San Quintín: el sistema autoritario entra en crisis
12. abril, 2015
Autor: Martin Esparza
Opinión
El movimiento de los jornaleros del Valle
de San Quintín, estallado en la madrugada del pasado 17 de marzo, es el
despertar de uno de los sectores más pobres y explotados del país, cuya
situación infrahumana nos conduce a revivir las condiciones en que
subsistían hace más de un siglo los hombres del campo, quienes cansados
de dejar su vida en los surcos a cambio de mendrugos decidieron tomar el
camino de las armas para dar un giro contra el tiránico régimen de
Porfirio Díaz, que otorgaba todas las garantías y privilegios a los
hacendados extranjeros y del país para enriquecerse a costa del hambre y
la miseria de miles de mexicanos, para quienes las leyes no existían.
Hoy, en pleno siglo XXI, y de manera indignante, estamos en el mismo
punto de partida.
¿Qué
produjo esta inadmisible regresión social en México? ¿Cómo es posible
que los gobiernos, legisladores y autoridades de todos los partidos
hayan permitido la acumulación de injusticias de tales dimensiones, al
grado de consentir una autorizada esclavitud, no únicamente en los
campos agrícolas de Baja California, sino otras entidades como Jalisco,
Colima y Baja California Sur, donde en esta última, en municipio de
Comondú, el propio secretario de Trabajo y Previsión Social, Alfonso
Navarrete Prida, aceptó la inhumana explotación de indígenas
tarahumaras?
Hace más de 1 año que tanto el gobernador
panista de Baja California, Francisco Vega de Lamadrid, como las
propias autoridades de la Secretaría del Trabajo, tenían conocimiento de
los extralimitados abusos de los dueños de los ranchos agrícolas en San
Quintín y en otras regiones del país, pero nada hicieron por verificar
la situaciones infrahumanas a las que eran sometidos los jornaleros, en
su mayoría indígenas de estados como Guerrero y Oaxaca que han sido
desplazados de sus comunidades por la delincuencia organizada o por el
despojo de sus tierras a favor de proyectos de empresas trasnacionales.
Conforme han trascurrido las semanas, la
lucha de los trabajadores agrícolas del Sur de Ensenada ha sacado a la
luz pública toda la podredumbre que por décadas se encargaron de ocultar
tanto las autoridades cómplices, los políticos locales que son dueños o
copropietarios de los ranchos, los sindicatos blancos y los
corporativos del Partido Revolucionario Institucional (PRI) como la
Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos y la Confederación
de Trabajadores de México, cuyos líderes venales expoliaban a los
jornaleros con el cobro de cuotas sindicales sin defenderlos en lo
absoluto.
Versiones de los medios locales y de las
corresponsalías de medios nacionales informaron que en la lista de los
más férreos opositores a negociar mejores condiciones laborales con los
representantes de una naciente organización de los trabajadores del
campo, ajena a los sindicatos charros antes mencionados, está
nada menos que Felipe Ruiz Esparza, a quien se ubica como hermano del
actual secretario de Comunicaciones y Transportes, Gerardo Ruiz Esparza.
El familiar directo del alto funcionario,
indican las exégesis periodísticas, se ha dedicado a amenazar a los
contados agricultores que pagan sueldos de 200 pesos diarios a sus
trabajadores y los tienen dados de alta ante el Instituto Mexicano del
Seguro Social (IMSS), cumpliendo con sus obligaciones patronales. Parece
que los influyentes y voraces explotadores, entre los que se encuentran
además funcionarios del gobernador Francisco Vega, se niegan a
reconocer las prestaciones a las que por ley tienen derecho los casi 80
mil jornaleros del Valle de San Quintín, 20 mil de los cuales únicamente
están registrados en el IMSS; el resto, son, de hecho, trabajadores que
sobreviven en medio de la miseria, condiciones insalubres y la falta de
atención médica.
La marcada injusticia cometida en Baja California y en otros estados no es por generación espontánea,
y cabe citar el ruin encubrimiento que el entonces presidente Vicente
Fox hizo durante su gobierno a favor de su entonces secretario de
Agricultura, Javier Usabiaga Arroyo, quien explotaba a menores de edad,
de sol a sol, en su rancho de Los Aguilares, en el estado de
Guanajuato. En vez de acudir a la escuela, los niños eran obligados a
laborar a la par que sus padres por unos cuantos pesos. No obstante el
cúmulo de pruebas presentadas por los medios, el Rey del Ajo, nunca fue molestado y mucho menos sancionado.
Ante todo este contexto de generalizadas
injusticias en que está por iniciarse un nuevo proceso electoral –donde
se elegirán, en junio próximo, diputados federales, y en algunos
estados, diputados locales y autoridades municipales–, habrá que
preguntarnos si lo que vivimos en México es una verdadera democracia, y
qué entiende la clase política por éste tan llevado y traído pero
devaluado término; pues nuevamente los electores serán bombardeados con
la acostumbrada avalancha de onerosos anuncios, carentes de propuestas
de solución a los grandes problemas nacionales, donde los partidos
incitan a votar por sus siglas, pero nunca a reflexionar.
Si nos remitimos a su origen etimológico, democracia es: demos, pueblo; kratos,
poder, es decir, el poder del pueblo, o que debe ejercer el pueblo.
Así, en el sentido literal, hace tiempo que la democracia no existe en
México, pues nuestra clase política ha mutado su sentido original
haciendo creer al país de que las elecciones son la democracia, cuando
en realidad se han convertido en el torcido método mediante el cual una
reducida clase política accede al poder y lo ejerce en su beneficio
personal y de los grupos empresariales, pero no a favor de los intereses
de las mayorías. Lo que ocurre en el Valle de San Quintín es la prueba
irrefutable de que la democracia en el país es letra muerta. La ley, y menos el poder, se ejerce a favor de los que menos tienen.
Antes de emitir su voto, los ciudadanos
deben preguntarse si en aras de mantener un trastocado sentido
democrático es válido consentir la imposición de este tipo de
condiciones laborales injustas, tanto para los jornaleros de San
Quintín, como en la violación sistemática de los derechos de clase
trabajadora en su conjunto.
¿Se puede hablar de democracia en un país
donde se permite el despojo de sus riquezas naturales, de sus recursos
energéticos como el petróleo, el gas y la electricidad, y ahora, como se
pretende, hasta el agua? ¿Acaso democracia es la desaparición forzada
de estudiantes, como los 43 normalistas de Ayotzinapa?
Estamos, de forma ineludible, ante el
resurgimiento de un sistema político autoritario, fortalecido por los
vicios de un viejo sistema que los mexicanos creíamos superado, pues a
inicios del siglo pasado estuvo a las completas órdenes de los
empresarios rapaces, tanto nacionales como extranjeros, y que empobreció
a una inmensa población que tomó la ruta de las armas antes de morir de
hambre. Los libros de historia lo ubican como el Porfiriato…
Hoy todo indica que esta absurda
involución a la que nos ha conducido la actual clase política obligará a
los obreros, campesinos, estudiantes, académicos e intelectuales, a
buscar los caminos que sean necesarios para restablecer la legalidad y
el estado de derecho en México, asumiendo su responsabilidad histórica,
antes de que las condiciones infrahumanas del Valle de San Quintín
terminen manifestándose en todo el territorio nacional.
Martín Esparza Flores*
*Secretario general del Sindicato Mexicano de Electricistas
[OPINIÓN]
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