“La Quina”, un imperio construido a golpes de corrupción*
Joaquín Hernández Galicia |
Fue un ardid. Espantados por la renovación moral de Miguel de la Madrid, Joaquín Hernández Galicia, La Quina, líder moral del sindicato petrolero, y Salvador Barragán Camacho, líder ejecutivo, tramaron el engaño. Y es que las cosas ya no eran iguales. La Quina había jugado varias veces con el chantaje de su retiro, Siempre le había dado resultado. Hasta que ya no.
Cuando Luis Echeverría subió a la Presidencia. La Quina lo invitó a su plaza fuerte, Ciudad Madero. “Señor presidente, yo ya estoy cansado y he pensado en retirarme de la vida sindical”. Echeverría ante semejante pérdida: “No, Joaquín. Quédese usted. Siga”. La Quina, sacrificado ante el mandato supremo: “Está bien, señor presidente, como usted ordene”.
Seis años más tarde invitó a José López Portillo: “Me retiró, señor presidente, ya estoy cansado”. López Portillo, ante la pérdida irreparable: “Usted es necesario, Joaquín, tiene que seguir”. La obediencia de La Quina: “Como usted ordene señor presidente”. Otros seis años. Invitó a Miguel de la Madrid: “Ya estoy cansado, señor presidente. He pensado en retirarme”. Silencio presidencial. De la Madrid quería una limpia en Pemex. Y La Quina y Barragán tramaron el sacrificio expiatorio.
En un restaurante del DF se reunieron con El Trampas, Héctor García Hernández, su lugarteniente en Coatzacoalcos y en la zona sur, de quien Barragán era jefe, protector y compadre. Analizaron con él la gravedad de la situación y le anunciaron que lo ofrecerían en holocausto, para aparentar la renovación moral del sindicato: te destituimos, te acusamos, huyes, le echamos tierra al asunto y en dos años vuelves. Lo destituyeron, huyó a McCallen, lo acusaron, le cargaron los platos rotos y la vajilla entera. Eso no estaba en el trato. El Trampas reaccionó en McCallen y le escribió una carta al presidente. Dijo lo que sabía –y sabía mucho– de sus jefes. Le tocó a La Quina el turnó de reaccionar. Mandó a secuestrar a El Trampas. Lo trajeron de McCallen vendado y en la cajuela de un automóvil. Lo entregaron a la policía de Reynosa. La policía lo llevó a Ciudad Madero, ante La Quina: “Te dije que te sacaría de donde te metieras”. Lo hicieron firmar acusaciones. A un calabozo en Tampico. Incomunicado. Al Reclusorio Sur. Encarcelado.
Desde 1983, Proceso ha venido publicando la historia negra de La Quina y del sindicato petrolero, forjada en connivencia y bajo tutela de Pemex. A decir verdad, desde marzo de 1977 –número 18 de la revista–, cuando fue asesinado Heriberto Kehoe Vincent –Secretario general y presidente del Consejo de Vigilancia de la sección 30, con sede en Poza Rica– y herido Oscar Torres Pancardo, su sucesor, que también sería asesinado tiempo después.
La historia de La Quina no es nueva ni es oculta, aunque apenas se haya “descubierto” en estos días. Hace más de diez años que se viene denunciando. Ni es el presidente Salinas el primero que la conoce. El 21 de marzo de 1983 –No. 333– Proceso publicó: “Enésima denuncia. Durante su largo cacicazgo en el STPRM, La Quina ha sido reiteradamente acusado de enriquecerse ilícitamente, de realizar negocios personales con recursos sindicales, de reprimir toda disidencia y hasta de contrabando de armas, como ocurrió en noviembre de 1977, cuando se descubrió un cargamento destinado a él en el buque tanque ‘Gustavo A. Madero’, en Veracruz”. Las autoridades tardaron doce años en descubrirle armas a La Quina. Y homicidios. Aquí presentamos una síntesis de la historia negra que Proceso ha contado durante doce años.
HABLA EL TRAMPAS
En una carta de McCallen y desde su conocimiento interno del sindicato, El Trampas informa al presidente Miguel de la Madrid: la corrupción sindical opera en el gremio petrolero. del monto total de las obras que y servicios que ejecuta, Pemex entrega al sindicato el 2% para obras de beneficio social. El Trampas, cuando recibía la orden expresa, cobraba ese dinero, lo depositaba en una cuenta bancaria personal y luego giraba sobre esa cuenta a nombre de La Quina. El era sólo uno de los sobradores. La Quina manejaba el dinero personalmente. En diez años –y de los pesos de entonces– la suma fue de 20,000 millones.
