El sexenio del desastre
OPINIÓN Víctor Rodríguez Padilla (Edición 164 Energía Hoy).- Al
sector energético nunca le había ido tan mal como en este sexenio.
Imaginando que las mejores empresas del mundo estaban llegado a México
para hacerse cargo, Enrique Peña Nieto soltó el timón y se dedicó al
festejo, descuidó sus obligaciones más elementales: cuidar los bienes de
la nación; mantener en buen estado máquinas e instalaciones; renovar
reservas y ampliar sus horizontes; remplazar infraestructura en mal
estado; refinar lo suficiente; equilibrar cadenas productivas, así como
utilizar instrumentos y recursos públicos con eficacia, eficiencia y
honestidad.
La administración se dice responsable pero el manejo del sector energético ha sido todo menos eso, en el mejor de los casos ha sido errático, descuidado e indiferente, cuando no expresamente negligente y deshonesto. Y no hay excusa ni pretexto. Con o sin reforma energética el gobierno federal era y sigue siendo el principal suministrador de energía en México. De ahí que la devastación sea su culpa, de nadie más. Peña Nieto está al mando de las empresas, los reguladores, las autoridades y los institutos de investigación,[1] también controla a la mayoría en el Senado y la Cámara de Diputados. Ha tenido casi todo de su lado para hacer las cosas bien pero ha hecho exactamente lo contrario. Ya se va pero deja un páramo desolado. Es cierto que el precio del petróleo se vino abajo, pero las cotizaciones ya se han ido recuperando; también es cierto que de manos de Felipe Calderón recibió un sector energético en no muy buenas condiciones, pero ahora lo entrega desquebrajado, todo maltratado y vulnerable.
Para ganar la elección presidencial y más tarde legitimar la reforma energética Peña Nieto hizo promesas inimaginables: menores precios del gas y la electricidad, de los fertilizantes y los alimentos; abasto suficiente de gasolina y diésel a precios justos; energía abundante y barata; aumento de las reservas y la producción; mayor exportación de energía; reducción de la dependencia de energéticos importados; modernización y fortalecimiento de Pemex y CFE. Hoy, dice que México ya es una historia de éxitos gracias a las reformas estructurales, y pide no hacerles caso a los que no quieren reconocer los avances y ven un país en mal estado. Nos gustaría creerle pero los datos duros, las cifras oficiales disponibles en los sitios electrónicos de las dependencias del gobierno federal no respaldan lo que dice el Presidente.
En el periodo 2012-2017 el precio de la gasolina se disparó: la magna subió 47.5% y la premium 48.5%. En la frontera norte fue peor con aumentos de 44.8 y 68.7%. También subió el precio del gas LP (45.1%) y el gas natural en sus tres presentaciones: residencial (47.5%), industrial (48.5%) y comercial (49.4%); son cifras a precios constantes de ahí que el aumento en precios nominales haya sido más importante. Las tarifas eléctricas para el sector residencial subieron en promedio 9.6%, nada excesivo en el contexto inflacionario, incluso la tarifa 1, la de mayor aplicación, bajo 0.6%, sin embargo todas las demás subieron, sobre todo las que se aplican en climas muy cálidos, con aumentos que van del 16.4% al 32.7% (tarifas IC a 1F). La DAC, la mal llamada tarifa de alto consumo, la que paga la clase media, subió 169% en el cargo fijo y entre 178 y 189% por la energía consumida. También subió el precio de la electricidad para alumbrado público (32.1%), bombeo de agua potable (32.1%), bombeo agrícola en alta y baja tensión (291 y 253%), uso industrial (14.4%) y comercial (14.7%). Al iniciar el año entró en vigor una nueva metodología de la que derivaron cobros estratosféricos, rechazados con indignación y coraje por parte de los usuarios, al punto que el gobierno tuvo que dar marcha atrás por la cercanía de las elecciones.
