"Si disparan al pueblo, Mubarak está acabado; si no, también"
Robert Fisk
The Independent
Periódico La Jornada
Lunes 31 de enero de 2011, p. 31
El Cairo, 30 de enero. La anciana de pañoleta roja se irguió a centímetros del frente del tanque M1 Abrams, fabricado en Estados Unidos, del tercer ejército egipcio, en un extremo de la plaza Tahrir. Los soldados eran paracaidistas, algunos con boina roja, otros con cascos, y los cañones de las armas apuntaban a toda la plaza: pesadas ametralladoras montadas en torretas. “Si disparan al pueblo egipcio –dijo–, Mubarak está acabado. Y si no disparan, también está acabado”. De tal sabiduría están poseídos los egipcios en estos días.
Poco antes del anochecer, cuatro aviones Falcon F-16 –también fabricados por el país gobernado por el presidente Barack Obama– sobrevolaron la plaza rugiendo; los ecos rebotaban en los desastrados edificios grises y en el gigantesco conjunto nasserista, en tanto los decenas de miles reunidos en la plaza miraban a lo alto.
"¡Están de nuestro lado!", surgió el grito entre la multitud.
No me lo pareció así. Y esos tanques, nuevos en la plaza, 14 en total, que llegaron sin lemas pintados en ellos, cargados de soldados de mirada huraña y aprensiva, tampoco habían venido a proteger a los manifestantes, como éstos creían.
Pero entonces, cuando me acerqué a hablar con un oficial, su rostro se abrió en una sonrisa. "Jamás disparamos a la gente, aunque nos lo ordenen", gritó sobre el rugido del motor.
El "presidente"
Una vez más, no me sentí seguro. El presidente Hosni Mubarak –o tal vez deberíamos decir hoy "presidente" entre comillas– estaba en el cuartel del ejército, luego de designar a su nueva junta de ex oficiales militares y de inteligencia. Corrió el rumor por la plaza: el viejo lobo trataría de luchar hasta el final. Otros decían que no importaba. "¿Puede matar a 80 millones de egipcios?"
El sentimiento antiestadunidense comenzó a crecer a resultas del continuo aunque tibio respaldo de Obama al régimen de Mubarak. "No, Obama, Mubarak no", rezaban los carteles. Y aparecía el rostro de Mubarak con una estrella de David sobreimpuesta. Muchos entre la muchedumbre mostraban cartuchos de armas aturdidoras disparados la semana pasada, con el letrero "made in USA" en la base. Y noté que el casco del tanque que iba a la cabeza llevaba marcas que empezaban con "MFR". En este punto un soldado con rifle y bayoneta fija recibió la orden de arrestarme, así que retrocedí corriendo hacia la multitud y él reculó. Pero, ¿podría ser que "MFR" sean las siglas de la fuerza de reserva móvil de Estados Unidos? ¿Sería esta columna de tanques un préstamo de los estadunidenses? No se necesita especular lo que eso significaría para los egipcios.
Sin embargo, en horas más tempranas hubo escenas extraordinarias entre los manifestantes y los tanquistas de otra unidad (en esa ocasión las máquinas eran viejos Patton M-60 estadunidenses, de los tiempos de Vietnam), quienes parecían estar en camino de proteger a una unidad de cañones de agua enviada a limpiar las calles. Cientos de jóvenes abrumaron un tanque, y cuando un teniente de anteojos oscuros se puso a disparar al aire, lo hicieron retroceder a empellones contra el vehículo artillado y tuvo que trepar a la parte alta para evitarlos. Sin embargo, pronto la multitud recobró el buen humor; posó para fotografiarse junto al tanque y regaló fruta y agua a los soldados.
Cuando una larga valla de soldados se formó al otro lado de la avenida, un anciano jorobado pidió permiso de acercárseles. Lo seguí; lo vi abrazar al teniente, besarlo en ambas mejillas y decirle: "Ustedes son nuestros hijos. Nosotros somos su pueblo". Y luego fue recorriendo la valla, besando y abrazando a cada uno y diciéndole que era su hijo. Se necesita un corazón de piedra para no conmoverse con semejantes escenas, y este domingo estuvo repleto de ellas.
En cierto momento, unos manifestantes llevaron a un hombre al que acusaron de ser ladrón -El Cairo parece lleno de ellos en este momento–, lo ataron y entregaron a las fuerzas armadas. "Ustedes están aquí para protegernos", corearon. Cuando uno de los militares golpeó al hombre en el rostro, su oficial lo abofeteó. Entonces el soldado se sentó en el suelo, sacudiendo la cabeza con desesperación.
Todo el día, un helicóptero MI-25 egipcio –en este caso, reliquia de fabricación soviética– voló en círculos sobre la muchedumbre, con seis cohetes en las vainas, pero no hizo nada. Más tarde un Gazelle de la fuerza aérea, de manufactura francesa, sobrevoló la zona; la gente agitaba las manos y se vio al piloto devolver el saludo.