Lo mismo ocurre con los fondos que provienen de las tiendas sindicales de consumo, de las granjas, de los ranchos, de las cajas de ahorro sindicales. Lo mismo ocurre con el 35% que el sindicato cobra a sus contratistas, porque tiene el poder de subcontratar las obras que Pemex le encarga. Sólo el secretario general –Barragán– y La Quina –tras bastidores– deciden en qué se gasta, en qué se invierte y cómo se maneja ese dinero, sin recibos, sin documentos, sin constancias. En consecuencia, todos los miembros del Comité Ejecutivo General –los cobradores, El Trampas entre ellos– no pueden justificar el dinero recibido ni su destino. Sólo La Quina sabe, pero La Quina recibe en efectivo el dinero depositado en otras cuentas personales. Los responsables son otros. Nadie puede oponerse a las órdenes del jefe, aun a costa de sus intereses personales.
Que se haga una auditoría en el sindicato, le pide El Trampas a Miguel de la Madrid, y se sabrá lo que es el manejo de ese dinero. (La auditoría, por supuesto, nunca se hizo). Ahí están enredados los gastos, las inversiones, las obras sociales reales o supuestas, las viviendas de los líderes y de los afiliados –construidas o no–, a lo que hay que sumar los préstamos –780 millones– del Banco Nacional de Obras Públicas.
El Trampas al presidente: que se investigue la fortuna personal del secretario general del sindicato. Se verá la trampa que le tendieron al Trampas. Y al presidente. Le ofrece pruebas y documentos.
Allí no se detiene El Trampas, Barragán y La Quina quitan de en medio a quienes estorban y callan a sus opositores, como le pasó al Güero Kehoe. Se acalló la investigación de su asesinato.
El Trampas envió su carta el 22 de agosto de 1983. Ese mismo día el presidente De la Madrid acudió a la celebración del aniversario sindical petrolero con Mario Ramón Beteta, director entonces de Pemex, con La Quina y con Barragán, en el que Beteta anunció “el surgimiento del nuevo Pemex, con el apoyo de la agrupación sindical”.
Beteta notificó que se proponía “aplicar la renovación moral que erradique las maniobras inconfesables, las ineficiencias, las desviaciones y los hábitos malsanos” en la empresa. El director de Pemex acababa de aumentar en miles de millones, por obra y gracia del nuevo contrato colectivo de trabajo, las canonjías del sindicato, “exponente excepcional de la energía y entrega que caracterizan a nuestra clase trabajadora”.
La Quina, en su discurso del día: “La gran historia de México, escrita por los sacrificios de los hombres, ha sido manchada también por los hombres que la han traicionado por su egolatría, por su ambición dictatorial, por sus propósitos de enriquecerse, no importando los medios. A pesar de esto, nuestra historia y nuestra bandera siguen avanzando contra estas desviaciones humanas. Nos gustaría ver qué pasaría si en un momento terminaran de golpe todos los mantos aceitíferos. A ver si esos enfermos o convenencieros que tanto insultan a la industria petrolera, a sus trabajadores, vivirían de lo que tanto queremos”.
El Trampas acaba de escribir desde McCallen y Miguel de la Madrid tenía la carta. Todos cantaron el Himno Nacional.
El Trampas a Proceso, en el Reclusorio Sur: “Ningún director de Petróleos Mexicanos se ha decidido hasta ahora a combatir la corrupción sindical. Todos han preferido cuidar el escritorio y su posición política. La Quina y Barragán Camacho son los que mandan. Ellos han implantado el terror en el sindicato y se han enriquecido escandalosamente con las concesiones de la empresa, en perjuicio de la nación”.
Contratismo, usura, imposición, pistolerismo, despilfarro, negocios personales solapados por Pemex, maniobras de los líderes para conservar el poder, intrigas, acusaciones falsas, parrandas de Barragán en Las Vegas, juego, hipocresía, engaño, robo, traición, poder. “Joaquín ha enloquecido de poder”. Son las denuncias de El Trampas. 1983.
La Quina llegó a la secretaría general nacional por decisión de Pedro Vivanco, el cacique antecesor, en 1962. Y a Pedro Vivanco fue al primero que eliminó, en cuanto agarró el poder. Luego siguió Rafael Cárdenas Lomelí. Después Manuel Terrazas y otros.
“Mantiene su poder a base de terror. El y Salvador lo controlan todo, lo deciden todo. Las secciones han perdido toda autonomía. Ellos ponen y quitan dirigentes. Ahí está el ejemplo de Poza Rica. Murió Heriberto Kehoe. Murió Oscar Torres Pancardo –8 de septiembre de 1983–, que eran dirigentes de la sección 30. Entonces llega Salvador y, sin más, dice: éste. E impone al sucesor de Oscar. Por dedazo, en una sección que tiene mas de 6,000 trabajadores”.
