La nueva relación, desafío mayor para Obama que para La Habana
Durante la ceremonia oficial de reapertura de la embajada de Estados Unidos en La Habana, el 14 de agosto de 2015Foto Xinhua
Blanche Petrich
Enviada
Periódico La Jornada
Martes 18 de agosto de 2015, p. 2
Martes 18 de agosto de 2015, p. 2
La Habana.
Durante las cinco décadas de confrontación entre Estados Unidos y
Cuba hubo periodos de contactos y encuentros ultrasecretos, lapsos en
los que imperó la ley absoluta del hielo y tiempos en que las amenazas
de la potencia hemisférica se agravaron y llegaron a ser violentas.Hubo momentos tan riesgosos que el propio general Alexander Haig –notable halcón dentro de la administración de Ronald Reagan– advirtió al embajador soviético en Washington y al canciller mexicano Jorge Castañeda de la Rosa que el Pentágono bien podría llegar a la decisión de bombardear la isla. Fue el mismo Haig quien en otra coyuntura reconoció que la interlocución con Fidel Castro era imprescindible para Washington y en 1982 viajó a la ciudad de México para reunirse con el entonces vicepresidente cubano Carlos Rafael Rodríguez. Pragmatismo o realpolitik que se impuso en los dos gobiernos. Buena parte de esa historia aún no se conoce.
El diplomático Ramón Sánchez Parodi, quien encabezó la sección de intereses de Cuba en Washington del 1º de septiembre de 1977 al 30 de abril de 1989, reconoce que ante la nueva realidad, con relaciones plenas entre los dos viejos rivales,
falta que los cubanos contemos nuestra versión de la historia. Y también que hagan valer sus demandas frente a Estados Unidos, entre ellas la más sentida: el levantamiento del bloqueo.
Ex viceministro de Relaciones Exteriores, miembro del Consejo de Estado y fundador del Partido Comunista, Sánchez Parodi avizora las perspectivas del proceso histórico que empieza ahora, ya con las relaciones bilaterales restablecidas, como un desafío mayor para el gobierno de Barack Obama que para el de Raúl Castro.
Son ellos quienes tienen que desmontar un estado de cosas que han creado. Nosotros no los tenemos embargados ni los hemos sancionado, ni financiamos su subversión interna. ¿Como pueden mantener el bloqueo y pretender normalizar la relación? No me lo puedo ni imaginar.
–Ellos sostienen que la decisión no depende de Obama, sino del Congreso...
–Sí, depende del Ejecutivo. Durante 12 administraciones lo han mantenido con leyes, regulaciones, iniciativas, normas.
–¿Y si Hillary Clinton no gana las elecciones?
–Puede ganar Marco Rubio o Ted Cruz (dos cubanoestadunidenses que aspiran a la candidatura del Partido Republicano), que eso no cambia la historia. No es una cuestión de personas, sino una realidad mundial la que está dictando las condiciones de este proceso.
Al momento de la entrevista con el autor del libro Cuba-USA: diez tiempos de una relación, la revista Mother Jones acababa de publicar detalles del más reciente entramado que condujo al restablecimiento de las dos embajadas, con episodios y actores
que ni siquiera John Kerry (el secretario de Estado) conoció. Las revelaciones de Peter Kornbluh y Michael Leogrande no mencionan quiénes fueron los protagonistas del lado cubano en esta delicada operación, que se inició 18 meses antes del sorprendente día del destape de la historia, 17 de diciembre de 2014.
A Sánchez Parodi le tocó relacionarse con los gobiernos de Richard Nixon, James Carter, Ronald Reagan y los comienzos de George Bush padre.
Primeros pasos
–¿Quién dio los primeros pasos? ¿Carter?
–No, eso empezó antes, en junio de 1975. Siempre hubo contactos,
aunque lo oficial era la prohibición de hablar entre nosotros. Pero fue
Henry Kissinger, con Nixon, quien tomó la primera iniciativa. Frank
Mankiewicz y Saul Landau, académicos progresistas de Estados Unidos,
ambos ya difuntos, comunicaron al Departamento de Estado su interés en
viajar a La Habana. Y Kissinger aprovechó para enviarle una carta no
firmada a Fidel Castro, proponiendo una conversación.Ahí se da la participación de Sánchez Parodi: “Lo que proponía Kissinger partía de la base de reconocer las diferencias sustantivas entre los dos gobiernos, pero señalaba que esa no era la razón para mantener una hostilidad perpetua. El gobierno cubano la analizó y respondió positivamente. Entonces se procedió a nombrar representantes: yo, por parte nuestra, y el secretario ejecutivo de Estado Lawrence Eagleburger. Tuvimos una primera reunión secreta en el aeropuerto LaGuardia, de Nueva York, en enero. Ahí sólo hablamos de los aspectos operativos. Después, en julio, otro encuentro en el hotel Pier, de tres o cuatro horas. Lo central fue el tema del bloqueo. Estados Unidos no se oponía a levantarlo. Es más: estaba interesado, pero estaba impedido porque la Organización de Estados Americanos (OEA) había impuesto las sanciones colectivas contra Cuba, precisamente por impulso de Washington. Si Estados Unidos las levantaba unilateralmente, estaba contraviniendo una resolución de la OEA, que determinó que ningún país miembro podía relacionarse con nosotros. Era un dilema que se estaba discutiendo en la OEA desde 1973, sin que encontraran salida a la trampa que ellos mismos se habían puesto. Eagleburger nos informó que si los países de la OEA proponían el levantamiento del embargo, ellos no se iban a oponer. Nos levantamos de la mesa con la idea de reunirnos dos meses después. Eso nunca sucedió. La fecha se fue dilatando hasta que, para nuestra sorpresa, ese diálogo se rompió con el pretexto más baladí: nuestro apoyo a la independencia de Puerto Rico.
