La Revolución Mexicana vuelve por sus fueros

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▲ La locomotora La Petra, que jugó destacado papel en la Revolución Mexicana, ayer captó las miradas en el desfile por el 109 aniversario de esa gesta histórica, en el Zócalo de la Ciudad de México.Foto Marco Peláez
 
Periódico La Jornada
Jueves 21 de noviembre de 2019, p. 6
De principio a fin, con símbolos y escenificaciones, la Revolución Mexicana volvió ayer por sus fueros.
Y no sólo porque desde el primer momento –en un desacostumbrado gesto– el presidente Andrés Manuel López Obrador colocó las palas y gorras de gala con el nuevo grado a militares ascendidos, sino también porque con la recreación en el Zócalo de páginas memorables de la historia nacional y el largo desfile ecuestre resurgió la glorificación de una efeméride.
La misma en la que por muchos años los llamados gobiernos de la revolución se regodeaban mostrando avances sociales mediante el paso de contingentes vestidos (sin serlo necesariamente) de deportistas, pero que por lo menos los tres últimos sexenios realizaron de manera intermitente y de mala gana… cuando lo hicieron.
Hacerlo esta vez y con tal despliegue fue una instrucción presidencial, y el Ejército estuvo ahí, de nuevo, para acatarla.
Desde el balcón central de Palacio Nacional a partir de las 11:23 horas, cuando recibió los honores a su investidura, hasta las 2 de la tarde, cuando se le rindió el parte de novedades, el presidente López Obrador admiró encantado y con embeleso la representación y el homenaje de la historia patria con significación especial en las designadas en el discurso oficial como las tres primeras transformaciones de la nación: Independencia, Reforma y Revolución.
Con todo, no pasó desapercibido que al final de la narrativa oficial para ilustrar cada escena de insurrecciones, guerras, intervenciones, batallas, huelgas, movilizaciones y demás momentos rutilantes de la épica nacional, los oradores de la ocasión aludieron al presente mexicano como encaminado hacia una nueva transformación.
El mandatario estuvo acompañado por su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller; el secretario de la Defensa Nacional, general Luis Cresencio Sandoval, y por cierto surgido del arma de caballería; del secretario de Marina, José Rafael Ojeda, y la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum.
No había más que seguir las imágenes por la televisión o desde algún lugar aproximado para percibir lo pletórico del ánimo presidencial, la mirada atenta y puntual, y su aplaudir incesante y emocionado por las acrobacias, cuadros teatrales, carros alegóricos, jinetes militares, charros.
En suma, la concreción de todo aquello que él dispuso para la ocasión, incluida sobre la plancha de la plaza de la Constitución y para el deleite popular, la legendaria y muy revolucionaria locomotora La Petra.
En suma, una exégesis de la historia mexicana como de libro de texto gratuito. Eso sí, con acento especial en personajes de especial admiración para el Presidente: los hermanos Flores Magón, como precursores del movimiento revolucionario, y el general Felipe Ángeles, el artillero, humanista e intelectual fusilado en noviembre de 1919.
A unas cuadras de ahí, cerca de 3 mil caballos y sus jinetes aguardaban para ser parte principal de la parada.
Y lo mismo hacían sobre la avenida José María Pino Suárez (ironía histórica), en espera de participar en el desfile, los militares elegidos para representar a los personajes centrales de la Revolución, quienes eran, según el bando, imán o de franco rechazo para la gente.
Así, Venustiano Carranza, por ser de los buenos, posaba para incontables fotografías, pero nadie buscaba al villano por excelencia: Victoriano Huerta. Alguien le hizo notar a éste su mala suerte.
Muerto de risa, y regodeado en una popularidad que nunca soñó tener, el Barón de Cuatrociénegas, intervino: ¡Es que es el usurpador!
Ayer, la banqueta de Palacio Nacional fue escenario de dos mundos opuestos: las gradas especiales, con cómodas sillas de plástico, servicio de comida y transporte especial para las familias de los altos mandos militares al lado izquierdo de la fachada, viendo hacia el Zócalo, y del lado derecho, a un lado de la puerta principal, los estudiantes de la Normal Rural Jacinto Canek de Zinacantán, Chiapas, en plantón desde hace tres meses, quienes no aceptan al director de su plantel, porque no habla ninguna lengua indígena, requisito indispensable para ese cargo.
A los muchachos nadie osó pedirles que retiraran su campamento. Pero los enrejaron y rodearon el área con militares vestidos de civil. Cuando el programa estaba por iniciar, los jóvenes desmontaron su transitoria morada, aunque no se retiraron. Y lo hicieron porque desde Chiapas les avisaron de un atisbo de solución a su demanda.
Los casi 3 mil binomios caballo-jinete causaron admiración y arrancaron aplausos, con las acrobacias, los vistosos uniformes históricos y de época de los cuerpos militares de caballería, las representaciones montadas de algunas policías estatales y las asociaciones de charros.
Pero para muchos, aquello fue excesivo. El inclemente sol, la demora en el inicio y el prolongadísimo programa del desfile fueron demasiado para mucha gente. Y fueron dejando las gradas.
Porque, además, ayer fue día de clases en las escuelas, aunque la lección de historia se impartiera en el Zócalo. Y La Petra empezara a pitar.

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