Otra forma de someter y de hacer incondicionales a los dirigentes de sección es ponerles “un cuatro” para que se metan en problemas. “Es lo que hicieron a Sebastián Guzmán Cabrera en Minatitlán. Le quisieron poner una trampa para que luego llegara a La Quina como su salvador y así tenerlo agarrado”.
Junto al terro, el dinero. Se cierra el candado del poder sindical. “Dinero para comprar gente, para chantajear, para apercollar a los trabajadores. Préstamos personales como forma de sometimiento. Ahí tienen la caja de ahorros de Ciudad Madero. Simplemente eso: millones de pesos que La Quina maneja a su antojo, porque el dinero es suyo y de Salvador. Ellos ganan los intereses. Ellos prestan. Ellos disponen los descuentos. A su antojo. La Quina, personalmente, autoriza o niega los préstamos. Y Pemex hace los descuentos al trabajador, a lista de raya.
“Si te pones al brinco o no estás de acuerdo con lo que hacen, le dicen al jefe de la caja de ahorros: a éste déjamelo con cinco pesos a la semana. ¿Y qué hacer? Tienes familia. Ni modo. Tienes que ir corriendo a suplicarle a Joaquín. Y entonces, como perdonavidas, ordena que te reduzcan el descuento, pero ya te tiene agarrado.
“En Pemex, los que están arriba solapan la situación. Eso ya ni se dice. Pemex tiene que hacer lo que el sindicato ordene. en lo de los préstamos, la empresa se concreta a aplicar los descuentos conforme con las relación que le pasa el sindicato. Nada más.”
DESTINO, LAS VEGAS
De acuerdo con información publicada por Proceso en su momento de 1977 a 1983 –y en los pesos de entonces– se calcula que La Quina recibió de Pemex, por el 2% de las obras, más de 70,000 millones, por comisiones, de los contratistas a quienes La Quina y Barragán asignaban los contratos.
Por la cláusula 36 de contrato colectivo, el 40% de las obras de Pemex se otorgaba al sindicato, que podía subcontratarlas. el contratista escogido entregaba al sindicato 35% del monto de la obra. Desde ese momento, el contratista ya iba quebrado, obligado a robar en el campo, a dar dinero a los supervisores para inflar estimaciones. Así, una obra que Pemex tiene calculada en 200 millones, al darle el contrato al sindicato se eleva a 400 millones.
El sindicato asigna esos contratos sin concurso. Por eso el contratista tiene que dar el 35%. El concurso impediría la corrupción. Por ejemplo. En 1971, cuando Barragán ocupaba por primera vez la secretaría general, se construyó la refinería de Tula. Barragán manejó el asunto completo. La obra costó 28,000 millones de pesos. El sindicato recibió el 2% de esa cantidad, uno 360 millones.
Otros negocios de La Quina. La perforadora El Aguila. Se le pagaba en dólares. Había equipos parados y se les pagaba tiempo muerto. Había equipos de Pemex parados, para que trabajaran en la perforadora El Aguila, a costa de Pemex.
La flotilla de camiones Mac. en todos los departamentos de transportación de Pemex habían equipos y trabajadores parados –no trabajaban–, para darle preferencia a esta flotilla. se duplicaban los costos. Pemex tenía sus vehículos, con sus choferes, pero estaban parados.
Ambas empresas son de contratistas privados, de prestanombres, porque La Quina es el dueño de todo. Pero hay prestanombres que lo cubren, como Sergio Bolaños y Ramiro Garza Cantú.
Sergio Bolaños compró en 1983 el colegio Hamilton, en 1,100 millones de pesos, y un predio contiguo, en las Lomas de Chapultepec, y –meses antes– la casa que fuera de Carlos Trouyet.
De acuerdo con los testimonios publicados, eran frecuentes las franchelas de Barragán y otros líderes en Las Vegas. Iban tres o cuatro veces al año. también a Lake Tahoe y a Atlantic City. Con muchos cuates. A veces 50, 60. Todo pagado. Una noche, en Las Vegas, Barragán perdió un millón de dólares en el bacará en cuatro o cinco horas.
Otras veces se trasladaban Las Vegas a Ciudad Madero, para las fiestas de La Quina y de Barragán. Se llevaban diez, veinte mujeres. En avión especial. Directamente de Las Vegas. Mujeres para divertirse.
El sindicato petrolero fue fundado por Lombardo Toledano y por Eduardo Soto Innes. El último secretario general en su historia independiente fue Eulalio Ibáñez. La independencia del sindicato terminó en 1949, cuando Miguel Alemán implantó el charrismo sindical.
