En 1294 Celestino V renunció para preservar su salud y humildad

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Fotografía de archivo del 22 de diciembre de 2003, cuando Joseph Ratzinger acudió al Vaticano a felicitar a Juan Pablo II por las fiestas de NavidadFoto Ap
Afp y Notimex
 
Periódico La Jornada
Martes 12 de febrero de 2013, p. 3 

Ciudad del Vaticano, 11 de febrero. La decisión de Benedicto XVI de renunciar al cargo es un acontecimiento casi inédito en la historia de la Iglesia católica, ya que el único precedente conocido se remonta a hace más de siete siglos, cuando el papa Celestino V abandonó voluntariamente el trono de San Pedro.
Además de éste, otros papas se retiraron en circunstancias históricas particulares, más o menos conocidas, pero en ninguno de esos casos se trató de una renuncia propiamente dicha.
Celestino V renunció a su función el mismo año de su elección, en 1294. El religioso había sido ermitaño hasta su nombramiento como pontífice, y no se sentía preparado para asumir este papel de liderazgo en la Iglesia.
Nacido en 1215 en una familia modesta, Pietro del Morrone vivía como monje benedictino en las montañas de los Abruzos cuando los 12 cardenales del cónclave de Perugia le anunciaron su elección, en julio de 1294. La elección de un desconocido debía poner fin a la guerra entre güelfos y gibelinos por la sucesión de Nicolás IV, fallecido dos años antes.
Pietro del Morrone tomó el nombre de Celestino V y trasladó la corte a Nápoles. Pero el nuevo Papa no tardó en exponer las razones que le impidieron asumir su función: su humildad y su salud. Por ello, abdicó el 13 de diciembre de 1294, en acuerdo con los cardenales.
El 24 de diciembre, el cardenal Benedicto Gaetani fue designado para sucederlo, con el nombre de Bonifacio VIII. El nuevo pontífice mantuvo por la fuerza a Celestino a su lado. El monje intentó escapar para unirse a su orden, que adoptaría el nombre de celestinos, pero los guardias del Papa le dieron caza. Celestino V falleció en 1296 y fue enterrado en la iglesia de su orden, en L’Aquila.
Durante el Cisma de Occidente, Gregorio XII (1406-1415) dejó su ministerio, acción que contribuyó de forma decisiva al fin del conflicto que empujó a dicha división.
Entre otros pontífices que renunciaron se cuenta San Ponciano (230-235), elegido el 21 de julio de 230, en la época del emperador Alejandro Severo.
Además lo hicieron Silverio (536-537), quien abdicó el 11 de noviembre del año 537, así como Martín I (649-655), perseguido por el emperador Constante II, y Juan XVIII (1003-1009).
Más complicado resulta analizar el final de pontificado de los papas Benedicto IX (1032-1044, 1045-1045, 1047-1048), Silvestre III (1045-1045) y Gregorio VI (1045-1046). Benedicto IX ocupó la sede de San Pedro en tres ocasiones.
La primera vez finalizó con una revuelta en Roma que obligó al Papa a huir en septiembre de 1044. El 20 de enero de 1045 fue elegido papa Juan, obispo de la ciudad de Sabina.
Cambió el nombre por el de Silvestre III. Poco tiempo después, el 10 de marzo, Benedicto IX conseguía regresar a Roma y expulsó a Silvestre III, que retornó a Sabina, y reasumió sus funciones episcopales.
La segunda época de Benedicto IX en el pontificado fue muy breve, ya que el primero de mayo abdicó en favor de Juan Graciano, arcipreste de San Juan Ante Portam Latinam, que tomó el nombre de Gregorio VI. Este, exiliado a las orillas del Rin, parece ser que fue obligado a abdicar.
A la muerte de Clemente II, y antes de que se eligiera un nuevo papa, regresó a Roma Benedicto IX. Esta tercera etapa de Benedicto IX duró hasta que fue expulsado por Bonifacio de Canossa, marqués de Toscana, el 17 de julio de 1048.
La eventualidad de la renuncia había sido prevista por varios pontífices a lo largo del siglo XX, y en último lugar por Juan Pablo II, que la contempló explícitamente en la constitución apostólica Universi dominici gregis, publicada en febrero de 1996. A pesar de una larga agonía, no recurrió a ella.
Años más tarde, Joseph Ratzinger afirmó en un libro de entrevistas, Luces del mundo, que un papa tiene el derecho y, según las circunstancias, el deber de retirarse si siente que menguan sus fuerzas físicas, sicológicas y espirituales.
 
 
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