La desglobalización salvará al Occidente
viernes 7 de enero de 2011
Fiodor Lukiánov (RIA NOVOSTI)
En vísperas de la segunda década del siglo XXI la política internacional no pinta nada bien, los próximos años no traerán paz. El antiguo sistema mundial ya está obsoleto, y el nuevo está lejos de aparecer.
La principal tensión se desarrollará entre Estados Unidos y China, cuyas relaciones están estrechamente conectadas con el carácter de la economía global. Del desenlace de esa confrontación dependerá la dirección de desarrollo del mundo.
Los dos gigantes parecen fatigados de su mutua dependencia que se manifiesta en sus relaciones de prestatario-prestamista y consumidor-productor.
La crisis mundial ha mostrado que estas relaciones no pueden servir de fundamento estable, al contrario, entrañan riesgos serios para todo el mundo.
Es imprescindible emprender esfuerzos coordinados para desmontar este sistema y diversificar las fuentes de crecimiento y desarrollo, pero esto supone cambios fundamentales de la política económica de los dos países.
En el caso de China es posible. Aquí ya llevan varios años intentando reducir la dependencia del mercado norteamericano. Pero esto llevará tiempo y al mismo tiempo es algo arriesgado: cualquier cambio drástico puede provocar la reacción de Estados Unidos y Unión Europea, mientras que la estabilidad político-social de China estriba en las conseguidas tasas de crecimiento.
En el caso de Estados Unidos la situación es más complicada. La sociedad y los políticos no están lo bastante consolidados y dispuestos a asumir gastos como para adoptar la decisión sobre una nueva estrategia económica. De allí que lo más probablemente que busquen respuestas extraeconómicas para afrontar los desafíos económicos. Es decir, recurrir a su predominancia político-militar para imponer a China sus propias reglas.
Este curso obtendrá apoyo a mediados de la década, cuando los republicanos vuelvan a la Casa Blanca. En todo caso, ya está claro que la interacción con China determina no sólo política exterior estadounidense sino que también la interior, ya que de ella depende el nivel del desempleo y la competitividad de la industria norteamericana.
Aunque dicha confrontación tiene un carácter global y profundo, la tensión puede crecer debido a la evolución de la situación regional en Asia Oriental.
Mientras que a nivel mundial Pekín se muestra mesurado por ahora, en los espacios adyacentes ya actúa ya de una manera mucho más atrevida.
En particular, la reciente declaración de que el Mar de la China Meridional es zona de intereses directos de China. Semejante afirmación preocupó no sólo a sus vecinos, sino, ante todo, a Washington que la interpretó como un nuevo curso de China.
Los estados de la región observan permanentemente la situación. La mayoría opina que China, desde el punto de vista económico, ya arrebató a Estados Unidos la influencia que tenía en Asia Oriental.
Es importante cómo lo va a contrarrestar Washington. La tensión en la Península de Corea, provocada por las relaciones entre Pyongyang y Seúl, sirve de pretexto para que Estados Unidos aumenten su presencia militar en la zona y refuercen los vínculos con sus aliados en Asia, Japón y Corea del Sur, en Filipinas y Australia.
Si la tendencia presente continúa, es probable que ciertos estados de Asia Oriental y Sudoriental opten por adherirse a China. Así que Estados Unidos tiene que comprobar constantemente que es bastante poderoso.
Otra fuente potencial de conflictos son las disputas territoriales que China mantiene casi con todos sus vecinos. Un valor estratégico lo tiene Taiwán que en caso de empeoramiento de relaciones entre Estados Unidos y China puede convertirse en la plaza de armas de Estados Unidos al lado de las fronteras Chinas.
Al mismo tiempo cualquier paso de Estados Unidos relacionado con Taiwán puede provocar una escalada de conflicto, llegando hasta un conflicto armado.
Es poco probable que desate una guerra, pero sí puede motivar una carrera de armamentos a nivel regional y exacerbar relaciones acerca de los puntos problemáticos.
Los intereses de Estados Unidos y China se chocan también en otras partes del planeta. Así, por ejemplo, en el próximo decenio se resolverá de alguna manera la situación acerca del programa nuclear de Irán.
China es el mayor inversionista de este país. En el caso de no llegar las partes a ningún compromiso, la probabilidad de intervención militar es muy alta.
Dicha intervención, entre otras cosas, mostrará a China que Estados Unidos todavía puede utilizar la fuerza para mantener su prestigio. Sin embargo, los resultados de dicha intervención son impredecibles. Es posible que dé un resultado contrario, debilitando las posiciones de Estados Unidos, como ocurrió en Iraq.
Es poco probable que la confrontación entre Estados Unidos y China llegue a nivel de enfrentamientos armados. China entiende bien en este sentido, todavía no puede hacer frente a Estados Unidos. Sin embargo, sí es probable, que Washington aplique una política sistemática para limitar la expansión económica de China a nivel mundial e intente afianzar las relaciones con los países que pueden servir de contrapeso a China.
