Vomitan a Calderón en el PAN
Calderón, por supuesto, no es un estadista que vaya a dejar el poder y tras ello sea añorado por el pueblo. Todo lo contrario.
Francisco Rodríguez - Opinión EMET
Revista EMET
Si el fracaso de Felipe Calderón como
ocupante de Los Pinos es enorme, como jefe de su partido es
estridentemente calamitoso. Y es que tras hacer y deshacer en el PAN los
últimos seis años, el michoacano consiguió lo que muchos priístas y
perredistas habían intentado y ninguno había acertado a obtener: reducir
a los blanquiazules a su real expresión que es la mínima.
Calderón, por supuesto, no es un estadista que vaya a dejar el poder y tras ello sea añorado por el pueblo. Todo lo contrario. No obstante, esa sensación de alivio con la que, tras el primer día de diciembre se sustituirá al actual rechazo es aún mayor al seno del Partido Acción Nacional, donde lo hacen responsable de todas y cada una de las derrotas que ese organismo ha sufrido en el último sexenio.
Y no sólo por su desastrosa gestión al frente de las instituciones públicas cuya jefatura ocupa desde el 2006 –más pobreza, más desempleo, caída en todas las mediciones internacionales menos en corrupción donde sí se ha avanzado y, por supuesto, la violencia desatada por su guerra que ya alcanza las 70 mil bajas mortales-- y que contrajo una enorme cantidad de votos de castigo no sólo a Calderón sino también al propio PAN, sobre todo porque se tomó en serio el papel que sus antecesores priístas desempeñaron sin pudor y se convirtió él mismo en jefe real de su partido.
Y en esa ¿calidad? fue que el ocupante de Los Pinos, para empezar, no sólo se deshizo del dirigente formal Manuel Espino al inicio de su gestión –más tarde defenestraría a Santiago Creel del liderazgo de la bancada panista en la Cámara Alta--, también impuso sucesivamente a sus paisanos Germán Martínez y César Nava en ese cargo, entregando ambos las peores cuentas que el panismo real, histórico, podría recibir.
Fue éste un papel cómodo para Calderón. Como primer panista del país tenía todo el poder y ninguna responsabilidad. En cambio, Martínez, Nava y ahora Gustavo Madero, tuvieron toda la responsabilidad y ningún poder.
Un par de ejemplos de los grandes fracasos panistas de la temporada se dan en la imposición que Calderón hizo de su hermana, Luisa María, y de su cheerleader o “porrista”, la inefable señora de Wallace, como candidatas a los poderes ejecutivos de Michoacán y el Distrito Federal, respectivamente. Chascos rotundos en ambos casos. Del tamaño mismo de la imposición que al PAN le hizo Calderón.
Y viene luego la traición. Calderón se convirtió en apóstata de su propia militancia –no nada más de su padre, a quien habría prometido que nunca reconocería triunfo alguno del PRI-- al pactar con los priístas el apoyo al candidato presidencial de éstos, Enrique Peña Nieto. Todo ello, como se lo informé y comenté en la entrega anterior, el 25 de junio pasado. Seis días antes de la elección.
Hoy Calderón hace giras a las entidades federativas donde se entrevista con las dirigencias estatales panistas y con las que, se dice, realiza el análisis de la derrota del PAN. Ya en algunos estados, como en Veracruz, ha enfrentado a sus correligionarios quienes, entre otras cosas, lo hacen responsable de la presente y la anterior derrota blanquiazul, la de la justa por la gubernatura. En realidad, dichas reuniones partidistas tienen como objetivo final no sólo exculpar al michoacano de la grave crisis que hoy por hoy enfrentan los herederos de Manuel Gómez Morín, sobremanera el de darle potestades que le permitan seguir haciendo y deshaciendo en el PAN transexenalmente.
Esto es, que Calderón quiere salir ganancioso de esta crisis de su propia derrota.
Y no. No las trae todas consigo. Hace un par de días, por lo pronto, hubo de salir en su defensa el joven ocupante de la Secretaría de Gobernación, Alejandro Poiré, subrayando en sus declaraciones el liderazgo partidista de Felipe Calderón, al tiempo que el presidente del Senado y, se dice, futuro coordinador de la bancada panista en San Lázaro José González Morfín negaba que el esposo de Margarita Zavala vaya a tener injerencia en su propio nombramiento como pastor del rebaño azul en la Cámara Baja.
