Fin de época
Hermann Bellinghausen
El calendario secreto del mundo es implacable. El solsticio de verano nos alcanza cada 365 días, no hay que ser chamán o astrónomo para saberlo. Pero esta vez se le percibe un latido distinto, en algo más que un sobresalto la taquicardia de las calles es casi audible. ¿Cómo, si somos tantos millones, sentimos que nos estamos quedando solos? ¿O es el sentimiento predecible en cualquier huérfano? A lo mejor es esta repentina orfandad común lo que nos reúne, como si estuviéramos atrapados en una canción de los Smiths: “If it’s not love/ then it’s the Bomb/ that will bring us together”.
Más vale que sea el amor. Porque si lo que nos juntara fuera odio, miedo, desesperación, impotencia o vergüenza, entonces no estaríamos deveras reunidos. Habrá que mirarnos otra vez a los ojos antes de que sea demasiado tarde y ya no podamos hacerlo, para recordarnos cómo fuimos y convertirnos al fin en lo que queríamos ser cuando soñábamos con ser chingones, pues como México no hay dos, ajúa.
También son estacionales las copas mundiales y los motivos que dan para desbordarnos en el Ángel, como todas las novias el día de su boda. Estacionales son los sexenios, los centenarios, los bicentenarios, los 500 años. Vamos, hasta un cambio de milenio nos aventamos hace no mucho. Ya debríamos estar acostumbrados. Calendarios y ciclos, efemérides y velorios existen siempre, pregunten en las funerarias. Entonces, ¿por qué ahora tenemos miedo de que se nos empiece a olvidar el futuro?
Vivimos en uno de los países más desiguales del planeta. En ese “torneo” sí podríamos ser finalistas, y hasta campeones. Tal vez haya que hacer caso al analista uruguayo Raúl Zibechi en su más reciente libro, Contrainsurgencia y miseria. Las políticas de combate a la pobreza en América Latina (Pez en el árbol, México, mayo de 2010), y poner en el centro del problema, no la pobreza de los pueblos, sino la riqueza que concentran unos cuántos.
La fortuna legal más grande del mundo es de un mexicano. Y de otro connacional, la mayor fortuna ilegal; ríete de la mafia rusa, la Camorra, el narco colombiano. Eso da qué pensar. Sobre todo porque en las mixtecas de Oaxaca, Guerrero y Puebla se encuentran bajo un amplio régimen de guerra para despojar a los pobres entre los pobres y convertir sus tierras en dinero. Porque los sindicatos se extinguen; la huelga de hambre del SME ya no es metáfora, sino urgente bofetada. Millones de paisanos están desempleados. Más millones quieren migrar al norte, o ya lo hicieron y sus ganas de regresar son cada día menos, aunque también se restringen brutalmente sus posibilidades de llegar allá, o de quedarse.
Otra bofetada ardiente son los presos políticos, empezando por los de Atenco, y los verdaderos motivos para que el gobierno del PAN y el PRI condenen a don Ignacio del Valle a más de un siglo de cárcel. Y la televisión tan tranquila, como si estuviéramos en la Edad Media.
Se asesina en serie y bajo encargo, y el poder político, fraudulento de origen, trata de resolver sus impotencias con una guerra, en la más idiota aplicación posible de la máxima del general Von Clausewitz: “La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas por otros medios”. Así, tenemos un país de tortura, desapariciones y fosas comunes, en nombre de estos “medios”.
Ah, pero cómo hay de ricos, triunfadores, gente bonita. Crecen como espuma. Cada semana necesitan más páginas las revistas de sociales para mantenernos al tanto. Y aunque los ricos también migran, sus reservaciones residenciales en territorio nacional y sus exclusivos centros comerciales de cristal crecen sobre el mapa y de pronto como que hay dos Méxicos que casi ni se tocan. Se privilegian autopistas y bardas suficientemente altas –y fuerzas armadas, policías, tribunales– para garantizar que un México no toque al otro.
Así podemos seguir un buen rato, la podredumbre sabe ser lenta. También podríamos hacer algo, por ejemplo. Pero, ¿qué?, cómo planteara Lenin en el albor de primaveras hoy muertas. ¿Cómo detener el caudal fabuloso de dólares lavados y planchados que engordan las arcas de los bancos y las vidas que pueblan el fausto Uno Por Ciento? ¿Cómo poner un hasta aquí a la violencia institucional y la criminal, si son parte del mismo negocio de los prósperos?
Lo bueno de los fines de época es que están obligados a dar comienzo a otra. Pero si no metemos el hombro y detenemos las avalanchas y los derrumbes que nos aquejan, nos estaremos condenando a ser nostálgicos, si bien nos va, como ocurre en esos países viejos que alguna vez cabalgaron sobre un viento nuevo, los tiraron o se cayeron de la montura y ya no encuentran cómo volver a hacerlo.
