Votar en inequidad e impunidad
Víctor M. Quintana S.
Opinión La Jornada
La democracia podrá no
tener objetivos, pero siempre está situada. No es lo mismo votar en
Suecia o en Francia que en India o en Brasil. La emisión final del
sufragio es el resultado de un proceso donde cuentan mucho las
condiciones sociales de cada país. En el nuestro, en el proceso
electoral que culminó el domingo pasado, cuando menos cuatro factores
pesaron fuerte en el resultado preliminar que se ha dado a conocer hasta
ahora: la pobreza y la desigualdad que privan en el país, la
administración electoral de las mismas, la impunidad general de todos
los delitos, específicamente de los electorales, y la operación de
alianzas de grupos de interés.
Cualquier proceso social se va a topar con la dramática realidad de
que en México hay 52 millones de personas en pobreza, casi 12 en pobreza
extrema y que, junto con Brasil y Guatemala, somos los países más
inequitativos de América Latina. Agréguese a esto que la coyuntura de
sequía en el norte y el centro norte del país, así como la oleada de
violencia e inseguridad, han agudizado el desempleo y causado hambruna
en varias regiones. Esto hizo que en esta coyuntura electoral hubiera un
gran contingente de ciudadanos y ciudadanas cuya principal urgencia no
es votar, sino sobrevivir, y muchos de los cuales estuvieron dispuestos a
emitir su sufragio por un partido a cambio de una cantidad en dinero o
en especie para aliviar su situación.Aquí es donde opera el segundo factor, porque si bien en muchas partes del mundo existen gran pobreza y desigualdad social, en pocos como en México hay un partido político con una experiencia octogenaria en la administración electoral de la pobreza: el PRI. Además de la entrega de despensas y costales de papas, como en Chihuahua, y otros recursos
a la antigüita, ahora el tricolor y su aliado, el PVEM, echaron mano de medios más modernos como la entrega de tarjetas de débito o de
monederos electrónicospara tiendas departamentales a cambio de la prueba de voto por el tricolor, proporcionada mediante medios tan avanzados como la foto de la boleta con el teléfono celular.
Vinculada con esto, la precariedad laboral existente en el país hizo que los burócratas se convirtieran en un grupo muy fácilmente utilizado por los gobiernos, mayoritariamente del PRI, para servirles como promotores del voto, repartidores de volantes, representantes de casilla, etcétera. Con tal de conservar su empleo muchas personas tuvieron que convertirse en activistas de un partido que no las convence. Y no quieren presentar denuncia alguna precisamente para no perder su puesto de trabajo. A mayor inseguridad en el trabajo, más vulnerabilidad a los chantajes electorales del patrón.
El tercer factor es la impunidad reinante en el país, no sólo en asuntos penales, sino también en electorales. El PRI y el PVEM violaron la legislación electoral en términos de topes de campaña en propaganda, en gastos de traslados, en objetos promocionales; en inserciones pagadas en prensa escrita y medios digitales, etcétera. Sin embargo, como las autoridades electorales no actuaron o lo hicieron con tardanza o tibieza, gozaron de total impunidad. A lo más podrán ser sancionados con multas que pagarán sin problema alguno, pues de seguro las consideran
gastos de campaña, porque, inexplicablemente, este tipo de irregularidades no implican de ninguna manera la nulidad de una candidatura, la invalidación de un triunfo o la pérdida de registro del partido. Como las penas no son proporcionales a las faltas, la impunidad de las conductas electorales inequitativas o dispendiosas, o utilizadoras de los recursos públicos, se seguirá reproduciendo.
votar por el puntero–cuando menos lo hizo abiertamente–, sino y sobre todo de Felipe Calderón, consagrador inmediato del triunfo de Peña Nieto, y de Josefina Vázquez Mota, quien alzó la mano al mexiquense aun cuando sus correligionarios de base no contaban siquiera 10 por ciento de los votos, y luego de haber criticado los modos priístas cuantas veces pudo en los debates.
Entonces lo que debe quedar claro es que la lucha de la ciudadanía mexicana no es porque se reconozca el triunfo de tal o cual candidato, o para que se diga que se cometió fraude en contra de alguien, sino para que salga a la luz la verdad de esta elección, para que se transparenten todos los vicios, ilegalidades, irregularidades, faltas, arbitrariedades que se perpetraron. En la cultura política, en la ética pública de esta nación, seguirán privando la simulación, la sumisión, el pragmatismo más crasos si aceptamos una elección aunque esté
un poco sucia. Si por el miedo que se nos ha infundido a la
inestabilidadaceptamos que se nos impongan la cerrazón y la calumnia en los medios de comunicación, el uso y el abuso de los recursos públicos a favor de partidos y candidatos, estaremos propiciando, una vez más, un gobierno sin contrapesos, la consolidación del autoritarismo y la corrupción como las formas de relación corrientes entre gobernantes y gobernados, el cinismo como nota recurrente de nuestro espíritu público.
Exigir ahora la transparencia, la limpieza de la elección, no es optar por defender a un partido o candidato: es la única vía para la dignidad.
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