Evitar el triunfo de Peña Nieto es un acto de patriotismo
Guillermo Fabela - Opinión EMET
En un país como el nuestro, donde la oligarquía ha impuesto condiciones leoninas a la sociedad, son muchos los problemas a resolver para que haya equilibrios elementales que permitan la vigencia del Estado de Derecho. El problema de fondo a enfrentar es precisamente crear condiciones mínimas para que haya una sana convivencia entre las distintas fuerzas políticas, ahora imposibilitada por la preeminencia de una minoría que goza de enormes privilegios que incluso le parecen pocos, por lo que sólo acepta sus propias reglas, generalmente antidemocráticas. Quienes no se ajustan a ellas son considerados ciudadanos de segunda, la plebe a la que hay que soportar porque su participación es indispensable.
No es mera casualidad que haya tantas semejanzas entre el régimen de Porfirio Díaz y el actual que encabezan los panistas. Ambos obedecen a premisas aristocráticas con las que tratan de justificar sus privilegios de clase y su admiración por formas de vida muy ajenas a nuestra idiosincrasia. En el Porfiriato fue proverbial su entreguismo a intereses extranjeros, igual que ahora con Felipe Calderón al frente de las instituciones nacionales. Con todo, hay una diferencia abismal: en los tiempos de don Porfirio había un vivo interés por aprovechar los adelantos foráneos en beneficio del país; ejemplo de ello fue el sistema ferroviario.
En la actualidad, lo único que cuenta es el beneficio particular, inmediato, como lo ejemplifican los contratos de Pemex a empresas extranjeras, que no reportan ningún provecho a México. O la entrega de grandes extensiones a empresas mineras foráneas para que las exploten de manera irracional. Con todo, el viejo dictador no se rebajaba ante los inversionistas extranjeros, como sí lo hace el actual inquilino de Los Pinos, sin parar mientes en que así debilita la capacidad del país para negociar mejores condiciones. Lo único que parece importar es la utilidad que se pueda lograr, pero no para la nación como sobran ejemplos a lo largo de los últimos cinco sexenios. ¿En qué se benefició la sociedad nacional con la criminal privatización del patrimonio del Estado en este lapso?
Otra diferencia notable entre el Porfiriato y el régimen neoliberal es que al anciano dictador no le importaba acumular grandes riquezas, ser el hombre más rico de México. En cambio, los mandatarios del periodo neoliberal parecen estar en una fuerte competencia para ver quien atesora más riquezas, sin que les importe un bledo el daño que le hacen al país con ese inmoral modo de “gobernar”. ¿No dijo David Cameron, primer ministro británico, que le daba “un gran gusto” ver cómo empresas británicas han encontrado en México condiciones muy favorables para su desarrollo?
En cambio, miles de pequeños y medianos empresarios mexicanos han tenido que cerrar sus negocios porque no encuentran condiciones mínimas para solventar sus gastos básicos. Mientras que por otro lado, grandes oligarcas se ven beneficiados con la cancelación de sus deudas al fisco, como quedó de manifiesto en días pasados al rehusar el Sistema de Administración Tributaria (SAT) revelar las identidades de quienes se beneficiaron con más de 74 mil millones de pesos. ¿No fue negado recientemente el otorgamiento de 15 mil millones de pesos a los estados del Norte que padecen los estragos de la terrible sequía?
La Asociación Sindical de Pilotos de Aviación, y la de Sobrecargos de Aviación, denunciaron el pasado miércoles que “el gobierno actual ha privilegiado las aerolíneas extranjeras y literalmente ha quebrado a las nacionales”. Afirmaron que las empresas foráneas tienen ya el dominio de 81 por ciento de las rutas internacionales. En contrapartida, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes ha puesto todo su empeño en obstaculizar el regreso de Mexicana de Aviación, la empresa emblemática del país en este importante renglón.
Es cierto, los panistas ya se van para no regresar nunca más a la casa presidencial, pero se corre el riesgo de que sean suplantados por sus similares del PRI, quienes como dice el dicho popular, “no cantan mal las rancheras” cuando se habla de corrupción en gran escala, y de entrega de los bienes nacionales a extranjeros que saben pagar muy bien los favores de la burocracia dorada. Con Enrique Peña Nieto en Los Pinos se reeditaría el sexenio más entreguista y corrupto de la historia contemporánea, el de Carlos Salinas de Gortari, con las consecuencias que no es difícil imaginar.
Evitarlo es un acto de patriotismo elemental, con el fin de recuperar no sólo la soberanía productiva de México, sino de rescatar el Estado de Derecho que hicieron trizas los dos sexenios del PAN en el poder. Por eso el empeño de Vicente Fox de que Peña Nieto resulte triunfador en los comicios, sin importar los medios, pues sabe que con éste no correrían ningún riesgo sus privilegios mal habidos. Evitar el regreso del PRI al poder significa poner los cimientos de la nueva sociedad que es posible fundar en México, sobre bases democráticas reales, con equilibrios socioeconómicos básicos, donde haya un Estado de Derecho que permita gobernabilidad y crecimiento sustentable, conforme a las posibilidades que tiene todavía un país como el nuestro.
