La era de la sed
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Ya está anunciado el Día Cero del agua, el inicio de la era de la sed. No importó que los gobiernos local y nacional estuvieran en manos de partidos rivales: ambos coincidieron en ignorar las alertas que los académicos empezaron a dar en 1990. Es una tormenta perfecta, pero en seco: a la disfuncionalidad de los políticos y los funcionarios se suman la extrema desigualdad social y los primeros impactos del cambio climático global, que se irán haciendo más severos con los años.
En pocos meses será la primera gran ciudad del mundo en quedarse sin agua. No hablamos de la capital mexicana. Todavía. Un estudio de las Naciones Unidas sobre las metrópolis que están en riesgo grave de quedarse sin agua no coloca a la Ciudad de México en el segundo ni en el tercer lugar. Pero sí en el octavo.
Lo que está ocurriendo en Ciudad del Cabo, en el extremo sur de África, es espejo en el que el Valle de México puede verse. Uno de alerta ante la falta de acción, y –si los sudafricanos se apresuran y tienen suerte– ejemplo de lo que se puede hacer, aunque sea poco.
Estos avances han sido posibles por cambios drásticos en las prácticas agrícolas y domésticas, que han hecho bajar el consumo de agua de la urbe de mil millones de litros diarios hace dos años, a 523 millones en la actualidad. Pero aún hace falta más para llegar a la cantidad que algunas estimaciones indican como ideal mientras se busca una solución de largo plazo: 450 millones de litros diarios.
Parece que falta poco… pero en realidad es muchísimo, cuando los granjeros ya han dejado de regar sus tierras (lo que provocará que se disparen los precios de los alimentos), y las familias ya no saben qué más hacer para reducir su gasto hídrico.
Las autoridades les habían impuesto un límite de 87 litros diarios por cabeza, pero para bajar a esos 450 millones diarios, ahora ningún habitante puede consumir más de 50, lo que se estima como mínimo para sobrevivir.
Si no lo consiguen quedarán limitados a 25 litros: el Día Cero significará el corte total del servicio de agua corriente y la distribución de agua en 200 puntos fijos a los que habrá que acudir caminando kilómetros.
En Sudáfrica el consumo promedio diario por persona es de 235 litros.
Si es amarillo…
La única manera de llegar a 50 litros diarios es renunciando a la mayor parte de las cosas en las que uno emplea agua. En la página coct.co/thinkwater/calculator.html, el ayuntamiento de Ciudad del Cabo colocó una calculadora con estimaciones de lo que uno gasta en cada actividad, para poder llegar al número óptimo.
Una ducha relámpago, de apenas dos minutos, representa 20 litros: 40% de lo que podemos usar. Lavarse con cubeta y esponja, en cambio, sólo se lleva tres litros.
Uno puede sentirse, entonces, tentado a lavarse las manos (300 mililitros) o la cara (500 mililitros) varias veces al día; pero con un par de lo primero y una de lo segundo, ya se va más de un litro.
¿Ir al baño? Cada vez que se levanta el tapón corren nueve litros, o 4.5 si es medio jalón. Si uno va cinco veces al día puede perder hasta 45 litros, casi la totalidad de la ración diaria. Por eso en la calculadora le han dejado escrita al usuario una frase no muy elegante, pero instructiva: If it’s yellow, let it mellow; if it’s brown, flush it down (si es amarillo, deja un hilillo, si es marrón, todo del tirón). Con dos medios jalones al día, el gasto se limita a nueve litros.
La misma cantidad se puede ir lavando a mano los trastes (la mitad que con una máquina) y la ropa (la lavadora gasta 55 litros), además de un litro en la limpieza de la casa, uno en cocinar y tres litros para beber.
Uno puede pensar que, de esta forma, da un ejemplo de austeridad… pero el total es de 52 litros. Se pasó.
