es la vía, no hay otra; no está la de la imposición o decisiones unilaterales”. Vamos a ver si ya en Los Pinos sigue diciendo lo mismo, pero sobre todo si con hechos avala sus palabras.
            Por lo pronto, cabe decir que una presidencia democrática sólo puede consolidarse si tiene legitimidad, requisito que no llena Peña Nieto. Sin embargo, como el golpe de Estado ya se dio, ahora lo único que pueden hacer las fuerzas progresistas es forzarlo a actuar con pleno respeto a los intereses de las clases mayoritarias. Una primera prueba está en la aprobación o rechazo, por parte de los diputados del PRI, de la reforma laboral fascista que deja de legado al pueblo Felipe Calderón.
            Ni que decir tiene que de ser aprobada, Peña Nieto estaría demostrando que su compromiso de “respetar a los otros, la disposición a celebrar acuerdos y consensos”, no es más que pura demagogia. Entonces, las dolencias que sufre el país se habrían de recrudecer de manera demencial.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
 

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