Familias de militares, en crisis por “guerra” contra el narcotráfico
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Autor:
José Reyez
Incertidumbre, miedo y hasta separación padecen las familias de militares, debido a la movilidad de los efectivos de Fuerzas Armadas que participan en misiones de combate al crimen organizado e inseguridad pública
Los constantes viajes de su esposo a
zonas peligrosas de la sierra de Guerrero mantienen a Nora en una
situación permanente de agobio. Ella es esposa de un capitán piloto
aviador de la Fuerza Aérea, quien se encarga –junto a otros militares–
de realizar sobrevuelos para detectar sembradíos de enervantes. Ambos
tienen dos hijos, de 18 y 15 años de edad, pero es Nora quien se ha
hecho cargo de ellos, pues el capitán casi siempre está en comisiones.
Como otras familias, la de Nora vive en
la base aérea de Santa Lucía, en Zumpango, Estado de México. Y es que el
centro de operaciones de diversos escuadrones de vuelo y unidades del
Ejército, que alberga la comandancia de la Fuerza Aérea Mexicana,
también cuenta con 1 mil 55 departamentos donde habita el personal
militar y sus familias.
El lugar –ubicado en el kilómetro 47 de
la carretera federal a Pachuca– también cuenta con un cine, deportivo,
tienda, escuelas primaria y secundaria, un campo de entrenamiento, pista
de aterrizaje, Museo de la Aviación y un Centro del Voluntariado.
Ahí es donde algunas mujeres se reúnen
mientras sus parejas están en comisión, para tomar cursos de bordado,
pintura, cerámica, fieltro, popotillo, así como a practicar actividades
como yoga, karate, danza, defensa personal, música, inglés, valet,
zumba, gimnasia reductiva.
Una de ellas es Janeth, quien cría a su
bebé de 1 año y a su niña de 3 años de edad. Para ella la incertidumbre
que vivió durante varios años en la base militar, por las ausencias de
su esposo, ya terminó: la tragedia ahora es la soledad, pues cuenta a Contralínea
que su pareja murió en agosto del año pasado, cuando la aeronave
militar en la que viajaba se desplomó. Ahora Janeth está pensionada y se
dedica al cuidado de los infantes.
Incertidumbre y temor
El despliegue militar para atender temas
de seguridad pública y el llamado combate al narcotráfico genera
conflictos en el seno de las familias, debido a la labor de soldados en
misiones, maniobras, servicios o cambios de plaza. Ello genera
desorientación, inadaptación, estrés, incertidumbre y miedo, que afectan
el bienestar de los integrantes de la familia militar, asegura Valeria
de Jesús Carro Abdala en su estudio Ellas se quedan, ellos se
van: un acercamiento a las familias de militares mexicanos desde
las experiencias de las mujeres.
Para la docente de la Facultad de
Ciencias para el Desarrollo Humano de la Universidad Autónoma de
Tlaxcala, los sentimientos negativos entre las parejas de militares son
tristeza, ansiedad, preocupación y estrés.
La carga emocional que experimentan de
manera constante es más intensa cuando los esposos son desplegados a
zonas peligrosas, desde que el crimen organizado, la violencia y la
guerra contra el narcotráfico han afectado diversos estados del país.
Ello, por los enfrentamientos, daños colaterales y muertes, señala la
investigadora en su estudio.
Agrega que las familias de militares del
Ejército Mexicano enfrentan desafíos que modifican de manera constante
sus dinámicas familiares, pues la continua ausencia de los esposos
provoca que las mujeres tengan que resolver lo relacionado con el
cuidado y la educación de los hijos, así como la administración del
hogar, lo cual incide en su bienestar.
En el análisis, publicado por Relacso (la
Revista Estudiantil Latinoamericana de Ciencias Sociales, en marzo
pasado), Carro Abdala revela testimonios de esposas de sargentos primero
y segundo y capitanes de la 23 Zona Militar, ubicada en Tlaxcala.
Al preguntarles sobre su satisfacción
con la vida, el trabajo y el matrimonio, así como experiencias de
alegría, satisfacción y experiencias desagradables, Carro Abdala
encontró similitudes: desagrado, crisis familiar, tristeza,
incertidumbre, preocupación, miedo y angustia, sentimientos que –apunta–
se agudizan en la soledad.
También descubrió que las esposas de
militares no tienen un trabajo remunerado; por el contrario, sin
importar el grado del militar, todas se encargan de los asuntos del
hogar.
Asimismo, al ser cuestionadas sobre qué
piensa del trabajo de su esposo, qué opinión tiene acerca de la vida de
una esposa de militar, o si les gustaría que, en el futuro, alguno de
sus hijos se casara con un militar, respondieron que las familias
experimentan tensiones con el trabajo, la escuela y la sociedad, a los
que se suman inconvenientes de vivir separados y que experimentan
sentimientos como aislamiento, soledad, cansancio y pérdida de la
comunicación con la pareja.