Aparte de los mencionados aliados, Estados Unidos podría utilizar los países “neutrales” de Asia Sudoriental, como India y, probablemente, Rusia.
Para Rusia el cambio de papel de China en la política internacional será uno de los factores determinantes en el curso de la elaboración de su estrategia internacional. El occidente, por razones objetivas, deja de ser punto de referencia para Rusia.
El papel del mundo occidental y, sobre todo, de Europa a nivel internacional va disminuyendo, y el de país con el que Rusia tiene la mayor frontera terrestre va subiendo constantemente.
Hasta hace poco se consideró que Rusia nunca se sometería a China. Hoy ya no es tan evidente y en el próximo decenio Rusia puede desistir de este concepto por completo. Sin embargo, se trata sólo de una de las posibles variantes y es probable que sea impedida por otras partes interesadas.
Cuanto más evidente sea la confrontación entre Estados Unidos y China, más difícil para Rusia será evitar la desagradable necesidad de elegir.
La mayor controversia de la contemporaneidad consiste en el desajuste de una economía cada vez más global con una política todavía nacional. Se nota tanto en las relaciones entre Estados Unidos y China como en los problemas internos de la Unión Europea (UE) y la reacción de diferentes países hacia la crisis.
Durante mucho tiempo se consideraba que era posible superar dicha controversia, modelando los procesos políticos según los económicos, realizando un transnacionalización de política, como lo tenía pensado la UE.
Sin embargo, existe también otra vía, la de volver a procesos económicos más tradicionales, replegando paulatinamente el proceso de globalización.
La segunda década del siglo XXI será, por lo visto, la época de respuestas políticas a retos económicos. Mientras la globalización era ventajosa para el mundo occidental, la iba promoviendo.
Probablemente ahora el mismo mundo occidental emprenderá el repliegue del proceso de globalización, ya que China e India dependen del mercado global más que el occidente y si la situación global permanece así como la vemos, ganarán de la globalización.
Sin embargo, un cambio de rumbo así significaría un cambio de paradigma, que requiere de sus partidarios voluntad política, habilidades correspondientes y un entendimiento claro de lo que quieren obtener. Además, las potencias en desarrollo se opondrán a este proceso luchando contra él a brazo partido.
Por ahora no se nota que los políticos y la sociedad estén dispuestos para una revisión total de este tipo, pero la experiencia de los últimos 20 años nos muestra que lo imposible puede convertirse en la realidad de manera muy rápida.
Fuente
Fiodor Lukiánov (RIA NOVOSTI)
En vísperas de la segunda década del siglo XXI la política internacional no pinta nada bien, los próximos años no traerán paz. El antiguo sistema mundial ya está obsoleto, y el nuevo está lejos de aparecer.
La principal tensión se desarrollará entre Estados Unidos y China, cuyas relaciones están estrechamente conectadas con el carácter de la economía global. Del desenlace de esa confrontación dependerá la dirección de desarrollo del mundo.
Los dos gigantes parecen fatigados de su mutua dependencia que se manifiesta en sus relaciones de prestatario-prestamista y consumidor-productor.
La crisis mundial ha mostrado que estas relaciones no pueden servir de fundamento estable, al contrario, entrañan riesgos serios para todo el mundo.
Es imprescindible emprender esfuerzos coordinados para desmontar este sistema y diversificar las fuentes de crecimiento y desarrollo, pero esto supone cambios fundamentales de la política económica de los dos países.
En el caso de China es posible. Aquí ya llevan varios años intentando reducir la dependencia del mercado norteamericano. Pero esto llevará tiempo y al mismo tiempo es algo arriesgado: cualquier cambio drástico puede provocar la reacción de Estados Unidos y Unión Europea, mientras que la estabilidad político-social de China estriba en las conseguidas tasas de crecimiento.
En el caso de Estados Unidos la situación es más complicada. La sociedad y los políticos no están lo bastante consolidados y dispuestos a asumir gastos como para adoptar la decisión sobre una nueva estrategia económica. De allí que lo más probablemente que busquen respuestas extraeconómicas para afrontar los desafíos económicos. Es decir, recurrir a su predominancia político-militar para imponer a China sus propias reglas.
Este curso obtendrá apoyo a mediados de la década, cuando los republicanos vuelvan a la Casa Blanca. En todo caso, ya está claro que la interacción con China determina no sólo política exterior estadounidense sino que también la interior, ya que de ella depende el nivel del desempleo y la competitividad de la industria norteamericana.
Aunque dicha confrontación tiene un carácter global y profundo, la tensión puede crecer debido a la evolución de la situación regional en Asia Oriental.
Mientras que a nivel mundial Pekín se muestra mesurado por ahora, en los espacios adyacentes ya actúa ya de una manera mucho más atrevida.
