¿Cómo transformar el proceso productivo capitalista en socialista?
viernes 21 de octubre de 2011
Homar Garcés (especial para ARGENPRESS.info)
Bajo el sistema capitalista todos los actores sociales que participan en el proceso productivo están -en uno u otro sentido- subordinados a la reproducción de la ganancia que corresponde a los dueños del capital y de los medios de producción (incluyendo la explotación de su fuerza de trabajo) en un ciclo que pareciera normal y eterno, sin posibilidades reales de cambio.
Así, desde Karl Marx y Friedrich Engels hasta la época actual, a través del socialismo revolucionario se ha planteado que tal sistema de desigualdades, injusticias y expoliación indiscriminada de la naturaleza sea superado, dando entonces nacimiento a un nuevo tipo de civilización en el cual prevalezca siempre el desarrollo integral del individuo y de la comunidad, en igualdad de derechos, obligaciones y oportunidades, sin dominación alguna del mercado y el capital, algo que se considera utópico, pero que no deja de ser posible.
Sin embargo, mucho de lo hecho para trascender al capitalismo ha significado apenas un deseo de hacerlo menos terrible de lo que es, hablando de un capitalismo con rostro humano o de una tercer vía, como la intentada en Yugoslavia bajo Tito, pero sin afectar en el fondo la división del trabajo, la alienación del trabajador y las relaciones de producción; obviando, además, lo relativo a la ley del valor. En todo caso, las medidas adoptadas -aun las más radicales- han derivado en un capitalismo de Estado, o simple reformismo, dejando puertas abiertas (como ocurrió en la extinta Unión Soviética y ocurre en China y Cuba) para su restauración, no obstante socializar la propiedad de los medios de producción y orientarse su actividad productiva a la satisfacción de las necesidades básicas y espirituales del pueblo. Esto impone, sin duda, pautas que tiendan a diferenciarse cada día de lo que es la sociedad capitalista, promoviendo y fortaleciendo la capacidad de gestión de las comunidades organizadas, de forma que la participación y la actividad de las mismas tengan como resultado palpable e inmediato un modelo económico socialista, con esquemas verticales y horizontales entrelazados en todo lo que comprende, entonces, la producción, la distribución, el intercambio y el consumo, al igual que los criterios para conformarlo.
Como lo expresara Erich Fromm en su obra Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, “el hombre tiene que ser establecido en su lugar supremo en la sociedad, no siendo nunca un medio, no siendo nunca una cosa para ser usada por los otros o por él mismo. Debe de terminar el uso del hombre por el hombre, y la economía tienen que convertirse en la servidora del desenvolvimiento del hombre”. Todo lo anterior nos remite, en consecuencia, a reorientar el sentido o concepto de la propiedad, estableciendo nuevos tipos, inspirados en las nuevas formas de organización socio-productivas. Esto, a su vez, debiera generar en el ámbito político el fomento y la consolidación de la organización popular en todas sus expresiones posibles, como asimismo un desarrollo endógeno que reduzca drásticamente los índices de desempleo y subempleo existentes, rompiendo las cadenas especulativas que condenan al hambre a vastos sectores de la población. Tales elementos podrían conducirnos a la emancipación del trabajo, “ubicando a la fuerza de trabajo o trabajo vivo -según lo manifiesta Carlos Lanz en uno de sus artículos- como la fuente real de la creación de nuevo valor”. Tal objetivo podría obtenerse de existir una planificación democrática, un presupuesto participativo, un control obrero y una humanización de las condiciones y medio ambiente de trabajo que sean capaces de estimular la inserción socioproductiva como mecanismo fundamental del desarrollo social integral de las personas y la colectividad, con criterios de eficiencia-eficacia que faciliten, a su vez, la sostenibilidad y la factibilidad de los diversos procesos que, en tal sentido, estén realizándose. Al lograrlo, podríamos afirmar que el proceso productivo capitalista comienza a transformarse en socialista, sin conceptuar al recurso humano como un componente más de los costos de producción de las empresas y teniendo en la participación y protagonismo del pueblo su manifestación constante y característica.