Vaya paradoja. Calderón quiere convertirse en el Plutarco Elías Calles, el “jefe máximo” del panismo.
Pero en el PAN, donde ya están hartos de él, lo vomitan
Calderón, por supuesto, no es un estadista que vaya a dejar el poder y tras ello sea añorado por el pueblo. Todo lo contrario. No obstante, esa sensación de alivio con la que, tras el primer día de diciembre se sustituirá al actual rechazo es aún mayor al seno del Partido Acción Nacional, donde lo hacen responsable de todas y cada una de las derrotas que ese organismo ha sufrido en el último sexenio.
Y no sólo por su desastrosa gestión al frente de las instituciones públicas cuya jefatura ocupa desde el 2006 –más pobreza, más desempleo, caída en todas las mediciones internacionales menos en corrupción donde sí se ha avanzado y, por supuesto, la violencia desatada por su guerra que ya alcanza las 70 mil bajas mortales-- y que contrajo una enorme cantidad de votos de castigo no sólo a Calderón sino también al propio PAN, sobre todo porque se tomó en serio el papel que sus antecesores priístas desempeñaron sin pudor y se convirtió él mismo en jefe real de su partido.
Y en esa ¿calidad? fue que el ocupante de Los Pinos, para empezar, no sólo se deshizo del dirigente formal Manuel Espino al inicio de su gestión –más tarde defenestraría a Santiago Creel del liderazgo de la bancada panista en la Cámara Alta--, también impuso sucesivamente a sus paisanos Germán Martínez y César Nava en ese cargo, entregando ambos las peores cuentas que el panismo real, histórico, podría recibir.
Fue éste un papel cómodo para Calderón. Como primer panista del país tenía todo el poder y ninguna responsabilidad. En cambio, Martínez, Nava y ahora Gustavo Madero, tuvieron toda la responsabilidad y ningún poder.
Un par de ejemplos de los grandes fracasos panistas de la temporada se dan en la imposición que Calderón hizo de su hermana, Luisa María, y de su cheerleader o “porrista”, la inefable señora de Wallace, como candidatas a los poderes ejecutivos de Michoacán y el Distrito Federal, respectivamente. Chascos rotundos en ambos casos. Del tamaño mismo de la imposición que al PAN le hizo Calderón.
Y viene luego la traición. Calderón se convirtió en apóstata de su propia militancia –no nada más de su padre, a quien habría prometido que nunca reconocería triunfo alguno del PRI-- al pactar con los priístas el apoyo al candidato presidencial de éstos, Enrique Peña Nieto. Todo ello, como se lo informé y comenté en la entrega anterior, el 25 de junio pasado. Seis días antes de la elección.
Hoy Calderón hace giras a las entidades federativas donde se entrevista con las dirigencias estatales panistas y con las que, se dice, realiza el análisis de la derrota del PAN. Ya en algunos estados, como en Veracruz, ha enfrentado a sus correligionarios quienes, entre otras cosas, lo hacen responsable de la presente y la anterior derrota blanquiazul, la de la justa por la gubernatura. En realidad, dichas reuniones partidistas tienen como objetivo final no sólo exculpar al michoacano de la grave crisis que hoy por hoy enfrentan los herederos de Manuel Gómez Morín, sobremanera el de darle potestades que le permitan seguir haciendo y deshaciendo en el PAN transexenalmente.
Esto es, que Calderón quiere salir ganancioso de esta crisis de su propia derrota.
Y no. No las trae todas consigo. Hace un par de días, por lo pronto, hubo de salir en su defensa el joven ocupante de la Secretaría de Gobernación, Alejandro Poiré, subrayando en sus declaraciones el liderazgo partidista de Felipe Calderón, al tiempo que el presidente del Senado y, se dice, futuro coordinador de la bancada panista en San Lázaro José González Morfín negaba que el esposo de Margarita Zavala vaya a tener injerencia en su propio nombramiento como pastor del rebaño azul en la Cámara Baja.
Vaya paradoja. Calderón quiere convertirse en el Plutarco Elías Calles, el “jefe máximo” del panismo.
Pero en el PAN, donde ya están hartos de él, lo vomitan
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