La renegociación de la cultura en el TLC

 
PROCESO 
 
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Cuando México se sentó a la mesa de las negociaciones para fijar las normas del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, no protegió nuestros bienes culturales. En cambio Canadá sí lo hizo, con fiereza.
¿Por qué?
Hay dos razones. La oficial y la verdadera.
La oficial reza que nuestros funcionarios supusieron a nuestra cultura suficientemente sólida y protegida por la barrera del español: no les pareció necesario protegerla más.
Sin que la oficial tenga parte de la razón, la otra parte, más decisiva, tiene que ver con quienes negociaron de parte de México. Se trataba de tecnócratas neoliberales, educados en universidades gringas, y ellos mismos incultos en nuestra cultura mexicana, más aún en los usos de esa cultura en tiempos globalizados.
Una viñeta para fundamentarlo:
Hace cinco años, en una entrevista a Carlos Salinas de Gortari, por tiempos de la negociación presidente de México, le pregunté sobre los escritores mexicanos a los que apreciaba.
El expresidente mencionó a Carlos Fuentes y a Octavio Paz.
–¿Alguien más? –le pregunté–. ¿Alguien, por ejemplo, menor de 70 años?
Salinas no recordó el nombre de algún escritor distinto a los dichos.
Como tampoco recordó a más pintores que a Tamayo, Orozco y Rivera, los pintores fenecidos de la Revolución Mexicana, fenecida hace ya tanto, la pobrecita.
¿Músicos? ¿Bailarines? ¿Actores? ¿Cineastas?
Aunque abandoné el tema de la cultura (mea culpa), sospecho que tampoco hubiera podido nombrarlos.
En cambio los canadienses, tan expuestos a la influencia del coloso gringo, por compartir con ellos no sólo frontera sino idioma, supieron que precisamente en tiempos de globalización, la nación –como ficción que es– necesita más que nunca de contenidos locales, contemporáneos y poderosos para mantener su identidad.
Un negociador estadunidense presente me narró que al momento de discutir la protección de su cultura, un funcionario canadiense evocó el intercambio entre el presidente Bill Clinton, de Estados Unidos, y el presidente Francois Mitterrand, de Francia, ocurrido por aquellos tiempos:
–Francia hace muy buenos quesos –habría dicho Clinton– y nosotros hacemos muy buenas películas. Dejemos que los quesos franceses se vendan por el mundo, mientras dejamos que Hollywood les haga a los franceses las películas.
Mitterrand contestó:
–Pero señor presidente, las películas no son quesos. Son identidad nacional.
De cierto, el arte es identidad nacional, y algo más. Es en el arte donde un país se reconoce, pero también donde se reimagina: se reinventa.
Ahora que estamos a un mes de reabrir­ las negociaciones del TLC, se nos abre una enorme oportunidad para replantear normas en pro de la cultura mexicana.
Así lo ha entendido la secretaria de Cultura, María Cristina García Cepeda, al convocar a un consejo de artistas, intelectuales y productores para aclarar nuestra nueva postura.
Ojalá a ese consejo se agreguen las propuestas que hagan llegar a la Secretaría de Cultura otros artistas y productores culturales, y ojalá que de forma sucinta: no es tiempo para la palabrería, sino para las palabras claras.
Esta vez no debiéramos fallar. Se trata de influir en el destino de nuestras artes para los próximos 30 años.
Este análisis se publicó en la edición 2125 de la revista Proceso del 23 de julio de 2017.

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