Fábricas de sudor y explotación laboral
Los
esfuerzos entre organizaciones humanitarias del Norte y del Sur han
conseguido que algunas empresas adopten códigos éticos que mejoren las
condiciones de trabajo y frenen los abusos de las multinacionales contra
sus trabajadores en los países empobrecidos, cuyas legislaciones no
protegen a los asalariados. La batalla por los derechos laborales se ha
trasladado al escenario de la comunicación y la denuncia social, donde
las grandes multinacionales son más vulnerables.
La lucha contra la explotación laboral
globalizada comenzó en la década de 1980, cuando las organizaciones no
gubernamentales y los sindicatos se movilizaron a través de denuncias
públicas que afectaban a la imagen corporativa de las empresas y ponían
en tela de juicio su legitimidad ética. Las empresas del Norte habían
trasladado buena parte de sus actividades al Sur, donde las
legislaciones eran permisivas y los salarios muy bajos. Pero nuestra
sociedad ha contemplado sus acciones: salarios rastreros, condiciones
infrahumanas, agresiones verbales y físicas, y situaciones de
confinamiento. Hace años que Nike aceptó, pero parece que no se ha
respetado siempre, un código de conducta después de una virulenta
campaña desatada por sus desmanes en Indonesia, China, y Tailandia.
Estudiantes contra las Fábricas de Sudor (Students against Sweatshops),
una asociación universitaria estadunidense, obligó a la multinacional a
publicar parte de la ubicación de sus subcontratas. Aún así, la opacidad
ha sido una constante.
En el Reino Unidos cinco grandes empresas
textiles –como Marks & Spencer y C&A– asumieron sus respectivos
códigos éticos después de 3 años de presiones por parte de los
consumidores y la coordinación de la organización Oxfam.
La empresa suiza Migros, dedicada a la
distribución de productos, remitió una carta a sus proveedores de
Almería (España) para advertirles que si no mejoraban sus condiciones
laborales dejarían de trabajar con ellos. En la misma carta se explicaba
que esta medida respondía a las peticiones de clientes que se negaban a
consumir alimentos sin garantías sociales.
En 1998, la Organización Internacional
del Trabajo (OIT) enumeró las empresas que habían redactado códigos
éticos, el 90 por ciento pertenecientes a países del Norte. Este éxito
debe ser matizado y sopesado: sólo el 15% de los códigos mencionan la
libertad de asociación y sólo el 25% se comprometen a no recurrir al
trabajo forzado. Su aplicación es todavía una asignatura pendiente.
Algunas multinacionales dicen no creer
que la equivocación resida en las malas condiciones laborales o de
contratación que imponen en el sur, sino en una mala gestión de su
comunicación. Una “eficaz” campaña de Nike puede eclipsar la (pésima)
situación laboral de 500.000 trabajadores.
Parece que ha llegado la hora de revisar
esos compromisos, muchos de ellos abandonados o tergiversados, porque la
corrupción ha adoptado diversas formas financieras y servirse de
paraísos fiscales, porque padecen millones de trabajadores de países del
Sur mientras el glamour y los premios siguen amparando a sus
explotadores.
Todavía persiste una mentalidad
empresarial que no tiene en cuenta lo establecido por la OIT. Un anuncio
en un periódico expresaba lo que muchos piensan: “estimado empresario,
si tienes problemas con tu negocio, si no puedes pagar mano de obra,
tenemos la solución, países del Este, un trabajador cobra 50 dólares al
mes. Trasladamos sus máquinas allí”. En algunos casos, los gobiernos
locales se “acomodan” a las exigencias de las multinacionales. En otros
casos, temen el impacto económico que supondría el traslado de la
empresa. Y es que algunas corporaciones tienen poder para hacer y
deshacer a su voluntad.
Uno de los informes sobre Nike en
diversos países de Asia, realizado sobre más de 5.000 trabajadores,
confirmó que se habían producido abusos como salarios bajos, trato
abusivo y horas excesivas de trabajo. Algunas empresas de Occidente
establecidas en países asiáticos disponen de guardias de seguridad
privada que fueron contratados para vigilar el “ambiente laboral”.
La presión social no debe limitarse a que
las grandes empresas trasladen la ubicación de su expolio. Esta
influencia debe redistribuirse, de forma que obligue a las subcontratas a
que adopten cambios y a que los países reconozcan estas nuevas
condiciones. Todo esto debe ser recordado por el comprador cada vez que
se acerca a una tienda. No podemos permanecer como los europeos hasta
hace 5 siglos, cuando pensaban que la seda era un fruto que se obtenía
de los árboles. Un consumo responsable debe tener en cuenta que muchos
productos proceden de “fábricas de sudor”, y que no se puede permanecer
indiferente. Que protejan los derechos de los trabajadores, y que
aporten desarrollo y bienestar en lugar explotación y miseria. No más
excusas ni campañas publicitarias que oculten sus excesos.
Carlos S Velasco*/Centro de Colaboraciones Solidarias
*Periodista
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