La coherencia de Rosario Ibarra es la esencia de su legado

 

 
Periódico La Jornada
Martes 19 de abril de 2022, p. 9

Desde los años setenta, Rosario Ibarra hizo colectiva la demanda de la aparición con vida de su hijo Jesús Piedra, secuestrado y desaparecido. El reclamo dejó de tratarse únicamente de su caso para buscar a todos los demás desaparecidos como hijos propios.

Y eso transformó su lucha en un asunto de Estado. Dejó de ser solamente defensora de derechos humanos para convertirse en una política revolucionaria, radical, como la describe Édgar Sánchez, dirigente del Partido Revolucionario de los Trabajadores en entrevista. Así, fue un factor político con un peso determinante en las últimas tres décadas del siglo pasado.

El PRT, un partido pequeño de corte trotskista, postuló dos veces a Rosario Ibarra como candidata a la presidencia, en 1982 y 1988, sin que ella se afiliara nunca al partido. La afinidad entre los troskos, universitarios en su mayoría, y la activista norteña fue, dice Sánchez, una línea radical constante que nos llevaba a coincidir.

En las elecciones de 1982, por ejemplo, se puso a prueba la famosa apertura política de Miguel de la Madrid. Ella y nosotros vimos el momento como una oportunidad de posicionarnos en la política institucional, pero sin dejar de entender la trampa de la apertura. Buscamos la oportunidad de obtener nuestro registro, pero en el entendido de que el derecho al registro no es la democracia. Ella quería dejar en claro la idea de que no hay democracia posible con desaparecidos. Por algo esa campaña arrancó en Atoyac de Álvarez, Guerrero, epicentro de la guerra sucia y cuna de la guerrilla del sur.

En 1988, con Cuauhtémoc Cárdenas y Carlos Salinas enfrentados en las elecciones, el PRT repite la fórmula, Rosario Ibarra candidata presidencial. Y nuevamente les llovieron las críticas. Cuando casi a última hora Heberto Castillo declina a favor de Cuauhtémoc Cárdenas, Rosario no lo hace. Entendíamos que mantener el registro no era el fin. El fin era la causa. Eso no impidió que a la primera hora después del fraude ella se presentara en la casa del ingeniero Cárdenas para ofrecer su respaldo en la lucha contra el fraude. Y se sostuvo pese a las amenazas que veladamente le hicieron llegar por parte del salinismo. Esa es la esencia de su legado: la coherencia.

En 1995, con el levantamiento insurgente en Chiapas, Rosario se vuelca a apoyar al EZLN. Adopta política y emotivamente a los zapatistas. Ella, Édgar y Carlota Botey, que eran diputados de la bancada del PRT, aceptan la invitación del EZLN de convertirse en convencionalistas parlamentarios.

En 2006 la historia da otro giro. Rosario se adhiere a la campaña para la presidencia de Andrés Manuel López Obrador y acepta la candidatura para el Senado. Esto lleva a una ruptura con el EZLN. Pero la asume, “porque puso encima la causa de los desaparecidos. Y porque al AMLO que ella apoyó fue al radical, al de ‘al diablo con las instituciones’”.

Finalmente, otro giro y otra prueba de la congruencia y de lealtad a las doñas del Comité ¡Eureka! fue la carta que escribió al presidente en octubre de 2019 cuando le fue otorgada la Medalla Belisario Domínguez en el Senado. Le pidió a su hija Claudia Piedra que la leyera. En ella le dice a López Obrador: Querido y respetado amigo, que no permita que la violencia y la perversidad de los gobiernos anteriores sigan acechando y actuando desde las tinieblas de la impunidad.

Y le dice: No quiero que mi lucha quede inconclusa, por eso dejo en tus manos la custodia de tan preciado reconocimiento y te pido que me la devuelvas junto con la verdad sobre el paradero de nuestros queridos y añorados hijos y familiares. Fue su última comunicación pública directa.

 

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