Cumbres borrascosas a la mexicana

Luis Hernández Navarro

Periódico La Jornada
Opinión

La relación entre Enrique Peña Nieto y Elba Esther Gordillo parece extraída de la novela Cumbres Borrascosas de la escritora británica Emily Brontë. La arrebatadora historia de amor y odio, venganza y locura, pasión y arrebato que protagonizan Catherine Earnshaw y Heathcliff en los sombríos y desolados páramos de Yorkshire, se repite nuevamente más de 160 años después de ser publicada, entre el mandatario mexicano y la líder vitalicia del sindicato de maestros, en los brumosos días del nuevo gobierno.

Irremediablemente dependientes uno del otro, atados por las redes de poder informales que son consustanciales al Estado mexicano, el Presidente y la maestra jugaron con ambivalencia sus cartas en el pulso de un amor no correspondido. En su relación política, se fueron sumando, una tras otra, las historias de despecho, los engaños y las reconciliaciones. Finalmente, la traición de adueñó de la escena.

Para el hombre de Los Pinos la relación con ella fue inevitablemente ambigua. Por un lado, necesitaba a la profesora Gordillo para sacar adelante su proyecto de reformas neoliberales, a los que ella, gustosa, se ha sumado una y otra vez desde tiempos de Vicente Fox. Por el otro, le resultaba conveniente ganar legitimidad a costa de la mala fama de la dama.

Sin embargo, este 26 de febrero, su apuesta de caminar en el filo de la navaja, conservando a la maestra al frente del sindicato, pero simultáneamente emprendiendo una reforma destinada a ganar los aplausos ciudadanos y de algunos de sus más importantes patrocinadores, llegó a su fin. Elba Esther fue encarcelada.

La situación para ella era igualmente trágica. Más lo es ahora en la que resultó ser la gran perdedora. Oportunamente apostó sus cartas a que el mexiquense ganara la Presidencia y saltó del barco de su alianza con Felipe Calderón. Pero él no le correspondió como ella esperaba. En el juego de serpientes y escaleras de la política mexicana, él la obligó a retroceder posiciones en el tablero del poder. Sin embargo, ella siempre supo que no podía dirigir el SNTE en contra de él.

Apenas el 6 de febrero de 2013, fecha en la que Elba Esther cumplió 68 años de edad, cobijada por los suyos, conmovida, con el rostro descompuesto, mandó, por medio del su aliado y amigo el gobernador de la entidad Eruviel Ávila, un mensaje de paz a Enrique Peña Nieto: “los maestros de México somos sus amigos, lo hemos sido siempre y lo seguiremos siendo... la reforma educativa..."No es la reforma del presidente Peña".

Cobijada por los gritos de “¡Elba!, ¡Elba!, ¡Elba!, respondió a quienes piden su cabeza que no es el momento de llevarla al cadalso: "si Elba se va, hay muchos con quién dar la pelea. Este sindicato no se debe a una sola persona. Hay equipo, hay talento, visión. Caerá una, dos o tres, pero no caerá el SNTE, ni perderemos el rumbo del patrimonio nacional, que es la educación pública...pero me voy a ir cuando los maestros quieran que me vaya". Obviamente, se equivocó.

La experta en traiciones, se dio vuelo en la reunión hablando de fidelidad: "quien es ingrato a quién le ha dado la mano, pobre de él", y agregó que "un trato, buen trato. Lealtades obligan, pero gratitud es el don divino".

Allí mismo dictó su epitafio: "aquí yace una guerrera y como guerrera murió".

El que a hierro mata, a hierro muere. Elba Esther llegó a la dirección nacional del sindicato magisterial de la misma manera en la que ahora sale: como resultado de una traición y de una decisión presidencial.

Apenas hace unos días la maestra declaró a Adela Micha que había llegado a la conducción del gremio por "el excusado", pero que saldría por "la puerta grande". No fue así. Salió de manera ignominiosa, acusada de los delitos de lavado de dinero y recursos de procedencia ilícita, por los que habría podido ser arrestada hace mucho años.

