Rusia, a días de decir adiós a la pesadilla del gobierno de Obama


Juan Pablo Duch
Corresponsal
Periódico La Jornada
Miércoles 11 de enero de 2017, p. 21
Moscú.
Visto desde el Kremlin, faltan pocos días para que termine la pesadilla que representó para Rusia la administración de Barack Obama, sobre todo en su segundo periodo de sanciones masivas y ataques verbales, que este martes, cuando se anunciaron las enésimas medidas contra cinco funcionarios del gobierno ruso por presuntas violaciones a los derechos humanos, su vocero, Dimitri Peskov, calificó de la peor en términos de impacto negativo sobre la relación bilateral, degradada a niveles sin precedente.
Al concluir hoy la pausa oficial de diez días feriados que el Kremlin, coincidiendo con la celebración de la Navidad ortodoxa –la religión erigida por las autoridades en sustituto perfecto del marxismo-leninismo–, regala a los ciudadanos rusos para festejar la llegada de un nuevo año, comenzó a trascender que en el entorno del presidente Vladimir Putin todos quisieran, pero pocos parecen creer que, de la noche a la mañana, la situación podrá mejorar de modo cardinal cuando Donald Trump tome posesión de la Casa Blanca.
Más allá de los deseos personales que pudiera o no tener Trump, quienes toman las decisiones en Moscú son conscientes de que, detrás del show de las declaraciones para sumar votos, la agenda del nuevo presidente estadunidense acabará siendo fijada por el Congreso y los intereses de las grandes corporaciones, entre otros factores que no coinciden con la intención de Rusia de hacer un borrón y cuenta nueva, sin que ninguno de los dos interfiera en las áreas de influencia del otro.
Además, Trump tampoco tiene como prioridad impulsar los nexos con Rusia, sino cumplir algunas de las promesas de política doméstica que formuló para imponerse en las urnas.
En ese contexto, el mediático escándalo armado en torno a la injerencia rusa en las elecciones estadunidenses por el hackeo de los servidores del Partido Demócrata –anecdótico por carecer de evidencias sólidas que pudieran probar la intromisión directa del Kremlin y a todas luces sobredimensionado al ser obviamente insuficiente para modificar la intención de voto en Estados Unidos– preocupa aquí por otro motivo.
Se teme que la aparente victoria por haber contribuido a que Hillary Clinton se quedara varada en el camino a la presidencia pudiera revertirse en derrota, si Trump opta por no hacer gestos de mejoría en la relación con Rusia para no ser calificado por sus enemigos de debilidad ante Putin, quien en esa lógica estaría pretendiendo cobrar una factura que, en realidad, existe sólo en la imaginación de los impulsores de la campaña contra la injerencia rusa.
Así de complicado parece estar el panorama a unos días del relevo en Washington, mientras los expertos siguen burlándose de la parte desclasificada del informe conjunto de la comunidad de inteligencia de Estados Unidos, 25 páginas que contienen puras obviedades y llegan a conclusiones que nada valen sin las respectivas pruebas que, dicen, no se pueden hacer del dominio público.
Insinuar que Putin ordenó la injerencia contra Clinton con una grabación que lo demuestra, cuatro días después de deslizar la acusación, hubiera provocado una purga colosal del servicio secreto ruso en el primer círculo del Kremlin que ya ocuparía las primeras planas de los principales diarios. A falta de estas ocho columnas, cualquiera puede sugerir la explicación que prefiera.
En realidad, en todo este escándalo mediático, lo raro sería que Rusia no usara las nuevas tecnologías para facilitar sus metas en el ámbito internacional, pero resulta lamentable presentar las cosas como si Estados Unidos y sus aliados de la OTAN no hicieran lo mismo.
Este 2017 empieza con una gran lección: hay que acostumbrase a que el hackeo y la desinformación en redes sociales forme parte del arsenal de los países que quieren integrar la agenda mundial, otra cosa es que una filtración de ese tipo resulte determinante para cambiar el curso de la historia.

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