Eulalio Ibáñez, en 1983, fue entrevistado por Proceso. Dijo: “El Trampas, La Quina y Chava son el fruto más acabado de la corrupción del sistema. Es un iluso quien crea que el gobierno quiere acabar con ellos. El gobierno les ha dado impunidad, apoyo económico y fuerza política, para someter a los trabajadores. Si pensamos con ingenuidad que al gobierno ya no le sirven, de todos modos nos pondrían en su lugar a otros peores, más eficientes”.
El Negro Ibáñez previó entonces el futuro de El Trampas: “Lo van a tener encerrado un tiempo, devolverá algo y, como todos están sucios, lo dejarán en libertad a cambio de su silencio”. El Trampas estuvo un tiempo en la cárcel, devolvió algo y lo dejaron en libertad, aunque su silencio no fue total.
CON DIAZ SERRANO, RELACIONES CORDIALES
Había complicidad de líderes y empresa. La empresa obedecía órdenes de La Quina y de Barragán y les concedía todo: contratos libres, permisos, plazas, prebendas y dinero. No sólo Pemex. La Secretaría del Trabajo solapaba las imposiciones y arbitrariedades de La Quina. Mediante mordidas de 50,000 pesos, los inspectores de esa dependencia avalaban asambleas seccionales inexistentes y la designación de líderes por dedazo. Los secretarios del trabajo, en tres sexenios fueron buenos amigos de La Quina. Lo mismo Salomón González Blanco que Gálvez Betancourt que Pedro Ojeda Paullada. Nunca tuvo La Quina ninguna dificultad con ellos.
Las relaciones de Jorge Díaz Serrano con el sindicato fueron muy cordiales. Trataba directamente con La Quina y con Barragán. Se veían a solas. Con Díaz Serrano, la empresa concedió a los líderes cuanto quisieron. Los funcionarios de Pemex, incluido el director, iban con frecuencia a rendirle pleitesía a La Quina, en su casa de Ciudad Madero. Lo mismo ocurrió después con Mario Ramón Beteta.
Jesús Reyes Herodes, cuando fue director de Pemex, fue el único que quiso frenar la corrupción. Por eso La Quina y Barragán lo consideraron siempre su enemigo.
En el sexenio de López Portillo, José Andrés Oteyza, secretario de Patrimonio, se opuso a que el sindicato manejara los contratos en la forma en que lo hacía. Detectó esa corrupción y por eso su relación con La Quina siempre fue mala. Con él no hubo amistad, como la hubo con Francisco Javier Alejo. Con Oteyza hubo pleito y enfrentamientos verbales. Muchas veces. Hubo ocasiones en que se negó a recibirlos en su despacho.
Tampoco Miguel de la Madrid, entonces secretario de Programación y Presupuesto, estuvo de acuerdo con los contratos. Según Héctor García Hernández, “don Miguel hizo un estudio. El sindicato no debía manejar a su antojo las obras, por ningún motivo. El dijo no. Si el sindicato quiere obras, que concurse. Y dos veces rechazó la petición del presidente López Portillo de que accediera a las demandas del sindicato. La primera vez, don Miguel se negó, entonces fueron los líderes a ver otra vez al presidente. Y el presidente le volvió a pedir su acuerdo. Con su puño y letra, López Portillo le puso que tomara muy en cuenta al sindicato de petroleros. Aunque no le ordenaba directo. Y don Miguel volvió a rechazar la petición. Luego yo ya no supe nada”.
El caso fue que el sindicato logró su propósito con el apoyo de Díaz Serrano y tuvo manos libres para subcontratar las obras, mediante comisión del 35%. Y eso hizo que los contratistas elevaran sus costos al doble o más.
FARELL Y BARRAGAN ABRAZADOS
Estaba El Trampas en la cárcel. Estaba en curso su juicio. Estaban frescas sus denuncias y sus acusaciones. Era el 28 de octubre, dos meses después de la carta a Miguel de la Madrid. Los petroleros realizaron una reunión para evaluar la obra del sindicato en el programa alimentario del presidente. Asistió Beteta. Asistió Arsenio Farell Cubillas, secretario del trabajo. Asistió Francisco Labastida Ochoa, secretario de la Semip. No asistió La Quina.
Barragán y Farell se abrazaron. Como en los tiempos felices. Discurseó Farell: “Los felicito por estos logros. Ahora, como nunca, la industria petrolera requiere de ustedes, señores trabajadores. Su espíritu de colaboración, de nacionalismo y de lucha, su sentido revolucionario para que en la paz, en la democracia, en la igualdad, este país llegue a ser lo que todos deseamos, igualitario y justo”.
