México: Norberto Rivera y el 2012

miércoles 5 de enero de 2011

Eduardo Ibarra Aguirre

Mal comienza el año el cardenal Norberto Rivera Carrera al volver por sus fueros y, sin más argumentos que las adjetivaciones que se les ocurrieron a los editorialistas del semanario Desde la Fe, imponerles al Gobierno del Distrito Federal y la Asamblea Legislativa la de “verdaderos talibanes laicistas”.

Amén de la evidente contradicción que encierra el marbete de los escribanos de Rivera, acusan a las autoridades ejecutivas y legislativas capitalinas de hacer del laicismo una “religión” única e intolerante, “realizando ritos laicos contra las verdaderas (sic) religiones”.

El rosario de descalificaciones que en tiempos imborrables hubiera conducido a los acusados a la hoguera y en la actualidad a la excomunión, los intérpretes de los intereses terrenales de Norberto Rivera, explican su galimatías: son “personajes intolerantes a la crítica, fundamentalistas en sus principios inmorales, incapaces de aceptar el reto del diálogo con la racionalidad y el derecho”.

A pesar de que apenas el 9 de de diciembre, el arzobispo primado de México y Marcelo Ebrard inauguraron la Plaza Mariana de la Basílica de Guadalupe, en terrenos del GDF cedidos por Andrés Manuel López Obrador cuando gobernaba la ciudad, temprano se la cantan al primero: “el autoritarismo y la intolerancia” con que se manejan “no es buen augurio para futuras responsabilidades públicas de quienes hoy ejercen la autoridad en la ciudad de México”. Y el “legalismo en que se amparan es una muestra más de su intolerancia”.

Con la creciente permisividad de Felipe (del Sagrado Corazón de Jesús) Calderón y la alcahuetería de Gobernación, la Arquidiócesis Primada de México hizo una apuesta hacia julio de 2012 para obligar, como bien advierte Édgar Cortez Morales –conocedor de las entrañas de la milenaria institución--, a los candidatos a fijar una postura para dar marcha atrás en las leyes capitalinas que permiten la unión entre personas del mismo sexo y su derecho a adoptar, y que el editorial juzga como “inmorales e injustas, sin ningún sentido moral y ético”.

Para Rivera Carrera es moral y ético defender a Marcial Maciel Degollado, el afamado pederasta, defraudador, drogadicto y padrote formado por y en la Iglesia, amén de tolerado por Juan Pablo II, y del que hoy está prohibido hablar en la septuagenaria Legión de Cristo y en la institución de su otrora puntual defensor.

El señor cardenal no aprende de los errores que cometió con el de Cotija, Michoacán --incluso con el sacerdote poblano que protegió como presunto pederasta y por lo cual está indiciado en Los Ángeles, California--, y refrenda su vocación por alinearse a causas como la de su homólogo Juan Sandoval Íñiguez, ante quien Ebrard llegó “incluso, al colmo de pretender callar y amenazar mediante ‘demandas’ ante los tribunales y la Suprema Corte de Justicia de la Nación a quienes expresan sus desacuerdos por el solo hecho de ser sacerdotes católicos y tener convicciones inspiradas en los principios cristianos”.

Reformadas 18 constituciones locales para penalizar el aborto con cárcel, bajo los eficientes oficios de cardenales y obispos, además de las dirigencias de los partidos Acción Nacional y Revolucionario Institucional, el cardenal que hace tres años dejaba 500 pesos de propina en los restaurantes de cinco estrellas, está en completo desacuerdo en que sea por medio de las leyes y las instituciones laicas –SCJN y ALDF, por ejemplo-- que forjaron varias generaciones de mexicanos, donde se diriman las diferencias, los conflictos.

Si nos atenemos al texto editorial, aspira a que sean las leyes divinas y sus terrenales intérpretes las que rijan en México. Esto es sencillamente imposible y menos cuando el declive caracteriza a la Iglesia católica que busca, eso sí, ostentar los derechos como la religión que influya en las conductas legalmente aceptadas. Y ello tampoco es viable pese la permisividad del grupo gobernante.

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