Todo el tiempo los egipcios se acercaban a los extranjeros e insistían en que un pueblo que había perdido el miedo no podía volver a ser intimidado. "Jamás volveremos a temer", me gritó una joven mientras los jets pasaban rugiendo de nuevo. Y un ex policía que dice ser un enlace entre los manifestantes y las fuerzas armadas afirmó que "el ejército estará con nosotros porque sabe que Mubarak tiene que irse".
Los saqueos e incendios provocados continúan. El ex policía indicó que muchos saqueadores son miembros de un grupo que pertenecía al Partido Nacional Democrático de Mubarak, cuyo papel anterior había sido intimidar a los egipcios para que fueran a las casillas electorales a votar por su amado líder. Entonces, nos preguntamos todos, ¿por qué esos hombres buscan saquear e incendiar, crímenes que se achacan a quienes exigen que Mubarak se vaya del país? Por cierto, ahora las demandas incluyen la expulsión de Omar Suleiman, su ex jefe de espías y hoy vicepresidente.
Por todo Egipto, en casi todas las calles de El Cairo, hay ahora vigilantes: no gente de Mubarak, sino ciudadanos cansados de las bandas semioficiales que roban sus pertenencias por la noche. Para volver a mi hotel la noche del domingo, tuve que pasar por ocho retenes de hombres tanto jóvenes como viejos –uno caminaba agachado, con un bastón en una mano y un viejo rifle británico Lee Enfield 303 en la otra– que ahora atacan a los ladrones y los entregan a los soldados. Pero no son un ejército simbólico.
En las primeras horas del domingo, hombres armados irrumpieron en el Hospital para Niños con Cáncer, cerca del viejo acueducto romano. Querían llevarse el equipo médico, pero en cuestión de minutos llegaron vecinos y los amenazaron con cuchillos. Los asaltantes retrocedieron de inmediato. El doctor Khaled el-Noury, jefe operativo del nosocomio, señaló que los visitantes armados estaban desorganizados y al parecer llevaban las armas con temor.
Tenían razón. El vigilante del hospital me enseñó el cuchillo de cocina que guardaba en su escritorio para protegerse. Otras pruebas de poder de combate yacían más allá de la puerta, donde los hombres parecían llevar cachiporras, garrotes y atizadores. Un niño –quizá de ocho años– apareció blandiendo un cuchillo de carnicero de 45 centímetros, poco más de la mitad de su estatura. Otros hombres con cuchillos de igual longitud se acercaron a darle la mano al periodista extranjero.
No son una fuerza de reserva. Y creen en el ejército. ¿Entrarán los soldados a la plaza? ¿Y tiene importancia si Mubarak se va, después de todo?
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
Fuente
The Independent
Periódico La Jornada
Lunes 31 de enero de 2011, p. 31
El Cairo, 30 de enero. La anciana de pañoleta roja se irguió a centímetros del frente del tanque M1 Abrams, fabricado en Estados Unidos, del tercer ejército egipcio, en un extremo de la plaza Tahrir. Los soldados eran paracaidistas, algunos con boina roja, otros con cascos, y los cañones de las armas apuntaban a toda la plaza: pesadas ametralladoras montadas en torretas. “Si disparan al pueblo egipcio –dijo–, Mubarak está acabado. Y si no disparan, también está acabado”. De tal sabiduría están poseídos los egipcios en estos días.
Poco antes del anochecer, cuatro aviones Falcon F-16 –también fabricados por el país gobernado por el presidente Barack Obama– sobrevolaron la plaza rugiendo; los ecos rebotaban en los desastrados edificios grises y en el gigantesco conjunto nasserista, en tanto los decenas de miles reunidos en la plaza miraban a lo alto.
"¡Están de nuestro lado!", surgió el grito entre la multitud.
No me lo pareció así. Y esos tanques, nuevos en la plaza, 14 en total, que llegaron sin lemas pintados en ellos, cargados de soldados de mirada huraña y aprensiva, tampoco habían venido a proteger a los manifestantes, como éstos creían.
Pero entonces, cuando me acerqué a hablar con un oficial, su rostro se abrió en una sonrisa. "Jamás disparamos a la gente, aunque nos lo ordenen", gritó sobre el rugido del motor.
El "presidente"
Una vez más, no me sentí seguro. El presidente Hosni Mubarak –o tal vez deberíamos decir hoy "presidente" entre comillas– estaba en el cuartel del ejército, luego de designar a su nueva junta de ex oficiales militares y de inteligencia. Corrió el rumor por la plaza: el viejo lobo trataría de luchar hasta el final. Otros decían que no importaba. "¿Puede matar a 80 millones de egipcios?"
El sentimiento antiestadunidense comenzó a crecer a resultas del continuo aunque tibio respaldo de Obama al régimen de Mubarak. "No, Obama, Mubarak no", rezaban los carteles. Y aparecía el rostro de Mubarak con una estrella de David sobreimpuesta. Muchos entre la muchedumbre mostraban cartuchos de armas aturdidoras disparados la semana pasada, con el letrero "made in USA" en la base. Y noté que el casco del tanque que iba a la cabeza llevaba marcas que empezaban con "MFR". En este punto un soldado con rifle y bayoneta fija recibió la orden de arrestarme, así que retrocedí corriendo hacia la multitud y él reculó. Pero, ¿podría ser que "MFR" sean las siglas de la fuerza de reserva móvil de Estados Unidos? ¿Sería esta columna de tanques un préstamo de los estadunidenses? No se necesita especular lo que eso significaría para los egipcios.