Ocho meses atrás, el 20 de febrero, La Quina había pronunciado un discurso en su plaza fuerte: “Debe ser nuestro amigo, como dijo Chava Barragán, por la buena o por la mala; pero el presidente Miguel de la Madrid va a tener que ser amigo de los petroleros de todo el país. Qué importa que el mismo gobierno no nos comprenda; qué importa que nuestros amigos, los presidentes, empiecen en contraposición con nosotros y terminen siendo nuestros amigos”. Así fue con Echeverría. Así fue con López Portillo. Así fue con Miguel de la Madrid.
El 5 de enero de 1984, los líderes petroleros estaban en Palacio Nacional para asegurarle al presidente que se sumaban a la renovación moral y darle un regalo de Reyes: “Las fallas que tenemos las vamos a corregir en menos de dos años”. Así le dijo La Quina a De la Madrid. La Quina, acusado de crímenes para eliminar a sus enemigos y proteger su poder y sus ganancias; que alardea de someter a los presidentes por las buenas o por las malas; líder de una pandilla que “está destrozando Petróleos Mexicanos,” como le reveló a Luis Echeverría su director de Pemex, Antonio Dovalí Jaime; responsable de una política sindical fincada en el uso de la fuerza, de la represión y de la violencia, como tantas veces acusó Hebraicaz Vázquez, dirigente del Movimiento Nacional Petrolero. La Quina, ahora, ante Miguel de la Madrid, campeón de la renovación moral.
El presidente recibió satisfecho el compromiso y agradeció el apoyo de los petroleros y su deseo de emprender, con el gobierno, un “amplio programa de superación”. Les dijo: “Es tiempo de renovar nacionalismo y patriotismo, y de revocar las virtudes morales del pueblo mexicano”.
Barragán se purificó: “La corrupción en el sindicato quedó atrás. Es una hoja que ya se dobló y no quiero acordarme”. La Quina se sublimó humildemente: “Todos tenemos el compromiso –se dirigía al presidente– de seguir su ejemplo, de que todo se maneje con honestidad”. El combate a la corrupción quedaba en manos de los líderes acusados de propiciarla.
Faltaba el coronamiento. Echeverría le había suplicado –ordenado, para La Quina– que se quedara, que siguiera. López Portillo le había dicho que era necesario. De la Madrid no le había dicho nada. Todavía. Pero se lo dijo, finalmente, el 4 de julio de 84, en la plaza fuerte. Allí, en Ciudad Madero, el histórico 4 de julio, Miguel de la Madrid cinceló sus palabras:
“Quiero reconocerle al sindicato petrolero su tenacidad, su esfuerzo, su sentido de lealtad y de compromiso por hacer de Petróleos Mexicanos, cada día más, un modelo de empresa mexicana, un modelo de honorabilidad, un modelo de honestidad en el manejo de su sindicato”.
Y se dieron el abrazo. Cálido. Efusivo. Miguel de la Madrid y La Quina. Frente a 12,000 petroleros. Los dos amigos.
Habían empezado las fiestas saturnales. Por esos tiempos se publicaron tres libros sobre la vida incorruptible y luminosa del líder petrolero: hombre ejemplar, ser humano incomparable, trabajador incansable, valiente, generoso, audaz, visionario, patriota, vigilante, modesto, pobre, demócrata, recto, honrado, tierno, prudente, amoroso, dadivoso, abnegado. Un espejo en el que deben verse los mexicanos, urgidos de modelos que imitar. Se editaron dos discos con canciones románticas de su propia inspiración, evidencia de su espíritu sensible, sencillo y popular. Se puso en marcha una campaña por radio y televisión para exaltar las aportaciones del sindicato petrolero al desarrollo del país y al bienestar de los mexicanos. Las saturnales romanas para glorificar al héroe surgido de la pobreza.
El periodista Luis Suárez puso el broche de oro con una entrevista a La Quina –”La Quina visto por La Quina”– que publicó en la revista Siempre el 27 de junio de 1984, ocho días antes del abrazo de Miguel de la Madrid. Joaquín Hernández Galicia se describe a si mismo: “Soy un hombre realizado, seguro de mi mismo, el más feliz del país. He dominado la egolatría y la vanidad. Mis virtudes: lealtad, trabajo y honradez”. “La pobreza me destroza y me deprime; la opulencia y el desperdicio me enfurecen”. “Los placeres me gustan a base de hacer el bien. A cualquiera que sea, hasta a mis enemigos”. “Soy humilde y sencillo”. “Soy apasionado de las cosas buenas, pasión buena, lealtad, trabajo, creatividad, realizaciones, todas las causas nobles”. “Así va a ser, hasta que el Supremo Creador disponga mi meta final: ser un sembrador permanente”. Y así por el estilo.