El periodista Michael Morris derrocha el buen humor que uno no pensaría hallar en una situación así. En su familia, dice, “hemos bajado el consumo por persona en 75%, te da gusto darte cuenta de cuánta agua estás ahorrando”. La última vez que llovió, un viernes a las 21:00 horas, salió corriendo con su jabón a lavar su vehículo, por primera vez en dos meses.
“Me meto a la ducha, me mojo, cierro la llave, la abro, me enjuago y ya. En menos de un minuto. Ya casi al final, ¡el agua empieza a salir tibia!”, exclama. “Usamos el agua con la que nos duchamos para vaciar el retrete. Capturamos agua de lluvia, incluso si cae muy poca puedo reunir 200, 300 litros. Tenemos una bolsa de agua en el lavabo para captar todo lo del lavado de manos y de dientes, y así juntas un litro, litro y medio, ¡es sorprendente!”, cuenta en entrevista vía Skype.
La persistencia de la separación
Los críticos señalan que la desigualdad es uno de los factores de la crisis. El Día Cero llegó hace mucho tiempo a numerosos barrios de Ciudad del Cabo, y en algunos jamás ha habido agua corriente: generaciones han nacido y crecido en la dinámica de acarrearla desde muy lejos.
La joven periodista negra Suné Payne escribió en el Daily Maverick, del pasado jueves 1, que las restricciones llegaron a su distrito en 2014 y que desde entonces su familia, de nueve miembros, gasta menos de 350 litros diarios; es decir, unos 38 litros y medio por persona.
Señala, además, que en las zonas ricas habitadas por blancos se suele escuchar la acusación de que la culpa la tiene “la gente en los townships (grandes asentamientos informales) que no paga por su agua”. Es al revés, asegura Payne: “la gente que no desperdicia suele estar en las áreas pobres: ¿por qué desperdiciaríamos algo a lo que tenemos un acceso limitado?”.
Han pasado 24 años desde que cayó el régimen racista y empezó la etapa democrática, pero el diseño de separación étnica con el que fue construida Sudáfrica tardará todavía en ser desmontado. El Cabo fue la primera colonia europea en esta región, establecida por holandeses en 1652, y desde entonces hubo una clara distinción en los territorios donde podían vivir dominadores –en las zonas costeras– y dominados –en los llanos, tan lejos que los empleados suelen viajar más de una hora en un pésimo sistema de transporte público para llegar a sus trabajos.
Eso no es algo que los visitantes extranjeros puedan percibir de inmediato: el Cabo es una ciudad de 4 millones de habitantes que combina la sofisticación europea con el ambiente africano, con un moderno aeropuerto, amplias autopistas, lujosos centros comerciales y restaurantes, y que fue designada Capital Mundial del Diseño en 2014.
Quien tenga la tentación de conocer la lucha de liberación pero no la de ir a explorar donde habita la mayoría de la gente, podrá llegar en barco a la isla Robben, en cuya vieja prisión –hoy museo– estuvo encerrado Nelson Mandela durante décadas, y que le dejará al turista la sensación de que ha conocido todo lo necesario sobre el terror del racismo y la fuerza de la resistencia.
Sin embargo, los asentamientos irregulares en las afueras se extienden decenas de kilómetros, concentrando a gran parte de la población en condiciones de falta de servicios, hacinamiento y miseria.
En contraste, en las zonas acomodadas, el gobierno municipal ha promovido grandes esquemas de desarrollo inmobiliario que, junto con los precios, han elevado el consumo de agua. Ha sido más difícil convencer a los ricos, explica Morris. Pero se puede avergonzándolos, gracias al “visor del agua” (citymaps.capetown.gov.za/waterviewer/): un mapa en línea en el que cualquiera puede ver qué predios gastaron en exceso este mes. “De pronto, se te aparece la alcaldesa en la puerta a preguntarte qué pasa”, cuenta el periodista. “Y viene acompañada de la prensa”.
