Chile: Mi amiga Patricia Bravo

martes 25 de octubre de 2011

Patricia Stambuk
Nuestra amistad nació un día de 1969 en que hacíamos cola para matricularnos en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile. Desde entonces, y hasta el fin de la carrera, pasamos muchas noches en vela reflexionando, discutiendo, leyendo, consumiendo botellas de whisky que yo traía desde Punta Arenas y cigarrillos que conseguíamos de cualquier forma. Por ese tiempo compartimos la realización de la investigación sobre la vida de Violeta Parra, a cinco años de su muerte, haciendo entrevistas a diestra y siniestra, hurgando en cada detalle de la vida de la folklorista y creadora. Fue para ambas un trabajo revelador y apasionante. Disfrutamos tecleando en las noches y en los fines de semana, transcribiendo las entrevistas, redactándolas, como si fuera nuestro mejor panorama.

Me encantaba su buen humor. Reía con facilidad de cosas cotidianas. Nuestra amistad y el libro se interrumpieron con el golpe, cuando ella tuvo que seguir otros caminos. Me impresionó su coherencia, su consecuencia, cuando supe en una comunicación ocasional que ella trabajaba en una fábrica porque no estaba dispuesta a hacer periodismo en dictadura.
Si bien por décadas Patricia dejó correr esta falacia autoral de nuestro libro sobre Violeta, en abril o mayo acordamos dar la pequeña-gran batalla de recuperar ese visionario trabajo de investigación que habíamos hecho por el año 71, 72. Y no sólo aceptó la idea de buscar caminos legales, sino que se embarcó con entusiasmo en su revisión, correcciones y nuevos aportes. Fue un reencuentro que quizás esperábamos por mucho tiempo, una búsqueda de justicia en un ámbito menor, que ella había postergado, teniendo como norte, siempre, otras búsquedas de justicia en ámbitos mayores.
El libro había sido publicado en numerosas ediciones en el exterior sin nuestro permiso y con otros autores. Más empecinada y molesta que ella, yo había logrado incorporar mi nombre en una de las últimas ediciones en Chile. Esta semana, justamente, el libro entró a imprenta y pronto estará en librerías.
Aunque yo era testigo de la resistencia de Patricia a morir -porque en verdad dio la batalla en medio de un mal muy avanzado al momento de descubrirlo- tenía la triste intuición de que no alcanzaríamos a sacar la obra a tiempo. Conspiró en nuestra contra el que nos objetaran una y otra vez su registro; que la fundación Violeta Parra exigía permisos, que los entrevistados, que los diarios citados…
No creo que sea exceso de cariño, o de amistad, pero no encuentro un solo aspecto frágil o negativo de su personalidad. Tenía una inteligencia serena; del tipo de inteligencia que no necesita aspavientos o grandilocuencias para ser advertida. Reflexiva, racional, pero también muy emotiva. ¿Eres buena abuela? Le pregunté hace poco, cuando nació Vicente, su primer y único nieto. Y me dijo con su sencillez y dulzura habitual: ‘me gusta darle besitos’.
Su natural delicadeza se extendía a todos los planos. Resistía ayudas materiales, aunque parecieran tan necesarias. Me dijo: “No pienso gastar una fortuna en tratamientos que solo me van a prolongar la vida por unos meses y no me van a sanar”. Sin duda tenía razón, pero hay que ser valiente, clara y serena para tomar decisiones de ese tipo cuando a uno se le va la vida.
El complejo estado de salud de Patricia en nada interfirió para que mi querida amiga, con su clara inteligencia y su prolijidad habitual, hiciera su parte del trabajo a lo largo de este 2011, con una minuciosa revisión del texto y nuevos aportes a la obra. Tal como hace cuatro décadas, cada palabra, frase y párrafo fueron revisados, comentados, consensuados. Siempre con un sentido generoso y respetuoso de equipo. Estábamos entusiasmadas y felices del encuentro y de hacer esta ‘corrección’ diferida.

Cuando llegó la hora de resolver un nuevo título para nuestra obra -ya que no habíamos elegido aquel con el que fue publicado-, y después de varias opciones, ella asomó a último momento con el definitivo: Violeta Parra. El canto de todos. ‘¿Qué te parece?’ No había más que decir. Era un reflejo de lo que ella misma quiso ser en su vida: el canto de todos.
El miércoles pasado, al regresar de un viaje, la llamé por teléfono. Respiraba mal, se había resfriado. Le pedí que nos comunicáramos por mail, pero prefirió continuar la charla por unos minutos. Quería saber cómo me había ido, qué había hecho.
Haber retomado esta obra este año con Patricia Bravo ha sido un regalo único y a la vez doloroso, porque hubiera querido estar con ella en el momento en que saliera al fin de imprenta nuestro libro, con nuestros nombres. Pero ella, dulcemente determinada como era, ha puesto su propio punto final.

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