Los sindicatos, bestias negras del neoliberalismo
Así ocurrió en el Chile de 1973, tras el golpe de Estado de Pinochet, donde una vez eliminada, o exilada, la oposición política, social y sindical al golpe, este país se convirtió en el primer laboratorio para introducir las medidas de ajuste estructural y, evidentemente, de privatizaciones de sectores estratégicos, así como eliminación generalizada de derechos. El siguiente paso se producirá en paralelo en Bolivia y Gran Bretaña, donde el objetivo fue destruir el sindicalismo minero (del estaño en Bolivia y del carbón en Gales) como fuerzas motrices de las luchas de los trabajadores en todos los demás sectores productivos. En nuestro país fue el caso del Sindicato Mexicano de Electricistas, de la CNTE y del Sindicato Minero que dirige Napoleón Gómez Urrutia, al cual pertenecen los mineros de San Martín en Sombrerete que están por cumplir 10 años en huelga estallada para exigir la seguridad en las minas, el reconocimiento de la representación sindical y cumplir violaciones cometidas por la empresa, y que han superado, uno tras otro, los embates patronales y de la autoridad.
Para entender la situación del mundo sindical hay que tomar en cuenta que uno de los efectos de las crisis que vivimos, entre otros muchos, es el miedo individual y colectivo ante las incertidumbres, ante el desempleo, ante las hipotecas, ante la represión, que en el campo laboral conduce a frenar radicalmente la sindicalización, a callar y a obedecer. La precarización brutal con la inseguridad laboral como elemento distintivo es algo también planificado por el neoliberalismo. Estas nuevas formas de trabajo garantizan la no sindicación ante el miedo a que la simple demanda colectiva de derechos traiga consigo la pérdida del puesto de trabajo. Se resta sindicación, se resta fuerza a las demandas colectivas y se pretende, una vez más, como en los años dorados de los inicios de la era industrial, la total sumisión del mundo del trabajo a lo que dicten las élites económicas. Se cierra el círculo de dominio. Hasta que los trabajadores regresen a las calles y se expresen en las urnas.
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