Apocalipsis hídrico
Ciudad del Cabo obtiene su agua de un sistema de seis presas, de la que la mayor es la de Theewaterskloof. Las fotografías aéreas muestran cómo, en pocos años, se han secado en casi toda su extensión y ahora están a 12% de su capacidad. Es el resultado de una prolongada sequía, producto del cambio de patrones climáticos que provoca el calentamiento global: no es un fenómeno pasajero.
Si en el país gobierna el Congreso Nacional Africano, de Nelson Mandela, desde 1994, El Cabo fue la primera gran ciudad en romper el predominio del CNA al votar, en 2009, por la Alianza Democrática (AD).
En términos de rivalidad política, el CNA dibuja a la AD como el partido de los blancos que rechazan perder sus privilegios, en tanto que la Alianza se ve a sí misma como una organización multiétnica socialdemócrata que es la versión “honesta” del Congreso Nacional Africano, endémicamente plagado de corrupción.
La rectitud fiscal y la eficiencia han sido los caballos de batalla de la AD. Pero las que sus funcionarios consideran grandes virtudes han sido señaladas como la causa de que su orgullosa burocracia haya sido incapaz de escuchar las advertencias de ingenieros civiles y científicos del clima, en el sentido de que las seis presas muy pronto serían insuficientes ante la disminución de las lluvias.
Enclavado en el punto de encuentro de los océanos Atlántico e Índico, El Cabo está rodeado de agua marina y las plantas de desalinización son una alternativa, pero han sido desestimadas porque, a un precio estimado de un dólar por kilolitro, se considera que producen agua demasiado cara.
Por otro lado, el gobierno nacional del CNA tampoco pone de su parte para resolver el problema. No existen planes de construir infraestructura para transferir agua desde otras regiones. Nomvula Mokonyane, hasta ahora ministra de Agua y Sanidad, es criticada por mostrar poco interés en cumplir sus responsabilidades, y por permitir que localidades pequeñas hayan transitado antes el camino a la insuficiencia hídrica que ahora recorre El Cabo.
Optimista de hierro, Morris confía en que un nuevo plan de desalinizadoras de bolsillo (que se podrán llevar en camioneta a los sitios donde falta el agua, colocarlas junto al mar, procesar el líquido e inyectarlo al sistema local) evitará lo peor y permitirá aguantar hasta que se establezcan las soluciones definitivas.
Pero si se equivoca, a partir del Día Cero el agua corriente será cosa del pasado y el ayuntamiento distribuirá el líquido en 200 puntos fijos, a razón de 25 litros por persona. En una ciudad de 8 millones de habitantes, cada tanque tendrá que atender diariamente a 40 mil personas, que tendrán que transportarse hasta ahí y hacer cola. Incluidos niños, ancianos y personas con dificultades de movilidad.
Ya existen problemas de disputas entre vecinos. Pero se teme, además, una explosión de la delincuencia por tráfico ilegal de agua, robo del líquido e, incluso, que el crimen organizado se apodere de los puntos de distribución o de sus alrededores.
Once para la sed
En el planeta, alrededor de mil millones de personas no tienen acceso al agua, y para 2 mil 700 millones escasea uno o más meses al año. En 2014 una encuesta de la ONU sobre las 500 ciudades más pobladas encontró que la cuarta parte de ellas ha entrado en situación de “estrés hídrico”, en el que el líquido está faltándole a un sector de su población.
Once de estas urbes fueron consideradas las que corren el mayor riesgo de quedarse sin agua: Sao Paulo, Bengaluru (India), Beijing, El Cairo, Yakarta, Moscú, Estambul, Ciudad de México, Londres, Tokio y Miami, en este orden.
El hecho de que Ciudad del Cabo se les haya adelantado a estas 11 puede ser consuelo para quienes crean que el estudio de la ONU tiene defectos. Pero esto no significa que algunas de esas ciudades por arte de magia se vayan a salvar del precipicio: algunas pueden ser más veloces al saltar.
Este reportaje se publicó el 25 de febrero de 2018 en la edición 2156 de la revista Proceso.
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