Hoy, dirigentes símiles de Porfirio Díaz
En:Articulistas Fecha:4 mayo, 2013
Recapitulación histórica del Primero de Mayo
Martín Esparza Flores
Revista Siempre!
Con toda certeza, para la mayoría de los
legisladores que aprobaron la reforma laboral que tiene de hinojos a
los trabajadores ante la clase empresarial del país, lo mismo que para
los agachones y sumisos líderes charros de caducas centrales como
la CTM, los nombres de Adolf Fischer, George Engel, Albert Pearson,
August Vicente Spies y Louis Lingg, no signifiquen nada; es más, sin
temor a equivocarnos, ni siquiera los conocen o tienen referencia
histórica alguna de su existencia en sus limitados intelectos.
Por eso, al cumplirse 117 años de la
huelga convocada el primero de mayo de 1886 por organizaciones
sindicales de los Estados Unidos, exigiendo entre sus demandas básicas
la jornada de ocho horas —pues entonces las leyes laborales sólo
sancionaban las jornadas mayores “a las 18 horas de trabajo”—, es vital
hacer una recapitulación histórica del origen de las luchas obreras que
costaron la sangre y vida de miles de trabajadores en el mundo, como fue
el caso de los llamados “Mártires de Chicago”, sentenciados a la horca
en esa ciudad norteamericana por el solo delito de haber exigido un
trato más humano y justo a los obreros, participando el 4 de mayo de
ese año en un mitin en la plaza de Haymarket y que congregó a 20 mil
trabajadores y sus familias. En su memoria es que se festeja
mundialmente el Día de Trabajo.
Ni por asomo, o en casual charla de
sobremesa, los que alentaron y aprobaron las modificaciones a la Ley
Federal del Trabaio en México, tampoco han oído hablar de Manuel M.
Diéguez, Esteban Baca Calderón y Juan José Ríos. Y esos, ¿quiénes son?,
se dirán, ¿acaso revoltosos de la CNTE? Para brevemente ilustrarlos
bastará decir que fueron algunos de los valientes líderes del movimiento
de Cananea, Sonora, que encabezaron, el primero de junio de 1906, a dos
mil mineros mexicanos que exigían al empresario norteamericano, William
C. Greene, propietario de la Cananea Consolidated Copper Company,
acabar con las condiciones infrahumanas de trabajo y salarios de hambre.
El gobierno de Porfirio Díaz, lejos de
tutelar los derechos de los trabajadores mexicanos, consintió que
mientras se manifestaban portando la bandera nacional, rangers
americanos junto con sus guardias rurales, abrieran fuego a mansalva
reprimiendo brutalmente el movimiento. El saldo: 23 muertos, 22 heridos y
más de 50 detenidos. Los tres principales líderes fueron enviados a San
Juan de Ulúa, la cárcel destinada por Díaz para los luchadores
sociales. Ni Greene ni los responsables de la masacre sufrieron castigo.
Tal como hoy sucede en Cananea y en otras minas, operadas por gangsters
como Germán Larrea.
Meses después, el 7 de enero de 1907,
dos mil trabajadores de la rama textil de Río Blanco, Veracruz, que se
negaban a levantar su huelga iniciada un mes antes, fueron recibidos con
la metralla de los soldados del 13º Batallón, que tenía instrucciones,
desde la ciudad de México, del gobierno de Díaz, de tirar a matar no
importando que en los contingentes hubiera mujeres y niños.
Y si en Cananea su suelo se tiñó de
rojo, en Río Blanco, la represión hizo correr auténticos ríos de sangre.
Tal vez la más ruin y cobarde del gobierno de Díaz: se calcula que
entre 400 y 800 obreros fueron arteramente asesinados, y más de 240
obreros fueron enviados a prisión. Fueron tan deleznables actos, las
chispas que motivaron el movimiento armado de 1910.
Años más tarde, el 27 de julio de 1916, y
en plena vorágine revolucionaria, el movimiento de huelga promovido por
el naciente Sindicato Mexicano de Electricistas, ante la negativa de
la Mexican Light and Power por negociar mejores y más justas condiciones
laborales, orilló a los trabajadores a parar las plantas eléctricas de
Necaxa, Nonoalco, Indianilla y San Lázaro, deteniendo con ello la
actividad de las grandes industrias del Distrito Federal, incluyendo la
fábrica de municiones del gobierno de Venustiano Carranza, quien acusó
de traición a los huelguistas.
Ernesto Velasco, entonces secretario
general, fue enviado a Lecumberri condenándolo a la pena de muerte,
sentencia más tarde conmutada a una pena corporal, obteniendo su
libertad tras la caída de Carranza.
Por todo este cúmulo de arbitrariedades,
es que se plasmaron en la Constitución de 1917 las conquistas de la
clase trabajadora; hoy, aniquiladas en una indignante regresión
histórica por la reforma laboral de quienes pretenden ignorar que lo
logrado no fue obra de una graciosa concesión política, sino el
resultado de una lucha que costó miles de vidas. Lamentable que, como
ayer, nuevamente la complicidad entre patrones y gobiernos entreguistas
que han abandonado su obligación de proteger los derechos de los
trabajadores, regrese al punto de partida a las luchas sociales que se
pensaban superadas.
¿Cuántas vidas y sangre costarán el refrescarles la memoria a los ahora símiles de Porfirio Díaz?
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