La gota de sangre que derramó el vaso

Alonso Urrutia y Rubicela Morelos
Enviado y corresponsal
Periódico La Jornada
Viernes 6 de mayo de 2011, p. 3

Autopista México-Cuernavaca, 5 de mayo. La mujer esboza una tímida sonrisa. Con un dejo de resignación mira a los centenares de personas que la acompañan. "Creo que lo que nos une son las tragedias que nos han pasado", señala. Sobre el asfalto de la vía que conduce a la capital del país, la Caminata-Marcha por la Paz con Justicia y Dignidad parece una procesión de dolientes que comparten penas, pero también la indignación que los ha unido contra una guerra que consideran perdida y a la que no le ven fin.

Convocada por el poeta Javier Sicilia, la marcha es a la vez una expresión de la geografía de la tragedia nacional, cruento parte de una guerra que nadie quiso, nadie quiere, pero todos la padecen.

Chihuahua, Morelos, estado de México, Distrito Federal, Colima… Todos están en la lista de eso que el gobierno resume en una estadística de recuento de asesinatos difundida en una fría página web, pero que en la realidad son decenas, centenas o miles de familias mutiladas por la violencia.

"El país está hecho girones", resume Sicilia en el amanecer de una marcha que, anticipa, será silenciosa, "porque nuestro dolor es tanto y tan indecible".

Extraña paradoja, porque ese silencio tuvo, al menos en la primera jornada, una enorme resonancia mediática, a juzgar por la numerosa presencia de medios de comunicación.

Rodean al poeta amigos cercanos que lo cobijan; muchos de ellos visten camisetas iguales con la leyenda: "Todos somos Juan". Una especie de in memoriam para Juan Francisco, el hijo de Javier Sicilia cuyo homicidio detonó esta marcha. "Fue la gota de sangre que derramó el vaso", define un manifestante.

Casi con el amanecer comienzan a reunirse en Cuernavaca, en la llamada Glorieta de la Paz. A esa hora, la presencia mediática supera la asistencia de manifestantes, que se irían incorporando al paso de la caravana con sus pancartas, sus mantas, sus dramas personales y su carga de indignación.

Una manta rosa del Colectivo de Derechos Humanos de las Mujeres, de Chihuahua, muestra una galería de defensores de derechos humanos asesinados en sus empeños infructuosos porque se impusiera la justicia. En su momento, algunos casos fueron impactantes, pero un nuevo hecho sangriento los ha relegado en la memoria colectiva; aunque permanecen ahí, en la impunidad, historia recurrente de casi todas las víctimas.

La foto de Marisela Escobedo hace recordar que la ultimaron a las puertas del palacio de gobierno de Chihuahua, fatal desenlace de su desesperada búsqueda de justicia por el asesinato de su hija. Junto a ella, la imagen de Josefina Reyes, activista del Valle de Juárez que denunció abusos del Ejército en el combate al narcotráfico, y el de la poeta Susana Chávez, ejecutada por su participación en la causa de los derechos humanos.

Esta es historia reciente. Hay otros casos de impunidad que en la agitada coyuntura nacional parecen ancestrales, como el que enarbola el Colectivo de Mujeres de Negro, en su interminable lucha por esclarecer los feminicidios en Ciudad Juárez, que datan de mediados de los años noventa.

Hay otros casos, como el de Iván Monroy, quien sufrió el secuestro de su hija de meses, en el consultorio de su esposa, en Tecámac, estado de México, o el asesinato del joven Paris Baltazar, cuya madre, Soledad Marina Carreón, aún no tiene una explicación ni indicios de por qué lo mataron en Ixtapaluca. Y está el de Joaquín, estudiante de arquitectura, asesinado con apenas 20 años, a quien eevoca su madre, Teresa, en un retrato que le recuerda momentos de felicidad que ahora lucen lejanos.

Otros más, como el de Patricia Duarte, cuyo hijo Andrés Alonso falleció en el incendio de la guardería ABC. Su indignación viene de otro lado: el encubrimiento oficial de los altos responsables del siniestro que le arrebató la vida a su hijo. Lucha contra la maraña burocrática que encubre a los políticos.

Nombres, rostros, vidas con el mismo trágico desenlace son narradas por quienes el paso del tiempo no les ha arrancado su deseo, su obsesión porque algún día se les haga justicia.

Por esa razón califican el mensaje presidencial de absurdo y provocador. "Quien tiene que comprender no somos nosotros, sino él, a todas las víctimas".

Así transcurre el primer día de la marcha con preguntas recurrentes: "¿Cuándo terminará esta violencia? ¿Cuándo acabará esta guerra?"


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