La Reforma y los empréstitos de Maximiliano
Deuda pública y sus ocultos beneficiarios
Martín Esparza Flores
—II—
Desde hace dos siglos, México arrastra
el pago de los intereses de su deuda como un eterno lastre que ha
crecido geométricamente hasta transformarse simbólicamente en las
modernas cadenas de un colonialismo que han acosado al país desde su
independencia y a todo lo largo de su historia. El triunfo de la Guerra
de Reforma, a mediados del siglo XIX, logró frenar, por un breve
periodo, la amenaza mundial ejercida entonces por España, Inglaterra y
Francia, cuando el presidente Juárez rompió relaciones con las naciones
agresoras.
Desde la proclamación de Independencia,
con el ascenso al poder de Agustín de Iturbide, y ante la ruina en que
dejaron al país los gobiernos virreinales, los empréstitos al exterior
fueron considerados como la manera de afrontar la ruina de las finanzas
públicas; Iturbide pactó las dos primeras inyecciones de recursos en
condiciones por demás desventajosas pues los banqueros ingleses,
entonces los mayores prestamistas del mundo, aceptaron otorgar a México
dos préstamos de 16 millones de pesos cada uno, bajo el requisito de
aceptar el pago por adelantado de exorbitantes intereses y ominosas
comisiones que redujeron los 32 millones a la risible suma de 11.8
millones de pesos.
Sólo en apariencia, México se había
desligado de España pues Iturbide había aceptado una deuda leonina
impuesta por la Corona Española a cambio del reconocimiento de su
gobierno; de esta forma, los adeudos aparecieron como una maldición
insalvable en nuestro parto como nación independiente; al asumir el
cargo en 1824, Guadalupe Victoria expidió un decreto donde reconocía
tanto los adeudos con los gobiernos virreinales como los créditos
obtenidos por los jefes insurgentes desde la proclamación del Plan de
Iguala, en febrero de 1820, hasta al triunfo del Ejército Trigarante en
septiembre de 1821, al igual que los créditos acordados hasta antes de
su llegada al cargo.
La crisis política, económica y social
que privaba entonces en el país obligó a que en 1827, México se viera en
la necesidad de suspender el pago de los intereses de su deuda externa,
debido a su manifiesta insolvencia; en 1831 se reanudaron algunos pagos
pero meses después se estableció la moratoria que habría de prolongarse
hasta 1851. La usura de los prestamistas extranjeros era tal que
mientras en 1831 se debían 34 millones de pesos, para 1837 ya eran 46
millones y en 1846 la cifra llegaba a los 51,2 millones de pesos. Toda
fortuna para aquellos tiempos.
Tras la pérdida de la mitad de su
territorio ante Estados Unidos, en el gobierno de Antonio López de Santa
Anna, al iniciarse en 1857 el movimiento de reforma, el país enfrentaba
la amenaza de invasión de tres de los países más poderosos de aquella
época: Inglaterra, que exigía el pago de adeudos por 69 millones 994 mil
pesos; Francia que contabilizaba 2 millones 860 mil pesos; y España, 9
millones 460 mil pesos.
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