“No me gusta. Se sacrifican muchas
cosas”, “estamos bien económicamente, pero nunca nos vemos”, “si me
hubieran dicho que así era la vida de una esposa de militar… jamás me
hubiera casado con él”, “nunca estuvo presente cuando nacieron mis cinco
hijas: me las tuve que arreglar sola”, “cuando me vine para Tlaxcala no
conocía a nadie; hubo días que no salía de casa porque no sabía a dónde
ir… pues cuando nos venimos para acá al otro día le dieron la orden de
un despliegue”, “no quisiera que mis hijas se casaran con un militar, es
una situación muy difícil y jamás las vería”.
Contralínea aplicó un
cuestionario similar al de la investigadora Carro Abdala a algunas
mujeres en la base de Santa Lucía. Las mujeres entrevistadas indican que
omiten referir que son esposas de militares por el peligro que
significa frente a la delincuencia organizada.
Algunas incluso señalan que han recibido
llamadas telefónicas de extorsión, en las que las amenazan con
secuestrar a sus hijos. E incluso indican que, a pesar de ser una zona
de acceso restringido, se han dado casos de robo a casa habitación,
autos y autopartes.
Cristina también acude al Centro del
Voluntariado de la base de Santa Lucía a distraerse, mientras su esposo
está en alguna misión militar. Él es capitán segundo y está por
retirare. A ella, las ausencias –por periodos de 3 o 4 meses– le generan
sentimientos de soledad.
La pareja tiene tres hijos, de 18, 16 y
14 años de edad, quienes han vivido en la base militar entre la escuela y
la convivencia con sus pares. Sin embargo, Cristina comenta que no ha
sido fácil para ellos acostumbrarse a la ausencia de su progenitor. “A
veces es como si no lo tuvieran”, dice con tristeza.
Para otras mujeres ya la situación ha
cambiado, como el caso de Ana, quien también visita el centro
comunitario. Ella describe que cuando vivía en la base aérea siempre
estaba deprimida por las ausencias prolongadas de su esposo, de hasta 6
meses. Pero en 2017 se retiró, y la familia se trasladó a vivir al
municipio de Actopan, Hidalgo.
Pero la mayoría vive en la angustia.
Lizet y Margarita coinciden en que, cuando sus esposos acuden a
operativos en el puerto de Acapulco o en la sierra guerrerense, o
incluso a realizar trabajos comunitarios en Chiapas y otros estados,
padecen de severas crisis pues piensan constantemente que los militares
ya no regresarán a sus hogares.
Cuando regresan sus maridos, las mujeres
entrevistadas “desaparecen” del Centro de Voluntariado para dedicarse
enteramente a la familia. La rutina, sin embargo, se vuelve a romper
sobre todo en los meses de junio y julio, cuando generalmente los
militares son movilizados hacia otras plazas del país, provocándoles una
constante inestabilidad familiar.
Las crisis y la fex
En su estudio, la investigadora Carro
Abdala comprueba la situación compleja que viven las esposas de
militares. A ellas les toca enfrentarse solas con sentimientos
negativos, en los que la fe resulta ser un recurso que ayuda a
paliarlos.
Ante la impotencia de no poder contar
con una familia estable, la académica explica que las entrevistadas
expresaron de manera recurrente frases que denotan la importancia de la
fe: “primero Dios volverá y no le pasará nada”, “Dios cuida de nosotros” o “yo confío en Dios y sé que todo está bien”, lo cual les ayuda a reducir el malestar que les provoca la inestabilidad en el seno familiar.
Al describir las situaciones de
movilidad y despliegue y retorno, así como cambios ocasionados en este
tipo de familias, Carro Abdalá señala que quienes presentan más
movilidad son los oficiales, jefes y generales. “La familia no tiene
elección ni opinión para poder decidir ante esas circunstancias, puesto
que el ejército dispone en todo momento del personal activo e influye en
la trayectoria vital de las familias de los militares”, apunta.
“El cambio de plaza involucra cambio de
residencia, traslado y mudanza, así como la pérdida de redes de apoyo
establecidas; los hijos cambian de escuela, dejan amistades o familiares
e incluso relaciones sentimentales, por lo que se observa que los
militares y sus familias viven con la incertidumbre de su futuro.”
Esta incertidumbre, subraya la
catedrática, es consecuencia de la total disponibilidad que los
militares hacia su trabajo y que se experimenta de la misma manera en el
despliegue, el cual comprende la frecuente participación en maniobras,
misiones y operativos militares en el combate al crimen organizado y la
inseguridad pública en el país. A diferencia del cambio de plaza, aquí
sólo implica el movimiento del militar ausentándose de su familia por
tiempo indefinido. “Ante esta situación se genera una separación en la
pareja, conflictos por el cuidado de los niños, dificultades en el
mantenimiento de la relación y la negociación de límites”.
Añade que durante la separación los
límites pueden resultar ambiguos; en otras palabras ocurre una situación
en la que la familia no tiene claro qué papel desempeña cada miembro.
Los hijos son los que se ven más afectados por el estrés, cuando el
padre es desplazado con frecuencia, porque la ausencia implica un gran
cambio en el entorno y su vida diaria.
