De los Estados-nación a los plurinacionales
A diferencia del
Estado-nación, que promueve lo homogéneo, el Estado plurinacional da el
mismo estatus jurídico-político a diferentes nacionalidades y respeta
la interculturalidad. Esto implica reconocer que los pueblos indígenas
cuentan con organizaciones socioeconómicas y políticas propias; culturas
e idiomas particulares, y presentan resistencias y luchas particulares
Las demandas de los pueblos no son
utopía. Los pueblos también tienen una historia que reivindicar, como
parte de la historia de ese ente abstracto llamado Estado, pero que lo
conforman seres concretos.
La plurinacionalidad resume las luchas y
reivindicaciones que en el nivel político, económico, sociocultural se
plantean desde amplios sectores, en especial desde los pueblos indígenas
y afros de Latinoamérica y el Caribe. Este término va íntimamente
ligado al de interculturalidad.
Es más, comprender y aceptar la
plurinacionalidad en las prácticas sociales garantiza un adecuado
ejercicio de interculturalidad. En esta perspectiva, en la
interculturalidad se resume la relación equitativa entre culturas,
mientras que la plurinacionalidad es la convivencia armónica y justa
entre distintas nacionalidades.
Los principios filosóficos que amparan
la interculturalidad y la plurinacionalidad como un todo complementario e
indivisible son los de relacionalidad y complementaridad, presentes en
pueblos y nacionalidades de la región, aunque vale precisar que, a nivel
político, no sólo se habla de “nacionalidades” sino también de
“naciones”.
Estas nacionalidades y naciones han sido
marginadas de los procesos seguidos en el esquema Estado-nación
vigente. Se las encasilla en modelos organizacionales (tribus, reservas,
comunas, comunidades, pueblos, etcétera) percibidos como inferiores
frente al Estado-nación.
A ello se suma que se las enmarque
dentro de un mismo patrón cultural, como si las nacionalidades fueran
homogéneas. Éstos y otros factores conducen al error de minimizar su
capacidad de organización política y, por tanto, negarles los derechos
que se exigen entre los Estados-nación formales.
La plurinacionalidad indica la presencia
de varias nacionalidades al interior de un Estado-nación. Pero su
aceptación en las constituciones de los diferentes países ha requerido
un amplio debate y de luchas, sobre todo porque hay pronunciamientos en
el sentido de que ello equivaldría a la división del país, de la nación.
Sin embargo, la idea de separación
obedece, ya sea al desconocimiento de lo que se está proponiendo o a la
oposición a la propuesta, por intereses de grupos determinados,
hegemónicos. Además, existe una separación ya dada, en clases sociales
por ejemplo.
Por tanto, en cualquier intento de
incluir la plurinacionalidad en una constitución, hay que tomar en
cuenta lo que implica un Estado plurinacional pues, a partir de ello,
las políticas que tracen los países tendrán que incorporar ciertos
principios, prácticas y filosofías no occidentales, evidenciados dentro
de las demandas de los movimientos sociales y culturales que abogan por
lo plurinacional.
Si no existe un adecuado entendimiento
de los contenidos de la interculturalidad y la plurinacionalidad, ello
provocará malentendidos y tropiezos a la hora de construir el Estado
plurinacional, lo cual puede incidir negativamente en el objetivo mayor:
la unión y la paz entre las diversidades existentes.
Cuando se asume que el Estado está
conformado por varias nacionalidades, se supera la idea del
Estado-nación y la lógica política acuñada en los países mal llamados
del “primer mundo”, en los cuales se percibe la identidad como algo
compacto y uniforme. En América Latina y el Caribe, la realidad siempre
fue otra, pero los Estados-nación no la tomaron en cuenta para trazar
sus nacionalismos.
Es más, en cuanto a decisiones, ciertos
actores sociales (mujeres, pobres, indios, negros…) fueron marginados.
El propio paso de la etapa colonial a la republicana no cambió la
condición de discriminación para muchos grupos sociales, y la identidad
de una sola nación se estableció sobre una base de cultura occidental
hegemónica, de dominación. Vale agregar: patriarcal.
Por su parte, el término nación”, en
líneas muy generales, considera como factores de identidad el idioma, la
cultura, el territorio común, aspectos comunes religiosos, históricos,
etcétera. En la región, la mayoría de Estados-nación resumieron la
identidad a una sola lengua oficial, a la cultura occidental, al
territorio en términos de propiedad privada, a la religión católica.
Como consecuencia, a las
“nacionalidades” se las ha evaluado –cuando menos– en proceso de
asimilación a la “única nación” (monoculturalismo). Incluso se ha
llegado a negar el devenir histórico, con anterioridad a la colonia,
como sustento de las actuales reivindicaciones de pueblos, naciones y
nacionalidades. A la par, los Estados-nación han sobrevalorado lo
uniforme y despreciado la identidad distinta, incluso desconociendo las
transformaciones que a nivel teórico tienen los pueblos con respecto a
su propia identidad.