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El calendario secreto del mundo es implacable. El solsticio de verano nos alcanza cada 365 días, no hay que ser chamán o astrónomo para saberlo. Pero esta vez se le percibe un latido distinto, en algo más que un sobresalto la taquicardia de las calles es casi audible. ¿Cómo, si somos tantos millones, sentimos que nos estamos quedando solos? ¿O es el sentimiento predecible en cualquier huérfano? A lo mejor es esta repentina orfandad común lo que nos reúne, como si estuviéramos atrapados en una canción de los Smiths: “If it’s not love/ then it’s the Bomb/ that will bring us together”.
Más vale que sea el amor. Porque si lo que nos juntara fuera odio, miedo, desesperación, impotencia o vergüenza, entonces no estaríamos deveras reunidos. Habrá que mirarnos otra vez a los ojos antes de que sea demasiado tarde y ya no podamos hacerlo, para recordarnos cómo fuimos y convertirnos al fin en lo que queríamos ser cuando soñábamos con ser chingones, pues como México no hay dos, ajúa.
También son estacionales las copas mundiales y los motivos que dan para desbordarnos en el Ángel, como todas las novias el día de su boda. Estacionales son los sexenios, los centenarios, los bicentenarios, los 500 años. Vamos, hasta un cambio de milenio nos aventamos hace no mucho. Ya debríamos estar acostumbrados. Calendarios y ciclos, efemérides y velorios existen siempre, pregunten en las funerarias. Entonces, ¿por qué ahora tenemos miedo de que se nos empiece a olvidar el futuro?
Vivimos en uno de los países más desiguales del planeta. En ese “torneo” sí podríamos ser finalistas, y hasta campeones. Tal vez haya que hacer caso al analista uruguayo Raúl Zibechi en su más reciente libro, Contrainsurgencia y miseria. Las políticas de combate a la pobreza en América Latina (Pez en el árbol, México, mayo de 2010), y poner en el centro del problema, no la pobreza de los pueblos, sino la riqueza que concentran unos cuántos.
La fortuna legal más grande del mundo es de un mexicano. Y de otro connacional, la mayor fortuna ilegal; ríete de la mafia rusa, la Camorra, el narco colombiano. Eso da qué pensar. Sobre todo porque en las mixtecas de Oaxaca, Guerrero y Puebla se encuentran bajo un amplio régimen de guerra para despojar a los pobres entre los pobres y convertir sus tierras en dinero. Porque los sindicatos se extinguen; la huelga de hambre del SME ya no es metáfora, sino urgente bofetada. Millones de paisanos están desempleados. Más millones quieren migrar al norte, o ya lo hicieron y sus ganas de regresar son cada día menos, aunque también se restringen brutalmente sus posibilidades de llegar allá, o de quedarse.
Otra bofetada ardiente son los presos políticos, empezando por los de Atenco, y los verdaderos motivos para que el gobierno del PAN y el PRI condenen a don Ignacio del Valle a más de un siglo de cárcel. Y la televisión tan tranquila, como si estuviéramos en la Edad Media.
Se asesina en serie y bajo encargo, y el poder político, fraudulento de origen, trata de resolver sus impotencias con una guerra, en la más idiota aplicación posible de la máxima del general Von Clausewitz: “La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas por otros medios”. Así, tenemos un país de tortura, desapariciones y fosas comunes, en nombre de estos “medios”.
Ah, pero cómo hay de ricos, triunfadores, gente bonita. Crecen como espuma. Cada semana necesitan más páginas las revistas de sociales para mantenernos al tanto. Y aunque los ricos también migran, sus reservaciones residenciales en territorio nacional y sus exclusivos centros comerciales de cristal crecen sobre el mapa y de pronto como que hay dos Méxicos que casi ni se tocan. Se privilegian autopistas y bardas suficientemente altas –y fuerzas armadas, policías, tribunales– para garantizar que un México no toque al otro.
Así podemos seguir un buen rato, la podredumbre sabe ser lenta. También podríamos hacer algo, por ejemplo. Pero, ¿qué?, cómo planteara Lenin en el albor de primaveras hoy muertas. ¿Cómo detener el caudal fabuloso de dólares lavados y planchados que engordan las arcas de los bancos y las vidas que pueblan el fausto Uno Por Ciento? ¿Cómo poner un hasta aquí a la violencia institucional y la criminal, si son parte del mismo negocio de los prósperos?
Lo bueno de los fines de época es que están obligados a dar comienzo a otra. Pero si no metemos el hombro y detenemos las avalanchas y los derrumbes que nos aquejan, nos estaremos condenando a ser nostálgicos, si bien nos va, como ocurre en esos países viejos que alguna vez cabalgaron sobre un viento nuevo, los tiraron o se cayeron de la montura y ya no encuentran cómo volver a hacerlo.
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Comentarios
¡¡¡HUELGA DE HAMBRE; SOLUCION!!!!