Anulan incremento al transporte tras oleada de protestas en Brasil

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Policías antimotines disparan gas lacrimógeno para dispersar anoche una protesta en Niterói, zona metropolitana de Río de JaneiroFoto Ap
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Manifestantes destruyen un vehículo oficial en la ciudad de Fortaleza, poco antes del partido entre las selecciones de Brasil y México en la Copa Confederaciones de futbolFoto Reuters
Eric Nepomuceno
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Jueves 20 de junio de 2013, p. 21
Río de Janeiro, 19 de junio.
Fue un día de tensiones y emociones. Al final de la tarde, luego de la victoria de Brasil sobre México por dos goles a cero, y de manera casi simultánea, los alcaldes de Río, Eduardo Paes; de Sao Paulo, Fernando Haddad, y el gobernador paulista, Geraldo Alckmin, anunciaron formalmente que a partir del lunes el costo de los pasajes de autobús y metro vuelven a como estaban. Es decir, el aumento de 20 centavos –menos de diez centavos de dólar– quedó anulado. El gobernador de Río, el gordito parlanchín Sergio Cabral, que jamás huye de la fascinación de las cámaras, esta vez prefirió abstenerse de enfrentar a la prensa.
El día terminó así: una victoria de Brasil y de los manifestantes que empezaron a quejarse del aumento en los pasajes de autobús y luego vieron su reivindicación transformarse en un movimiento que se extendió por todo el país y por todos los temas, sorprendiendo al gobierno y a la oposición.
Por la mañana hubo manifestaciones en Sao Paulo, con bloqueos de carreteras y avenidas que conforman el cinturón vial de la mayor ciudad sudamericana. Poco antes del mediodía fue la vez de Fortaleza, donde por la tarde se enfrentarían Brasil y México en la Copa Confederaciones. Horas antes del enfrentamiento deportivo manifestantes y la policía militar local se enfrentaron, a dos kilómetros del estadio. Hubo balas de goma, gas lacrimógeno, espray de pimienta y, claro, muchos heridos, entre éstos, familias que no tenían nada que ver con la manifestación y sólo querían llegar al estadio. Y también varios turistas mexicanos, atrapados en medio de una refriega de la cual apenas tenían noticia. Uno de ellos, Reinaldo, omitió su apellido. Pero aseguró a la radio Bandeirantes que desistió de volver al país el año que viene, para asistir al Mundial. Los que, como él, vinieron a la Copa Confederaciones, seguramente se asustaron no sólo con las manifestaciones y la violencia policial, sino también con el absurdo de aeropuertos que no funcionan, carreteras que son trampas mortales, precios estratosféricos y desorganización generalizada.
En Belo Horizonte y Brasilia, en Niterói y San Gonzalo, región metropolitana de Río, más manifestaciones, más depredaciones, más enfrentamientos con la policía militar. Al anochecer, una multitud cruzó, caminando, los 13 kilómetros del puente que une Niterói con Río. Y en Sao Paulo, los jóvenes del MPL (Movimiento Pase Libre, que empezó toda esa historia) anunciaban una nueva manifestación para mañana, pero esta vez, dijeron, para celebrar la victoria.
Y es exactamente en este punto que surge la pregunta: ¿con la victoria, toda esa movilización terminará? ¿Con la marcha atrás en los 20 centavos de aumento en los pasajes de autobús, los manifestantes que han sacudido al país en las últimas dos semanas se darán por satisfechos?
El drástico cambio de ruta del alcalde de Sao Paulo, Fernando Haddad, del PT, se debe en buena medida –si no totalmente– al encuentro que mantuvo, al anochecer del pasado martes, con la presidenta Dilma Rousseff y con el ex presidente Lula da Silva. El malestar de ambos y del mismo PT era y es evidente. En una reunión celebrada poco antes del encuentro con el alcalde, Lula y Rousseff recriminaron, al unísono, la poca visión y la absoluta inhabilidad de Haddad por no haber negociado pronto con los manifestantes. El pasado jueves, cuando la policía militar estadual reprimió con brutalidad a los manifestantes, Haddad, de inmediato, debió haber dado marcha atrás en el incremento, consideran Lula y Rousseff. Y en vez de eso, prefirió mantenerse firme, a pesar de que a estas alturas el movimiento de protestas evidentemente se extendía con rapidez por todo el país, amenazando no sólo la popularidad, sino la estabilidad del gobierno.
Todo esto ocurre en un momento en que hay poco crecimiento económico y en que la gran prensa hegemónica exagera con la inflación (que, en realidad, se mantiene dentro de los parámetros previstos). Como resultado de ese escenario, la popularidad de la presidente Dilma Rousseff cayó ocho puntos. Luego de las multitudinarias manifestaciones de estos últimos días, podría caer aún más. Su relección en octubre del próximo año, considerada hasta ahora un paseo tranquilo, podría complicarse. La falta de proyecto y de consistencia de la oposición no significa que no se abra espacio para la insatisfacción de grandes parcelas de la población que hasta ahora permanecía en las sombras. De ahí la irritación, tanto de Lula, como de Rousseff, por la tenaz persistencia de Haddad en no conceder lo que pedían los manifestantes.
Fue preciso que las movilizaciones crecieran a niveles insólitos para que se diera cuenta de lo obvio.
Ahora, el problema es otro. La petición inicial, que detonó todo lo que viene ocurriendo, finalmente fue atendida. Pero, ¿y las otras? ¿Y las exigencias de mejor salud pública, mejor educación pública, mejor transporte público? ¿Y las furibundas reclamaciones sobre la inmovilidad de los partidos políticos, de la corrupción, del descrédito de parlamentarios? ¿Y las denuncias de la debilidad de las instituciones?
¿Algún Neymar en el gobierno?
Por la primera de sus exigencias, ganaron las calles. ¿Y por las otras? Es la pregunta que tendrá que ser contestada por las autoridades, y con urgencia.
A tiempo: Neymar fue genial en la cancha. ¿Habrá algún Neymar en el gobierno?

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