Se trata pues de una decisión política justificada con argumentos legales, de un nuevo quinazo. Se está dirimiendo por la vía penal un conflicto abiertamente político.

El quinazo consistió en el arresto y encarcelamiento por ocho años (la sentencia original fue de 35) de Joaquín Hernández Galicia, apodado la Quina, líder del sindicato petrolero, por parte del gobierno de Carlos Salinas de Gortari. El 10 de enero de 1989, un contingente de más de 100 soldados asaltó la casa del dirigente gremial en Ciudad Victoria, Tamaulipas, y lo condujo preso hasta la ciudad de México. De paso, le sembró en su domicilio armas de alto calibre y un muerto, para acusarlo de acopio de armas de uso exclusivo del Ejército y asesinato. Además de él, fueron detenidos sus lugartenientes, Salvador Barragán y José Sosa Sosa, así como su socio y prestanombres Sergio Bolaños.

El poder de la Quina en el sindicato y las regiones petroleras del país era incuestionable. Su corrupción era proverbial. Sin contemplaciones aplacó a la disidencia democrática dentro del gremio. Él designaba presidentes municipales y diputados, hacía justicia a su modo y controlaba actividades económicas claves. Junto a Fidel Velázquez y Carlos Jonguitud era el prototipo del líder charro.

Pero la Quina cometió el pecado de oponerse subrepticiamente a la candidatura presidencial de Carlos Salinas y de cuestionar algunas políticas neoliberales. Durante los comicios de 1988 muchos trabajadores petroleros votaron en favor de Cuauhtémoc Cárdenas y no por el aspirante del PRI, a pesar de que el sindicato era parte de la estructura del partido de Estado.

Fuertemente cuestionado por la caída del sistema y un triunfo electoral basado en el fraude, Salinas de Gortari comenzó a dar golpes de efecto para legitimarse. La detención de la Quina, es decir, el quinazo, fue uno de los más espectaculares. Después de arrestarlo, designó al frente del sindicato a un líder aún más dócil. La medida otorgó al mandatario un indudable beneficio político inmediato. Desde entonces se entiende por quinazo los golpes de timón desde Los Pinos que muestran quien tiene el mando.

La primera ocasión en la que Elba Esther fue ungida como líder máxima del sindicato fue la mañana del 24 de abril de 1989. Iba ataviada con un lujoso vestido blanco como los que le gusta usar cotidianamente. El presidente Carlos Salinas de Gortari acababa de designarla en remplazo de Carlos Jonguitud Barrios, cacique del gremio durante casi 17 años. Cientos de miles de maestros de todo el país estaban en la calle.

En aquella ocasión no hubo aplausos. Los cerca de 100 delegados llevados por la Secretaría de Gobernación no mostraron una sola expresión de júbilo, ni siquiera aplaudieron. “Sé que es una situación difícil –dijo ella–, yo comprendo su silencio.” Horas más tarde, embriagada de júbilo, confesó ante las cámaras de Televisa que había cumplido uno de sus sueños más anhelados.

La designación, a todas luces ilegal, fue vendida a la opinión pública como parte de la renovación moral de los sindicatos. Frente a los micrófonos de cadenas de radios y blocs de notas de periodistas, Elba Esther repitió una y otra vez:”¡El sindicato jamás volverá a permitir la instalación de un cacicazgo, porque daña la conciencia, el intelecto de México!”

Ahora Elba Esther sale como llegó. O peor aún. En aquella ocasión Carlos Jonguitud no fue detenido; en ésta, ella está tras las rejas. En medio de esta versión nacional de Cumbres Borrascosas se juega el futuro de la educación en México y de los maestros que la hacen posible. Pero también, algo más. Un mensaje fue enviado para todos los actores políticos en el país: las reformas neoliberales van o van. Por lo pronto, la última palabra de esta puesta en escena no se ha dicho.

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