Perplejidades españolas sobre el atentado de Boston

Los medios han prestado una atención desproporcionada al asunto, sin hacer análisis alguno de los hechos y de su eventual trascendencia, y se han limitado a trasmitir las informaciones y las imágenes que les iban llegando.


Los grandes medios de comunicación españoles no se han cubierto precisamente de gloria con su seguimiento de las informaciones en torno al atentado de Boston del 15 de abril. En primer lugar, porque han prestado una atención desproporcionada al asunto, sin hacer análisis alguno de los hechos y de su eventual trascendencia a fin de que la audiencia comprendiera los motivos de tal despliegue. En segundo, porque se han limitado a trasmitir las informaciones y las imágenes que les iban llegando. Sin criterio alguno, como no fuera el de la búsqueda de la máxima espectacularidad posible, el propio de las películas de acción, pero no del periodismo.
Un dato puede servir para contextualizar las anteriores observaciones: el mismo día en que dos bombas estallaban cerca de la meta del maratón de Boston, unas cuantas más lo hacían en varias ciudades iraquíes y causaban la muerte de 55 personas. El asunto sólo mereció breves sueltos en los informativos televisivos y radiofónicos y también en los periódicos. Similar suerte corrieron los atentados que dos días después se cobraron 37 vidas en Bagdad. Y habían corrido los que se habían producido un mes antes en Ameriya, con el resultado de 50 víctimas mortales. O los del 4 de abril en la ciudad paquistaní de Karachi, que produjo otras 45. O las nueve vidas que una bomba se cobró el día 8 cerca de la capital afgana.
¿Qué tenían de extraordinario las tres víctimas de Boston para que los medios españoles les prestaran una atención tan desmesurada mientras prácticamente ignoraban a todas las demás? Seguramente una sola: que las cadenas de televisión y las agencias de información norteamericanas tenían material sin cuento sobre las primeras y casi nada sobre las otras. Porque no sólo las tropas norteamericanas se han retirado de Irak, y lo están haciendo de Afganistán, sino que también lo han hecho, y antes, los medios estadounidenses. Por no hablar de Pakistán, al que nunca acudieron en masa, porque siempre fue un asunto muy complejo, del que no salían titulares contundentes.
Que los medios norteamericanos hagan una opción comercial, y también política, en sintonía con su Gobierno, y se olvide de las calamidades que sus tropas provocaron en esos países, es algo que puede entrar en su lógica y merecer toda suerte de valoraciones. Que se vuelquen sin límites de un atentado ocurrido en una de las principales ciudades de su propio país 12 años después del terrorífico 11-S, también. Pero, a la postre, es su lógica. Y no la de los medios españoles.
Visto desde en el interior de éstos, lo que ha ocurrido con los atentados de Boston es relativamente comprensible. El mayor problema diario al que se enfrenta cualquier redacción es el de encontrar y fabricar el material con el que rellenar sus páginas, en el caso de los periódicos, o sus espacios informativos, en el de las televisiones y las radios. Cuando las plantillas han sido recortadas hasta su mínima expresión y los gastos han corrido la misma suerte, como en los últimos tiempos les ha ocurrido a unos y a otras, eso se convierte un drama cotidiano.
Que, de repente, sus colegas norteamericanos saturen los circuitos internacionales con imágenes y más imágenes de algo que llama tanto la atención como unas bombas en medio de una carrera de maratón, un deporte que tiene muchos seguidores, o de persecuciones policiales a cargo de miles de agentes vestidos a la última moda de la elegancia de la violencia, con los mismos cascos, escudos y armas que salen en las series de la tele es, como poco, un chollo para los responsables de esas redacciones. Aunque durante estos días no pocos de sus subordinados hayan tenido que trabajar bastantes más horas de las que les exige su contrato y seguramente gratis.
Que la reproducción acrítica de ese material, sin añadir un solo apunte aclaratorio, sea una falta del respeto mínimo que se debe a la audiencia, que se la trate como a un niño al que hay que entretener para que no moleste, no parece preocupar mucho a esas gentes. Algunas de ellas, las más cercanas al Gobierno, alardearán, además, de que, hablando de Boston, le han quitado mucho espacio a lo que aquí está pasando, a eso que los que mandan quieren que se mencione lo menos posible.
En la prensa seria norteamericana, que aunque a algunos no le guste, sigue tratando de hacer buen periodismo, a pesar de sus dificultades, en los últimos días han empezado a apuntarse algunas dudas sobre la actuación de las autoridades antes y, sobre todo, después del atentado de Boston. El semanario Time se ha preguntado cómo es posible que los hermanos Tsarnaev no estuvieran vigilados si hace dos años el mayor de ellos fue interrogado por el FBI y poco después la policía rusa comunicó a sus colegas norteamericanos que era sospechoso de estar vinculado al islamismo radical de origen checheno. El Washington Post ha señalado puntos oscuros en el relato policial de cómo se atribuyó la autoría del atentado a los jóvenes chechenos y también en la secuencia de su persecución y detención. Varios medios han recogido que el alcalde de Boston ha dicho que la investigación “seguramente no podrá progresar nunca” porque uno de los supuestos terroristas ha muerto y el otro no puede hablar porque un tiro le ha destrozado la garganta. Otros han subrayado que no se sabe nada de la trama que podría haber detrás. Algunas cadenas televisivas se han hecho eco de esos apuntes.
El asunto puede, por tanto, complicarse. Y el éxito fulgurante de las autoridades norteamericanas, y del propio Obama, podría resultar un tanto empañado. Pero eso aquí ya no interesa demasiado. Nuestros medios más potentes han contado una película que termina bien. Y con eso parecen dispuestos a quedarse.
Carlos Elordi / El Diario

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