Marichuy, una vocera surgida de la tierra
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Una niña de 13 años vende semillas de calabaza en Ciudad Guzmán, Jalisco. Es la tercera de 11 hermanos. En su casa, en la comunidad nahua de Tuxpan, a una hora en camión, hay tortillas pero no hay nada que ponerles. La cena de la familia depende de que María de Jesús Patricio Martínez venda una bolsa de semillas. La escena ocurre en 1976. Hoy, esa niña aspira a la Presidencia de la República.
La gesta de Marichuy, o Chuy, como la llaman sus más allegados, comenzó al modo de las cosmogonías prehispánicas: en medio del maíz. “Mi papá era agricultor; yo iba con él al campo, en la tarde estudiaba y en la noche le ayudaba a mi mamá con mis hermanos pequeños”, comenta en la sede del Concejo Indígena de Gobierno, en la colonia de los Doctores de la Ciudad de México. Nos reunimos mientras el resto de los concejales desayuna, en vísperas de una asamblea. Son las 09:00 horas del sábado 4 de noviembre. Por la tarde, Marichuy reanudará su intenso recorrido por las comunidades indígenas, esta vez rumbo al Golfo. Su esposo, el abogado Carlos González, defensor de tierras comunales, la escucha respetuosamente y sólo interviene cuando ella le pregunta una fecha o el nombre de una organización. Carlos es un preciso banco de datos. Cuando suena el celular de Marichuy; ella ve la clave lada y pregunta a qué estado corresponde. “Guerrero”, contesta Carlos de inmediato.
“En la escuela me gustaba participar, pero no tanto hablar”, la frase define a Marichuy: confía en lo que puede decir, pero confía más en lo que pueden decirle. Reacciona con facilidad a las bromas y responde preguntas con la tranquila espontaneidad de quien no se pierde en el laberinto de las palabras. La he visto departir con intelectuales en una comida, hacer trámites en una notaría, asistir a una reunión multitudinaria en Oventic, regresar de un largo camino o disponerse a emprenderlo. En cada circunstancia actuó con una naturalidad difícil de asociar con la vida política. Marichuy no busca ser un “personaje”; en tiempos de la posverdad, no necesita mentir.
¿Puede el país ser cambiado desde abajo, por los que menos tienen y no figuran en la historia patria? En la escuela primaria se encomia la grandeza guerrera de los aztecas y el refinamiento matemático de los mayas, pero no se estudian sus idiomas, su cosmogonía ni sus costumbres. Algo aún peor: no se habla de ellos en tiempo presente. Y sin embargo, más de 10 millones de mexicanos son modernos en la medida en que son indígenas.
Conviene recordar que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional se levantó en armas el día en que el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá entró en vigor. Ese primero de enero de 1994, el presidente Carlos Salinas de Gortari proponía una idea de progreso de duty free. En ese contexto, el legado indígena era visto como una etapa anterior de la historia, digna los museos de antropología y las tiendas de artesanías. Pero los zapatistas alteraron el flujo del tiempo, demostrando que los indios son insoslayablemente actuales: “Nunca más un México sin nosotros”, dijeron.
Fragmento del reportaje especial publicado en Proceso 2141, ya en circulación
Fuente
Comentarios