“MODELO DE HONESTIDAD”: MMH
Beteta encendió las velas del santuario. 27 de mayo de 1984. Ciudad Madero. “Amigo Joaquín, amigo Chava. Se reafirmaron las relaciones de entendimiento y de amistad entre los trabajadores y la administración de Pemex. Siempre atentos, como están ustedes y quienes los encabezan, al acontecer nacional y apoyados, como lo están, en su patriotismo acrisolado, los dirigentes del sindicato, encabezado por Joaquín Hernández Galicia y por Salvador Barragán Camacho, han comprendido la necesidad de apoyar sin reservas, como lo hemos venido a ratificar aquí esta mañana, la política de Miguel de la Madrid. Yo estoy seguro de que éste no es solamente el principio, sino la ratificación de un compromiso, de una relación cada vez mejor, cada vez más sólida, cada vez más sincera y cada vez más llena de afectos verdaderos entre el sindicato y la dirección de Petróleos Mexicanos”.
De la corrupción “ya no quiero ni acordarme”. Prepotencia, abuso, venta de plazas, tráfico de contratos, negocios privados al amparo del sindicato, reprensión –inclusive física–, asambleas espurias, despilfarro sin límites, explotación de los trabajadores transitorios, complicidad con funcionarios corruptos de Pemex, terror como instrumento de poder, imposición abierta de dirigentes seccionales y nacionales, violación sistemática de los estatutos sindicales, manejo personal de cientos de miles de millones de pesos sin rendir cuentas a nadie, 2,000 trabajadores comisionados al servicio personal del dirigente moral del sindicato, montones de acusaciones y de denuncias judiciales y periodísticas, alteros de expedientes, pruebas y documentos. Todo quedó atrás. “Ya no quiero ni acordarme”, dijo Barragán. La Quina es un modelo de honestidad en el manejo de su sindicato”, dijo Miguel de la Madrid.
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1977. Antonio Madrigal Mendoza mata al Güero Kehoe, líder de la sección 30, Poza Rica. Kehoe era del grupo de La Quina. Desde 1972 y, sobre todo en 1975, cuando intentó reelegirse como secretario general de la 30, los trabajadores lo acusaron –y presentaron documentos– de enriquecimiento inexplicable.
Ya entonces, Hebraicaz Vázquez acusaba: “El asesinato de Kehoe es el resultado de tantas injusticias, represión, corrupción y falta de democracia en nuestra organización. Para evitar hechos sangrientos tan lamentables, es necesario devolver a los trabajadores la autonomía seccional y sindical, la libertad para elegir a sus representantes. Mientras Joaquín Hernández Galicia siga imponiendo comités ejecutivos locales y delegados a las convenciones, éstos responderán a los intereses de grupo de La Quina y no a los legítimos intereses de los trabajadores. Esta situación propicia no sólo la corrupción en todos los niveles, sino una alarmante baja productividad que da origen, entre otras consecuencias, a una duplicación de costos de producción. Ha llegado el momento de rectificar, destruyendo la estructura económica y política creada por Hernández Galicia, que provoca estallidos de violencia”. Demandó una investigación a fondo. No se hizo.
En marzo de 1975 se suicidó Félix Lezama Alvarez, en Macuspana, Tabasco. En septiembre de 1974, Jaime Marín Servera fue encontrado muerto en su automóvil incendiado. El cadáver tenía un balazo en la cabeza.
Antes de suicidarse, Lezama dejó dos cartas, una dirigida al gobernador del estado, Mario Trujillo García: “Yo, Félix Lezama Alvarez, secretario general de la sección 29, soy parte del triunvirato que formamos José Vasconcelos Morales y Héctor García Hernández (El Trampas), para acabar con la vida de Jaime Martín Servera”. Lezama se quita la vida por remordimiento y para pagar su acción.
“Que se sepa, ninguno de los otros dos inculpados en este crimen ha sido sometido a proceso”, dice Hebraicaz. “Es una prueba más de la impunidad que ofrece a sus testaferros la mafia que maneja el sindicato”.
En 1978, Poza Rica era una ciudad de 200,000 habitantes; 60,000 de ellos hacinados en tugurios. El 87% de sus calles no tenía pavimento. La mitad de las casas no tenía agua potable y más de la mitad no tenía drenaje. Agua contaminada hasta la podredumbre, desempleo, corrupción, mendicidad, carestía, pandillerismo, hedor permanente, suciedad, vicio, prostitución. Ciudad petrolera. Allí se inició la epopeya del petróleo nacionalizado hace 50 años. De allí se habían extraído, hasta 1978, 2,000 millones de barriles de crudo.
Allí vivía José Torres, enfermo, alcohólico, limosnero a los 78 años de edad, después de haber trabajado 27 años en Pemex como transitorio. Como él, 11,000 trabajadores –hoy se calculan 100,000– estaban en espera de una plaza en Pemex, de un trabajo fijo y seguro.
