Díaz entregó el país en aras de la “modernización”
REVISTA SIEMPRE
Deuda pública y sus ocultos beneficiarios
Martín Esparza Flores
—III—
Deuda pública y sus ocultos beneficiarios
Martín Esparza Flores
—III—
Cuando empresarios norteamericanos
presentaron a Sebastián Lerdo de Tejada su solicitud para iniciar la
construcción del ferrocarril que uniría el país con Estados Unidos, el
sucesor del presidente Benito Juárez acuñó la histórica frase: “Entre la
fuerza y la debilidad, conservemos el desierto”.
Desgraciadamente para México, la conseja
fue desoída con el arribo de Porfirio Díaz al poder, pues no sólo
alentó el levantamiento de una línea ferroviaria hacia el vecino país
del norte sino que además abrió las puertas a la inversión extranjera y
reconoció la deuda externa que Juárez desconociera con los países
agresores durante la Guerra de Reforma, lo que propició que de la noche a
la mañana, en 1890, la deuda pública se triplicara a 126,9 millones
pesos, llegando a finales del siglo XIX a 350 millones de pesos, cuando
la paridad con el dólar era de uno a uno.
El entonces secretario de Hacienda, consejero personal del tirano Díaz y líder de los llamados Científicos
—los tecnócratas del naciente del siglo XX—, José Yves Limantour,
convenció al entonces presidente de comprar a los inversionistas
extranjeros instrumentos de crédito llamados “debentures” expedidos a
favor de la Compañía Ferrocarrilera Interoceánica así como acciones de
la empresa Ferrocarril Nacional.
Sin recato alguno para el futuro de un
país empobrecido y colocado en manos de la naciente oligarquía nacional y
extranjera, Limantour tomó capital de las reservas del tesoro mediante
la emisión de obligaciones a corto plazo con el gobierno de México. Poco
después, con un Díaz convencido de que los ferrocarriles eran parte
indivisible de la modernización del país, el secretario de
Hacienda se permitió emitir “nuevas obligaciones” del gobierno mexicano
por un total de 18.5 millones de pesos, de tal forma que al querer nacionalizar
las líneas férreas, el país debió solicitar grandes empréstitos al
exterior, intención que finalmente se vendría abajo por la excesiva
cantidad de recursos que se requerían para tal fin, no quedando otra
opción que la de pagar con bonos que hipotecaban a la entonces naciente
empresa: Ferrocarriles Nacionales, por 100 millones de pesos.
Gracias a la visión de apertura
total al capital extranjero de Limantour y a la ignorancia supina de
Díaz en materia de finanzas, nació la deuda ferrocarrilera, la cual
nunca tuvo razón de ser ya que la construcción de las vías férreas se
realizó con financiamiento, recursos y esfuerzo de la propia nación.
Algo similar a lo que ha sucedido hoy en día con los llamados Pidiregas.
Durante su gobierno, Lázaro Cárdenas
expresó: “No ha variado la actitud de México en lo que respecta al
problema de su deuda exterior; los deseos del gobierno de cumplir todas
sus obligaciones siguen subordinados a la necesidad de aplicar la mayor
parte de los recursos del país a su progreso cultural y político”.
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