¿Quién paga las crisis del capitalismo?

martes 7 de febrero de 2012

Jorge Etchenique (especial para ARGENPRESS.info)

Con palabras de Hegel, el misterio de todo fenómeno se revela en su historia. Una de las formas de abordarla es de una manera aséptica y a-social, una línea continua, ascendente, sin conflictos. Otra posibilidad de develar las intrigas es acudir a un paradigma alternativo que le otorga identidad a los hechos en tanto momentos de procesos. Entonces, una de las maneras de desentrañar esos momentos puede ser encontrarle un sentido a uno de los fenómenos que caracterizan al sistema capitalista, sus crisis.

Podemos advertirque existen crisis coyunturales, debido a sucesos puntuales desencadenados por las mismas fuerzas del capitalismo, ya sea en expansión o en declinación, o bien crisis estructurales, determinadas por el agotamiento de algunos de sus modelos y el reemplazo por otro. Un común denominador de todas ellas es que fueron aprovechadas para el disciplinamiento social y concentrar la propiedad de todo. Funcional a ese objetivo fue descargar los efectos de las crisis sobre los sectores más débiles de la sociedad.

Otra de las similitudes es que fueron el eco de cataclismos mundiales, teniendo en cuenta que el traslado inicial de las crisis es desde los países centrales a su periferia para que luego los poderes locales continúen la faena. En Argentina, podemos observar un primer ensamble entre la burbuja financiera (¡ya las había!) que desató el “Pánico de 1890” y el cuasi colapso de la británica BaringBrother con el estallido de las clases medias, la Revolución del Parque. Y es éste -el de las crisis con la conflictividad social- un enlace que no siempre coincide pero que ha fertilizado grandes acontecimientos histórico-sociales.

Crisis y conflictividad social

Por ejemplo, buceando en nuestras historias nacionales, la crisis post primera guerra mundial que afectó la rentabilidad agraria en su ecuación precios/costos/tarifas, fue una variable interviniente en la “rebelión de los braceros” bonaerenses de 1919, la que se extendió al sur de Córdoba y de Santa Fe. También se puede acudir al mismo registro para analizar las demandas de la Federación Agraria Argentina y la gran huelga de la Liga Agraria de La Pampa en 1919. Los efectos también sobrevolaron la actividad industrial, por caso de la metalúrgica Vasena, en tanto hecho desencadenante de la Semana Trágica de ese mismo año en Buenos Aires. De la misma manera, es decir crisis e intentos de disminuir la carga obrera en el producto final, tuvo lugar en la Patagonia en 1920/1921. También allí, la caída de la demanda mundial de lana contrajo la economía patagónica y los grandes estancieros acudieron al mecanismo habitual de arrojar la crisis sobre el ya bajísimo standard de vida de los trabajadores. En este contexto relacional debemos también ubicar los trágicos hechos de Jacinto Arauz de 1921.

La gran crisis mundial de 1929/1930, esta vez sí estructural, tuvo una dimensión superior desde todos los ámbitos y sin embargo no provocó reacciones a la altura de esa hecatombe del capitalismo que devastó las condiciones de vida de los productores directos. En el suelo pampeano, las pérdidas de las cosechas y de la producción ganadera por la recesión agrícola y caída acentuada de precios por efecto de la Gran Depresión, anunciaron una grave conjunción a la que se sumó una prolongada sequía, en una década que además de infame fue nefasta para el hábitat regional. En estas condiciones, vía aumento de los arrendamientos y de los fletes, los grandes propietarios y las empresas ferroviarias, dos columnas del poder, descargaron el peso de la crisis en los sectores más desprotegidos del sistema productivo. Esos fueron los temas convocantes para que miles de colonos protagonizaran un incremento de la conflictividad social en las llanuras pampeanas e inicien una movilización que pareció revitalizar las Ligas Agrarias, pero ya sin los niveles organizativos y de intensidad que tuvieron en la última rebelión de colonos en 1919.

Auge y caída de un Bienestar

La superación del vallado liberal a la intervención del Estado en la vida, tuvo la impronta de un crecimiento keynesiano. La relativa paz social que tuvo el capitalismo tras la segunda guerra mundial y que incluyó, si bien con mayores contradicciones, a los países latinoamericanos, alcanzó sus límites entre los ‘60 y ‘70 en que el descenso de la tasa de ganancia empresaria intervino para generar no una crisis más sino de todo un modelo de acumulación: el “Estado de Bienestar”. Esta nueva debacle se produjo pese a que aún se mantenía la euforia desarrollista con su expectativa de desarrollo industrial, vía las inversiones de capitales extranjeros, a los que se llegó hasta subsidiar. Junto con el ingreso a la fase autoritaria del desarrollismo –dictadura de Onganía y otros generales- aparecieron en escena las premisas económicas y culturales del neoliberalismo como propuestas superadoras de la crisis, aunque faltarán algunos años para la puesta en práctica de todas sus baterías.

