El diálogo entre las generaciones por las luchas del campo mexicano
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Autor:
Balbina Pérez y Layla Vázquez Flandes
En los últimos
años, en las ciudades se ha visto un creciente interés por las
problemáticas vinculadas con la salud alimentaria y el medio ambiente.
No obstante, pudiera ser que estos esfuerzos han carecido de dos
consideraciones importantes para generar impactos significativos y
estructurales de transformación: el diálogo intergeneracional y el
vínculo con los movimientos campesinos con propuestas alternativas al
neoliberalismo. Si bien es esperanzadora la proliferación en ciudades de
esfuerzos tales como los huertos urbanos, la venta y producción de
alimentos cultivados sin agrotóxicos, la promoción de dietas ancestrales
y el comercio justo, entre muchos otros ejemplos, resulta fundamental
no perder de vista la continuidad histórica entre estos movimientos
campesinos y los ecológicos.
Tomando una postura crítica que busca
transformar la realidad en los niveles estructural y local, compartimos
la preocupación de que la mayor parte de estas iniciativas
ambientalistas y saludables tienden a estar construidas de tal manera
que sólo son accesibles para sectores privilegiados de la población
urbana, e incluso se han convertido en mecanismos de gentrificación de
las zonas populares, como en el caso de la Ciudad de México. La
experiencia del auge de la comida orgánica es particularmente
interesante: anuncia como una innovación, cada vez más mercantilizada, a
pesar de ser práctica durante milenios en la producción indígena y
campesina. Hacernos esta crítica es necesario, ya que la alimentación
saludable está en riesgo de ser cooptada por los intereses privados, en
lugar de favorecer a los pueblos que han sido despojados de su modo de
vida, enraizado en la tierra y sus territorios.
En espacios como la Campaña Nacional Sin
Maíz No Hay País, nacida hace más de 11 años, se ha levantado la
consigna “alimentos campesinos para todas y todos”. Hoy es fundamental
retomar dichas exigencias como un paradigma para evitar que los
proyectos de agricultura campesina y/o ecológica, así como los alimentos
de calidad, se transformen en privilegios exclusivos de las clases
medias altas o en una fuente de lucro. Este tipo de esfuerzos, tanto en
el campo como en las ciudades, deben configurarse en apuestas colectivas
del cuidado de la naturaleza, así como para garantizar el derecho a la
salud, al medio ambiente sano y a la alimentación adecuada de todas las
personas.
En este mismo sentido, es crucial
reconocer el camino ya recorrido por las generaciones anteriores y
aprender de ellas. El planteamiento del diálogo intergeneracional, a
diferencia del relevo generacional, no busca que las personas jóvenes
sustituyan a las mayores, sino una colaboración e intercambio de saberes
entre jóvenes, personas adultas, adultas mayores y también las
infancias. La apuesta por formas de organización y diálogo donde la toma
de decisiones no se concentre únicamente en las personas de determinado
rango de edad o un género, sino que sean reflejo de una reflexión
colectiva; es también una manera de cuestionar, desde la práctica, las
dinámicas de poder que se implantan por inercia dentro de las
colectividades; dinámicas que se dan por supuestas debido a una cultura
adultocéntrica. Una expresión común de ésta es que, dentro de
estructuras organizativas, el rol de las juventudes suele acotarse al
aprovechamiento de su “fuerza física”, a su facilidad con el uso de
tecnologías y redes sociales, y/o a su “capacidad creativa”. El actuar
de las juventudes dentro de los movimientos y las colectividades debe
ser tan amplio como amplias son las capacidades de las personas, y ser
parte activa de la dinámica de los procesos colectivos en el campo y la
ciudad. Asimismo, el diálogo intergeneracional es una herramienta para
recuperar la memoria colectiva y, con ella, los referentes históricos,
las experiencias cercanas y la posibilidad de nuevas utopías.
La urgencia de este diálogo se hace
patente en el contexto político actual. En los últimos años, durante las
discusiones alrededor del modelo del libre comercio, y particularmente
sobre la renegociación del TLCAN (ahora llamado Tmec), fueron evidentes
las dificultades y la falta de información de las generaciones más
jóvenes para tomar una postura crítica y consciente respecto a las
implicaciones de dicho modelo. Las personas jóvenes tenemos el reto de
recuperar la memoria histórica sobre el origen de la actual situación de
precariedad y despojo generalizado, por un lado, y las esperanzas
gestadas principalmente en el sur del país y del globo, por el otro; y
para ello es necesario escuchar a las personas que, haciéndose cargo de
su realidad, ya reflexionaron y se siguen organizando y actuando por la
construcción de alternativas al neoliberalismo.
Este cruce entre el diálogo
intergeneracional y la alianza con los movimientos campesinos en México
nos lleva a comprender que el campo es nuestra primera línea de defensa
de otros derechos humanos. A las denuncias históricas del
desmantelamiento de la economía y del tejido social de las comunidades
indígenas y campesinas, dado en las últimas décadas del siglo XX y las
del presente siglo, se aúna que la crisis de derechos humanos que se
vive actualmente en el país es consecuencia, entre diversas razones, de
este paulatino desmantelamiento, que tuvo como resultado enormes flujos
migratorios a las ciudades, así como la proliferación del narcotráfico y
el crimen organizado precisamente en las zonas rurales. De igual
manera, las políticas económicas que afectaron la producción campesina y
proliferaron la importación masiva de alimentos desencadenó la epidemia
de malnutrición que hoy aqueja a la población.
Las organizaciones campesinas y las
alianzas que éstas han generado (tal es el caso de la Campaña Nacional
Sin Maíz No Hay País) son un potencial punto de encuentro para fomentar
el diálogo intergeneracional y el intercambio de saberes, en el que se
puede y debe aprovechar las condiciones actuales que favorecen posturas
a favor de la soberanía alimentaria y el derecho a la alimentación, con
el fin no sólo de recuperar la producción campesina y agroecológica,
sino también de revertir desde ese frente la espiral de violencia y las
violaciones sistemáticas a los derechos humanos tan normalizadas hoy en
día.
Balbina Pérez y Layla Vázquez Flandes*
*Colaboradoras del Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria, OP, AC
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