Con Enrique Peña Nieto se perdió la independencia energética y ahora sólo llega a 84%. Las exportaciones de petróleo disminuyeron 6.5% y las de gasolina 35.2%; la caída en valor fue más estrepitosa (53.1% en crudo y 51.4% en petrolíferos). Lo que sí creció y de manera espectacular fueron las importaciones de gas natural (131%), diésel (78%) y gasolina (47%). La balanza comercial de combustibles se colapsó 255% en términos absolutos y el superávit de 11 mil 817 millones de dólares desapareció, ahora reporta un déficit de 18 mil 309 mdd, que tiene alegre a Donald Trump.
La dependencia de los energéticos traídos de los Estados Unidos se ha profundizado sobre todo en gas natural. El aumento de 224% en la capacidad de importación por ducto ha permitido ampliar el flujo en 149%, al tiempo que las compras de gas natural licuado se han multiplicado 913 veces. A partir de este año todo el gas importado llegará de Estados Unidos. Esa dependencia plantea serios problema de seguridad energética porque México queda a expensas de un solo suministrador, con el agravante de que el producto extranjero se utiliza sobre todo para generar energía eléctrica. Si Trump ordena cortar el gas tampoco tendremos electricidad. Las centrales se podrían operar con diésel y gas natural licuado de otros países pero a un costo exorbitante.
Por el lado de los petrolíferos el panorama tampoco es halagüeño. México se ha coinvertido en el principal cliente de las refinerías estadounidenses, incrementado las compras de keroseno (1203%), gas LP (177.6%), gasolina (108.3%), diésel (87.8%), lubricantes (69.6%) y coque (44.9%). El aumento de la dependencia es tal, que el año pasado 6 de cada 7 pies cúbicos de gas natural provinieron del otro lado de la frontera; en gasolina la proporción alcanzó 3 de cada 5 litros y en diésel 4 de cada 6 litros. Si Trump ordena, por la razón que sea, suspender las exportaciones de energía, México caerá en una crisis de proporciones apocalípticas. Peña Nieto ha expuesto al país a riesgos innecesarios. En su estrechez piensa que la Casa Blanca nunca le hará daño a México por ser su amigo. No ha querido ver que el vecino no tiene amigos sino intereses y que la lealtad hacia México no existe y nunca ha existido. Declararse socios y aliados estratégicos es retórica, no hay garantía de nada.
En Pemex la devastación se extiende sin fin. Desde que empezó el sexenio hasta enero de 2018 la empresa pública perdió 35.8% de las reservas probadas de petróleo y 41.3% de las reservas de gas natural; también se esfumó una buena parte de las reservas probables (-31.3 y -50.1%) y posibles (-42.0 y -65.9%). Hasta el año pasado la producción de gas natural había caído 20.6% y la de petróleo 22.8%. Ya sólo hay petróleo para 10 años y gas natural para 4 pero el gobierno se da el lujo de quemar cientos de millones de dólares en gas desperdiciado, que se hubiera podido evitar si el gobierno no le hubiera quitado tanto dinero a Pemex: la quema inútil en los campos de producción subió 412% entre 2012 y 2016. Reservas y producción cayeron porque Hacienda ordenó frenar la perforación de pozos exploratorios (-39.1%) y paró en seco la perforación de pozos de desarrollo (-96.1%), llevando a la ruina a las zonas petroleras de Tamaulipas, Veracruz, Tabasco y Campeche.