Varios discursos y planteamientos sobre
la plurinacionalidad pretenden aferrarse a este esquema, en que la
paternidad de la nacionalidad y el nacionalismo se ejercen desde una
supuesta igualdad de identidad y cultura que, a la larga, ha querido
justificar las relaciones sociales y económicas inequitativas.
El haber asumido que tal o cual país
pertenece a una sola lengua, a una sola cultura, a una sola identidad,
ha impedido ver que existen otros sujetos sociales también protagonistas
de la historia. Por el contrario, se les ha invisibilizado y ejercido
coerción sobre ellos para que acepten una identidad que no les
corresponde. Y aquí una diferencia fundamental con el Estado
plurinacional, donde se acepta y acogen las diferentes nacionalidades,
dándoles el mismo estatus jurídico-político y estableciendo una relación
equitativa, una interculturalidad.
Hoy los portadores de las distintas
identidades nacionales emergen para poner de manifiesto la existencia de
la diversidad y la diferencia. Ello no implica declarar la guerra al
Estado-nación, sino volverlo defensor del derecho a vivir con dignidad,
para lo cual se demanda el derecho a la ciudadanía dentro de la
plurinacionalidad y bajo el amparo de la interculturalidad.
La sola aceptación de la
pluriculturalidad no resulta suficiente, pues los Estados con poder y
autoridad continúan concibiendo a la nación como proyecto de un solo
grupo hegemónico, asumido como gestor de la cultura, la economía, la
organización social y política, que ha visto el progreso y el desarrollo
netamente en términos capitalistas.
De esta forma, desde el poder político,
en la actualidad se pretende afirmar la identidad emulando al mundo
europeo y estadunidense. Hasta el mestizaje es visto como uniforme.
Frente a ello, las nuevas tendencias en la región tornan a entender la
nación desde otros parámetros y, por ende, plantean la superación del
Estado-nación por el Estado plurinacional.
En torno a ello ha habido varios
pronunciamientos como antecedentes. El indigenismo en el siglo pasado,
por ejemplo –que atravesó América Latina, si bien con cierta carga de
paternalismo– comenzó a traer a la luz la cuestión indígena e impactó
también en las instancias estatales, lo cual antes no había sido
posible. Sin embargo, en las décadas de 1960 y 1970 todavía no se
tomaban en cuenta las voces propias de las diferentes culturas.
En el caso de Ecuador, a partir de 1980
emerge con fuerza el discurso y la posición de hombres y mujeres que
hablan con su propia voz sobre su situación y se pronuncian con
identidades distintas; más aún, demuestran que están y han estado
presentes con sus propios idiomas y lenguajes, con sus propias lógicas
culturales exigiendo un trato igualitario y justo, una aceptación a su
nacionalidad diferente.
Tales sujetos históricos han cuestionado
el proyecto de nación ecuatoriana, al constatarlo como proyecto de un
grupo hegemónico, que se fue asumiendo en las distintas etapas del
quehacer político hasta llegar, en la década de 1990, a la emulación del
modelo neoliberal de desarrollo.
La respuesta fue el surgimiento de la
educación intercultural y el afianzamiento del concepto de
interculturalidad. En 1986, tras largos debates sobre el significado de
nación y nacionalidad, se resolvió dar paso a la Confederación de
Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie). Es con esta organización
que la idea de plurinacionalidad empezó a difundirse, a expresarse
políticamente, por lo cual no se debe desligar el término de sus
gestores y su historia en Ecuador.
Quedó demostrado, así, que los pueblos
indígenas cuentan con organizaciones socioeconómicas y políticas
propias; culturas e idiomas particulares, con resistencias y luchas. En
la actualidad se han reforzado sus identidades discriminadas y cada vez
más se delinean las nacionalidades en oposición a lo oficializado por
los Estados-nación.
El cuestionamiento a éstos no es
exclusivo de los indígenas de la región. Existen otros grupos que, sin
declararse “nacionalidades”, también han vivido historias de opresión y
explotación y ven en la plurinacionalidad la posibilidad de zafar esas
cadenas. Y como las fronteras culturales son flexibles, dentro del
propio mestizaje no hay una tónica única que indique la pertenencia o
identidad a una nacionalidad exclusiva.
La unidad en la diversidad
(interculturalidad) y la plurinacionalidad son planteamientos que atañen
a la sociedad en su conjunto: a los sectores populares, por haber sido
menoscabados en su participación en las decisiones del Estado; a los
luchadores, por una sociedad igualitaria y justa; a las organizaciones y
movimientos sociales. La aceptación de lo plurinacional, sin duda, es
un reto hacia Estados más desprejuiciados, más solidarios.
María Eugenia Paz y Miño*/Prensa Latina
*Escritora y antropóloga ecuatoriana.
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