"Sí son nuestros muertos, no es nuestra guerra", expresaron en el mitin del DF

Fabiola Martínez y Fernando Camacho

Periódico La Jornada
Jueves 7 de abril de 2011, p. 3

"Sí son nuestros muertos, no es nuestra guerra". Fue la frase que dio sustento a una marcha a la que le urgía despegar de la explanada del Palacio de Bellas Artes para dar inicio a lo que fue una catarsis ciudadana y poética. Las letras, el ensayo y los versos sustituyeron a la retórica política, al discurso partidista.

El destinatario de la exigencia fue "quien en 2006 inició una estrategia para legitimarse". Y a más de cuatro años, con el recuento de casi 40 mil muertos de la "guerra" contra el narcotráfico, la gente salió ayer a las calles de la capital para decir "No más sangre", "fuera Calderón", "Ni uno más" ...¡Estamos hasta la madre!”

La de ayer no fue una protesta del silencio o de gente vestida de blanco que clamaba por un alto a la violencia, entendida como recuento de delitos; esta vez, se trató de reclamar al Presidente que pare su guerra, porque, como dijo Alejandro Martí, parafrasearon, "si no puede, que renuncie".

La convocatoria del poeta y escritor Javier Sicilia, padre de uno de los siete ejecutados la semana pasada en Morelos, encontró un eco que se hizo oír en tan sólo un par de días a través de las redes sociales y algunos otros medios de comunicación.

Miércoles en la tarde. Eje Central. Una multitud se reúne sin necesidad de "profesionales de las marchas", de aquellos que dicen dónde acomodarse; por dónde y a qué hora arranca la descubierta; quién carga el altavoz, o quién va a la vanguardia. Tampoco estaba el que distribuye las pancartas de plástico ni el que guía al contingente.

Esta vez, la espontaneidad tomó el lugar principal. Apenas, los más prevenidos, repartían al paso fotocopias de propuestas y exigencias; de poemas libres; o un machote de nuevas consignas para la "marcha nacional": codo con codo/ Sicilia somos todos; este gobierno/ nos hunde en el infierno; Felipe, ya es hora/ legisla la droga; los cuernos de chivo/ a nadie dejan vivo; ¿quién dio su licencia/ a toda esta violencia?/ Felipe, tu pendencia.

En unos cuantos minutos, después de las cinco de la tarde, ya estaba colmada la calle de 5 de Mayo. Ahí iban artistas y muchos ciudadanos afectados por la violencia, como la señora que tuvo que salir huyendo de la pesadilla que trajeron a su vida los policías judiciales que la secuestraron en Cuernavaca.

También caminaban por el Centro Histórico estudiantes de universidades privadas que no daban crédito a las recientes declaraciones del secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, de que "en siete años disminuirá la violencia" porque "son perversas. La violencia generada aquí es consecuencia de una estrategia mal planteada", lamentaban estudiantes de ciencia política del ITAM.

Muchos jóvenes, múltiples propuestas que tenían como eje la cultura y la educación como antídoto de la desesperanza.

Entre poetas, pintores, estudiantes, actores, músicos, escritores, periodistas, escultores, abogados y ciudadanos procedentes de varios puntos de la capital y estados vecinos, se improvisaron las más variadas consignas, que pasaron, siempre, por la exigencia de un cambio profundo para acabar con la corrupción e impunidad tan características de la "guerra".

Al llegar a la Plaza de la Constitución, conmovidos por el dolor no sólo de su colega o amigo Javier Sicilia, sino de todas las familias rotas, los artistas fueron dejando, uno a uno, pasajes, letras, imágenes, de lo que ya no quieren ver más en un país de casi 10 mil muertos por año, desde que empezó el sexenio calderonista.

A diferencia de otras manifestaciones, en ésta la impotencia, la rabia y la incredulidad se vertieron en gran medida mediante ensayos lúcidos y elocuentes, de versos y de metáforas. “La violencia proviene tanto de los narcos, de los criminales, como de las policías y el Ejército”, señaló María Rivera, tras dar lectura a su poema Los muertos, escrito por la masacre de los 72 migrantes en Tamaulipas.

"Criminales mexicanos"

Los que estuvieron en el Zócalo refutaron el discurso oficial, aquel que “responde con cinismo y a manera de consuelo de que la gran mayoría (de los muertos en esta guerra) son criminales, ‘los malos que están matándose entre sí’”. Gran sofisma –advierte el poeta Eduardo Hurtado– porque los muertos son mexicanos con derechos y obligaciones... hermanos y tíos de campesinos metidos a sicarios; cuñados y primos de tantos otros que hoy viven atados al temor; soldados de familias humildes metidos a ejercer funciones que no les corresponden”.

Durante el mitin, fue el discurso poético el que más concitó la atención de la gente. El que generó el silencio más respetuoso. El que resumió lo que los pronunciamientos políticos apenas sabrían rozar. El que materializó en un solo golpe la solidaridad de quienes sienten como propia la herida de los deudos.

Entre los convocantes y oradores estaban Paco Ignacio Taibo II, Daniel Giménez Cacho, Ofelia Medina, David Huerta, Ana García Bergua, Francisco Segovia, Eduardo Hurtado, María Baranda y Eduardo Vázquez, pero también miles (el gobierno capitalino calculó 10 mil) con la misma gana de que la sociedad civil sea la única interlocutora válida de sí misma.

Muchos artistas en el templete y abajo, como Eduardo y Ana, de los "ciudadanos de a pie", fueron al Zócalo con la esperanza de entregarle a Sicilia –quien estaba en Cuernavaca– una carta con poemas de Torres Bodet. Uno de ellos, en especial, dedicado a los que ya no están: "Yo soy tu verdadera fosa. Vives en lo que pienso, en lo que digo, y con vida tan honda que no hay hora y lugar en que no estés conmigo".

Por la noche, desde el Palacio de Covián, el subsecretario de Gobierno, Juan Marcos Gutiérrez, dijo que todas las marchas le merecen respeto, porque es una expresión legítima de la sociedad, la cual debe sumarse al gobierno, para combatir el crimen.

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