La refinación es otra zona de desastre. El volumen de petróleo procesado ha disminuido 50.5% y al iniciar el año las refinerías estaban funcionando al 37%. Para colmo, la capacidad de destilación atmosférica, insuficiente desde hace décadas, se ha contraído 5.2%. El gobierno no ha querido que las instalaciones funcionen correctamente porque quiere privatizarlas, pero como las ha maltratado tanto no ha encontrado a nadie que las quiera y menos con trabajadores sindicalizados, las petroleras prefieren traer la gasolina de Estados Unidos. La fabricación de petrolíferos ha disminuido 42.0% y la de petroquímicos 30.6%. Los resultados del procesamiento de gas son un poco menos malos: -26.6% en la elaboración de gas seco y -23.3% en la obtención de líquidos de gas. Lo que va viento en popa es el huachicol, con un aumento en las tomas clandestinas de 531% en lo que va del sexenio. La venta tampoco marchan bien, tanto en refinados (-14.3%) como en petroquímicos (-29.6%); destaca la caída del gas LP (-40.5%) y el gas seco (-22.6%). Lo imparable es la importación de petroquímicos (75%), gas natural (62.1%) y petrolíferos (39.4%). La exportación de petroquímicos se desplomó 90%. El superávit de 20 mil 975 mdd que tenía Pemex en 2012 se ha trasformado en déficit de 9 mil 955 mdd en 2017. La plantilla laboral se ha contraído 26% y hacia final del año sumarán 39 mil 213 los trabajadores echados a la calle.
Los resultados financieros de Pemex tampoco son halagüeños. La inversión de capital se ha contraído 54.4%. Ni siquiera la inversión operativa se salva (-8.2%). El rendimiento de operación se ha desplomado (-88.4%) al igual que los ingresos antes de intereses, impuestos, depreciación y amortización (-58.3%). Las pérdidas han crecido 109 veces para sumar 280 mil 900 millones de pesos (alrededor de 15 mil mdd). La aportación fiscal de Pemex cayó 63.1% por efecto de la caída del precio y la producción. La deuda total creció 159% pero la deuda neta 191%. Debía 103 mil millones de dólares hasta el año pasado. El patrimonio, en rojo desde hace años, se hizo todavía más negativo con un decremento adicional de 455%, que lo llevó hasta situarse en -1.5 billones de pesos.
Como se ve, las cifras no respaldan la historia de éxitos que dice el presidente. ¿Qué tanto corregirá el rumbo el próximo gobierno? Mucho con Andrés pero poco con Anaya porque su modelo energético es el mismo que el de ahora. Lo veremos en la próxima entrega.
[1] Petróleos Mexicanos y la Comisión Federal de Electricidad; los Centros Nacionales de Control de Energía y Gas Natural; de la Comisión Nacional de Hidrocarburos, la Comisión Reguladora de Energía y la Agencia de Seguridad, Energía y Ambiente; de las Secretarías de Energía y Hacienda y Crédito Público así como del Instituto Mexicano del Petróleo y el Instituto Nacional de Electricidad y Energías Limpias.
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La administración se dice responsable pero el manejo del sector energético ha sido todo menos eso, en el mejor de los casos ha sido errático, descuidado e indiferente, cuando no expresamente negligente y deshonesto. Y no hay excusa ni pretexto. Con o sin reforma energética el gobierno federal era y sigue siendo el principal suministrador de energía en México. De ahí que la devastación sea su culpa, de nadie más. Peña Nieto está al mando de las empresas, los reguladores, las autoridades y los institutos de investigación,[1] también controla a la mayoría en el Senado y la Cámara de Diputados. Ha tenido casi todo de su lado para hacer las cosas bien pero ha hecho exactamente lo contrario. Ya se va pero deja un páramo desolado. Es cierto que el precio del petróleo se vino abajo, pero las cotizaciones ya se han ido recuperando; también es cierto que de manos de Felipe Calderón recibió un sector energético en no muy buenas condiciones, pero ahora lo entrega desquebrajado, todo maltratado y vulnerable.
Para ganar la elección presidencial y más tarde legitimar la reforma energética Peña Nieto hizo promesas inimaginables: menores precios del gas y la electricidad, de los fertilizantes y los alimentos; abasto suficiente de gasolina y diésel a precios justos; energía abundante y barata; aumento de las reservas y la producción; mayor exportación de energía; reducción de la dependencia de energéticos importados; modernización y fortalecimiento de Pemex y CFE. Hoy, dice que México ya es una historia de éxitos gracias a las reformas estructurales, y pide no hacerles caso a los que no quieren reconocer los avances y ven un país en mal estado. Nos gustaría creerle pero los datos duros, las cifras oficiales disponibles en los sitios electrónicos de las dependencias del gobierno federal no respaldan lo que dice el Presidente.