Sostiene que los niños de padres
desplegados han demostrado que cuando uno de los miembros de la familia
está emocional o físicamente ausente, los niños y adolescentes llegan
sufrir ansiedad y depresión o conductas desadaptativas.
Agrega que el despliegue acentúa las
relaciones asimétricas entre hombres y mujeres, debido a que los hombres
suelen ausentarse del hogar de manera frecuente y, por lo tanto, las
mujeres se encargan de labores domésticas y cuidado de los hijos, lo que
provoca que a menudo ellas sacrifiquen sus carreras académicas o
laborales.
Esta situación genera separación de la
pareja, conflictos por el cuidado de los niños, dificultades en el
mantenimiento de la relación. Por ejemplo, dice la investigadora, si la
madre presenta depresión, los niños pueden reflejar los síntomas
depresivos de ella, especialmente si hay inatención e insensibilidad de
los padres.
“Los niños y adolescentes de padres
desplegados han demostrado que cuando uno de los miembros de la familia
está emocional o físicamente ausente, sufren ansiedad, depresión o
conductas desadaptativas. Sin embargo, no son los únicos afectados: la
esposa y madre experimentan sentimientos de soledad, tristeza, miedo e
incertidumbre, al pasar mucho tiempo con sus hijos y lejos de su
esposo.”
El despliegue convierte a las parejas de
militares en matrimonios a distancia, es decir, como parejas casadas
que alternan la vida en común con la vida separada durante determinados
días a la semana o largas temporadas, debido a empleos en lugares
distintos o trabajos móviles.
En consecuencia, los matrimonios
militares establecen relaciones familiares mediadas, diferenciándolas de
las relaciones cara a cara, al ser interacciones que utilizan la
tecnología para comunicarse, haciendo uso del teléfono celular, a través
de video llamadas o mensajes de texto.
Sin embargo, Carro Abdala precisa que no
siempre esta comunicación resulta efectiva, pues muchas veces los
soldados son desplazados a zonas geográficas en las que el acceso a la
red móvil es limitado o inexistente, situación que incrementa en el
núcleo familiar la incertidumbre o angustia de saber qué pasará con el
militar cuyo retorno resulta ambiguo porque la duración de la ausencia
puede variar desde una semana, un mes e incluso seis meses.
“Se puede afirmar entonces que se habla
de una reintegración familiar como etapa final del despliegue, que se
caracterizaría por la reentrada del miembro del servicio en su vida
diaria en los diferentes ámbitos, incluyendo a la familia.”
Tal situación puede ser turbulenta,
teniendo en cuenta que una vez que el padre ha partido, la esposa y los
hijos se ajustan a una diferente dinámica para seguir realizando
actividades correspondientes a la familia, por lo que al regresar a casa
el padre y la familia deben nuevamente reajustar la dinámica familiar.
Según la National Council on Family Relations (NCFR, en inglés), en el estudio Al regresar a casa: ¿qué sabemos acerca de la reintegración de los militares apostados en sus familias y comunidades?,
en el transcurso del despliegue de militares los niños asumen nuevas
responsabilidades, pero con el retorno, las esposas vuelven a ceder la
autoridad a su marido, y es ahí donde la confusión de roles genera
conflictos de adaptación en los hijos.
La investigadora observó que todas las
mujeres se dedican a las labores domésticas y el cuidado de los hijos,
sin importar el grado de estudios que tengan. “En el caso particular de
Sandra (una de las entrevistadas) quien es la única que tiene
licenciatura, conoció a su marido tiempo después de terminar su carrera
profesional e incluso estuvo trabajando por algún tiempo”.
“Sandra comenta que por las
características del trabajo de su marido y sus largas jornadas de
trabajo, decidieron que ella se iba a encargar de las labores del hogar
así como lo concerniente al cuidado de sus dos hijos, motivo por el cual
renunció a su trabajo.”
Carro Abdala indica que la escolaridad
de las mujeres es baja, tal vez una limitante a la hora de buscar un
trabajo formal. Aunque durante las entrevistas varias de ellas dijeron
que si cambian de plaza a sus esposos, tendrían que abandonar sus
actividades.
La académica concluye que en México las
familias de militares han sido poco investigadas y la información
existente no es de dominio público, lo cual ha ocasiona dificultad para
aplicar conceptos y definiciones en la investigación en temas de familia
y ejército. Sin embargo, considera que su investigación permite
visibilizar las condiciones de las familias de quienes se encargan de la
seguridad nacional del país.
“Evidentemente ser militar en estos
tiempos de tanta violencia, inseguridad y corrupción resulta muy
complejo, y la familia no se encuentra ajena a esta situación. Se han
mencionado aspectos perjudiciales para el bienestar de los integrantes
de las familias de los militares, pero también se encontró que hay
indicadores positivos.
“Por ejemplo, contar con un ingreso
económico seguro, prestaciones, servicios de salud, etc. Se llega
entonces a la paradójica conclusión que pertenecer al ejército brinda
seguridad y certeza económica, pero las familias no reciben orientación y
acompañamiento ante los problemas familiares que se desencadenan por
pertenecer al Ejército”.
José Réyez
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