Allí vivía Anastasio Camuel, en un prostíbulo inmundo de la zona de tolerancia, añorando el auge de los años cincuenta.
Allí era la proliferación de vinaterías, cervecerías, cantinas y piqueras –400 en ese entonces–, mientras 82 policías tenían a su cargo la vigilancia del municipio.
Allí era el feudo del siniestro FRUS, camarilla dirigente de la sección 30, con sus líderes millonarios y poderosos y con 250 funcionarios privilegiados y de confianza de Pemex, aislados en zonas residenciales y clubes exclusivos. Dos de sus dirigentes, el Güero Kehoe y Oscar Torres Pancardo fueron asesinados. Hoy se especula y se rumorea otra vez sobre el autor del segundo de esos asesinatos.
De allí, de Poza Rica, salió en otros tiempos un joven ambicioso, Joaquín Hernández Galicia, que se fue a Ciudad Madero a iniciar el camino que lo llevaría a crear el imperio sindical petrolero, el imperio de La Quina.
Allí, en los años cincuenta, sembraba el terror con sus pistoleros un líder atroz, Pedro Vivanco, que haría disparar a sus hombres contra una manifestación popular, en 1958, y que encumbraría a La Quina en 1963.
De allí huyó a Estados Unidos, ese año, Jaime J. Merino, con el producto de 18 años de saqueo.
Represión de trabajadores disidentes, escandalosa venta de plazas, viacrucis inacabable de los transitorios, cacicazgo del Güero Kehoe –y su muerte nunca investigada– y asesinato nunca aclarado de su asesino.
Poza Rica fue el teatro del XL aniversario de la expropiación petrolera, presidido por José López Portillo.
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En 1974, La Quina y Barragán trataron de desarticular la disidencia sindical. Los dirigentes del Movimiento Nacional Petrolero, la disidencia más importante entonces, encabezada por Hebraicaz, fueron sancionados por el sindicato y cesados por la empresa.
Nueve años después, en 1983, la Suprema Corte de Justicia les otorgó el amparo contra la determinación del sindicato y de las autoridades laborales.
La empresa les da dinero. Si no lo da, lo obtienen de sus negocios. Si necesitan más, lo piden prestado, con la seguridad de que la empresa les condonará la deuda. Acumulan ganancias y cuotas sindicales. Negocios dentro de los negocios: cooperativas agropecuarias, tiendas sindicales, fábricas, constructoras, equipo de perforación terrestre y marítima, concesiones, poder político, contratos y subcontratos, regalo de Pemex al gusto y al capricho. Sólo de cuotas sindicales, en 1983, obtenían 100 millones mensuales. Regalo de 75 millones de Pemex para terminar el centro de convenciones de la sección Uno. Regalo para muebles de oficina. Condonación de una deuda de 25 millones. Regalo de 400 millones para incrementar el fondo sindical de compras de artículos para tiendas petroleras y para producir alimentos en los centros agropecuarios del sindicato. Regalo de 8 millones para un equipo de comunicación en las tiendas sindicales.
En todos los negocios sindicales trabajaba gente que cobra en Pemex. Unos 4,000.
En 1980, el sindicato valuaba sus propiedades en 2,000 millones. Hoy se calcula que valen más de 100,000. Y abarcan todo: tierras cultivables, cabezas de ganado y de ganado estabulado, fábricas de ropa, mueblerías, ladrilleras, imprentas, funerarias, cines, maquinaria pesada y de perforación.
En 1979, La Quina modificó los estatutos para que el secretario general durara cinco años. Cuando Vivanco lo hizo llegar a la secretaría general, su período fue de 1963 a 1964. Y propuso la creación de un nuevo cargo en el Comité Ejecutivo Nacional: director de obras sociales y revolucionarias del sindicato. Era el puesto que creaba para su persona, que ocupó de inmediato y desde el cual dirige su proyecto de “Revolución Obrera” y el líder moral del sindicato.
“En 1974 –relata Hebracaiz–, en una asamblea amañada, la sección 15 nos aplicó la cláusula de exclusión. El Movimiento Nacional Petrolero no se desarticuló. Al contrario. En Marzo de 1980, nos mandó llamar el presidente López Portillo, para acusarnos de intransigentes: atentábamos no sólo contra el sindicato, sino contra el país. Nos propuso que fumáramos la pipa de la paz con Hernández Galicia y con Barragán. Y le dio instrucciones. Al respecto a su secretario particular, Roberto Casillas, y al secretario del Trabajo, Pedro Ojeda, para que fueran testigos del acto.