En el periodo 2012-2017 el precio de la gasolina se disparó: la magna subió 47.5% y la premium 48.5%. En la frontera norte fue peor con aumentos de 44.8 y 68.7%. También subió el precio del gas LP (45.1%) y el gas natural en sus tres presentaciones: residencial (47.5%), industrial (48.5%) y comercial (49.4%); son cifras a precios constantes de ahí que el aumento en precios nominales haya sido más importante. Las tarifas eléctricas para el sector residencial subieron en promedio 9.6%, nada excesivo en el contexto inflacionario, incluso la tarifa 1, la de mayor aplicación, bajo 0.6%, sin embargo todas las demás subieron, sobre todo las que se aplican en climas muy cálidos, con aumentos que van del 16.4% al 32.7% (tarifas IC a 1F). La DAC, la mal llamada tarifa de alto consumo, la que paga la clase media, subió 169% en el cargo fijo y entre 178 y 189% por la energía consumida. También subió el precio de la electricidad para alumbrado público (32.1%), bombeo de agua potable (32.1%), bombeo agrícola en alta y baja tensión (291 y 253%), uso industrial (14.4%) y comercial (14.7%). Al iniciar el año entró en vigor una nueva metodología de la que derivaron cobros estratosféricos, rechazados con indignación y coraje por parte de los usuarios, al punto que el gobierno tuvo que dar marcha atrás por la cercanía de las elecciones.
Con Enrique Peña Nieto se perdió la independencia energética y ahora sólo llega a 84%. Las exportaciones de petróleo disminuyeron 6.5% y las de gasolina 35.2%; la caída en valor fue más estrepitosa (53.1% en crudo y 51.4% en petrolíferos). Lo que sí creció y de manera espectacular fueron las importaciones de gas natural (131%), diésel (78%) y gasolina (47%). La balanza comercial de combustibles se colapsó 255% en términos absolutos y el superávit de 11 mil 817 millones de dólares desapareció, ahora reporta un déficit de 18 mil 309 mdd, que tiene alegre a Donald Trump.
La dependencia de los energéticos traídos de los Estados Unidos se ha profundizado sobre todo en gas natural. El aumento de 224% en la capacidad de importación por ducto ha permitido ampliar el flujo en 149%, al tiempo que las compras de gas natural licuado se han multiplicado 913 veces. A partir de este año todo el gas importado llegará de Estados Unidos. Esa dependencia plantea serios problema de seguridad energética porque México queda a expensas de un solo suministrador, con el agravante de que el producto extranjero se utiliza sobre todo para generar energía eléctrica. Si Trump ordena cortar el gas tampoco tendremos electricidad. Las centrales se podrían operar con diésel y gas natural licuado de otros países pero a un costo exorbitante.
Por el lado de los petrolíferos el panorama tampoco es halagüeño. México se ha coinvertido en el principal cliente de las refinerías estadounidenses, incrementado las compras de keroseno (1203%), gas LP (177.6%), gasolina (108.3%), diésel (87.8%), lubricantes (69.6%) y coque (44.9%). El aumento de la dependencia es tal, que el año pasado 6 de cada 7 pies cúbicos de gas natural provinieron del otro lado de la frontera; en gasolina la proporción alcanzó 3 de cada 5 litros y en diésel 4 de cada 6 litros. Si Trump ordena, por la razón que sea, suspender las exportaciones de energía, México caerá en una crisis de proporciones apocalípticas. Peña Nieto ha expuesto al país a riesgos innecesarios. En su estrechez piensa que la Casa Blanca nunca le hará daño a México por ser su amigo. No ha querido ver que el vecino no tiene amigos sino intereses y que la lealtad hacia México no existe y nunca ha existido. Declararse socios y aliados estratégicos es retórica, no hay garantía de nada.