Fuente
Homar Garcés (especial para ARGENPRESS.info)
Bajo el sistema capitalista todos los actores sociales que participan en el proceso productivo están -en uno u otro sentido- subordinados a la reproducción de la ganancia que corresponde a los dueños del capital y de los medios de producción (incluyendo la explotación de su fuerza de trabajo) en un ciclo que pareciera normal y eterno, sin posibilidades reales de cambio.
Así, desde Karl Marx y Friedrich Engels hasta la época actual, a través del socialismo revolucionario se ha planteado que tal sistema de desigualdades, injusticias y expoliación indiscriminada de la naturaleza sea superado, dando entonces nacimiento a un nuevo tipo de civilización en el cual prevalezca siempre el desarrollo integral del individuo y de la comunidad, en igualdad de derechos, obligaciones y oportunidades, sin dominación alguna del mercado y el capital, algo que se considera utópico, pero que no deja de ser posible.
Sin embargo, mucho de lo hecho para trascender al capitalismo ha significado apenas un deseo de hacerlo menos terrible de lo que es, hablando de un capitalismo con rostro humano o de una tercer vía, como la intentada en Yugoslavia bajo Tito, pero sin afectar en el fondo la división del trabajo, la alienación del trabajador y las relaciones de producción; obviando, además, lo relativo a la ley del valor. En todo caso, las medidas adoptadas -aun las más radicales- han derivado en un capitalismo de Estado, o simple reformismo, dejando puertas abiertas (como ocurrió en la extinta Unión Soviética y ocurre en China y Cuba) para su restauración, no obstante socializar la propiedad de los medios de producción y orientarse su actividad productiva a la satisfacción de las necesidades básicas y espirituales del pueblo. Esto impone, sin duda, pautas que tiendan a diferenciarse cada día de lo que es la sociedad capitalista, promoviendo y fortaleciendo la capacidad de gestión de las comunidades organizadas, de forma que la participación y la actividad de las mismas tengan como resultado palpable e inmediato un modelo económico socialista, con esquemas verticales y horizontales entrelazados en todo lo que comprende, entonces, la producción, la distribución, el intercambio y el consumo, al igual que los criterios para conformarlo.
Como lo expresara Erich Fromm en su obra Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, “el hombre tiene que ser establecido en su lugar supremo en la sociedad, no siendo nunca un medio, no siendo nunca una cosa para ser usada por los otros o por él mismo. Debe de terminar el uso del hombre por el hombre, y la economía tienen que convertirse en la servidora del desenvolvimiento del hombre”. Todo lo anterior nos remite, en consecuencia, a reorientar el sentido o concepto de la propiedad, estableciendo nuevos tipos, inspirados en las nuevas formas de organización socio-productivas. Esto, a su vez, debiera generar en el ámbito político el fomento y la consolidación de la organización popular en todas sus expresiones posibles, como asimismo un desarrollo endógeno que reduzca drásticamente los índices de desempleo y subempleo existentes, rompiendo las cadenas especulativas que condenan al hambre a vastos sectores de la población. Tales elementos podrían conducirnos a la emancipación del trabajo, “ubicando a la fuerza de trabajo o trabajo vivo -según lo manifiesta Carlos Lanz en uno de sus artículos- como la fuente real de la creación de nuevo valor”. Tal objetivo podría obtenerse de existir una planificación democrática, un presupuesto participativo, un control obrero y una humanización de las condiciones y medio ambiente de trabajo que sean capaces de estimular la inserción socioproductiva como mecanismo fundamental del desarrollo social integral de las personas y la colectividad, con criterios de eficiencia-eficacia que faciliten, a su vez, la sostenibilidad y la factibilidad de los diversos procesos que, en tal sentido, estén realizándose. Al lograrlo, podríamos afirmar que el proceso productivo capitalista comienza a transformarse en socialista, sin conceptuar al recurso humano como un componente más de los costos de producción de las empresas y teniendo en la participación y protagonismo del pueblo su manifestación constante y característica.
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