La reunión con Peña no alivió la realidad que atormenta a familiares de normalistas

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El miércoles se escucharon en Los Pinos testimonios estremecedores y voces que increparon al poder, narra un testigoFoto Presidencia
Blanche Petrich
 
Periódico La Jornada
Viernes 31 de octubre de 2014, p. 7
No hubo un instante de distensión durante la reunión del miércoles 29 en Los Pinos; ni una sonrisa, ni un gracias, señor. La distancia no se acortó entre el presidente Enrique Peña Nieto y un centenar de guerrerenses, madres y padres, hermanos, algunos abuelos y una joven viuda de los jóvenes asesinados, heridos y secuestrados el 26 de septiembre en Iguala.
El mandatario entró al salón asignado para la reunión del miércoles a las dos de la tarde en punto. Se presentó sin corbata, ceremonioso y rígido, esperando, como es costumbre, que sus interlocutores se pusieran de pie. Todos permanecieron sentados. Él recorrió algunos asientos, saludando a los familiares que con desconfianza aceptaban extenderle la mano, con frialdad. No pudo seguir y se dirigió a su lugar.
En seguida empezaron intervenciones en un inédito cara a cara entre campesinos y trabajadores pobres, sin escolaridad ni experiencia política, y el jefe del Ejecutivo. El intercambio se prolongó cinco apretadas, densas horas. Hablaron sin pedir permiso, sin apegarse a formalidades, sin orden del día. Se escucharon voces que estremecían, pero sobre todo increpaban al poder, describe el momento Abel Barrera, dirigente de Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan. Probablemente haya sido una de las más difíciles en la trayectoria del político de Atlacomulco.
Al finalizar el intercambio, los representantes de los familiares plantearon una demanda que sorprendió al Presidente y sus colaboradores: que se firme la minuta.
No es que hubiera resistencia de la Presidencia, explica a su vez Dolores González Saravia, de Servicios y Asesoría para la Paz, sino que al parecer es algo que ahí no se acostumbra hacer, porque un documento firmado tiene implicaciones políticas. Los familiares se plantaron: no saldrían de Los Pinos sin la firma del Ejecutivo. Les tomó hasta cerca de las nueve de la noche, pero lo lograron.
El mandatario, aguantando en su silla, tomando notas
A Peña Nieto le tocó escuchar testimonios de las familias de los normalistas de Ayotzinapa, algunos de ellos estrujantes. Y la constante afirmación: No confiamos en usted. Cuenta el antropólogo Barrera, curtido defensor de los derechos humanos: Él estuvo ahí, aguantando en su silla. Tomaba notas. Y cada vez que se dirigía a un familiar lo citaba por su nombre.
El encuentro ocurrió al tiempo que el mandatario enfrenta presiones internas, con la articulación de un potente movimiento de protesta, y del exterior: el papa Francisco, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama; la prensa mundial, la Organización de Naciones Unidas.
Son pocas las mujeres de aquellas familias campesinas que en público deciden tomar la palabra. Pero frente a Peña Nieto una de ellas se animó. Le preguntó que si uno de los jóvenes raptados por policías y desaparecidos hubiera sido uno de sus hijos, ¿qué hubiera hecho? ¿Acaso hubiera esperado ocho días para ordenar que interviniera la Federación en su búsqueda? ¿Acaso no lo hubiera encontrado inmediatamente?
Escuchó el relato estremecedor de Marisa de Mondragón, la joven viuda de Julio César, cuando ella relató cómo encontraron al joven estudiante que apenas tres meses antes se había convertido en padre de una pequeña. Desollado. Sin ojos. Una imagen de pesadilla.
Nunca imaginé que alguien pudiera hacer una cosa así. Nunca imaginé que alguien pudiera truncar la vida en familia que empezábamos a vivir, aseveró. Y exigió a la PGR –el procurador general Jesús Murillo Karam ahí presente; lo mismo que el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong– que investigue bien el caso, que se llegue al fondo.
También oyó el testimonio de Nicolás Andrés Juan, padre del muchacho de 14 años herido en la boca, cuando narró que su hijo casi muere porque cuando sus compañeros intentaron llevarlo a un hospital soldados los cercaron y amenazaron. En lugar de brindar asistencia al estudiante de 18 años gravemente herido, lo acosaron y después lo abandonaron. Peña y Murillo prometieron que indagarían, pero no precisaron si en su línea de investigación incluirán también la responsabilidad del Ejército.
Pasaban las cinco de la tarde
Al procurador le reprocharon las versiones que afirman que los muchachos de Ayotzinapa estaban ligados de alguna manera con los cárteles del crimen organizado que dominan la región. Murillo Karam aseguró que no es la PGR, sino los detenidos, presuntos autores materiales, quienes lo declaran. Pero ustedes lo filtran. Y las filtraciones tienen una intención, reprocharon.
De ahí surgió el compromiso del sigilo en el manejo de la investigación judicial y de no seguir la línea de buscar criminalizar a la normal rural.
No lo vamos a tolerar ni a permitir, le advirtieron los jóvenes del comité estudiantil que estuvieron presentes, David Flores y Omar García.
El informe del procurador sobre los avances en la pesquisa no aportó nada, se quejaron. Quizá la novedad es que adelantó que faltan dos detenciones de actores claves en el operativo represivo y que son ellos los que saben adónde se llevaron a los 43 normalistas detenidos-desaparecidos.
Por último, varias madres de familia le describieron las condiciones de precariedad con las que funciona la escuela de maestros de Ayotzinapa. De ahí surgió el compromiso de dignificar y legitimar las normales rurales.
Papelito habla
La firma de la minuta era un paso de la agenda que no estaba previsto por el personal de la oficina del Presidente. Nunca antes había exigido la signatura de compromisos. Pero cuando la mesa estaba a punto de levantarse, los familiares la pidieron.
Ante el desconcierto de sus asesores, Peña se retiró. Se acordó formar una comisión redactora con Tlachinollan y el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez; luego se sometió el borrador a una revisión minuciosa por parte de los asesores del Presidente y después de algunos cambios, leves, de forma, se sacaron las copias. Eran cerca de las ocho de la noche.
A esa hora, los integrantes de la comitiva supieron que Peña Nieto daría un mensaje en cadena nacional. Entonces vino un nuevo reclamo: que no lo hiciera antes de firmar la minuta. La transmisión del mensaje presidencial estaba prevista para las 9 de la noche y la hora se acercaba. Algunos padres llegaron a pensar que Peña Nieto ya no regresaría al salón. Creció el nerviosismo.
Finalmente, a las 8:30 de la noche, la puerta se abrió nuevamente. Peña, Murillo Karam y Osorio Chong entraron y plasmaron sus rúbricas en cada una de las hojas de la minuta, junto con las de Melitón Ortega y Felipe de la Cruz, en representación de los demás. Los familiares de los normalistas de Ayotzinapa habían logrado sentar un precedente en Los Pinos.
Con algunos apretones de mano, y sin agradecer nada, pues nada lograron, salieron de la residencia presidencial a tiempo para escuchar el mensaje, en el trayecto hacia la colonia San Rafael, donde un centenar de periodistas los esperaban para la demorada conferencia de prensa.
No hubo ninguna reacción. “Ni antes ni después cambió su estado de ánimo –explica Barrera, quien no se les despega desde hace un mes–; ellos viven cada minuto la tristeza, la desesperación, la realidad que los atormenta. Están ensimismados y lo que sucede en su entorno no tiene mayor relevancia para ellos. Ni siquiera el haber hablado cara a cara con el Presidente”.


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