El freno al modelo desarrollista estuvo dado por la convergencia de esa crisis con la agudización de la conflictividad social. Como vimos, tal conexión no es mecánica sino que debe estar mediatizada por otros factores, en este caso la irrupción de nuevos aires mundiales de rebeldía y nuevas camadas obreras que reasumieron el rol de sujetos sociales autónomos y protagonizaron tanto el Cordobazo del 29 de mayo de 1969 como otras insurrecciones urbanas. La huelga de los salineros en La Pampa fue un reflejo a nivel local de toda esa movilización de energía insumisa.

Desde los ’70 en que la última crisis estructural desembocó en el Estado Neoliberal y dejó en el pasado el Estado de Bienestar, el término “crisis” pasó a integrar el conjunto de nuestras naturalizaciones y de ese modo ocultar su raíz socio-económica. Lo notable es que su consecuencia -el “ajuste”- pasó también a la órbita de lo “natural”. La crisis condujo a “problemas de gobernabilidad” para los teóricos conservadores, resueltos a partir de señalar a sus culpables: los roles que cumplía el Estado Interventor en tanto redistribuidor de recursos y regulador de la economía. Entonces, la desvalorización del Estado, la exaltación de la iniciativa privada y la desregulación pasaron a ser los pre-requisitos para la restauración de la tasa de ganancia empresaria, cuya caída, como vemos, fue un factor clave en todas las crisis del capitalismo.

Todas estas medidas, más las que definen y deciden el desempleo o su precarización como funcionales al modelo, encuentran su concreción en los ’70 cuando la crisis del capitalismo mundial arrastra nuevamente a nuestros países periféricos. Precisamente, los ajustes son la “adaptación”, término que encubre la dependencia, al nuevo orden mundial y uno de sus efectos en políticas sociales es la “focalización”, es decir focalizar la asistencia pública sólo en los sectores más vulnerables. Se trata de una de las medidas, junto con las privatizaciones, para cumplir con la premisa central: la drástica disminución del gasto público.

¿Crisis de modelo o de sistema?

Estos históricos momentos son vitales para incursionar en los avatares de la actualidad. Entrando en el cuarto año de la peor crisis capitalista desde los años ’30, la diferencia con las anteriores es que la crisis del neoliberalismo puede ser no sólo de un modelo sino de todo un sistema. El debate gira en torno a una pregunta: ¿Existe la posibilidad de que el “arrastre” de la nueva crisis mundial sea tratada con recetas diferentes a las ya conocidas del neoliberalismo?

No hay a la vista un modelo optativo al neoliberal dentro del capitalismo, teniendo en cuenta que la salida neokeynesiana que se ensayara es sólo a cuentagotas, paliativa y sin alterar la esencia del modelo. Hasta la imagen de un capitalismo “con rostro humano” se desvanece ante la permisiva depredación de recursos, su esencia. Entonces, esta crisis es el escenario donde el capital dirime la legitimidad (consenso sobre sus ideas centrales) de su dominación y por ello hay Foros (Davos) para que otro mundo sea imposible y hay Foros (Social Mundial) para enarbolar la idea inversa.

A partir de la ortodoxia de las recetas “noventistas” que llegan desde la crisis europea, indignados mediante, las luces de alerta se encienden ante la posibilidad de que el techo oficial a las demandas salariales y la quita de subsidios a los servicios apunten a un retorno a la disminución del gasto público como medida de “ajuste”, a políticas focalizadas en lo social y por ende a la consideración -otra vez- de la marginación como “inevitable”.

En el cono sur latinoamericano se nos impone encontrar nuestra propia perspectiva estratégica a partir de nuestra propia historia. Los sueños, las esperanzas, los sufrimientos, los sacrificios y toda la energía que nos transmite la historia de nuestros pueblos no pueden seguir siendo expropiados. Sin embargo, la necesidad de una sociedad edificada sobre otras bases no la convierte por sí en un mandato infalible. Lejos de nuestra intencionalidad presentar esta relación entre crisis, traslado de sus efectos a los más débiles y resistencia social como un proceso que conducirá, de manera inexorable, a un sistema social alternativo al capitalismo. ¿Es necesidad sinónimo de inevitabilidad? Parece, en cambio, que lo que está en juego es la “categoría de peligro”. El futuro oscila entre la liberación de todo sometimiento y el espectro de un sometimiento mayor. Como afirmara Milcíades Peña, con acentos benjaminianos, “…las más grandes posibilidades de crear un mejor destino humano van acompañadas por las más tremendas posibilidades de volver hacia atrás y anular todo futuro humano”. Nos cabe una cuota de responsabilidad en que ese fiel oscilando se incline hacia uno u otro lado.

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