Nixon cayó por el escándalo Watergate y el presidente Gerald Ford llegó a la Casa Blanca con ganas de hacerse elegir en los comicios de 1976. Para congraciarse con la derecha, puso de pretexto el apoyo de Cuba a los independentistas de Angola.
–¿Sí fue un pretexto?
–Sí, nuestra presencia militar en África era mínima todavía. Ford acordó con Kissinger que no se haría pública la negociación con Cuba hasta después de las elecciones, y luego continuó el impasse por lo de Angola. Sin embargo, dos años después, ya con Cuba mucho más involucrada con la resistencia de los angolanos contra las guerrillas de Unita y las incursiones de Sudáfrica, Carter ordenó reanudar los contactos. En 1977 ellos hicieron oficial y pública la negociación y la iniciativa de que los dos gobiernos abriéramos nuestras secciones de intereses. Como facilitadores elegimos a Checoslovaquia y ellos a Suiza.
–¿Es usual este recurso cuando dos países no tienen relaciones diplomáticas?
–Así como las tuvimos nosotros, con facultades para desarrollar casi todas las funciones que tiene una misión normal, casi como una embajada sin nombre ni bandera, no es usual. La idea era poder dar el siguiente paso, el restablecimiento pleno, casi de manera inmediata. Pero pasaron 30 años para hacerlo realidad.
–¿Carter lo impidió?
–Él quedó atrapado entre dos corrientes, la más conservadora, de su asesor de seguridad, Zbigniew Brzezinski, y una más liberal, de su secretario de Estado Cyrus Vance.
Ya desde esa época se negociaban los temas que hoy vuelven renovados a la mesa, por ejemplo el de las indemnizaciones mutuas.
Ellos reconocieron nuestro reclamo desde los 70 y nosotros el de ellos. A mí me tocó trasladarles nuestro planteamiento. El problema está en las cantidades.
Explicó que Cuba hizo desde la sección de intereses un ofrecimiento de indemnización a particulares cuyos bienes y capitales fueron expropiados por el gobierno revolucionario. Pero el gobierno les recomendó que no aceptaran y que registraran su demanda para que fueran las autoridades quienes las cobraran. Los reclamantes recibieron a cambio beneficios fiscales.
En cuando a nuestra demanda, hemos sacado nuestras cuentas por los daños del bloqueo, los ataques terroristas y las cuentas bancarias expropiadas en Estados Unidos. Lo importante en este tema es que los dos gobiernos admiten sus deudas y las cosas están dichas públicamente.
El periodo Reagan: los dos extremos
–Como jefe de la sección cubana, ¿tuvo interlocución con las autoridades estadunidenses?
–Siempre. Con la Defensa, con la CIA y el FBI, los departamentos de
Comercio y Tesoro. Con Ronald Reagan aumentaron las hostilidades, pero
siempre fue evidente que no querían prescindir de la comunicación
directa con nosotros. Nunca quisieron eliminar el mecanismo de las
secciones, continuamos negociando el memorando de entendimiento.Sorprende que Sánchez Parodi subraye esta línea continua de contactos discretos entre Cuba y Washington cuando en el mundo el antagonismo era brutal. Son los años de la intervención militar de Estados Unidos en Nicaragua y El Salvador con el pretexto de la injerencia soviética y cubana, los años de la invasión a Granada y el asesinato de su primer ministro George Bishop.
Cierto, dice el diplomático, quien después fue viceministro de Relaciones Exteriores y embajador en Brasil, “pero también es el tiempo del Acuerdo de África Austral, quizá el último acto relevante de la diplomacia de Reagan, en diciembre de 1988. Cuba estuvo presente en Angola desde 1975 hasta 1989, y Washington entendió que la interlocución con nosotros era indispensable. Su apoyo a las fuerzas genocidas de Jonas Savimbi de la Unita y al régimen del apartheid en Sudáfrica tenía a Estados Unidos distanciado de los demás países africanos y el campo socialista, y le daba muy mala imagen en el mundo.
“De ese Acuerdo de África Austral se habla muy poco, y sin embargo no habría sido posible sin Cuba. ¿Qué hubiera pasado ahí? Hoy en Angola hay estabilidad, Namibia es independiente, en Sudáfrica no hay apartheid”.
En cada administración que pasó por la Casa Blanca hubo claroscuros en los canales confidenciales de comunicación con Cuba. Sánchez Parodi recuerda algunos: cuando México, Colombia y Venezuela pidieron a Bush padre redactar una iniciativa para levantar el bloqueo. Esto naufragó por las elecciones de 1992. William Clinton firmó las leyes Torricelli y Helms-Burton para endurecer el cerco político y comercial a la isla, justo cuando se hundían en el pasado sus aliados del campo socialista. Fue también la época de las provocaciones terroristas, los sobrevuelos ilegales del grupo anticastrista Hermanos al Rescate y el derribamiento de dos de estas aeronaves.
A diferencia de los avances y retrocesos del pasado, el proceso de deshielo de hoy, concluye, no tiene marcha atrás. Y
aquí sí depende de las dos partes. Todos tenemos que cambiar un estado mental que nos condicionó medio siglo.
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