Del 68 a la redimensión de la protesta ciudadana
Un cambio en la
manera de gobernarnos ha sido esperado desde hace más de 50 años, al
menos por un importante sector de la sociedad identificado con prácticas
políticas de tendencia izquierdista; pues hoy es difícil hablar de una
izquierda política y socioeconómica, cuando menos tradicional, y si
pensamos en izquierdas románticas y férreas deberíamos ponernos
atemporales y lo correcto sería escribirnos y hablarnos detrás de un
pasamontañas, en el menos radical de los casos.
Ese cambio fue buscado por grupos
minoritarios antes de 1988 y cobró fuerza hace poco más de 3 décadas con
el rompimiento de varios dirigentes políticos con el Partido
Revolucionario Institucional (PRI). Con el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas
a la cabeza y otros disidentes, así como con políticos y militantes
partidistas de diverso origen, se conformó el Frente Democrático
Nacional (FDN), agrupación que dio una primera batalla concisa contra el
entonces poderoso, pero falible, régimen priísta. El fraude de las
elecciones de 1988 consumado por el aparato gubernamental del PRI es la
muestra de esa latente falibilidad; los que saben del asunto acusan a
Manuel Bartlett –quien es la máxima redención política de López Obrador–
de consumarlo, pero al mismo tiempo de permitir el crecimiento de la
disidencia dentro del PRI de entonces, que terminaría con la
conformación del FDN, lo que llevaría al PRI, a Bartlett y a muchos
otros a cometer el fraude; un juego de política del cual sólo podemos
sospechar y dirimir en diversas hipótesis. De esa ruptura política
surgió el Partido de la Revolución Democrática se originaria el Partido
de la revolución enviándolo a Manuel Barttlet, que ya vimos que maduró
en la contradicción de la mano del Partido Acción Nacional (PAN), hasta
casi su extinción.
El deseo de un cambio en la formas y los
fondos de hacer política sobre la nación no es un fruto de generación
espontánea suscitado en 1988 y estirado en el transcurso de las
siguientes elecciones presidenciales, en las que compitieron por el PRD
el ingeniero Cárdenas en 1994 y el 2000, así como Andrés Manuel López
Obrador en 2006 y 2012, esta última elección tras la cual el PRD perdió
el rumbo y terminó en un ridículo e inoperante amasiato con el PAN,
inmoral unión que llevó a ambos organismos políticos a ser grotescas
caricaturas de sus originales. Esa necesidad de cambio ante el régimen
priísta, que parecía eterno, tuvo antes de 1988 varios conatos de
democratización del país: protestas obreras, campesinas, magisteriales,
acciones guerrilleras, formación de partidos políticos de izquierda,
entre otros movimientos de lucha; pero tuvo un punto de quiebre
fundamental, eso fue hace 50 años: 1968, cuando unos muchachos iniciaron
un movimiento sin tener idea de sus alcances, una noble e inocente
gesta –como la mayoría de las que emprende la juventud con conciencia,
aunque sea contradictoria la conciencia con la inocencia–, y gracias a
ellos, los jóvenes del 68, los que lucharon y sobrevivieron y los que
batallaron y murieron, es que hoy podemos nosotros hablar de un cambio
en ciernes desde la menos uniforme de las izquierdas, esa que empuja al
Movimiento Regeneración Nacional (Morena) en diferentes direcciones.
Fueron aquellos luchadores sociales del año olímpico, los que abrieron
las puertas del cambio ante un régimen, que entonces como nunca antes y
como nunca después uso toda su fuerza represora y autoritaria asesinando
a unos muchachos que veían más con el corazón que con la malicia de la
política, pero que con su sangre en Tlatelolco nos mostraron el camino a
los que les seguimos, aunque con menos ímpetu en la lucha.
Ese postergado cambio fue truncado por
un fraude electrónico y monetario a favor de Enrique Peña Nieto en las
elecciones de 2012. Otra vez el aparato de Estado operó a sus anchas y
con el apoyo de muchos de los medios de comunicación masiva. Entonces
las antipatías mediáticas contra el grupo obradorista convencieron a la
mayoría de los votantes del peligro del “mesías” krauziano, en una
segunda y afinada versión del fraude a favor de Felipe Calderón en 2006.
Y así debimos esperar 6 años más a que la masa ciudadana, harta y
asqueada de la violencia y la corrupción generada desde el gobierno,
operara en una votación masiva y contundente a favor de López Obrador y
Morena.
Ese tan anhelado cambio en la forma de
hacer política es hoy posible. El 1 de julio pasado le otorgamos a
Morena y a López Obrador un 53 por ciento de la votación, y por ende la
mayoría en las cámaras de diputados y senadores. Los políticos de Morena
nos han prometido, como otros partidos y otros políticos lo hicieron
antes, que asistiríamos de su mano a una transformación de la situación
del país; pero como ya antes hemos visto no bastan las promesas de
campaña para el cambio, por lo que será indispensable una gran
participación social en la vigilancia y la exigencia sobre cualquiera
que ostente un cargo público. Si queremos un cambio en beneficio de las
mayorías deberemos estar pendientes de nuestros funcionarios, desde el
presidente hasta el regidor y hacer presión desde la protesta civil
pacífica, desde el periodismo crítico, desde la más elemental conciencia
ciudadana cuando Morena y López Obrador no cumplan lo prometido estando
en sus posibilidades y atribuciones hacerlo, pero también nuestra
obligación será salir a protestar más allá del internet cuando sectores
empresariales o políticos sean reacios a los cambios planteados; el más
claro ejemplo es la negativa de los magistrados de la Suprema Corte de
Justicia de la Nación a la reducción de sus exorbitantes sueldos y groseros
privilegios, y es que habrá poderes políticos y económicos que se
negarán a la pérdida de prebendas y lujos a los que están acostumbrados,
y para el próximo presidente de México no será fácil doblegarlos si no
es acompañado por los millones que votamos por él.
Estamos frente a la oportunidad de
redimensionar la protesta ciudadana y la lucha social, pues durante el
próximo sexenio tendremos muchas oportunidades de manifestarnos pacífica
pero enérgicamente para respaldar las políticas del ue sino no estamde
manifestarnos pacifica pero energicamente nuevo gobierno, así como para
exigirle el cumplimiento de sus promesas. En suma, de no mantenernos
vigilantes y presionando al gobierno de Morena y a los partidos y
sectores opositores podríamos no asistir a la prometida cuarta
transformación de la República y sí al siguiente desencanto político
sexenal.
Roberto Galindo
*Maestro en apreciación y creación
literaria, literato, arqueólogo, diseñador gráfico. Cursa el doctorado
de novela en Casa Lamm. Miembro del taller literario La Serpiente
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