En particular, la reciente declaración de que el Mar de la China Meridional es zona de intereses directos de China. Semejante afirmación preocupó no sólo a sus vecinos, sino, ante todo, a Washington que la interpretó como un nuevo curso de China.
Los estados de la región observan permanentemente la situación. La mayoría opina que China, desde el punto de vista económico, ya arrebató a Estados Unidos la influencia que tenía en Asia Oriental.
Es importante cómo lo va a contrarrestar Washington. La tensión en la Península de Corea, provocada por las relaciones entre Pyongyang y Seúl, sirve de pretexto para que Estados Unidos aumenten su presencia militar en la zona y refuercen los vínculos con sus aliados en Asia, Japón y Corea del Sur, en Filipinas y Australia.
Si la tendencia presente continúa, es probable que ciertos estados de Asia Oriental y Sudoriental opten por adherirse a China. Así que Estados Unidos tiene que comprobar constantemente que es bastante poderoso.
Otra fuente potencial de conflictos son las disputas territoriales que China mantiene casi con todos sus vecinos. Un valor estratégico lo tiene Taiwán que en caso de empeoramiento de relaciones entre Estados Unidos y China puede convertirse en la plaza de armas de Estados Unidos al lado de las fronteras Chinas.
Al mismo tiempo cualquier paso de Estados Unidos relacionado con Taiwán puede provocar una escalada de conflicto, llegando hasta un conflicto armado.
Es poco probable que desate una guerra, pero sí puede motivar una carrera de armamentos a nivel regional y exacerbar relaciones acerca de los puntos problemáticos.
Los intereses de Estados Unidos y China se chocan también en otras partes del planeta. Así, por ejemplo, en el próximo decenio se resolverá de alguna manera la situación acerca del programa nuclear de Irán.
China es el mayor inversionista de este país. En el caso de no llegar las partes a ningún compromiso, la probabilidad de intervención militar es muy alta.
Dicha intervención, entre otras cosas, mostrará a China que Estados Unidos todavía puede utilizar la fuerza para mantener su prestigio. Sin embargo, los resultados de dicha intervención son impredecibles. Es posible que dé un resultado contrario, debilitando las posiciones de Estados Unidos, como ocurrió en Iraq.
Es poco probable que la confrontación entre Estados Unidos y China llegue a nivel de enfrentamientos armados. China entiende bien en este sentido, todavía no puede hacer frente a Estados Unidos. Sin embargo, sí es probable, que Washington aplique una política sistemática para limitar la expansión económica de China a nivel mundial e intente afianzar las relaciones con los países que pueden servir de contrapeso a China.
Aparte de los mencionados aliados, Estados Unidos podría utilizar los países “neutrales” de Asia Sudoriental, como India y, probablemente, Rusia.
Para Rusia el cambio de papel de China en la política internacional será uno de los factores determinantes en el curso de la elaboración de su estrategia internacional. El occidente, por razones objetivas, deja de ser punto de referencia para Rusia.
El papel del mundo occidental y, sobre todo, de Europa a nivel internacional va disminuyendo, y el de país con el que Rusia tiene la mayor frontera terrestre va subiendo constantemente.
Hasta hace poco se consideró que Rusia nunca se sometería a China. Hoy ya no es tan evidente y en el próximo decenio Rusia puede desistir de este concepto por completo. Sin embargo, se trata sólo de una de las posibles variantes y es probable que sea impedida por otras partes interesadas.
Cuanto más evidente sea la confrontación entre Estados Unidos y China, más difícil para Rusia será evitar la desagradable necesidad de elegir.
La mayor controversia de la contemporaneidad consiste en el desajuste de una economía cada vez más global con una política todavía nacional. Se nota tanto en las relaciones entre Estados Unidos y China como en los problemas internos de la Unión Europea (UE) y la reacción de diferentes países hacia la crisis.
Durante mucho tiempo se consideraba que era posible superar dicha controversia, modelando los procesos políticos según los económicos, realizando un transnacionalización de política, como lo tenía pensado la UE.
Sin embargo, existe también otra vía, la de volver a procesos económicos más tradicionales, replegando paulatinamente el proceso de globalización.
La segunda década del siglo XXI será, por lo visto, la época de respuestas políticas a retos económicos. Mientras la globalización era ventajosa para el mundo occidental, la iba promoviendo.
Probablemente ahora el mismo mundo occidental emprenderá el repliegue del proceso de globalización, ya que China e India dependen del mercado global más que el occidente y si la situación global permanece así como la vemos, ganarán de la globalización.
Sin embargo, un cambio de rumbo así significaría un cambio de paradigma, que requiere de sus partidarios voluntad política, habilidades correspondientes y un entendimiento claro de lo que quieren obtener. Además, las potencias en desarrollo se opondrán a este proceso luchando contra él a brazo partido.
Por ahora no se nota que los políticos y la sociedad estén dispuestos para una revisión total de este tipo, pero la experiencia de los últimos 20 años nos muestra que lo imposible puede convertirse en la realidad de manera muy rápida.
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