Ernesto Kuri se niega a pagar liquidaciones a trabajadoras de maquila en el DF

MÉXICO, D.F. (apro-cimac).- Desde hace un año, extrabajadoras de la empresa Maquila Cartagena, en la delegación Iztacalco del Distrito Federal, resguardan la maquinaria con la que elaboraban camisas con la esperanza de que su expatrón, Ernesto Kuri Serur, les pague los sueldos y liquidaciones que aún les debe.
Al menos 20 exempleadas –entre costureras, planchadoras y supervisoras– de la ahora inactiva Maquila Cartagena, que operaba desde los años 40, mantienen un plantón afuera de las instalaciones de la empresa: Un edificio oscuro y deteriorado al que lo protegen una rejas que anuncian su clausura.
Luego de la muerte del primer y el segundo administrador, para el que algunas de las empleadas trabajaron más de 30 años, en 2012 la empresa –que producía camisas para la marca Paco Rabanne– quedó en manos de Ernesto Kuri, hijo del primer propietario.
En entrevista, las trabajadoras contaron que desde su llegada en ese año, el empresario anunció una supuesta baja en las ventas del negocio, por lo que empezó a disminuir prestaciones, pago de utilidades y quedó a deber sueldos que, de por sí eran mínimos: 600 pesos en promedio.
A las supervisoras y empleadas de mayor rango no les daba aumentos de sueldo anuales porque, a decir del patrón “ése era únicamente para las que ganaban el mínimo”. Además, según relataron las trabajadoras, Kuri siempre mantuvo más comunicación con los varones, quienes se empleaban en el almacén, que con las mujeres costureras.
En 2013, de 250 empleadas que iniciaron durante la administración de Kuri sólo quedaron 100, a quienes la necesidad y el anhelo de una jubilación y liquidación digna las hizo defender su empleo.
El patrón las convenció de que el negocio podía mejorar si ellas aumentaban la producción, lo que las llevó a laborar jornadas hasta de 14 horas sin pago extra.
Durante ese periodo, según contaron, siete mujeres que hacían guardia por las tardes en el plantón, padecieron mucha presión laboral y algunas incluso enfermaron.
De manera reiterada, el patrón señalaba sus fallas, las culpaba de la caída del negocio y desvalorizaba su trabajo. Sin embargo, ellas seguían trabajando aunque tuvieran poca materia prima, telas e hilos, principalmente.
Una de ellas se dio cuenta de que, luego de 31 años de pagar con su sueldo un fondo en el Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit) –la empresa le descontaba 500 pesos al mes–, este dinero no llegaba a la institución.
La afectada, Lucía Guzmán, de 25 años de edad, encaró al patrón y éste le reveló que con ese dinero pagaba el sueldo de sus compañeras, pero le aseguró que en cuanto la empresa mejorara empezaría a pagarle la deuda.
Aunque se suponía que las trabajadoras tenían seguridad social, algunas que quisieron atenderse un problema de salud o efectuar una operación quirúrgica programada, se dieron cuenta de que tampoco tenían esta prestación.
A pesar de eso y con la convicción plena de que su trabajo levantaría el negocio –único sustento de sus familias– decidieron quedarse a laborar.
La tarde del 26 de julio de 2013, luego de terminar su jornada, el patrón Ernesto Kuri Serur las reunió a todas y les dijo: “Se hundió el barco y las trabajadoras con él”.
También les anunció que, por la quiebra, no podía pagar los sueldos que debía ni la liquidación para ninguna, pese a que había mujeres con más de 39 años de antigüedad.
Sin acceso a la justicia
Las trabajadoras lamentaron que, por no conocer sus derechos laborales, no actuaron más rápido. Aseguraron que cuando se reunían en la maquiladora de inmediato eran cuestionadas y se les obligaba a disipar los grupos.
Días después del despido, algunas se encontraron y coincidieron en que sus derechos fueron atropellados, por eso buscaron al empresario e intentaron negociar sus pagos. Él se negó.
Dispuestas a luchar, contrataron al abogado Eduardo Díaz, quien prometió ayudarlas como grupo, les pidió sus contratos originales y sus recibos. En marzo pasado, les dijo que interpuso una demanda ante el Tribunal Federal de Conciliación y Arbitraje y que esperaran la resolución.
Además, citó a todas las extrabajadoras a una reunión en la calle donde se ubica la maquiladora y les prometió que Kuri y su abogado –con quien ya había hecho negociaciones– acudirían para proponer una nueva solución. Ese día fueron las trabajadoras, pero no llegó ni su abogado ni el patrón.
Luego de esto, el supuesto defensor les dijo que si el patrón les ofrecía 20 mil pesos a cada una ellas deberían aceptarlo. Ante la negativa de las trabajadoras, les dejó de contestar las llamadas.
Lo peor es que no les devolvió sus documentos originales, por lo que no pueden emprender otras acciones legales.
Llueva, truene o granice
Días después del despido, 20 mujeres se quedaron en plantón en la entrada de la maquiladora, donde permanecen al resguardo de los equipos de trabajo, entre máquinas de coser y de planchar.
Hace unos días, la lluvia y el granizo que cayó en la capital sumieron la lona que les servía de techo para cubrirse y continuar la custodia “a sol y sombra” de la maquinaria que queda al interior del inmueble.
El grupo se dividió en turnos, unas en la mañana y otras en la noche. Tienen una estufa eléctrica y algunos bancos de plástico. Las mantas y pancartas anuncian sus demandas: el pago de 100% de la deuda, el cual equivale en algunos casos, hasta 200 mil pesos.
Las extrabajadoras esperan que parte de la maquinaria siga dentro de la maquiladora, porque algunos vecinos les dijeron que una noche el patrón sacó máquinas, además de que, en agosto de 2013, personal del Instituto Mexicano del Seguro Social irrumpió en las instalaciones para embargar lo que les debía la empresa.
Cuentan que a Ernesto Kuri lo ven a menudo por el plantón, ya que construyó una escuela arriba del inmueble y planea inaugurarla el mes que viene.
Pasa y saluda, dicen, luego intenta negociar con ellas para darles a cada una 20 mil pesos, lo que no es ni 10% de la deuda.
Todas las extrabajadoras superan los 50 años de edad, una de las razones por las que, después de la quiebra, ya no encontraron otro empleo. Por eso laboran como empleadas del hogar y se turnan para hacer guardias en el plantón.
Algunos sindicatos que se acercaron a ellas les recomendaron formar una cooperativa e iniciar su propio taller, pero, aunque sí lo desean, no tienen los recursos para empezar a formarlo y aún tienen deudas acumuladas desde el día que perdieron su empleo.

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