En un país como el nuestro, donde la oligarquía ha impuesto condiciones leoninas a la sociedad, son muchos los problemas a resolver para que haya equilibrios elementales que permitan la vigencia del Estado de Derecho. El problema de fondo a enfrentar es precisamente crear condiciones mínimas para que haya una sana convivencia entre las distintas fuerzas políticas, ahora imposibilitada por la preeminencia de una minoría que goza de enormes privilegios que incluso le parecen pocos, por lo que sólo acepta sus propias reglas, generalmente antidemocráticas. Quienes no se ajustan a ellas son considerados ciudadanos de segunda, la plebe a la que hay que soportar porque su participación es indispensable.
No es mera casualidad que haya tantas semejanzas entre el régimen de Porfirio Díaz y el actual que encabezan los panistas. Ambos obedecen a premisas aristocráticas con las que tratan de justificar sus privilegios de clase y su admiración por formas de vida muy ajenas a nuestra idiosincrasia. En el Porfiriato fue proverbial su entreguismo a intereses extranjeros, igual que ahora con Felipe Calderón al frente de las instituciones nacionales. Con todo, hay una diferencia abismal: en los tiempos de don Porfirio había un vivo interés por aprovechar los adelantos foráneos en beneficio del país; ejemplo de ello fue el sistema ferroviario.
En la actualidad, lo único que cuenta es el beneficio particular, inmediato, como lo ejemplifican los contratos de Pemex a empresas extranjeras, que no reportan ningún provecho a México. O la entrega de grandes extensiones a empresas mineras foráneas para que las exploten de manera irracional. Con todo, el viejo dictador no se rebajaba ante los inversionistas extranjeros, como sí lo hace el actual inquilino de Los Pinos, sin parar mientes en que así debilita la capacidad del país para negociar mejores condiciones. Lo único que parece importar es la utilidad que se pueda lograr, pero no para la nación como sobran ejemplos a lo largo de los últimos cinco sexenios. ¿En qué se benefició la sociedad nacional con la criminal privatización del patrimonio del Estado en este lapso?
Otra diferencia notable entre el Porfiriato y el régimen neoliberal es que al anciano dictador no le importaba acumular grandes riquezas, ser el hombre más rico de México. En cambio, los mandatarios del periodo neoliberal parecen estar en una fuerte competencia para ver quien atesora más riquezas, sin que les importe un bledo el daño que le hacen al país con ese inmoral modo de “gobernar”. ¿No dijo David Cameron, primer ministro británico, que le daba “un gran gusto” ver cómo empresas británicas han encontrado en México condiciones muy favorables para su desarrollo?
En cambio, miles de pequeños y medianos empresarios mexicanos han tenido que cerrar sus negocios porque no encuentran condiciones mínimas para solventar sus gastos básicos. Mientras que por otro lado, grandes oligarcas se ven beneficiados con la cancelación de sus deudas al fisco, como quedó de manifiesto en días pasados al rehusar el Sistema de Administración Tributaria (SAT) revelar las identidades de quienes se beneficiaron con más de 74 mil millones de pesos. ¿No fue negado recientemente el otorgamiento de 15 mil millones de pesos a los estados del Norte que padecen los estragos de la terrible sequía?
La Asociación Sindical de Pilotos de Aviación, y la de Sobrecargos de Aviación, denunciaron el pasado miércoles que “el gobierno actual ha privilegiado las aerolíneas extranjeras y literalmente ha quebrado a las nacionales”. Afirmaron que las empresas foráneas tienen ya el dominio de 81 por ciento de las rutas internacionales. En contrapartida, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes ha puesto todo su empeño en obstaculizar el regreso de Mexicana de Aviación, la empresa emblemática del país en este importante renglón.
Es cierto, los panistas ya se van para no regresar nunca más a la casa presidencial, pero se corre el riesgo de que sean suplantados por sus similares del PRI, quienes como dice el dicho popular, “no cantan mal las rancheras” cuando se habla de corrupción en gran escala, y de entrega de los bienes nacionales a extranjeros que saben pagar muy bien los favores de la burocracia dorada. Con Enrique Peña Nieto en Los Pinos se reeditaría el sexenio más entreguista y corrupto de la historia contemporánea, el de Carlos Salinas de Gortari, con las consecuencias que no es difícil imaginar.
Evitarlo es un acto de patriotismo elemental, con el fin de recuperar no sólo la soberanía productiva de México, sino de rescatar el Estado de Derecho que hicieron trizas los dos sexenios del PAN en el poder. Por eso el empeño de Vicente Fox de que Peña Nieto resulte triunfador en los comicios, sin importar los medios, pues sabe que con éste no correrían ningún riesgo sus privilegios mal habidos. Evitar el regreso del PRI al poder significa poner los cimientos de la nueva sociedad que es posible fundar en México, sobre bases democráticas reales, con equilibrios socioeconómicos básicos, donde haya un Estado de Derecho que permita gobernabilidad y crecimiento sustentable, conforme a las posibilidades que tiene todavía un país como el nuestro.
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