La despedida de Peña Nieto en Palacio Nacional, muy lejos del respaldo popular

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▲ El presidente Enrique Peña Nieto durante la presentación de su sexto Informe de Gobierno en Palacio Nacional.Foto Cristina Rodríguez
Arturo Cano
 
Periódico La Jornada
Martes 4 de septiembre de 2018, p. 6
El Presidente sube, el Presidente baja, al ritmo de los spots que amortajan el sexenio que salvaría a México y que terminó en un desastre nacional rematado por sonora derrota electoral de Enrique Peña Nieto y de un partido que ya no merece, según palabras del mismo Presidente, ni el nombre que tiene.
Los largos anuncios en grandes pantallas marcan el tono de la despedida. El público es el de siempre: las élites política y económica, los jerarcas militares, los integrantes del gabinete, los gobernadores (que dejaron seis sillas vacías) y el funcionariado de segunda línea que brinda a Peña 28 tandas de aplausos.
El país que no aplaude queda muy lejos de este patio del Palacio Nacional.
El sexenio de Peña Nieto fue un extendido anuncio publicitario –que costó la friolera de 2 mil millones de dólares, en los cálculos del New York Times– y cierra como comenzó: con un acto controlado en el que Peña no le habla al país, sino a los suyos, a los funcionarios bajo sus órdenes y los beneficiarios de su gestión.
Los muros de una construcción centenaria, el Palacio Nacional, nunca merecieron ser escenografía de un mensaje del Presidente que se va. Los arcos enormes fueron siempre cubiertos para cumplir con las necesidades de la pantalla: banderas, el escudo nacional, tonos grises que resaltan la figura presidencial.
Dos de las tres últimas tandas de aplausos corren por cuenta de su gabinete. El tercero surge de la primera fila, donde la familia del Presidente comparte honores con los líderes de los partidos y con los empresarios más ricos del país, Alberto Baillères entre Carlos Slim y Emilio Azcárraga.
En la primera silla al costado derecho del Presidente estuvo también Porfirio Muñoz Ledo, en su calidad de presidente de la Cámara de Diputados. Muy cerca, Martí Batres, su par en el Senado. Ninguno de ellos se suma a los aplausos.
El Palacio Nacional está, como desde hace mucho, rodeado de vallas metálicas. Una enorme, del más deprimente gris que encontraron los del Estado Mayor Presidencial, divide la calle de Moneda. De un lado, caminan los ciudadanos; del otro, los invitados especiales y el ejército de reporteros. El país que camina y el que, detrás de la valla, intenta vender en el adiós la mesa puesta para el siguiente gobierno.
Enlista Peña Nieto su legado: estabilidad política y social, finanzas sanas, deuda manejable, la inflación más baja en 50 años, 4 millones de nuevos empleos, menos pobres que nunca –eso dice el Presidente–, inversión extranjera sin parangón, todo lo que será, asegura, el punto de partida para el nuevo gobierno (el aplauso cuando menciona a Andrés Manuel López Obrador es el más modesto de todos).
El sótano del descrédito
Se va el último hijo de Atlacomulco, el realizador del sueño del grupo más químicamente puro del PRI: volver a la Presidencia sólo para abandonarla en el sótano de la impopularidad y el descrédito. Sólo para sugerir que el PRI debe cambiar de nombre y de esencia, como dijo el propio presidente a Rosa Elvira Vargas.
Ni Ernesto Zedillo nos hizo algo parecido, lamen sus heridas los priístas, incluso los que aplauden el último mensaje.
Los más altos conceptos de una presidencia que se dice democrática y dispuesta a sacrificar incluso de su bien más preciado (la popularidad) en aras del futuro del país, desfilaron seis años en los discursos del Presidente y su millonaria maquinaria de propaganda. Lo de hoy es un resumen, el anuncio de anuncios.
Dicen los que saben que a Peña Nieto le causaba escozor el ejercicio de la Presidencia, que por eso jugaba golf tres veces a la semana y delegaba en Aurelio Nuño y Luis Videgaray todas las decisiones importantes.
A saber, lo cierto es que en su balance prefiere bajar del templete para dar paso al anuncio que derrama cifras históricas en empleo, salud, infraestructura y un sinnúmero de logros, para luego subir de nuevo y continuar un mensaje en el cual la corrupción y la impunidad no existen.
No hay en el balance –aunque algunas de las siguientes expresiones hayan aparecido en las entrevistas que alfombraron su despedida– referencia alguna a Tlatlaya, Ayotzinapa, la Casa Blanca, El Chapo Guzmán, Papeles de Panamá, invitación a Donald Trump, paso exprés, gobernadores mirrreyes, espionaje a opositores, periodistas asesinados.
Ese México es cosa, dirán los peñistas, del círculo rojo que no mira en el Pacto por México una audaz agenda de cambios profundos, calificada por la OCDE, dice el Presidente, como “el más ambicioso paquete de reformas emprendido por país alguno entre los integrantes de ese organismo.
Peña Nieto no menciona, por supuesto, que la misma OCDE dijo que, con todo y reformas, en México sigue estancada la pobreza y persiste la desigualdad. Mucho menos que, según datos del Latinobarómetro (2017), nueve de cada 10 mexicanos consideran que nuestro país está gobernado por unos cuantos grupos para su propio beneficio.
¿La seguridad? El Presidente presume la disminución significativa de la capacidad de los grupos del crimen organizado, para enseguida culpar a los gobiernos locales y al Congreso del evidente fracaso que hizo de su sexenio el campeón en homicidios, sólo por citar un dato negro.
No alcanzamos el objetivo de recuperar la paz y la seguridad en todos los rincones del país, dice, luego del reparto de culpas.
Hace seis años el anticipo de la reforma educativa fue el tema que le ganó más aplausos al entonces flamante jefe del Ejecutivo. Esta vez no fue distinto: cuatro cargas de aplausos coronan la reforma que, según Peña, ya tiene resultados verificables en 11 entidades y fue, además, apoyada por la gran mayoría de los maestros (probablemente por los profesores abstencionistas, porque el resto salió a votar en contra).
¿Qué nadie ve los beneficios de sus reformas? Peña no pide más aplausos, sino paciencia: Su verdadero alcance será tangible en algunos años.
Mientras tanto, el presidente que jugaba golf se despide con una frase para las pantallas: Ha sido el más alto honor de mi vida servir a las y los mexicanos con pasión, entusiasmo, patriotismo y entrega.
La presidencia ausente, escondida los pasados meses, era sólo percepción de aquellos que nunca aplaudieron.
Al finalizar el mensaje, detrás de la valla gris de Moneda, camina, solitaria, la senadora Beatriz Paredes, integrante de la bancada de la selfie y ex embajadora en Brasil.
–Qué tragedia la del Museo Nacional –se le dice, en busca de entablar conversación.
–Terrible, sí. Michel Temer lleva cuatro secretarios de Cultura– responde, y apresura el paso quizá para no hablar del Presidente, quien recomienda, en su despedida, que los priístas cambien de nombre y de esencia.

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