Sin embargo, en horas más tempranas hubo escenas extraordinarias entre los manifestantes y los tanquistas de otra unidad (en esa ocasión las máquinas eran viejos Patton M-60 estadunidenses, de los tiempos de Vietnam), quienes parecían estar en camino de proteger a una unidad de cañones de agua enviada a limpiar las calles. Cientos de jóvenes abrumaron un tanque, y cuando un teniente de anteojos oscuros se puso a disparar al aire, lo hicieron retroceder a empellones contra el vehículo artillado y tuvo que trepar a la parte alta para evitarlos. Sin embargo, pronto la multitud recobró el buen humor; posó para fotografiarse junto al tanque y regaló fruta y agua a los soldados.
Cuando una larga valla de soldados se formó al otro lado de la avenida, un anciano jorobado pidió permiso de acercárseles. Lo seguí; lo vi abrazar al teniente, besarlo en ambas mejillas y decirle: "Ustedes son nuestros hijos. Nosotros somos su pueblo". Y luego fue recorriendo la valla, besando y abrazando a cada uno y diciéndole que era su hijo. Se necesita un corazón de piedra para no conmoverse con semejantes escenas, y este domingo estuvo repleto de ellas.
En cierto momento, unos manifestantes llevaron a un hombre al que acusaron de ser ladrón -El Cairo parece lleno de ellos en este momento–, lo ataron y entregaron a las fuerzas armadas. "Ustedes están aquí para protegernos", corearon. Cuando uno de los militares golpeó al hombre en el rostro, su oficial lo abofeteó. Entonces el soldado se sentó en el suelo, sacudiendo la cabeza con desesperación.
Todo el día, un helicóptero MI-25 egipcio –en este caso, reliquia de fabricación soviética– voló en círculos sobre la muchedumbre, con seis cohetes en las vainas, pero no hizo nada. Más tarde un Gazelle de la fuerza aérea, de manufactura francesa, sobrevoló la zona; la gente agitaba las manos y se vio al piloto devolver el saludo.
Todo el tiempo los egipcios se acercaban a los extranjeros e insistían en que un pueblo que había perdido el miedo no podía volver a ser intimidado. "Jamás volveremos a temer", me gritó una joven mientras los jets pasaban rugiendo de nuevo. Y un ex policía que dice ser un enlace entre los manifestantes y las fuerzas armadas afirmó que "el ejército estará con nosotros porque sabe que Mubarak tiene que irse".
Los saqueos e incendios provocados continúan. El ex policía indicó que muchos saqueadores son miembros de un grupo que pertenecía al Partido Nacional Democrático de Mubarak, cuyo papel anterior había sido intimidar a los egipcios para que fueran a las casillas electorales a votar por su amado líder. Entonces, nos preguntamos todos, ¿por qué esos hombres buscan saquear e incendiar, crímenes que se achacan a quienes exigen que Mubarak se vaya del país? Por cierto, ahora las demandas incluyen la expulsión de Omar Suleiman, su ex jefe de espías y hoy vicepresidente.
Por todo Egipto, en casi todas las calles de El Cairo, hay ahora vigilantes: no gente de Mubarak, sino ciudadanos cansados de las bandas semioficiales que roban sus pertenencias por la noche. Para volver a mi hotel la noche del domingo, tuve que pasar por ocho retenes de hombres tanto jóvenes como viejos –uno caminaba agachado, con un bastón en una mano y un viejo rifle británico Lee Enfield 303 en la otra– que ahora atacan a los ladrones y los entregan a los soldados. Pero no son un ejército simbólico.
En las primeras horas del domingo, hombres armados irrumpieron en el Hospital para Niños con Cáncer, cerca del viejo acueducto romano. Querían llevarse el equipo médico, pero en cuestión de minutos llegaron vecinos y los amenazaron con cuchillos. Los asaltantes retrocedieron de inmediato. El doctor Khaled el-Noury, jefe operativo del nosocomio, señaló que los visitantes armados estaban desorganizados y al parecer llevaban las armas con temor.
Tenían razón. El vigilante del hospital me enseñó el cuchillo de cocina que guardaba en su escritorio para protegerse. Otras pruebas de poder de combate yacían más allá de la puerta, donde los hombres parecían llevar cachiporras, garrotes y atizadores. Un niño –quizá de ocho años– apareció blandiendo un cuchillo de carnicero de 45 centímetros, poco más de la mitad de su estatura. Otros hombres con cuchillos de igual longitud se acercaron a darle la mano al periodista extranjero.
No son una fuerza de reserva. Y creen en el ejército. ¿Entrarán los soldados a la plaza? ¿Y tiene importancia si Mubarak se va, después de todo?
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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