“Barragán nos llamó primero, para que platicáramos en su casa de Ciudad satélite. Nos dijo que, por instrucciones de Joaquín, íbamos a ser reinstalados en la empresa, a condición de que firmáramos una carta. En ella querían que aceptáramos que nuestro movimiento estaba financiado por políticos como Jesús Reyes Heroles, Emilio Martínez Manautpou, Francisco Javier Alejo, Horacio Flores de la Peña y Antonio Dovalí Jaime”.
Todos enemigos de La Quina. “Nos negamos a firmar. Ni nos levantaron el castigo ni nos reinstalaron. Al contrario: presionan a la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje para que fallara en contra nuestra”.
Nueve años después, la Suprema Corte revirtió el dictamen. “Barragán y La Quina no lo querían creer”.
HACE 12 AÑOS, ACOPIO DE ARMAS
En la misma denuncia, Hebraicaz Vázquez hace responsable a La Quina de dos asesinatos, de la venta de plazas en Pemex, de agresiones a los trabajadores y de fraudes a Pemex y al Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM), acusaciones que repitió –con más elementos y pruebas– en noviembre de 1983, ante la Procuraduría General de la República.
Pero no le hicieron caso. Ahora –doce años después– Hebraicaz dice “los presidentes anteriores nunca tuvieron la voluntad política para investigar los hechos”. Por el contrario, “la corrupción sindical fue prohijada por el propio gobierno. Luis Echeverría y José López Portillo le dieron a La Quina tanta concesión y poder que crearon un Frankestein, que pronto los rebasó y los condicionó.
“Estos expresidentes, afirma deben asumir su responsabilidad histórica por ello, porque no es posible que así, de repente, se descubra que La Quina y sus incondicionales son corruptos y asesinos. Los presidentes en turno supieron todo. Fueron, en su momento, los hombres mejor informados. Si a La Quina se le permitió hacer y deshacer fue porque contó con anuencia presidencial y si a La Quina se le dieron concesiones de Pemex fue porque el presidente en turno así lo dispuso”.
“Luis Echeverría prometió intervenir, acabar con la corrupción y actuar conforme a derecho. A instancias suyas hubo varias reuniones con el secretario del Trabajo, Porfirio Muñoz Ledo. Con él platicamos de nuestros proyectos: queríamos que hubiera nuevas elecciones en el sindicato, por vía del voto secreto y directo. Nunca se resolvió nada. Seguramente no tuvo la autorización presidencial. Llegamos a tener ciertas esperanzas de que Luis Echeverría hiciera justicia. Nada de eso ocurrió: en 1975 tomamos las instalaciones sindicales y en junio de ese año nos aplicaron la cláusula de exclusión. Treinta meses estuvimos fuera de Pemex y Echeverría terminó hablando muy bien de Hernández Galicia.
“A José López Portillo le expusimos la corrupción sindical y le mostramos nuestro desacuerdo por su política petrolera. Nos dijo que no comprendíamos, que deberíamos acostumbrarnos a la riqueza del petróleo. Pidió que limáramos asperezas con Barragán Camacho y con Hernández Galicia, cosa que fue imposible.
“Eran los años del boom petrolero y La Quina era útil para el sistema: se necesitaba el control de los trabajadores”.
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Durante su largo cacicazgo, La Quina ha sido acusado infinidad de veces de múltiples cargos, incluso judicialmente. Hasta de secuestro, golpes, injurias y vejaciones ejecutadas por sus guardaespaldas. Nunca nadie había logrado nada en su contra.
Lorenzo Cantú Nava, petrolero sindicalizado, lo acusó en 1976 y fue golpeado. El 2 de marzo de 1983, con copia a autoridades federales y estatales, le escribió a La Quina: “Es ya mucho el daño que usted ha hecho a la nación, a Petróleos Mexicanos y al sindicato. El apoyo oficial le ha permitido desempeñar su triste papel de cacique todopoderoso durante más de 20 años, convirtiendo en caricatura el viejo sindicato petrolero. Ud. cometió la indignidad de expulsar de la organización sindical a muchos antiguos trabajadores que tuvieron el privilegio de conocer, vivir y actuar en la época del sindicato democrático, que fue desmantelado por Ud.
“En previsión de que sea cierto que se retira (La Quina acababa de anunciar su retiro por enésima vez), le pido dos cosas. La primera, que rinda cuentas claras sobre el incalculable capital que Ud. ha manejado a su entero capricho durante más de 20 años, como si fuera de su propiedad personal. La segunda, que Ud. por ética elemental, informe a los trabajadores cual era su patrimonio al hacerse cargo de la responsabilidad que ostenta, y a cuánto asciende hoy.
“El cumplimiento de estos dos deberes, uno de carácter legal y otro de carácter moral, no lo releva de sus responsabilidades históricas.”
*Reportaje publicado en el número 637 de Proceso.
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