¿Cómo orientar el ejercicio del poder revolucionario?
viernes 10 de febrero de 2012
Homar Garcés (especial para ARGENPRESS.info)
Para muchos en el planeta, la revolución socialista representa un cambio radical de las relaciones de poder vigentes. No obstante, pocos son quienes asumen con convicción que tal revolución, al transformar las relaciones de poder, tendría que hacer lo propio respecto a la transformación radical de la sociedad en general. Generalmente, esto último se percibe como algo utópico, muy difícil de lograrse, dando por descontado que el pueblo no se hallará jamás preparado para ello, por lo que será preciso acometer algunas reformas bien intencionadas para satisfacer parcialmente las demandas y aspiraciones populares, lo cual implica reforzar las viejas estructuras del Estado que debiera abolirse para instaurar en su lugar otro con características completamente diferentes, tanto en lo que concierne a la soberanía como a la participación protagónica del pueblo.
Así, el ejercicio del poder revolucionario tendría que orientarse en todo momento al desmontaje del Estado burgués vigente, facilitando las condiciones objetivas para que el poder popular se convierta en el motor fundamental de los diferentes cambios políticos, sociales, culturales y económicos que deben implantarse, de manera que éste reafirme su condición política y revolucionaria con atributos constituyentes, confrontando la lógica y estructuras que sustentan dicho Estado. Esto exige que no exista ausencia de autonomía y de rebeldía por parte de los diferentes colectivos revolucionarios, articulados entre sí, pero cada uno luchando por consolidar la revolución socialista según su ámbito y perspectivas de lucha. En tal sentido, la revolución socialista debiera constituirse desde diversos centros de dirección colectiva, sin la verticalidad que muchas veces se impone creyendo que, de esta forma, se hace más eficiente la lucha revolucionaria, ignorando el papel esencial que deben cumplir en todo momento las asambleas populares a la hora de las decisiones y de la planificación. Esto no puede verse como simple concesión sino que debe marcar la evolución de todo proceso revolucionario si se aspira a su profundización y continuidad, una vía insoslayable para lograr la erradicación definitiva de los valores y de la ideología capitalistas-representativos imperantes.
Sin embargo, hay que señalar que sin una apropiada formación teórica revolucionaria -en constante verificación frente a la realidad circundante- esta aspiración resultará nula, a pesar de ponerse en vigencia leyes de todo tipo que estén determinadas por un alto contenido reivindicativo que hagan pensar que ello es el socialismo revolucionario. Esta última tarea revolucionaria es algo permanente respecto al ejercicio del poder revolucionario. Además, exige mucha crítica y autocrítica de parte de los revolucionarios, de modo que se imposibilite cualquier especie de dogmatismo que termine por inmovilizar toda iniciativa revolucionaria, alejando la posibilidad de derrocar la realidad creada según los intereses del capitalismo.
Fuente
Homar Garcés (especial para ARGENPRESS.info)
Para muchos en el planeta, la revolución socialista representa un cambio radical de las relaciones de poder vigentes. No obstante, pocos son quienes asumen con convicción que tal revolución, al transformar las relaciones de poder, tendría que hacer lo propio respecto a la transformación radical de la sociedad en general. Generalmente, esto último se percibe como algo utópico, muy difícil de lograrse, dando por descontado que el pueblo no se hallará jamás preparado para ello, por lo que será preciso acometer algunas reformas bien intencionadas para satisfacer parcialmente las demandas y aspiraciones populares, lo cual implica reforzar las viejas estructuras del Estado que debiera abolirse para instaurar en su lugar otro con características completamente diferentes, tanto en lo que concierne a la soberanía como a la participación protagónica del pueblo.
Así, el ejercicio del poder revolucionario tendría que orientarse en todo momento al desmontaje del Estado burgués vigente, facilitando las condiciones objetivas para que el poder popular se convierta en el motor fundamental de los diferentes cambios políticos, sociales, culturales y económicos que deben implantarse, de manera que éste reafirme su condición política y revolucionaria con atributos constituyentes, confrontando la lógica y estructuras que sustentan dicho Estado. Esto exige que no exista ausencia de autonomía y de rebeldía por parte de los diferentes colectivos revolucionarios, articulados entre sí, pero cada uno luchando por consolidar la revolución socialista según su ámbito y perspectivas de lucha. En tal sentido, la revolución socialista debiera constituirse desde diversos centros de dirección colectiva, sin la verticalidad que muchas veces se impone creyendo que, de esta forma, se hace más eficiente la lucha revolucionaria, ignorando el papel esencial que deben cumplir en todo momento las asambleas populares a la hora de las decisiones y de la planificación. Esto no puede verse como simple concesión sino que debe marcar la evolución de todo proceso revolucionario si se aspira a su profundización y continuidad, una vía insoslayable para lograr la erradicación definitiva de los valores y de la ideología capitalistas-representativos imperantes.
Sin embargo, hay que señalar que sin una apropiada formación teórica revolucionaria -en constante verificación frente a la realidad circundante- esta aspiración resultará nula, a pesar de ponerse en vigencia leyes de todo tipo que estén determinadas por un alto contenido reivindicativo que hagan pensar que ello es el socialismo revolucionario. Esta última tarea revolucionaria es algo permanente respecto al ejercicio del poder revolucionario. Además, exige mucha crítica y autocrítica de parte de los revolucionarios, de modo que se imposibilite cualquier especie de dogmatismo que termine por inmovilizar toda iniciativa revolucionaria, alejando la posibilidad de derrocar la realidad creada según los intereses del capitalismo.
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