En Pemex la devastación se extiende sin fin. Desde que empezó el sexenio hasta enero de 2018 la empresa pública perdió 35.8% de las reservas probadas de petróleo y 41.3% de las reservas de gas natural; también se esfumó una buena parte de las reservas probables (-31.3 y -50.1%) y posibles (-42.0 y -65.9%). Hasta el año pasado la producción de gas natural había caído 20.6% y la de petróleo 22.8%. Ya sólo hay petróleo para 10 años y gas natural para 4 pero el gobierno se da el lujo de quemar cientos de millones de dólares en gas desperdiciado, que se hubiera podido evitar si el gobierno no le hubiera quitado tanto dinero a Pemex: la quema inútil en los campos de producción subió 412% entre 2012 y 2016. Reservas y producción cayeron porque Hacienda ordenó frenar la perforación de pozos exploratorios (-39.1%) y paró en seco la perforación de pozos de desarrollo (-96.1%), llevando a la ruina a las zonas petroleras de Tamaulipas, Veracruz, Tabasco y Campeche.
La refinación es otra zona de desastre. El volumen de petróleo procesado ha disminuido 50.5% y al iniciar el año las refinerías estaban funcionando al 37%. Para colmo, la capacidad de destilación atmosférica, insuficiente desde hace décadas, se ha contraído 5.2%. El gobierno no ha querido que las instalaciones funcionen correctamente porque quiere privatizarlas, pero como las ha maltratado tanto no ha encontrado a nadie que las quiera y menos con trabajadores sindicalizados, las petroleras prefieren traer la gasolina de Estados Unidos. La fabricación de petrolíferos ha disminuido 42.0% y la de petroquímicos 30.6%. Los resultados del procesamiento de gas son un poco menos malos: -26.6% en la elaboración de gas seco y -23.3% en la obtención de líquidos de gas. Lo que va viento en popa es el huachicol, con un aumento en las tomas clandestinas de 531% en lo que va del sexenio. La venta tampoco marchan bien, tanto en refinados (-14.3%) como en petroquímicos (-29.6%); destaca la caída del gas LP (-40.5%) y el gas seco (-22.6%). Lo imparable es la importación de petroquímicos (75%), gas natural (62.1%) y petrolíferos (39.4%). La exportación de petroquímicos se desplomó 90%. El superávit de 20 mil 975 mdd que tenía Pemex en 2012 se ha trasformado en déficit de 9 mil 955 mdd en 2017. La plantilla laboral se ha contraído 26% y hacia final del año sumarán 39 mil 213 los trabajadores echados a la calle.
Los resultados financieros de Pemex tampoco son halagüeños. La inversión de capital se ha contraído 54.4%. Ni siquiera la inversión operativa se salva (-8.2%). El rendimiento de operación se ha desplomado (-88.4%) al igual que los ingresos antes de intereses, impuestos, depreciación y amortización (-58.3%). Las pérdidas han crecido 109 veces para sumar 280 mil 900 millones de pesos (alrededor de 15 mil mdd). La aportación fiscal de Pemex cayó 63.1% por efecto de la caída del precio y la producción. La deuda total creció 159% pero la deuda neta 191%. Debía 103 mil millones de dólares hasta el año pasado. El patrimonio, en rojo desde hace años, se hizo todavía más negativo con un decremento adicional de 455%, que lo llevó hasta situarse en -1.5 billones de pesos.
Como se ve, las cifras no respaldan la historia de éxitos que dice el presidente. ¿Qué tanto corregirá el rumbo el próximo gobierno? Mucho con Andrés pero poco con Anaya porque su modelo energético es el mismo que el de ahora. Lo veremos en la próxima entrega.
[1] Petróleos Mexicanos y la Comisión Federal de Electricidad; los Centros Nacionales de Control de Energía y Gas Natural; de la Comisión Nacional de Hidrocarburos, la Comisión Reguladora de Energía y la Agencia de Seguridad, Energía y Ambiente; de las Secretarías de Energía y Hacienda y Crédito Público así como del Instituto Mexicano del Petróleo y el Instituto Nacional de Electricidad y Energías Limpias.
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